EEUU, Israel, Palestina
Noam Chomsky
Texto publicado en Red Pepper, mayo
de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 10 de mayo
de 2002
"EEUU permitió
una resolución de NNUU en la que se hablaba de una 'visión'
de un Estado palestino. Este gesto de bienvenida, que fue muy
bien acogido, ni siquiera llega a la altura de la Suráfrica
de hace 40 años, cuando el régimen del apartheid
puso en práctica su 'visión' de Estados gobernados
por negros que eran, como mínimo, tan legítimos
y viables como la dependencia neocolonial que EEUU e Israel han
venido planeando para los Territorios Ocupados"
Hace un año, Baruch Kimmerling, sociólogo
de la Universidad Hebrea de Jerusalén, observaba que "nuestros
temores se han hecho realidad". Judíos y palestinos
"han dado un paso atrás hacia un tribalismo supersticioso.
La guerra aparece como destino inevitable". Una guerra "colonial
y llena de maldad". Después de la invasión
por parte israelí de los campamentos de refugiados, su
colega Ze´ev Sternhell escribía que "en el
Israel colonial (...) la vida humana vale muy poco". Los
líderes "ya no se avergüenzan a la hora de hablar
de la guerra, porque realmente lo que ocurre es que están
inmersos en una política colonial que nos recuerda a la
época en que la policía blanca tomaba las barriadas
pobres de negros en Suráfrica durante la época
del apartheid". Ambos señalaban algo que es obvio:
en esta vuelta al tribalismo, no existe simetría de ningún
tipo entre los "grupos étnico-nacionales". En
el centro del conflicto están unos territorios que durante
35 años han sufrido una ocupación durísima.
El conquistador es una potencia militar importante que actúa
con el apoyo militar, económico y diplomático absoluto
del único superpoder global. Quienes sufren la ocupación
están solos y no pueden defenderse; la mayoría
apenas sobrevive en campamentos miserables y en la actualidad
es víctima de un terrorismo aún más brutal,
un terrorismo que ya conocemos por otras "malvadas guerras
coloniales"; sujetos que ahora ejecutan sus propias y terribles
atrocidades como venganza...
El proceso de Oslo
El "proceso de paz" de Oslo cambió
la modalidad de la ocupación, pero no transformó
su concepción básica. Poco antes de unirse al gobierno
de Euhd Barak, el historiador Shlomo Ben Ami escribía
que "los acuerdos de Oslo se fundamentaron sobre una base
neo-colonial, sobre una vida en la que uno habría de depender
del otro para siempre". Muy pronto, Ben Ami se convirtió
en el arquitecto de las propuestas norteamericano-israelíes
de Camp David en el verano de 2000, propuestas que respondían
al mencionado principio y que fueron muy alabadas en los medios
norteamericanos. La culpa la tuvieron los palestinos y su malvado
líder, por haber fracasado y por la violencia que siguió.
Pero, tal y como afirmaba Kimmerling junto con otros respetados
comentaristas, esta postura no es sino un "fraude".
Cierto: Clinton y Barak dieron algunos pasos en la dirección
de un arreglo al estilo bantustán. Justo antes de Camp
David, los palestinos de Cisjordania habían quedado confinados
en 200 zonas repartidas discontinuamente, y tanto Clinton como
Barak ofrecieron una mejora de la situación: consolidar
las zonas en tres cantones bajo control israelí, virtualmente
separados entre sí (y a su vez separados del cuarto enclave,
una pequeña zona de Jerusalén Este centro de la
vida palestina y centro de comunicaciones en la región).
En Gaza, el quinto cantón, el resultado no se veía
tan claro; salvo el hecho de que la población permanecería
virtualmente encarcelada. Es comprensible que no encontremos
ningún mapa en los medios de comunicación de EEUU,
ni tampoco detalles de las propuestas.
Nadie puede albergarse ninguna duda de que el papel
de EEUU seguirá siendo decisivo. Es por tanto de crucial
importancia entender cuál es el papel que ha venido jugando
EEUU y cómo se percibe internamente. La versión
que nos ofrecen las "palomas" nos la presentaban los
editores del New York Times el pasado 7 de abril al alabar
el "novedoso discurso" del Presidente y la "visión
emergente" por él articulada. Un discurso cuyo primer
elemento era el de "acabar con el terrorismo palestino"
de manera inmediata. Algo después se habla de "congelar
y posteriormente desmantelar los asentamientos judíos
y negociar nuevas fronteras" para poner fin a la ocupación
y permitir el establecimiento de un Estado palestino. Si se pone
fin al terrorismo palestino, se animará a Israel a que
"se tome más en serio la histórica oferta
hecha por la Liga Árabe para una paz y reconocimiento
totales a cambio de una retirada israelí completa".
Pero antes, los líderes palestinos deben demostrar que
son unos "socios legítimos en la esfera diplomática".
El mundo real se parece muy poco a este autocomplaciente panorama,
virtualmente copiado de los ochenta, cuando tanto EEUU como Israel
buscaban desesperadamente el modo de eludir las ofertas para
negociar y alcanzar un acuerdo político que les lanzaba
la OLP, al tiempo que se intentaba mantener la exigencia de que
no habría negociaciones con la OLP, que no habría
"otro Estado palestino" (teniendo en cuenta que Jordania
ya era ese Estado palestino), y que "no habría ningún
cambio en el estatus de Judea, Samaria, y Gaza más allá
de las disposiciones básicas del gobierno israelí"
(según el plan de la coalición Peres-Shamir de
mayo de 1989 que recibió el apoyo de Bush I a través
del Plan Baker de diciembre de 1989). La prensa norteamericana,
como siempre había hecho con anterioridad, no publicó
nada de lo anterior, al tiempo que la opinión generalizada
denunciaba a los palestinos por su firme compromiso con el terrorismo
y la amenaza que suponía frente a los humanitarios esfuerzos
de EEUU y sus aliados.
En el mundo real, la principal barrera que impide
que esa visión "emerja" ha sido y siendo la
postura de rechazo constante de parte de EEUU. No hay nada nuevo
en esa "oferta histórica de la Liga Árabe".
Es una oferta que repite los términos esenciales contenidos
en la resolución de enero de 1976 del Consejo de Seguridad
de NNUU y que recibió el apoyo de prácticamente
todo el mundo, incluyendo a los Estados árabes más
importantes, la OLP, Europa, el bloque soviético... de
hecho, todos los importantes. La resolución pedía
un acuerdo político con el establecimiento de fronteras
internacionalmente reconocidas "y con los arreglos necesarios
(...) para garantizar (...) la soberanía, integridad territorial,
e independencia política de todos los Estados de la zona
así como su derecho a vivir en paz dentro de fronteras
seguras y reconocidas". Se trataba de hecho de una modificación
de la resolución de NNUU 242 (como era oficialmente interpretada
incluso por EEUU), ampliada hasta el punto de incluir un Estado
palestino. Desde entonces, EEUU ha bloqueado iniciativas similares
procedentes de los Estados árabes, la OLP y Europa, y
ha suprimido o negado casi en su totalidad la discusión
pública de dichas iniciativas.
La postura norteamericana de rechazo se remonta
a cinco años antes, cuando en febrero de 1971 el presidente
egipcio Sadat ofreció a Israel un tratado de paz total
a cambio de una retirada completa israelí de territorio
egipcio, sin que se hiciera mención de los derechos nacionales
palestinos ni del destino de los Territorios Ocupados. El gobierno
laborista reconoció en esta propuesta una oferta de paz
sincera, pero la rechazó con la intención de extender
sus asentamientos en el noreste del Sinaí. El inicio de
la expansión, que adoptó una brutalidad extrema,
fue la principal causa que condujo a la guerra de 1973. Israel
y EEUU comprendían que era posible alcanzar la paz según
la política oficial norteamericana. Pero tal y como explicó
Ezer Weizmann, líder del Partido Laborista y más
tarde Presidente de Israel, el resultado no habría permitido
a Israel "existir con el espíritu y las cualidades
que ahora posee". Amos Elon, un ensayista israelí,
escribió entonces que Sadat había causado el "pánico"
entre los líderes políticos de Israel al anunciar
su disposición a "firmar la paz con Israel, respetar
su independencia y soberanía dentro de unas fronteras
seguras y reconocidas".
Kissinger bloqueó con éxito la iniciativa
de paz y logró instituir su preferencia por una situación
de "ahogar al adversario": nada de negociaciones; solamente,
la fuerza. Igualmente se rechazaron las ofertas de paz jordanas.
Desde entonces, la política oficial norteamericana ha
cumplido con el consenso internacional sobre la retirada israelí
hasta la era Clinton, que en la práctica anuló
las resoluciones de NNUU y las estipulaciones del derecho internacional.
Pero en la práctica, la política norteamericana
ha seguido la línea marcada por Kissinger: aceptar las
negociaciones solamente cuando no quedase más remedio
(como le ocurrió a Kissinger tras la cuasi-debacle de
la guerra de 1973 de la que él fue en gran parte responsable),
y en las condiciones articuladas por Ben Ami.
Los planes para los palestinos seguían las
directrices marcadas por Moshe Dayan, uno de los líderes
laboristas que más compasivos se mostraba con la situación
palestina. Dayan aconsejó al gabinete de gobierno que
Israel debería dejar muy claro a los refugiados lo siguiente:
"nosotros no tenemos ninguna solución; seguiréis
viviendo como perros... El que quiera puede marcharse, y ya veremos
adónde conduce este proceso". Retado, Dayan respondió
citando a Ben Gurion, que "dijo que quien enfoque el problema
sionista desde postulados morales no es sionista". Podría
haber citado también a Chaim Weizmann, que consideraba
que el destino de los "varios cientos de miles de negratas"
que habitaban en el hogar nacional judío era "un
problema sin importancia".
No sorprende, entonces, que el principio que ha guiado la ocupación
haya sido el de la humillación incesante y degradante,
junto con la práctica de la tortura, el terrorismo, la
destrucción de la propiedad, la expulsión y los
asentamientos, y la apropiación de recursos esenciales,
principalmente el agua. Todo ello ha necesitado, evidentemente,
del firme apoyo estadounidense hasta la era Clinton-Barak incluida.
"El gobierno de Barak ha dejado al ejecutivo de Sharon un
legado sorprendente", afirmaba la prensa israelí
en el momento de la transición: "la cifra más
elevada de proyectos de construcción en los territorios
desde que Ariel Sharon ocupara el cargo de Ministro de la Construcción
y Asentamientos en 1992, antes de los acuerdos de Oslo".
La financiación corría a cargo de los contribuyentes
norteamericanos, engañados por cuentos fantásticos
sobre las "visiones" y la "magnanimidad"
de los líderes norteamericanos, frustrados por terroristas
como Arafat que han perdido "nuestra confianza" y quizás
por algún que otro extremista israelí que ha reaccionado
con algún exceso a los crímenes de los primeros.
'Su futuro y su destino,
en manos de EEUU'
Edward Walker, responsable para la región
designado por el Departamento de Estado durante la era Clinton,
nos explica sucintamente cómo debe actuar Arafat para
ganarse de nuevo nuestra confianza. El taimado Arafat debe anunciar
sin ningún tipo de ambigüedad que pondrá "su
futuro y su destino en manos de EEUU", país que ha
liderado la campaña para socavar los derechos palestinos
durante más de 30 años. Otros comentaristas más
serios reconocen que la "histórica oferta" no
ha venido sino a retomar el Plan Fahd saudí de 1981, plan
que, según se decía insistentemente entonces, fue
socavado por la negativa árabe a aceptar a Israel. Pero
los hechos son, una vez más, bastante diferentes. El plan
de 1981 se vino abajo por la reacción israelí,
que llegó a ser incluso condenada en los principales medios
de comunicación del país y calificada de "histérica".
Simón Peres avisó que el plan Fahd "amenazaba
la propia existencia de Israel". El Presidente Haim Herzog
señalaba acusadoramente a la OLP como la "autora
real" del plan Fahd, denunciando la iniciativa como más
extremista aún que la resolución de enero de 1976
del Consejo de Seguridad que había sido "preparada"
por la OLP cuando el propio Herzog era Embajador de Israel ante
NNUU. Ninguna de estas alegaciones puede ser cierta (a pesar
de que la OLP anunció públicamente su apoyo a ambas
iniciativas), pero son indicativas del desesperado temor que
albergan las palomas israelíes ante un acuerdo político,
eso sí, con el decisivo e incesante apoyo de EEUU.
El principal problema nos lleva nuevamente a Washington, que
de manera persistente ha apoyado el rechazo israelí a
cualquier acuerdo político sobre las bases de un amplio
consenso internacional, que una vez más quedó puesto
de manifiesto en la "histórica oferta de la Liga
Árabe":
El terrorismo israelí promocionado
por EEUU
Las modificaciones que actualmente se producen
en la postura de rechazo de EEUU son de carácter táctico
y menor. Una vez puestos en peligro sus planes para atacar Iraq,
EEUU permitió que NNUU aprobase una resolución
exigiendo la retirada israelí de los territorios que había
invadido "sin retraso", es decir, "lo antes posible",
como explicó a renglón seguido el actual Secretario
de Estado Colin Powell. El terrorismo palestino tiene que acabarse
"de manera inmediata", pero el terrorismo israelí,
muchísimo más extremo y que dura ya 35 años,
puede tomarse su tiempo. Israel intensificó su ofensiva
y Powell dijo que "se alegraba de que el Primer Ministro
diga que está acelerando las operaciones". Se sospecha
que el retraso de Powell a la hora de llegar a Israel se deba
a que de ese modo las operaciones podrían "acelerarse"
aún más. Por razones tácticas, la postura
de EEUU podría volver a cambiar.
EEUU permitió también una resolución
de NNUU en la que se hablaba de una "visión"
de un Estado palestino. Este gesto de bienvenida, que fue muy
bien acogido, ni siquiera le llega a la altura a la Suráfrica
de hace 40 años, cuando el régimen del apartheid
puso en práctica su "visión" de Estados
gobernados por negros que eran, como mínimo, tan legítimos
y viables como la dependencia neocolonial que EEUU e Israel han
venido planeando para los TTOO.
Entretanto, EEUU sigue "promocionando el terror", por
retomar las palabras del Presidente, proporcionando a Israel
los medios para proseguir con el terror y la destrucción,
incluido un nuevo cargamento de helicópteros recién
sacados del arsenal de EEUU, según informaba Robert Fisk
en The Independent el 7 de abril. Es una reacción
normal ante las atrocidades perpetradas por un régimen
clientelar. Por citar tan sólo un ejemplo, en los primeros
días de la actual Intifada, Israel utilizó helicópteros
estadounidenses para atacar objetivos civiles, asesinando a 10
palestinos e hiriendo a 35, acción que es difícil
calificar de "autodefensa". Clinton respondió
con un acuerdo para la "mayor compra de helicópteros
militares por parte del Ejército israelí en esta
década" (Ha´aretz, 3 de octubre de 2001),
junto con la compra de componentes de helicópteros Apache.
La prensa ayudó al negarse a informar sobre estas cuestiones.
Algunas semanas más tarde, Israel empezó a utilizar
estos helicópteros en los asesinatos selectivos. Una de
las primeras medidas adoptadas por la Administración Bush
fue enviar helicópteros Apache Longbow, los más
mortíferos que existen. Medidas que recibieron algunas
líneas de atención marginales en las noticias de
la sección de economía.
El compromiso de Washington con la "promoción del
terror" quedó ilustrado nuevamente en septiembre,
cuando vetó una resolución del Consejo de Seguridad
que exigía la puesta en práctica del Plan Mitchell
y el envío de observadores internacionales que certificasen
la reducción de la violencia (reconocido por consenso
general como el medio más eficaz, con la oposición
de Israel y el bloqueo regular de Washington). El veto se produjo
en un periodo de calma que había durado 21 días
claro que fue un periodo calma en el que solamente fue
asesinado un soldado israelí... junto con 21 palestinos,
incluyendo 11 menores, y en el que se produjeron 16 incursiones
israelíes en áreas bajo control palestino (Graham
Usher, Middle East International, 25 de enero de 2002).
Diez días antes, EEUU boicoteó (y por tanto hizo
fracasar) una conferencia internacional en Ginebra que nuevamente
concluyó que la Cuarta Convención de Ginebra es
aplicable en los Territorios Ocupados. De manera que prácticamente
todas las acciones de EEUU e Israel en los mismos constituyen
una "violación grave" de la convención;
en términos más simples, hablamos de "crímenes
de guerra". La conferencia declaró, de manera específica,
que los asentamientos israelíes financiados por EEUU son
ilegales, y condenó la práctica de los "asesinatos,
torturas, deportaciones ilegales, privación de derechos
elementales y del derecho a juicio, la destrucción masiva
y robo de propiedades... que se llevan a cabo de manera ilegal
y desenfrenada". Como país firmante de la convención,
EEUU tiene la obligación en virtud de su compromiso solemne
de perseguir a los responsables de estos crímenes, incluyendo
a sus propios líderes. Pero de todo esto no se dice nada.
Oficialmente, EEUU no ha retirado su reconocimiento
sobre la aplicabilidad de las Convenciones de Ginebra en los
Territorios Ocupados, ni tampoco ha dejado de referirse a las
violaciones israelíes como las de un "poder ocupante"
(tal y como, por ejemplo, afirmó George Bush I cuando
era embajador ante NNUU). En octubre de 2000, el Consejo de Seguridad
de NNUU reafirmó el consenso existente sobre la cuestión,
"exigiendo a Israel, como potencia ocupante, que cumpla
escrupulosamente con sus obligaciones legales según lo
dispuesto en la Cuarta Convención de Ginebra". La
resolución fue aprobada por 14 votos a 0. Clinton se abstuvo,
supuestamente porque no quería vetar uno de los principios
básicos del derecho humanitario internacional, especialmente
si se tienen en cuenta las circunstancias en que se aprobaron:
el objetivo era tratar como crímenes en el sentido formal
del término las atrocidades perpetradas por los Nazis.
Pero todo esto se fue, una vez más, por el sumidero de
la amnesia... una contribución más a la "promoción
del terror".
Hasta que no se puedan discutir todas estas cuestiones
y se comprendan las implicaciones de las mismas, no tiene ningún
sentido pedir que "EEUU se comprometa con el proceso de
paz", y las perspectivas de que puedan adoptarse acciones
constructivas seguirán siendo bastante negras.

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