Los 'hombres-bomba' y los
derechos humanos en Palestina
Agustín Velloso*
CSCAweb (www.nodo50.orgs/csca), 12 de agosto
de 2002
'No se puede centrar el
debate en si los palestinos deberían atacar exclusivamente
objetivos militares israelíes para así mantener
su lucha de liberación nacional dentro de lo permitido
por la ley internacional. Este debate tendría sentido
si todas las partes respetaran ésta igualmente. No es
así y por tanto los 'hombres-bomba' no luchan principalmente
por una causa política, como argumenta Amnistía
Internacional (AI), matan por su propia vida, matan por venganza,
matan por desesperación, matan porque, contra lo que sostiene
AI, no existen unos principios universales realmente'.
1. Los medios de comunicación
En primer lugar conviene llamar la atención sobre la
forma en que los ataques de los hombres-bomba son presentados
por los medios de comunicación en los países occidentales.
Se les llama "ataques suicidas" y a sus autores "terroristas
suicidas". Con ambas expresiones, especialmente con la segunda,
se mezclan dos conceptos que no guardan relación entre
sí. Además, se refuerza la visión negativa
que sobre cada uno de ellos por separado se tiene en la sociedad
occidental. Lo más importante es que se pasa por alto
que no definen adecuadamente los ataques. Por un lado se desvía
la atención del fin de los mismos y del contexto en que
se producen hacia la personalidad del atacante y lo truculento
de su acción. Por otro se asocian sin más a atentados
similares pero sin suicidio que tienen lugar en las propias
sociedades occidentales. Además se equipara la violencia
en un estado de derecho a la que aparece como respuesta a una
ocupación ilegal prolongada y feroz.
Es razonable pensar que el uso de esas expresiones y otras
similares en lugar de las que resultan más apropiadas
revela una intención. Esto es comprensible cuando se piensa
que alguna de las batallas de toda guerra se libra en el frente
de la opinión pública, tanto nacional como internacional.
Se trata de conseguir que éstas rechacen de plano los
ataques y con ello que sus autores y sus fines queden por completo
fuera del juego establecido por los creadores de opinión.
Si uno de los contendientes es un "asesino suicida",
el otro se queda sin interlocutor, se ve abocado a emplear medidas
excepcionales, la llamada guerra sin fin contra el terror.
Cabe preguntar a los creadores de la expresión "terrorista
suicida" cómo han llegado a formarla con dos términos
no relacionados entre sí para luego construir un discurso
político que sirve exclusivamente a los intereses de una
de las partes en conflicto al tiempo que no sirve para explicar
la realidad. Si existe alguna prueba de que los palestinos, pueblo
muchas veces centenario, constituyen un grupo humano que se diferencia
de otros por su inclinación a cometer suicidio desde que
se firmaron en 1993 los Acuerdos de Washington entre Israel y
la Autoridad Palestina, especialmente desde el fracaso de los
mismos siete años más tarde, y de una forma tan
particular que sólo incluye la detonación de un
artefacto explosivo adosado a sus cuerpos en presencia de ciudadanos
israelíes, debería darse a conocer a la opinión
pública mundial.
Pero mientras esta presentación de pruebas llega, conviene
seguir el sentido común y la evidencia más cercana
para concluir que un palestino que desea poner fin a su vida,
como cualquier otro ser humano, se ahorca en un árbol,
se dispara un tiro en la cabeza, o ingiere un bote de pastillas.
Lo que interesa en definitiva es buscar una nueva explicación
de los ataques de los "hombres-bomba", ya que la que
se basa habitualmente en las tendencias suicidas con componentes
religiosos y culturales de los palestinos es incapaz de explicar
la realidad de modo convincente.
El fanatismo religioso o los dictados, recomendaciones y promesas
de una religión, la musulmana, que en muchas ocasiones
es casi desconocida para esos mismos formadores de opinión,
son propuestos para dar razón de los ataques de los "hombres-bomba".
Sin embargo, este intento explicativo no tiene en cuenta que
el mayor número de ataques de este tipo no lo han alcanzado
los palestinos, sino los tamiles, aproximadamente en una proporción
de uno a cuatro, es decir, unos cincuenta ataques palestinos
por unos doscientos tamiles; eso sin contar el mayor número
de víctimas a manos de éstos. Es importante señalar
que los tamiles no son musulmanes y que sus acciones no han sido
lanzadas contra personas que profesan el judaísmo. Tampoco
se explica la contradicción que aparece al atribuir los
ataques a los "fanáticos del Islam" o a los
"musulmanes integristas", cuando su religión
prohíbe el suicidio, con lo que resulta que son precisamente
los supuestamente más fanáticos en su práctica
religiosa los que más violan este principio. Tampoco se
explica que algunos de los autores de estos ataques no fueran
conocidos en vida por su devoción, sino por ser militantes
de grupos políticos de izquierda sin base religiosa, más
bien al contrario, como los que se definen a sí mismos
como marxistas y materialistas.
Por otro lado no hay que olvidar que el hecho de que un grupo
humano esté acostumbrado a un tipo de violencia y no a
otro, lo que depende entre otras cosas del desarrollo tecnológico
alcanzado por ese grupo, avanzado en el caso de las sociedades
occidentales, hace que los ataques desde aviones, helicópteros
y tanques se hagan pasar por acciones militares civilizadas y
sujetas a control democrático. Se ha criticado suficientemente
en los últimos años y desde la primera Guerra del
Golfo, el uso de expresiones del tipo: "operación
militar quirúrgica", "acción preventiva",
"daños colaterales" y otras semejantes, que
en realidad deberían cambiarse por terrorismo de Estado,
asesinato extrajudicial y víctimas civiles de ataques
indiscriminados o desproporcionados, por lo que no se va a insistir
de nuevo en ello en este lugar.
Al mismo tiempo, los ataques con armas menos sofisticadas,
por ejemplo, piedras, cinturones de explosivos y cuchillos, ya
que los palestinos no disponen de otras armas más modernas,
se presentan como las acciones sin control de un fanático
que es cruel, sanguinario e incivilizado. En suma, se trata de
descalificar a un enemigo no apto para el diálogo, el
cual queda automáticamente destinado a aprender y aceptar
por la fuerza lo que podríamos definir como las "normas
universales de comportamiento" de las sociedades más
avanzadas.
Se olvida convenientemente, según se ha visto en el
ataque de las Fuerzas de Defensa Israelíes al campo de
refugiados de Jenin en la primavera de 2002, por ejemplo, la
extrema crueldad demostrada por los que emplean aviones de combate
para atacar a poblaciones civiles indefensas y sin posibilidad
de escape, someterlas a bloqueos y toques de queda durante días,
impedir el socorro a las víctimas de los bombardeos, destruir
sus medios de vida habituales y coronar todo ello con la prohibición
de una comisión de investigación que permita al
menos conocer el daño causado y sus consecuencias. Terrorismo
es la palabra que define exactamente lo sufrido por los habitantes
de Jenin.
Esto no es nada nuevo, Noam Chomsky ha advertido una y otra
vez que el terrorismo, contra lo que se dice habitualmente, no
es el arma del débil sino del poderoso [1]. Si
terrorismo es sobre todo infundir un miedo insuperable a una
persona o a un grupo humano, las naciones occidentales son las
maestras indiscutibles del terror. El empleo de la bomba atómica,
el tráfico de esclavos a gran escala, la conquista a sangre
y fuego de pueblos considerados inferiores, la represión
en la época de la colonización y la de las guerras
de liberación nacional, son buena muestra de ello. El
más poderoso puede infundir más miedo y causar
más daño que el débil.
Sin embargo, se busca resaltar las acciones de éste
como si fuera al contrario. Se intenta hacer creer que diez kilos
de dinamita sujetos a la espalda de un hombre es el paradigma
del terror, mientras que un avión de combate que dispara
media docena de misiles de quinientos kilos cada uno en menos
de un minuto es un logro de la civilización occidental.
Un repaso a las cifras de los conflictos entre los países
occidentales y los pueblos sometidos no deja lugar a dudas sobre
qué parte causa más víctimas y más
daño.
El conflicto palestino es un caso ejemplar hasta el punto
de que el general israelí Matitiahu Peled, afirmó
que "no hay por qué esconder el hecho de que desde
1949 nadie se ha atrevido, mejor dicho, nadie ha sido capaz de
amenazar la existencia de Israel. A pesar de ello, hemos alimentado
un sentimiento de inferioridad, como si fuésemos un pueblo
débil e insignificante, el cual, en medio de una angustiosa
lucha por su existencia, podría ser eliminado en cualquier
momento" (Maariv, 24 de marzo de 1972). Tras estudiar
el número de víctimas de los ataques de grupos
armados palestinos y los efectuados por las Fuerzas de Defensa
Israelíes, se ha observado que la proporción habitual
de uno a diez, o sea, una víctima israelí por cada
diez palestinas, es muy conveniente para Israel y ofrece una
buena perspectiva para un final del conflicto favorable a éste.
No se va a insistir más en el papel que juegan los
medios de comunicación, los oficiales y los privados,
ya que se trata de una cuestión suficientemente tratada
en otros lugares y no es el objeto de esta reflexión.
Se trata únicamente de advertir que en Occidente se oculta,
se distorsiona y se disfraza, según conviene a los intereses
de la parte fuerte en el conflicto palestino, lo que ocurre en
Palestina, los ataques de los "hombres-bomba" incluidos.
Ello, a pesar de que se enarbola la bandera de la libertad de
información y de que se presenta a la parte más
débil como una dictadura corrupta muy alejada de las prácticas
democráticas que se usan en Occidente.
Existen, desde luego, aunque pocas, algunas excepciones, lo
que hace en los últimos años de forma muy reconocida,
por ejemplo, el británico Robert Fisk en sus crónicas
y análisis publicadas por el periódico The Independent.
En España se pueden encontrar algunas traducciones de
sus crónicas y también artículos del mismo
tenor de autores españoles en la revista Nación
Árabe y en CSCAweb [2].
2. Los 'expertos' en terrorismo
Los intentos de explicar los ataques de los "hombres-bomba"
recurriendo a la psicología de éstos, recuerdan
en gran medida los que se hicieron hace algunos años para
explicar el aumento del consumo de drogas, particularmente entre
los jóvenes. Personalidades inmaduras, depresivas, problemas
de comunicación, dependencia psicológica, falta
de esperanza en un mejor porvenir, se citaban antes como hoy
para explicar las acciones de unos y otros. A lo más que
llegan, en el mejor de los casos, es a describir esas personalidades.
Pero eso apenas es de ayuda para entender la situación
en su conjunto. Hay un salto demasiado grande entre la descripción
de una personalidad y la explicación de una situación
política como para derivar ésta de aquélla.
Es como si se atribuye a los tiburones de los mercados
internacionales un carácter agresivo, narcisista y sin
escrúpulos para explicar la situación de los mercados
de valores. Sea cierta o no esa apreciación, no dice ni
una palabra de por qué en el mundo actual se pueden realizar
operaciones financieras en las que se mueven miles de millones
de dólares que a unos pocos enriquecen hasta límites
increíbles en poco tiempo, mientras que una gran parte
de la humanidad vive con uno o dos dólares al día
durante toda su vida.
Los artículos y reportajes que se publican a cargo
de "especialistas en terroristas islámicos",
que se centran en cuestiones de personalidad y en la influencia
determinante que sobre ella ejercen líderes religiosos,
así como el proceso mental que siguen hasta que se inmolan,
reflejan principalmente, como en el caso de los "especialistas
en drogadictos", las creencias, los valores y los parámetros
culturales de sus autores. Mientras, el contexto permanece casi
invisible porque se desconoce o no se comprende, o resulta muy
distorsionado porque prevalece la demostración del propio
punto de partida sobre el análisis de la realidad, la
cual por tanto permanece inexplicada.
¿Es lo más importante de los ataques que los
"hombres-bomba" se consideran mártires para
mayor gloria de Dios (istashaheed)? ¿Acaso los
judíos no consideran mártires por la santificación
del nombre de Dios (l´kiddush hashem) los niños
y jóvenes que morían en los campos de concentración
alemanes? ¿Es que los judíos no reservan a estas
víctimas los más altos lugares en el cielo? ¿No
son mártires los cristianos que dan su vida por la propagación
de la palabra de Dios? ¿Es que no tienen asegurado el
gozo en la vida eterna? El rezo, como forma de relación
entre el ser humano y la divinidad, se encuentra presente en
las pruebas más duras por las que pasan los creyentes
de cualquiera de las tres religiones bíblicas. Rezan los
creyentes que se enfrentan a una muerte cierta o muy probable:
el horno crematorio, la tortura y la guerra. Para ninguna persona
que ha crecido en una cultura religiosa, creyente o no, es una
sorpresa el martirio, como tampoco lo es que los que ven su propia
vida en peligro se encomienden a su Dios con todas sus fuerzas.
El martirio se considera la forma más elevada de comportamiento
del ser humano. No sólo las religiones sino también
las ideologías políticas enaltecen a los mártires.
Las primeras les reservan una gozosa vida después de la
muerte, en el paraíso, las segundas la memoria y la gloria
de las generaciones posteriores. Juan Pablo II, en su carta apostólica
Salvifici Doloris, El sufrimiento humano, dada en Roma
en 1984, escribe que "hay que reconocer el testimonio glorioso
no sólo de los mártires de la fe, sino también
de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo,
sufren y dan la vida por la verdad y por una causa justa. En
los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo
particular la gran dignidad del hombre" (Madrid, Ediciones
Paulinas, 1984, p. 43). Inmolarse no guarda relación alguna
con suicidarse ni tampoco con recibir algún beneficio,
ya que se da la propia vida por el bien de otros sin recibir
nada a cambio. La valentía y la generosidad destacan en
el martirio, lo que no ocurre en el suicidio ni en los ataques
en los que se deriva una beneficio para el autor. Por ello mismo
los ataques de los "hombres-bomba" no guardan tampoco
relación alguna con los atentados que tienen lugar en
las sociedades occidentales.
Víctor Frankl, psicoterapeuta austríaco y superviviente
de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau,
autor de Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager,
traducido al español como El hombre en busca de sentido,
obra en la que se une autobiografía y estudio psicológico,
relata y explica varias veces los sentimientos religiosos de
los internos y se declara impresionado por la profundidad y sinceridad
de los mismos. En su relato -y en los de otros autores- ha quedado
para siempre como ejemplo sobresaliente de entrega al prójimo,
el del prisionero que voluntariamente pide a las autoridades
del campo de concentración sustituir a otro que va a ser
enviado a la cámara de gas y luego al horno crematorio.
Nadie menciona el fanatismo religioso ni el suicidio por desesperación
como motivos que impulsan a la persona a enfrentarse a un destino
mortal y a preferir el bien ajeno al propio. Por otro lado, no
hay que insistir en que las circunstancias dan buena razón
de estas acciones.
Siguiendo a este autor se podría establecer un paralelismo
entre dos situaciones muy lejanas, la vida en los campos nazis
y la vida en los campos de refugiados de los territorios ocupados,
pero con muchos elementos en común. Así, los actos
de las víctimas en uno y otro caso podrían arrojar
luz sobre las reacciones humanas ante circunstancias excepcionales.
Ésta es desde luego una de las principales aportaciones
de Frankl: "Ante una situación anormal, la reacción
anormal constituye una conducta normal. [...]. La reacción
de un hombre tras su internamiento en un campo de concentración
representa igualmente un estado de ánimo anormal, pero
juzgada objetivamente es normal y, como más tarde demostraré,
una reacción típica dadas las circunstancias"
(página 36 de la edición española de 1998
del Círculo de Lectores con licencia de la Editorial Herder).
Es casi imposible encontrar en los países occidentales,
por otro lado, análisis de la psicología de los
"hombres-bomba" desde un punto de vista ajeno a la
cultura que domina en aquellos. Fuera de ésta se habla
de sacrificio personal, de valentía, de nobleza, de serenidad,
de capacidad para el martirio y otras cualidades. En otras partes
del mundo, no por casualidad en los lugares donde se sufre la
opresión y la violación de derechos humanos, donde
sufren y mueren los débiles, se tiene una visión
muy diferente de la que se tiene en los cómodos despachos
de agencias de noticias, las modernas salas de prensa y los protegidos
salones de edificios ministeriales y oficinas internacionales,
bien protegidos por sistema de seguridad
Cuando no se alaba la personalidad del que es capaz de dar
su vida en la guerra de liberación nacional de su pueblo
-soldado valiente en todo caso, muy lejos del asesino a sueldo-,
la dimensión religiosa toma protagonismo, pero no para
hablar del fanatismo del sujeto, sino para enaltecer su devoción.
Mohamed Sid-Ahmed, en el artículo de opinión del
18 de julio de 2002 del Al-Ahram Weekly, de Egipto, presenta
de forma concisa ambas líneas. "Para algunos"
-escribe al referirse al papel de la religión- "tal
sacrificio es algo que emprenden con serenidad, porque es un
martirio, la llave para entrar en el paraíso. La desesperanza
debida a las condiciones mundanas se ve compensada con la entrada
al cielo." Sin mencionar el papel de la religión,
también encuentra una explicación: "Estos
actos los realizan las personas que ven en la muerte un mal menor
comparado con la vida. Para la 'bomba suicida' la muerte es preferible
a la vida que se le obliga a vivir" [3].
Con todo, estas reflexiones y otras similares, aunque interesantes
para el conocimiento del ser humano que vive bajo ocupación
militar y de la situación que se vive en Palestina, no
resultan suficientes para explicar toda la realidad, la cual
excede al ámbito psicológico. Por ello, en lugar
de profundizar en este terreno, basta por ahora con señalar
por boca de Sid-Ahmed, que "es difícil adivinar lo
que pasa por la mente de estas personas justo antes de volar
en pedazos, pero probablemente es algo así: Si voy a dar
lo más preciado para mí, mi propia vida, porque
mi sufrimiento es más de lo que puedo soportar, voy a
hacer que tantos como sea posible sufran algo de lo que me han
obligado a padecer, incluso si son inocentes como yo."
3. Occidente y sus instituciones
internacionales
La condena sin más de los ataques con argumentos del
tipo: "la violencia es inadmisible la de donde venga",
o "la violencia no puede justificar ningún objetivo
político o ninguna causa nacional por importante que ésta
sea" y otras de estilo parecido, que es la que realizan
habitualmente gobernantes y políticos occidentales, confunde
en el mejor de los casos lamento con condena y en el peor se
suma decididamente a los objetivos e intereses descritos anteriormente:
se intenta desviar la atención de lo principal de una
cuestión hacia partes de la misma con el fin de construir
un discurso que resulta más útil para el logro
de un objetivo político que para analizar la realidad.
Si se afirma que toda violencia es condenable, se confunde el
deseo con la realidad, pues todo lo conocido, desde la formación
y funcionamiento del universo hasta el devenir de la naturaleza
en todas sus manifestaciones y las propias relaciones humanas,
está inseparablemente unido a la violencia.
Lamentar primeramente, buscar luego la disminución
y cuando sea posible incluso la eliminación de la violencia,
es lo apropiado y lo único al alcance del ser humano.
Es claro que la violencia entre seres humanos es lamentable.
Por más que la historia de la humanidad demuestre que
no existe ésta sin aquella, al menos se ha logrado en
un pasado tan reciente como en el siglo XX que se abjure de ella
en documentos reconocidos por muchos países y que se generalicen
instrumentos para lograr la paz. Entre éstos, aunque no
exclusivamente, la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
Pero lamentar -al tiempo que se busca una solución-
y condenar -al tiempo que se ejerce la violencia sobre el otro-
son dos respuestas del todo diferentes. Precisamente porque
no toda violencia es condenable, los que defienden la postura
contraria ponen especial cuidado en reservarse al mismo tiempo
el "derecho a la legítima defensa", según
sus propias palabras, que no es sino la violencia que ejercen
ellos sobre su enemigo. La violencia que practican ellos es a
sus propios ojos admisible, adecuada, legítima y desde
luego legal y necesaria para preservar el orden establecido y
la paz, mientras que la de sus enemigos es inadmisible y contraria
a la paz, al derecho y no pocas veces, ciega, fanática
e inhumana.
La sociedad occidental no entiende ni aprueba los ataques
de los "hombres-bomba". Sin embargo, sí entiende
aunque los condene- los ataques que se producen en su seno
que no llevan aparejado la muerte de sus autores. Baste recordar
la tan traída y llevada frase que sale a relucir cuando
se produce el ataque de un "hombre-bomba": "todos
los terroristas son iguales y todos los actos de terror son igualmente
rechazables vengan de donde vengan". En el caso de Palestina,
a lo más que llega, si es que no condena de plano sin
más los ataques, o no los atribuye a una condición
exclusiva e inmutable propia de los palestinos y a veces
por extensión de los árabes y de los musulmanes-,
es a admitir que la situación en la zona es grave debido
a la ocupación israelí, que los palestinos sufren
por ello y que la solución mejor para todas las partes
en conflicto y la paz mundial es la del establecimiento de un
Estado palestino. Pero en ningún caso, se añade
inmediatamente, se puede justificar el ataque de los "hombres-bomba".
Además, se considera que los ataques de éstos,
por comparación con la violencia de las revueltas callejeras
con piedras, por ejemplo, privan de razón en buena parte
o en toda- a la lucha de liberación nacional palestina.
Resulta superfluo añadir que no se habla igual al referirse
a las agresiones israelíes, cuando la palabra mágica
"seguridad" se esgrime al momento con la doble finalidad
de justificar la violencia israelí y de suavizar la condena
de ésta. De acuerdo con esta lógica, Israel se
defiende cuando en realidad ataca; en todo caso, su seguridad
está tan por encima de todo, derechos humanos incluidos,
que sus ataques no se juzgan con la dureza que se reserva para
los de los palestinos.
La violencia palestina como respuesta a la que ejerce la ocupación
militar israelí sobre el pueblo palestino nunca ha sido
admitida en occidente, por no hablar de Israel, por razones obvias.
Las soluciones propuestas por los llamados "mediadores en
el conflicto", "socios de la paz", "enviados
internacionales a la zona", etc., nunca pasan por exigir
el fin inmediato e incondicional de la ocupación israelí,
que es en sí misma máxima expresión de violencia,
ilegal, continuada y terrible, además de la causa primera
del conflicto en la zona. Al contrario, se pide a los palestinos
que renuncien a su derecho a la resistencia a la ocupación
en nombre de un proceso de paz que les perjudica enormemente.
Nadie se pregunta por qué Israel no cumple la ley internacional.
Nadie se pregunta por qué se menciona la seguridad de
los israelíes y no la de los palestinos, a pesar de que
los muertos, los heridos, los detenidos, los que sufren el toque
de queda, los expropiados y los vilipendiados son los palestinos.
Si dejamos ahora de lado el pasado para concentrarnos en el
presente, es decir, desde la firma de los Acuerdos de Washington
de 1993 hasta hoy, hay que destacar las referencias continuas
a la seguridad de Israel en documentos y declaraciones, sin prestar
ni remotamente la misma atención a la parte palestina,
el fortalecimiento de las medidas de todo tipo en los ámbitos
ejecutivo, legislativo y judicial, tanto por parte de Israel
como de la Autoridad Palestina, para reprimir a los opositores
al Proceso de Paz, y el apoyo a las prácticas represoras
de Arafat contra los disidentes y los que se oponen a su política.
Esto se traduce en encarcelamientos sin orden judicial, periodos
de detención extendidos a voluntad del gobierno, torturas
a prisioneros, ejecuciones extrajudiciales, tribunales sumarísimos,
deportaciones y otras medidas contrarias a los derechos humanos
y a la legislación internacional que son habituales en
los territorios ocupados por Israel, ya que sólo nominalmente
bajo el control de la Autoridad Palestina.
Junto a estas acciones en la zona, en el ámbito internacional
se ha preferido dejar de lado la doctrina de las Naciones Unidas
sobre el derecho a la autodeterminación y a la independencia
de los pueblos bajo dominación exterior y ocupación
extranjera, bajo regímenes racistas y colonialistas, doctrina
que "defiende la legitimidad de estas luchas y en particular
la de los movimientos de liberación nacional" (Resolución
de la Asamblea General de las Naciones Unidas 44/29 de 1989,
Resolución 2675 [XXV] de 1970, y Resolución 3314
[XXIX] de 1974).
Al mismo tiempo se ha sustituido en el conflicto palestino
la legislación internacional, esto es, las resoluciones
citadas y en particular el Convenio de Ginebra sobre poblaciones
ocupadas, así como otros tratados y convenios internacionales,
por los Acuerdos de Washington de 1993 y otros posteriores, lo
que se conoce como el mencionado Proceso de Paz, los cuales son
perjudiciales para la parte más débil del conflicto.
Además de onerosos para la parte palestina son ilegales,
ya que la legislación internacional prohíbe expresamente
que la parte más débil negocie en contra de sus
intereses, es decir, que rebaje o contradiga lo establecido por
aquélla.
La comunidad internacional ha establecido unas reglas de comportamiento
de las potencias de ocupación en los territorios ocupados,
que se detallan en la Cuarta Convención de Ginebra de
1949 relativa a la Protección de Personas Civiles en Tiempos
de Guerra, de la cual Israel es país firmante, así
como todos los países occidentales que participan de uno
u otro modo en el conflicto palestino. Según esta Convención,
los palestinos son "personas protegidas" por ser habitantes
de los Territorios Ocupados por Israel. El proceso de paz, independientemente
ahora de su fracaso evidente, no cambia el estatuto de esos territorios
y por tanto las reglas que debe cumplir Israel en su tratamiento
de personas. ¿Por qué el mundo occidental, donde
se ha establecido la Convención y se han creado otros
instrumentos por los que se rigen las relaciones internacionales
y se controlan los derechos humanos, deja de lado éstos
en el conflicto palestino?
Dentro de los derechos inalienables de los palestinos, de
acuerdo con lo establecido por la Organización de las
Naciones Unidas, está el recurso a la resistencia a la
ocupación israelí, el cual no puede ser negado
ni recortado, especialmente cuando la potencia ocupante no sólo
no la termina, sino que además la intensifica de varias
maneras: aumento de los asentamientos ilegales, confiscación
de tierras, propiedades y recursos y represión de los
habitantes bajo ocupación.
De acuerdo con la ley internacional, lo que se conoce como
Territorios Ocupados, la ciudad de Jerusalén incluida,
se convierte bajo el Proceso de Paz en territorios en disputa.
Los asentamientos ilegales han pasado a ser barrios judíos
cuyo "crecimiento natural" los expande en tierra palestina
ocupada ilegalmente. El derecho de los refugiados a volver a
sus casas, consagrado en las resoluciones de las Naciones Unidas
desde hace más de cincuenta años, ha pasado a ser
negociable, obviamente a costa de los refugiados, ya que se les
impide el regreso. A la vista está que Israel no respeta
la ley internacional, pero es que la comunidad internacional
no la hace respetar a pesar de ser responsable directa de su
cumplimiento desde el momento en que los países que la
componen firmaron y ratificaron su adhesión a los instrumentos
internacionales relevantes en este conflicto.
Son numerosos los estudios publicados sobre las violaciones
de las leyes, tratados y convenios internacionales por parte
de Israel, aunque al mismo tiempo es país firmante de
muchos de ellos. Por ello no se va a incidir en este aspecto,
basta con recordar que muchas de las acciones de Israel en los
Territorios Ocupados, que en Occidente se hacen pasar como acciones
de defensa, ataques preventivos, operaciones anti-terroristas,
etc, por ejemplo, la demolición de miles de viviendas,
son en realidad graves violaciones del artículo 16 de
la Convención de las Naciones Unidas Contra la Tortura
y Otros Castigos y Tratos Crueles, Degradantes e Inhumanos, ratificada
por Israel en 1991. Además, según la Cuarta Convención
de Ginebra, es ilegal que Israel mate deliberadamente, torture,
maltrate, trate de forma degradante y humillante y deporte a
los palestinos (artículo 147). También lo es que
destruya sus propiedades. También prohíbe terminantemente
el castigo colectivo y las represalias (art. 33). También
condena la instalación de colonos israelíes en
tierra palestina. Las violaciones realizadas diariamente incluyen
también los tratados sobre derechos humanos que Israel
ha firmado, por ejemplo, el Pacto Internacional sobre Derechos
Políticos y Sociales. La lista de violaciones es larga,
aunque no tanto como la de sus víctimas.
4. Los derechos humanos en Palestina
Existen numerosos estudios sobre la situación de los
palestinos que viven bajo ocupación y como refugiados.
Organizaciones de derechos humanos palestinas, israelíes
y occidentales han descrito hasta la saciedad la violación
de los derechos humanos en los Territorios ocupados y en Israel.
Por tanto no es necesario repetir aquí lo que ya ha sido
escrito. No obstante, merece la pena detenerse un instante en
una de las acciones que describen de un plumazo la situación
de extrema gravedad que se vive en la zona. Con ello se pone
de manifiesto con claridad el contexto en el que tienen lugar
los ataques de los "hombres-bomba", lo que es imprescindible
para intentar responder a la pregunta que, más allá
de las insuficientes explicaciones sobre la personalidad del
"suicida", del logro de un fin político partidista
y de la parálisis interesada y cobarde de la comunidad
internacional, se plantea en la actualidad en la opinión
pública palestina y en organizaciones internacionales
interesadas en el conflicto, especialmente las dedicadas a los
derechos humanos: ¿son admisibles los ataques palestinos
contra la población civil?
En la última de una larga serie de operaciones represivas
y mortíferas de Israel en los territorios ocupados, la
conocida como Operación Escudo Defensivo -de nuevo el
uso de palabras de conveniencia de lo que se podría describir
mucho más acertadamente como "nueva campaña
de terror contra una población ya previamente privada
de sus derechos humanos"-, entre el 29 de marzo y el 31
de mayo de 2002, cincuenta y cinco niños palestinos resultaron
muertos, de los que veintiuno eran menores de doce años.
Algo más de una de cada cuatro de esas víctimas
-¿hace falta añadir inocentes como cuando se habla
de otros niños?- vivía en Jenin.
Según la organización palestina independiente
Miftah (www.miftah.org), "durante el tercer día de
la incursión israelí en Nablus, la casa de la familia
Shu'bi fue demolida por un buldózer y los escombros resultantes
enterraron a la madre, embarazada de siete meses, a sus tres
hijos: Abdullah, de ocho años, Azzam, de seis y Anas,
de cuatro, junto con su abuelo y dos tías. Por alguna
razón, sucesos de este tipo no llegan o no calan en la
opinión pública occidental, la mayor parte de la
cual sólo es permeable a los que tienen lugar en Israel.
Por alguna razón estos hechos no merecen el mismo tratamiento
en los medios occidentales que los sucedidos en Israel.
¿Es más cruel que un palestino detone los explosivos
que camufla en su cinturón en un lugar ocupado ilegalmente
en tierras robadas a sus legítimos dueños, que
antes han sido expulsados por la fuerza o incluso asesinados
si se resistieron, o que un militar israelí coloque minas
anti-persona en sitios transitados por niños en sus lugares
habituales de residencia? Mediante estas colocaciones siete niños
palestinos han muerto y cuatro han resultado heridos de por vida
durante la campaña citada. ¿Qué decir de
los toques de queda y del cierre de fronteras, causa de la muerte
de otros cinco niños palestinos durante la operación
citada, de los que tres eran recién nacidos, porque se
les impidió de alguna manera el acceso a los servicios
médicos? Es difícil encontrar un episodio de mayor
crueldad que la prohibición de asistencia médica
a un recién nacido que la necesita para salvar su vida.
Diversos medios de comunicación occidentales se han
tomado mucho interés en difundir el llamamiento realizado
el pasado junio por parte de unas decenas de personalidades palestinas
para que se ponga fin a las "bombas suicidas". No dicen,
sin embargo, que este llamamiento se ha publicado en la prensa
palestina -que no es libre- gracias a la financiación
de la Unión Europea, aunque esto no es lo principal del
asunto. Tampoco dicen -y esto es más importante- que ha
sido contestado duramente por un número equivalente de
intelectuales y activistas que piden la continuación del
empleo de todas las formas de resistencia y condenan el primer
llamamiento.
La sociedad palestina debate esta cuestión en todos
sus estratos, no sólo en las universidades y en los grupos
políticos destacados. Es fácil concluir que no
podía ser de otra manera tras la violentísima represión
de la operación militar "Escudo Defensivo" y
los ataques de los "hombres-bomba". Según el
parecer del intelectual israelí Roni Ben Efrat, crítico
agudo del conflicto palestino, "las discusiones tienen una
doble perspectiva. Por un lado la gente se pregunta si los ataques
son buenos, legítimos, aceptables a la luz de la ley islámica.
Por otro, de manera más amplia, la gente se pregunta sobre
lo que traerán, si serán de ayuda para su causa".
Añade que "lo mismo se pregunta la sociedad israelí
sobre sus propias acciones" y concluye que "hay mucha
confusión al respecto" ("Palestinians Debate
the Suicide Bombings", en Challenge, 74, julio-agosto,
2002 [4].
Los que siguen atentamente las evoluciones del conflicto palestino,
en particular los acontecimientos violentos de la Segunda Intifada,
saben que la opinión pública, tanto en Israel como
en los Territorios Ocupados, varía de acuerdo con la percepción
cambiante que cada bando tiene de su propia vulnerabilidad y
del castigo que en un momento determinado sufre a manos
de la otra parte. Si la situación es crítica debido
a un recrudecimiento de la represión contra los palestinos,
o porque un ataque ha ocasionado un alto número de víctimas
entre los israelíes, aumenta el porcentaje de los que
justifican o directamente piden acciones violentas. Por su lado,
los palestinos debaten además si los ataques son permisibles
únicamente en los Territorios Ocupados o también
en Israel.
Tanto unos como otros debaten si las propias acciones les
llevan a algún lado, es decir, si son beneficiosas o no
para el avance de sus respectivos objetivos nacionales, o de
seguridad nacional, lo cual no tiene que ver principalmente con
los derechos humanos, sino con los fines políticos. Las
discusiones desde el terreno de la ética y desde el ámbito
religioso están desde luego más cercanas al campo
de los derechos humanos. Sin embargo, ni las explicaciones de
una religión concreta ni de una ética particular
pueden servir para todos aunque sí para el que las sigue
y, sin que sea una sorpresa, se aprecia que los dos grupos antagonistas
pueden estar más cerca de lo que parece, al menos en el
terreno abstracto de las ideas. El debate sobre los "hombres-bomba"
a la luz de los derechos humanos podría responder mejor,
por tanto, a la pregunta sobre la admisibilidad de los ataques
sobre la población civil.
Eso es lo que hace Amnistía Internacional (AI) en su
publicación de julio de 2002 (índice de AI: MDE
02/003/2002): Israel and the Occupied Territories and the
Palestinian Authority. Without distinction attacks on civilians
by Palestinian armed groups.
No ha sido casual la introducción al comienzo de este
apartado del recordatorio de los niños palestinos asesinados
por las Fuerzas de Defensa Israelíes. El informe de AI
sobre los ataques palestinos contra civiles israelíes
da comienzo con la presentación de seis casos de niños
israelíes. No se trata de poner los muertos de un lado
delante de los muertos del otro; es que no parece acertada esta
introducción si se tiene en cuenta en primer lugar que
los ataques no han aparecido de la noche a la mañana lo
que sería la versión política de la explicación
psicológica sobre los "terroristas suicidas"-
y en segundo que no se adecua al título propuesto. Si
no hay distinción, ¿por qué se presentan
únicamente los ataques de los palestinos? Es cierto que
AI ha denunciado anteriormente las violaciones de los derechos
humanos de los palestinos por parte de Israel y que ha condenado
en el pasado los ataques contra civiles en Israel y los Territorios
Ocupados, pero por eso mismo es difícil entender que un
informe sobre esos ataques no comience por la presentación
de la situación en Palestina, los niños palestinos
asesinados incluidos. La presentación que incluyen tras
la exposición de los seis casos es del todo insuficiente
para conocer el conflicto entre palestinos e israelíes.
La posición de AI al respecto es inequívoca:
"AI condena sin reservas los ataques directos sobre civiles,
así como los ataques indiscriminados, cualquiera que se
la causa por la que luchan los autores, cualquiera que sea su
justificación para sus acciones. Atacar a civiles y poner
sus vidas en peligro es contrario a los principios fundamentales
de humanidad que deben aplicarse en toda circunstancia y en todo
tiempo. Estos principios están reflejados en la legislación
internacional y en el derecho consuetudinario." (p. 2 de
la versión impresa pdf de la página web de AI).
AI rebate con la misma contundencia los argumentos de los
palestinos que justifican los ataques contra civiles israelíes:
acude a los llamados principios básicos que se aplican
en todo caso en cualquier conflicto, en particular, que los civiles
han de ser protegidos y que hay que distinguirles de los que
activamente participan en el conflicto. También añade
que "ninguna violación por parte del gobierno israelí,
sin importar su extensión o gravedad, justifica el ataque
de niños ni civiles". Añade que "la obligación
de proteger a los civiles es absoluta y no puede abandonarse
porque Israel no cumpla sus obligaciones". (p. 5).
Lamentablemente, frente a esta claridad meridiana está
la oscuridad de la realidad. Quizás por no haber enfocado
primero hacia esa oscuridad, aun sabiendo que nunca se puede
iluminar por completo, la claridad conceptual no consigue explicar
aquella y consecuentemente tampoco es suficiente para modificarla.
AI, que se refiere con su detenimiento habitual a las leyes
internacionales que son relevantes en el conflicto palestino
y que acude al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional
para afirmar que "el asesinato de civiles israelíes
por parte de grupos armados palestinos es un crimen contra la
humanidad", no dice ni una palabra de por qué todos
esos principios y leyes, todas las instituciones mundiales, la
comunidad internacional en pleno y cada país por separado,
el gobierno de Israel y la propia AI no han evitado más
de 35 años de ocupación ilegal israelí de
tierra palestina, millones de refugiados, miles de muertos, miles
de heridos y mutilados de por vida, cientos de miles de personas
cuyos derechos humanos son violados diariamente, bombardeos de
aviones y helicópteros militares sobre poblaciones enteras,
ausencia de comisiones de investigación sobre el terrorismo
de Estado israelí, ausencia de sanciones ni medidas de
fuerza para evitar el abuso del poderoso sobre el débil
y, para no hacer exhaustiva una lista verdaderamente interminable,
falta total de esperanza sobre el fin de esta situación
a día de la publicación del informe.
El hecho de que AI condene también la violación
de derechos humanos por parte de Israel, el hecho de que AI defienda
que los principios humanitarios no admiten excepciones, incluso
el hecho de que AI pida al final de su informe "a la comunidad
internacional que asuma su responsabilidad para asegurar que
todas las partes implicadas en el conflicto respeten los principios
del derecho humanitario y los derechos humanos" (p. 25)
no ha servido -ni sirve- a los palestinos para proteger a sus
hijos de las muertes que se han dado a conocer al comienzo de
este apartado. ¿Por qué AI piensa que los palestinos
han de cuidarse de los principios defendidos por AI?
Esto no va en contra de AI, esto no incita a llevar a cabo
ataques contra la población civil israelí, esto
no quiere decir que en el mundo de las ideas y de los documentos,
los principios que AI defienden son ciertamente universales.
El problema está en que AI no es capaz de asegurar los
derechos humanos ni la propia vida de los palestinos con esos
principios, por lo que no es razonable pedir a éstos que
se guíen por ellos. Esos principios no valen para el mundo
que no es de papel sino de carne y hueso.
Para que los principios defendidos por AI fueran de obligado
cumplimiento por parte de los "hombres-bomba", AI debería
garantizar que estos y sus hijos pueden disfrutar de sus derechos
humanos. Los derechos humanos o son universales o no son nada.
Es AI la que habla de la universalidad de los mismos y de
que son irrenunciables, entonces ¿por qué no es
así para las víctimas palestinas? Israel no necesita
la protección de AI, se podría decir que es indiferente
a sus principios, se vale con los suministros de armas estadounidenses.
Sin embargo, AI no consigue proteger a los palestinos, quienes
sí la necesitan. A ambos contendientes AI les pide lo
mismo, lo cual no es justo pues no están en la misma situación.
A la hora de juzgar los ataques de los "hombres-bomba"
palestinos contra los israelíes, es preciso tener en cuenta
los principios universales, obviamente, pero no sólo en
su expresión teórica, que es lo que hace AI. Esta
organización ha preferido centrar su estudio en la presentación
de seis casos para luego aplicar los principios humanitarios
y las leyes internacionales y concluir que los ataques son inadmisibles.
AI podría haberse preguntado por lo que harían
sus directivos de vivir en un lugar en el que tus familiares
son asesinados, tu casa es demolida, tu tierra es robada, tus
vecinos son continuamente aterrorizados, tu pueblo es oprimido
durante décadas, tu familia vive días sin fin bajo
el toque de queda, tu esperanza en la justicia es inexistente
porque no se permiten comisiones de investigación y el
futuro de tus hijos es negro por completo a la vista de la inutilidad
de los principios defendidos por encima de todo por AI.
Con otras palabras: AI no puede proteger los derechos humanos
de los palestinos con los principios universales. Derechos y
principios pierden su sentido ante la muerte del débil
y la única universalidad reconocible es la del principio
más antiguo del ojo por ojo, que es la justificación
que da Ahmed Yassin a los representantes de AI sobre los ataques
de los "hombres-bomba". Esa pérdida de sentido
no es por culpa de los palestinos, a quienes no les queda otra
salida salvo la de ser víctimas entregadas, sino de los
que tienen otra salida: los israelíes con el fin de la
ocupación y la comunidad internacional con las sanciones,
el bloqueo, el aislamiento de Israel.
A la vista de esta situación, hay que lamentarse de
la suerte de las víctimas inocentes, primero las palestinas,
porque son las más débiles, las que apenas tienen
elección, las que sufren desde hace más tiempo.
También hay que dolerse de las víctimas civiles
israelíes, en particular los niños. Hay que condenar
sobre todo a los que por su poder pueden cambiar la situación
y que por no hacerlo son los primeros responsables de la suerte
de todas las víctimas, esto es, Israel y los Estados Unidos
y luego los más poderosos países de la comunidad
internacional.
o se puede centrar el debate en si los palestinos deberían
atacar exclusivamente objetivos militares israelíes para
así mantener su lucha de liberación nacional dentro
de lo permitido por la ley internacional. Este debate tendría
sentido si todas las partes respetaran ésta igualmente.
No es así y por tanto los "hombres-bomba" no
luchan principalmente por una causa política, como argumenta
AI, matan por su propia vida, matan por venganza, matan por desesperación,
matan porque, contra lo que sostiene AI, no existen unos principios
universales realmente, sólo existen en los documentos
de AI.
Notas
de CSCAweb:
1. Traducido en CSCAweb: Noam
Chomsky: El terrorismo funciona
2. El último de ellos en CSCAweb: Robert Fisk: Una solución a
esta guerra inmunda: la ocupación extranjera
3. De este autor véase en CSCAweb: Mohamed Sid-Ahmed: El nuevo
equilibrio del terror
4. Traducido en CSCAweb: Roni
Ben Efrat: Los atentados suicidas, a debate
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