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Mundo árabe

 

Sobre terrorismo

Edward W. Said
Profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York)

Artículo publicado en The Guardian con el título de "Los perdedores de los Juegos" el 20 de mayo de 2000. (Traducción de Pablo Carbajosa para Nación Árabe)

"Durante la ceremonia de entrega de los Oscar del pasado mes de marzo, sólo uno de los premios, el correspondiente al mejor documental, se otorgó a una cinta de 1999 que no se había distribuido ni había visto nadie fuera de la Academia, para algunos de cuyos miembros se habían organizado apresuradamente proyecciones especiales. Se trataba de un conjunto de circunstancias poco habituales para un galardón de su importancia.

La película ganadora, Un día de septiembre, se distribuye esta semana [por la tercera de mayo del año 2000]. Dirigida por Kevin McDonald y producida por John Battsek y Arthur Cohn, se trata un relato que a lo largo de 92 minutos cuenta lo que se supone que sucedió pasadas las 4:40 de la madrugada del 5 de septiembre de 1972, cuando un grupo de atletas israelíes participantes en los Juegos Olímpicos de Múnich se convirtió en rehén de ocho palestinos, que capturaron a los desprevenidos deportistas y los mantuvieron cautivos por espacio de 21 horas.

El final de tan severa prueba llegó en el aeropuerto de Múnich, cuando cinco francotiradores alemanes abrieron fuego, provocando un espantoso baño de sangre que comprometió a una policía alemana básicamente sin preparación ni disciplina. Once israelíes resultaron muertos, lo mismo que cinco palestinos (los tres fueron gravemente heridos pero consiguieron sobrevivir y, posteriormente, escapar) y un alemán.

McDonald describe su película como un un nuevo tipo de película de intriga [thriller], aunque tanto su técnica como sus objetivos son convencionales. Al recibir el Óscar, el coproductor, Arthur Cohn, pronunció unas palabras que respaldaban emocionadamente la importancia de su película. En diversas notas de producción y de prensa, los realizadores del documental sostienen que no se han ceñido a ninguna agenda política, pero la ausencia de atención hacia la lucha palestina sugiere otra cosa.

 

Un desastre para la causa

No imagino que pueda encontrarse un palestino que no piense que la aventura de Múnich constituyó un desastre para la causa y el pueblo palestinos, todavía sin Estado bajo la ocupación israelí o como refugiados 28 años después de las Olimpiadas de Múnich, y 52 desde que la mayoría fuera expulsada por fuerzas sionistas. Más de 400 aldeas resultaron destruidas entre 1947 y 1948, un número de víctimas por determinar fue masacrado o desahuciado, y una sociedad entera deshecha de facto para que Israel pudiera llegar a existir.

Aquí reside el trágico nudo del conflicto de Oriente Medio, que se repite a diario en las ciudades y pueblos de Cisjordania y Gaza, mientras los jóvenes se enfrentan a soldados y pobladores israelíes, que representan a un Estado que práctica todavía la demolición de viviendas, la retención de presos, la ocupación de tierras, todo ello mientras sigue en sus trece de negarse oficialmente a reconocer responsabilidad alguna por el daño infligido al pueblo palestino en el pasado o en el presente. Una de las omisiones de los Acuerdos de Oslo estriba en que, gracias a la aquiescencia de Yaser Arafat, los perjuicios de más de tres décadas de ocupación del resto de la Palestina histórica se saldan casualmente sin una sola palabra sobre reparaciones.

Pero la acción de Múnich fue, pese a todo, una pérdida neta, moral, política y militar. No sólo ignoraban quienes la perpetraron con total insensatez lo que supondría una huida temeraria, sino que tampoco estaban preparados para lo que dejaba traslucir. Se produjo una inaceptable pérdida de vidas humanas, se malogró el propósito de que Israel liberase a 200 presos políticos (que era el objetivo declarado de la acción) y, desde entonces, gracias tanto a este incidente como a otros que se le sumaron, la etiqueta de terrorista, ha quedado tan implacablemente adherida a palestino, como para borrar la tragedia de la propia Palestina.

Esa invisibilidad se debe en buena medida a la tenaz molienda de la propaganda política, que es donde encaja Un día de septiembre. Convertir el episodio de Múnich en un nuevo tipo de película de intriga, supone eliminar el relato palestino que le precede (y en cierta forma aclara), si no la estupidez de la atrocidad, sí al menos la desesperación y el horror que lo inspiró y nutrió. En ninguna parte de la película se presta adecuada atención al papel de Israel en la mutilación, bombardeo, expolio y humillación de los palestinos. Es verdad, como nos informa la publicidad de la película, que el último de los ejecutores del hecho que aún vive, el palestino Jamal al-Gashey, fue localizado y entrevistado, pero lo que tiene que decir queda abrumado por los demás relatos, y algunos de sus comentarios figuran abreviados, erróneamente traducidos o reducidos a la mínima y funcional expresión. Lo peor de todo es que se le presenta como si careciera de vida, de historia propia, de la humanidad que sí se permite a los israelíes, cuyos niños, esposas, viudas y amigos aparecen dando abundante testimonio.

Casi iniciada la cinta, se muestran unos 30 segundos de una miscelánea de filmaciones, en su mayoría de multitudes anónimas, que nos cuentan la historia palestina con una mezcolanza banal e incluso mezquina de escenas que representan el expolio y la vida en los campos de refugiados. Se supone que están destinadas a explicar, a Jamal, pero se rebasan rápidamente y no se vuelve a ellas. No dejan ninguna impresión duradera en el espectador, pero le proporcionan a Macdonald una defensa contra la acusación de haberse mostrado parcial.

Sigamos leyendo algo más de las notas de producción de McDonald, que ensalzan incansablemente la originalidad de la película: Lo que yo quería hacer, dice era realizar un documental diferente de cualquier cosa que hubiera visto antes: un documental de intriga, que funcionara como película en el cine. Quería que tuviera un pulso narrativo firme que provocara las emociones del público, al mismo tiempo que investigaba y revelaba de forma detallada los extraordinarios hechos que se escondían tras este acontecimiento.

Pues bien, el caso es que no funciona en ningún plano, a menos que el rasero se sitúe tan abajo que nos permita llamar original, a una historia de sobra conocida, ensamblada con trozos de viejas filmaciones, entrevistas predecibles y groseras falsificaciones que muestran a los palestinos como irreductibles terroristas (si bien inteligentes y manipuladores), a los israelíes valientes, concienzudos, audaces y sufridos desde antiguo, y a los alemanes (con tonos del coronel Klink de la serie televisiva de Hogan´s Heroes) incompetentes, mendaces, chapuceros y sanguinarios.

¿Resulta muy original hacer que desfilen ante nosotros las secuencias de rigor de la Olimpiada de Berlín de 1936, los recordatorios al estilo de Leni Riefenstahl de la grandiosidad y la barbarie nazis, con el acostumbrado icono del rostro de Hitler flotando sobre el conjunto? Se trata por descontado de algo que no podemos olvidar, pero ¿qué hay de original, en minar una película ya sobrecargada ideológicamente como ésta con apuntes que sacan a colación la culpa occidental por causa del sufrimiento judío, a la vez que se perdonan las formas de actuar de Israel? Esto, en un momento en el que un conflicto trágicamente sin resolver entre dos pueblos (a pesar de lo que Macdonald llama el monumental proceso de paz,) se sopesa de modo preponderante a favor de uno de ellos, mientras el otro carece de acceso a los medios de información, de un relato elaborado de su persecución y expolio, de un símbolo admisible, infinitamente reutilizable para su explotación política.

Téngase en cuenta que no se escucha ninguna voz árabe en la película de Macdonald, con la excepción del desafortunado al-Gashey y, algo más tarde, de un libio que no se identifica. No se cita un solo nombre árabe en los títulos de crédito de la película. Ningún niño, ninguna anciana, ningún cuerpo mutilado. Por encima de todo, ningún testigo de la masacre de Deir Yassin, de Qalqilya, de Kufr Kassem, de Sabra o Shatila; o de la expulsión mediante el terror de ciudades como Lydda y Ramleh (dos acciones dirigidas por el difunto Isaac Rabín). El agudo sentido histórico de Macdonald parece haber borrado cualquier recuerdo del hecho de que fueron los militantes sionistas los que introdujeron el terrorismo en Oriente Medio.

Del lado israelí, la película comienza con Ankie Spitzer, una hermosa holandesa, serena y extraordinariamente expresiva, viuda del entrenador del equipo israelí de esgrima; sus comentarios son en todo razonables, humanos, normales, y mueven a identificarse con ella. Se nos muestra a su marido inmolado como amable y de buen talante (ella nos cuenta incluso que sus indicaciones para la esgrima eran lo más opuesto a la agresividad, pues enseñaba a sus alumnos a respetar al contrario). Le vemos sosteniendo a una atractiva pequeña que reaparece al final de la película como una joven melancólica que coloca flores en la tumba de su padre. Parecería imposible deducir a partir de ello que existan miles de viudas palestinas y de niños huérfanos que también han sufrido esa pérdida. No quiero sugerir con esto ninguna equivalencia moral sino tan sólo la necesidad de presentar la dimensión palestina, que esta película borra de cada uno de sus fotogramas.

 

Causas y efectos del terror

La película martillea de continuo que se trata de terroristas, terroristas y terroristas: la palabra reaparece en multitud de ocasiones siguiendo la mejor tradición israelí de denominar a todo acto de resistencia árabe, hasta de resistencia a la ocupación militar, terrorismo,. Al igual que en la jerga oficial israelí, todo lo que los palestinos han hecho por resistirse a su opresión termina por caer en ese término. Para rematarlo, un antiguo jefe del Mossad, Zvi Zamir, figura como busto parlante en la cinta, equiparando el juicio moral con lo que la publicidad de la película llama la visión oficial israelí,.

Los otros chicos caídos en desgracia son los alemanes, que siguen siendo irredimibles lo mismo por su pasado que por su presente. Zamir y los suyos se colocan al margen para sugerir vilmente que ellos lo habrían hecho bastante mejor: que no negocian con terroristas (los alemanes lo hicieron, con impotencia); que son por lo menos competentes cuando se trata de matar de forma eficaz y que habrían sabido cómo situar a los francotiradores, asaltar el avión, etc. Cabía haber esperado que casi treinta años después, la película de Macdonald hubiese examinado como mínimo la retórica israelí.

Israel siempre ha mantenido a los presos palestinos sometidos a tortura, pero sin juicio ni apelación real. Durante una época, se adoptaron sin cambios las reglamentaciones defensivas de emergencia, utilizadas primero por las autoridades del Mandato británico (hasta 1948). Más tarde, con posterioridad a 1967, se pusieron en práctica una serie más compleja de leyes de ocupación,, tal como las denomina el jurista palestino Raja Shehadeh. Cientos de palestinos permanecen prisioneros de Israel por cargos que equiparan la resistencia a la ocupación israelí al terrorismo. Docenas, sino cientos, de miles de palestinos han pasado por las cárceles israelíes; muchos de estos hombres y mujeres han sido retenidos como forma de extraerles información, para obligarles a trabajar como colaboradores e informadores, y con el fin de conseguir que sus familias prometieran facilitar las tareas de ocupación israelí.

Desde 1982, Israel ha mantenido la prisión de Jiam, en la zona que ocupa ilegalmente en el sur del Líbano con el propósito expreso de mantener detenidos a ciudadanos libaneses que luchan legítimamente en contra de la ocupación de su tierra. Y el gobierno israelí ha admitido abiertamente que ha secuestrado a muchos ciudadanos libaneses (incluyendo al jeque Obaid de Hizbolah) y los mantiene como rehenes civiles, mientras no se verifique el retorno de dos israelíes prisioneros en el Líbano. Todo esto se lleva a cabo en nombre del rechazo a negociar con el terrorismo,.

Sin negar que se han producido atentados con bombas contra ciudadanos israelíes, rotundamente condenados por todo el mundo, no existe sin embargo un conjunto comparable de acciones sistemáticas (por oposición a las esporádicas) del lado palestino contra los israelíes. No he mencionado siquiera el bombardeo por parte de Israel de campos de refugiados, hospitales y escuelas, el asesinato desenfrenado de prisioneros de guerra, la destrucción de viviendas, olivos, tierras fértiles de cultivo y campos de beduinos. Tampoco he aludido a los asesinatos "terrorismo de Estado con otro nombre" que se permitía Israel antes, desde y después de Munich; la muerte en Beirut de tres dirigentes de la OLP mientras dormían, el asesinato de otra docena al menos de personalidades palestinas, además de bombas-trampa, disparos a quemarropa y coches-bomba. Uno de los actos más horrendos fue el asesinato en Beirut de Ghassan Kanafani, un militante del Frente Popular que era también uno de los escritores más dotados del mundo árabe. Esta atrocidad ocurrió antes de Munich, no como resultado de ello.

En ese contexto empapado de sangre es en el que McDonald reafirma la negativa de Israel a negociar con los terroristas, como si se tratase de la prístina declaración de un boy scout moralmente irreprochable (resulta especialmente estúpido permitir a la incomparable Golda Meir pronunciar esas fatuidades: sólo tres años antes Meir había afirmado que no existía el pueblo palestino). ¿Por qué no analizar retrospectivamente una política que, en su insensible hipocresía, siempre terminaba por convertir en normal la inmoral inflexibilidad de Israel para con sus víctimas? A pesar de todas mis reservas con respecto a ellos, los palestinos dejaron absolutamente claro que buscaban la liberación de los presos y no provocar ninguna matanza. A buen seguro, la política de dureza y machadas de Israel, su indiferencia al sufrimiento árabe así como su jactanciosa belicosidad han causado más daño que beneficio. ¿No cabría esperar que un nuevo tipo de película de intriga, pudiera acercarse de modo crítico a esa política, en lugar de respaldarla sin pensárselo dos veces?

Un día de septiembre es mal cine lleno de lugares comunes, mala política y mala reflexión. Como historia carece de categoría. Es como si no hubiera sucedido nada antes o después de 1972. Hasta la banda sonora con música de la época, de Led Zeppelin a Philip Glass, trivializa lo que vemos en la pantalla: lerda y despreocupada, irrelevante e inapropiada, y disonante de principio a fin.

Esta película, al construir un relato simplificado e ideologizado al mejor (o al peor) estilo de información como si usted estuviera allí, de la CNN, condena al espectador a revivir la experiencia sin aprender nada nuevo ni comprender nada mejor. Lo que sí espero que pueda sobrevivir de su narración sensiblera y pagada de sí misma es la sensación de que el chovinismo israelí clásico de estirpe oficialista no resulta muy efectivo en el año 2000.

A Dios gracias, ya se han producido hoy cambios tanto entre los palestinos como entre los israelíes "con el resurgimiento de la idea binacional o el papel positivo de los nuevos historiadores palestinos e israelíes" que cuentan una historia distinta, más esperanzada e ilustrada. Sin embargo, tenemos que contar con el lastre de las falsas representaciones anacrónicas de un pasado común y lamentable que continúan envenenándonos en películas como Un día de septiembre".