El mejor arma de Sharon
Naomi Klein*
Texto publicado en The Guardian,
25 de abril de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 8-05-02
"Es muy fácil
que quienes trabajan en defensa de la justicia social se digan
que, como los judíos ya tienen defensores poderosos en
Washington y Jerusalén, la batalla contra el antisemitismo
no es una lucha en la que deban participar. Este es un error
mortal. Precisamente porque Sharon y muchos otros como él
utilizan el antisemitismo y abusan de este fenómeno, es
nuestra obligación convertir en una lucha propia el combate
contra el antisemitismo"
El pasado fin de semana, algo nuevo sucedió en Washington,
D.C. A la manifestación de protesta contra el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional se unieron una manifestación
contra la guerra y otra contra la ocupación israelí
de territorios palestinos. Al final, las diferentes manifestaciones
confluyeron en lo que los organizadores denominaron la mayor
manifestación de solidaridad con Palestina en la historia
de EEUU, con 75.000 asistentes según los cálculos
de la policía.
El domingo por la noche encendí el televisor con la
esperanza de poder ver algunas imágenes de esta jornada
de protesta histórica para Norteamérica /y quizás
incluso para Europa). Pero lo que vi fue algo muy diferente:
la imagen de un Jean Marie Le-Pen triunfante. Desde entonces,
no dejo de preguntarme si esta nueva alianza que hemos visto
en las calles podrá lidiar con esta última amenaza.
Como persona crítica con la ocupación israelí
y la globalización que viene dictada por las grandes corporaciones,
me parece que la convergencia de la que hemos sido testigos el
fin de semana pasadao en Washington debía haberse producido
mucho antes. No obstante el lucimiento de eslóganes "antiglobalización"
en las protestas contra el libre comercio que se han sucedido
en los últimos tres años, todas ellas están
relacionadas con la autodeterminación; es decir, con el
derecho de la gente en cualquier parte del mundo a decidir cómo
prefieren organizar sus sociedades y economías, bien a
través de la reforma de la propiedad de la tierra en Brasil,
la producción de medicamentos genéricos contra
el sida en la India, o, por qué no, la resistencia frente
a una potencia ocupante en Palestina.
Cuando cientos de activistas antiglobalización comenzaron
a llegar a Ramala para actuar como "escudos humanos"
e interponerse entre los tanques israelíes y los palestinos,
empezó a ponerse en práctica la teoría que
había venido desarrollándose en las inmediaciones
de las cumbres del comercio. El siguiente paso lógico
era llevar ese valiente espíritu a Washington DC, donde
se fabrica gran parte de la política de Oriente Medio.
Sin embargo, cuando vi a Le Pen sonriendo alegremente por
televisión, alzados los brazos en señal de triunfo,
perdí algo de mi entusiasmo. No existe conexión
alguna entre el fascismo francés y los manifestantes por
una "Palestina libre" de Washington (de hecho, las
únicas personas que parecen disgustar a los seguidores
de Le Pen más que los judíos son los árabes).
Aún así, no pude evitar pensar en los eventos a
los que he asistido recientemente en los que se condenaba enérgicamente
la violencia contra los musulmanes, se criticaba duramente y
con todo merecimiento a Ariel Sharon, y sin embargo no se hacía
mención de los ataques que se habían producido
contra sinagogas, centros sociales, y cementerios judíos.
O el hecho de que, cada vez que entro en Internet para visitar
la página de sitios como Indymedia.org, que siguen
una política editorial "abierta", me encuentro
con una hilera de teorías que convierten el 11 de septiembre
en una conspiración judía, o con extractos
de los Protocolos de los Sabios de Sión.
El movimiento antiglobalización no es antisemita. Simplemente,
no se ha enfrentado hasta las últimas consecuencias con
las implicaciones que conlleva querer bucear de lleno en el conflicto
de Oriente Medio. La mayor parte de la gente de izquierdas se
limita a ponerse del lado de uno de los contendientes, y la elección
en Oriente Medio parece clara cuando una de las partes se ve
sujeta a un régimen de ocupación ilegal y la otra
cuenta con el respaldo del Ejército estadounidense. Pero
también es posible criticar a Israel condenando, al mismo
tiempo, el ascenso del antisemitismo. Y también es posible
defender una postura favorable a la independencia palestina sin
tener que agarrarse a una falsa dicotomía entre lo "pro-palestino/anti-israelí"
y viceversa; dicotomía que no es más que un fiel
reflejo de las ecuaciones de "buenos contra malos"
por las que tanto aprecio siente el Presidente Bush.
¿Por qué andarnos con estas sutilezas mientras
todavía se están extrayendo cadáveres de
entre los escombros de Yenín? Respuesta: porque cualquier
persona interesada en la lucha contra el fascismo al estilo Le
Pen o la brutalidad a lo Sharon tiene que hacer frente, de manera
inmediata, a la realidad del antisemitismo. El odio contra los
judíos es un arma política muy potente en manos
de la derecha europea e israelí. El arma con la que cuenta
Ariel Sharon es el temor que inspira el antisemitismo, sea éste
real o imaginario. A Sharon le complace afirmar que él
le hace frente a los terroristas porque no tiene miedo. Pero
de hecho su política está movida por el miedo.
El talento de Sharon está en que comprende a la perfección
la profundidad del temor que los judíos tienen ante la
posibilidad de un nuevo Holocausto. Sharon sabe establecer paralelismos
entre las inquietudes que el antisemitismo hace surgir entre
los judíos y el miedo de Norteamérica ante el terrorismo.
Sharon es un experto a la hora de aprovechar todo esto en beneficio
propio.
El temor más familiar y elemental utilizado por Sharon,
el que le permite disfrazar todos sus actos de agresión
como acciones defensivas, es el temor de que los vecinos de Israel
quieran arrojar a los judíos al mar. Otro de los temores
secundarios que Sharon manipula es el miedo que los judíos
de la Diáspora tienen a verse empujados en el futuro a
tener que buscar refugio en Israel. Así, millones de judíos
de todo el mundo, por muy asqueados que estén ante la
agresión israelí, guardan silencio y siguen girando
dinero a Israel como primer pago en su adquisición de
un futuro refugio.
La ecuación es muy sencilla: cuanto más temores
alberguen los judíos, más poder tendrá Sharon.
El Ejecutivo de Sharon, que resultó triunfador en unas
elecciones en las que se utilizó el eslogan de "paz
mediante seguridad", casi no ha podido esconder el gozo
que le ha producido el ascenso de Le Pen, e inmediatamente ha
lanzado un llamamiento a los judíos franceses para que
hagan las maletas y se marchen a la Tierra Prometida. Para Sharon,
el temor que sienten los judíos es una garantía
de que su poder no se verá sujeto a ninguna restricción,
de que gozará de la impunidad necesaria para hacer lo
impensable: enviar tropas a la sede del Ministerio de Educación
palestino para robar y destruir documentos, enterrar vivos a
niños y niñas en sus casas, impedir que las ambulancias
atiendan a las víctimas, y sabotear todos los intentos
de la comunidad internacional de llegar a conocer la verdad de
lo ocurrido en Yenín.
Los judíos que viven fuera de Israel se encuentran
en una posición extraña: las acciones del país
que se supone debe garantizar su seguridad futura les impiden
sentirse seguros en la actualidad. Sharon está diluyendo
a propósito las fronteras entre los términos "judío"
e "israelí" con el argumento de que no está
luchando por preservar el territorio israelí, sino por
la propia supervivencia del pueblo judío. Cuando el antisemitismo
comience a ser visible, parcialmente como resultado de sus acciones,
será una vez más Sharon quien se sitúe en
primera fila para recoger las dividendos de la operación.
Y funciona. La mayor parte de los judíos tienen tanto
miedo que son capaces de cualquier cosa por defender la política
de Israel. En la sinagoga de mi barrio, en cuya fachada todavía
se ven las señales de un sospechoso incendio, el cartel
que hay en la puerta no dice precisamente "Gracias por nada,
Sharon"; en su lugar, dice "Apoya a Israel: ahora más
que nunca".
Hay una salida. No es posible acabar con el antisemitismo,
pero los judíos que viven dentro y fuera de Israel podrían
sentirse un poco más seguros si hubiera una campaña
que distinguiera entre las diferentes posturas que caben dentro
del judaísmo y las acciones del Estado israelí.
Ahí es donde el movimiento internacional puede jugar un
papel crucial. De hecho, ya se están construyendo las
primeras alianzas entre activistas antiglobalización e
insumisos israelíes (conocidos como "refuseniks"),
que se niegan a cumplir el servicio militar obligatorio en los
Territorios Ocupados. Algunas de las imágenes más
poderosas de la manifestación del sábado fueron
las que mostraban a un grupo de rabinos caminando junto con los
manifestantes palestinos.
Necesitamos hacer algo más. Es muy fácil que
quienes trabajan en defensa de la justicia social se digan que,
como los judíos ya tienen defensores poderosos en Washington
y Jerusalén, la batalla contra el antisemitismo no es
una lucha en la que deban participar. Este es un error mortal.
Precisamente porque Sharon y muchos otros como él utilizan
el antisemitismo y abusan de este fenómeno, es nuestra
obligación convertir en una lucha propia el combate contra
el antisemitismo.
Cuando el antisemitismo deje de ser visto como una cuestión
de la que deban ocuparse exclusivamente los judíos, Israel,
o el lobby sionista de derechas, Sharon se verá privado
del arma más efectiva con la que cuenta para sostener
una ocupación indefendible y cada vez más brutal.
Y además, cuando el odio contra lo judío disminuya,
los tipos como Jean-Marie Le Pen también se irán
a pique.
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