Normalización árabe-israelí
y globalización capitalista en Oriente Medio
Jordania y la estrategia sionista en el Mundo Árabe
Ibrahim Alloush*
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
La estrategia de desintegración
que se está poniendo en práctica en Oriente Medio
se ha convertido en una cuestión de la máxima actualidad
a causa de dos factores interrelacionados que se entrecruzan
y refuerzan mutuamente en sus causas y efectos. El primero de
ellos está relacionado con el interés general del
sionismo, mientras que el segundo tiene relación con la
globalización.
En lo que respecta al primer factor, tiene su origen en una realidad
objetiva por la cual la seguridad real de Israel no puede darse
a largo plazo si no se destruye la identidad árabo-islámica
regional o si siguen existiendo en la región Estados o
entidades árabes relativamente grandes. La seguridad real
del Estado sionista requiere la transformación de la identidad
civilizacional de la región en una identidad medio-oriental,
así como la transformación de sus estructuras
políticas y sociales en un mosaico localista y dividido
en reinos de taifas particulares. Por ello, la seguridad del
Estado sionista a largo plazo requiere la puesta en práctica
de un proyecto de desintegración con el objeto de crear
un vacío regional que permita a la entidad sionista jugar
en el terreno político, económico, cultural, y
de la seguridad el papel de poder imperial que tanto desea para
sí.
Por otro lado, el proyecto sionista de desintegración
coincide con el proyecto de globalizaciób capitalista,
cuyos límites vienen impuestos por la multinacionales
y las instituciones internacionales, caso del Banco Mundial o
el FMI y la OMC. Las manifestaciones más evidentes en
el terreno político del proceso de globalización
se observan en el debilitamiento de la soberanía nacional
de todos los países, así como el debilitamiento
generalizado de los países del Tercer Mundo. Está
claro que los fervorosos llamamientos a favor de la libertad
ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios,
y del capital, no son en esencia más que llamamientos
contra las limitaciones impuestas por diversas naciones sobre
el comercio, la explotación de los recursos o los medios
de comunicación.
En su edición del 19 de noviembre de 2001, el Washington
Times aseguraba que el rey Abdallah II [de Jordania] había
iniciado una misión de paz secreta que tendría
como objetivo obtener garantías públicas de un
buen número de regímenes árabes en el sentido
de que Israel sería aceptado como un país más
en la región y se integraría en la misma. Por su
parte, el presidente Bush se comprometió a apoyar la iniciativa,
pero únicamente en caso de que tuviera éxito. El
objetivo de la iniciativa en cuestión sería obtener
una declaración oficial en la que todos los países
árabes se comprometerían a "reconocer y favorecer
la integración" [de Israel en la región],
así como de que ofrecerían garantías de
seguridad colectiva al Estado sionista, desde el Norte de África
al Golfo.
El propio Washington Times añadía, en
otra noticia publicada desde Londres, que la postura adoptada
por el monarca [jordano] en lo tocante al conflicto en Oriente
Medio en el transcurso de una entrevista radiofónica emitida
durante su visita al Reino Unido, se diferenciaba de la acostumbrada
postura defendida por otros dirigentes árabes que habían
multiplicado sus críticas contra Israel, como por ejemplo
el presidente [egipcio] Hosni Mubarak. Igualmente, se destacaba
el hecho de que la postura del monarca jordano se distanciara
de quienes postulan que la solución del problema del terrorismo
mundial pasa en primer lugar por una resolución del conflicto
árabe-israelí, todo ello "a pesar de que los
terroristas se aprovechan de este conflicto como pretexto para
cometer sus crímenes", según afirmó
el monarca jordano, Abdallah II.
El mismo periódico aseguraba que el rey Abdallah se
hallaba lejos de la acostumbrada creencia árabe de que
Israel es la única responsable de la crítica situación
actual, al afirmar que "debemos abandonar la violencia contra
nuestros vecinos", o que el Estado palestino únicamente
se creará cuando Israel reciba las garantías oficiales
necesarias desde el lado árabe, y que "este compromiso
aún no se ha cumplido en su totalidad"; o que el
anuncio de las mencionadas garantías por parte árabe
deberá establecer las bases sobre las que se asienten
la seguridad e integración de Israel en la zona. Añadía
a continuación el periódico que la idea de la integración
de Israel en la región sigue siendo tabú para la
mayor parte de países árabes, incluso para aquellos
que han firmado acuerdos de paz [con Israel], como es el caso
de Egipto. El diario aseguraba que existían indicaciones
de que la oposición más significativa a la idea
del "reconocimiento y la integración" israelíes
proviene de Siria e Iraq.
¿Qué significado tienen las garantías
de seguridad árabes hacia el Estado sionista en un momento
en el que este último disfruta de una superioridad militar,
económica, política, y mediática sobre los
países árabes, con su armamento nuclear, o con
la influencia del movimiento sionista mundial? ¿Quién
amenaza a quién? ¿Quién ocupa las tierras
de quién? ¿Quién asesina y desahucia?
A pesar de todo esto, la obsesión por la seguridad
domina el pensamiento político sionista, así como
la política occidental para la región. Por ejemplo,
todo candidato a la presidencia en EEUU se compromete en su programa
electoral a [mantener] la seguridad del Estado de Israel para
poder seguir en la carrera presidencial. La seguridad no se entiende
en su significado limitado, es decir, en el sentido del mantenimiento
de la seguridad personal para los ciudadanos que viven en el
Estado sionista en caso de que se produzca un atentado u otro
tipo de operaciones (pese a su importancia), sino en un sentido
estratégico: ese es el significado verdadero de la palabra
"seguridad".
Por ello, a pesar de la superioridad estratégica cualitativa
del Estado sionista frente a los países árabes
a corto plazo (superioridad entendida en el sentido tradicional
del término), y teniendo en cuenta los elementos constitutivos
de su fuerza tecnológica, económica, militar, y
política, todo ello no es suficiente para garantizar la
seguridad [de Israel] a largo plazo, si entendemos el término
"seguridad" como la capacidad del proyecto sionista
de vivir en un entorno que le es extraño cultural, política,
e históricamente, independientemente de los instrumentos
de respiración asistida que le proporcionan los
países occidentales. En este contexto, la superioridad
sionista no nace de sí misma, sino que proviene del exterior.
Por consiguiente, la capacidad del proyecto sionista de seguir
adelante está directamente relacionada con su capacidad
para cambiar el entorno que le rodea, es decir, para transformar
el entorno árabe de un modo que permita al proyecto sionista
llevar una vida independiente. De ahí la relación
existente entre el concepto sionista de "seguridad"
y el concepto de "integración regional" mencionado
con anterioridad. El proyecto sionista es como un pez de agua
dulce para el que el colonialismo hubiera pretendido una vida
en un ambiente salado, en este caso un entorno árabe:
un recipiente artificial. De manera que, caso de que dicho entorno
fuera incapaz de expulsar al pez de agua dulce y de que el pez
quisiera imponer su presencia en el entorno y alimentarse a costa
del mismo, debería entonces cambiar la naturaleza propia
del ambiente, rebajando su nivel de salinidad, y exterminando
a los peces más grandes que viven allí para gobernar.
La seguridad que verdaderamente pretende conseguir el proyecto
sionista no existe pues sin dos cosas:
1) La extinción de la identidad civilizacional de la
región y su transformación de identidad árabe
en una identidad medio-oriental. El Estado sionista será
siempre una entidad extraña en el entorno árabo-islámico,
pero podría sin embargo naturalizarse en un Oriente Medio
con menos sales árabes e islámicas.
2) Acabar con los grandes Estados árabes del entorno,
con el objetivo de eliminar los obstáculos existentes
en la zona, siendo indudablemente Egipto, Siria, y Arabia Saudí
los principales países árabes de los que hablamos,
por ser los países que dirigen el proceso de toma de decisiones
árabes a nivel oficial desde la segunda Guerra del Golfo..
El mapa del "Nuevo Orden Regional" es un viejo trazado
norteamericano-sionista, cuya existencia se intuye ya en varios
documentos, como por ejemplo en un documento traducido del hebreo
al inglés por el profesor de química Israel Shahak
en 1982 en la revista Kfanim (Tendencias). El documento
refleja la postura oficial de la Organización Sionista
Mundial (OSM). En dicho documento se habla de la necesidad de
dividir a los países árabes grandes (como por ejemplo
Egipto, Siria, Iraq, o Arabia Saudí), y del establecimiento
de un Estado que sustituya a la actual Jordania. En dicha estrategia,
la idea de la disgregación [de los Estados árabes]
se sostendría sobre la explosión de luchas intestinas
entre diversas facciones y etnias, o avivando las disputas regionales
como es el caso de Jordania.
Lo cierto es que dicho documento y otros similares sustentan
la conclusión más lógica que cabe extraer
[de los mismos], a saber: que las políticas norteamericana
y sionista tienen como objetivo explotar el chovinismo y las
tendencias localistas de nuestros países, como se ha evidenciado
en el modo en que el Congreso norteamericano ha actuado en relación
con la cuestión copta en Egipto, o el modo en que la cuestión
kurda ha influido a la hora de tratar con Iraq, pero no con Turquía.
Disgregación y globalización
La estrategia de desintegración que se está
poniendo en práctica en nuestros países se ha convertido
en una cuestión de la máxima actualidad a causa
de dos factores interrelacionados que se entrecruzan y refuerzan
mutuamente en sus causas y efectos. El primero de ellos está
relacionado con el interés general del sionismo, mientras
que el segundo tiene relación con la globalización.
En lo que respecta al primer factor, tiene su origen en una
realidad objetiva por la cual la seguridad real del Estado [sionista]
no puede darse a largo plazo si no se destruye la identidad árabo-islámica
regional o si siguen existiendo en la región Estados o
entidades árabes relativamente grandes. La seguridad real
del Estado sionista requiere la transformación de la identidad
civilizacional de la región en una identidad medio-oriental,
así como la transformación de sus estructuras políticas
y sociales en un mosaico localista y dividido en reinos de taifas
particulares. Si la tierra sigue siendo árabe,
entonces no hay sitio para una entidad llamada "Israel"
en ella. Pero si la identidad regional se transforma en medio-oriental,
la presencia anómala de Israel en la misma se normalizaría.
Por ello, la seguridad del Estado sionista a largo plazo requiere
la puesta en práctica de un proyecto de desintegración
con el objeto de crear un vacío regional que permita a
la entidad sionista jugar en el terreno político, económico,
cultural, y de la seguridad el papel [de poder] imperial que
tanto desea para sí, así como un entorno natural
en el que Israel pueda crecer con fuerza y vitalidad por medio
de la transformación de lo que es una amenaza tolerable
en un entorno en el que pueda vivir.
Por otro lado, el proyecto sionista de desintegración
coincide con el proyecto de globalización [capitalista],
cuyos límites vienen impuestos por la multinacionales
y las instituciones internacionales, caso del Banco Mundial o
el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial
del Comercio. Las manifestaciones más evidentes en el
terreno político del proceso de globalización se
observan en el debilitamiento de la soberanía nacional
de todos los países, así como el debilitamiento
generalizado de los países del Tercer Mundo. Está
claro que los fervorosos llamamientos a favor de la libertad
ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios,
y del capital, no son en esencia más que llamamientos
contra las limitaciones impuestas por diversas naciones sobre
el comercio, la explotación [de los recursos] o los medios
de comunicación. Igualmente, es evidente que los ataques
ideológicos que han lanzado los vendedores de la globalización
contra los Estados nacionalistas y sus proyectos, conducirán
(caso de tener éxito) a la prominencia de dos tendencias
fragmentarias en los países del Tercer Mundo, puesto que
las entidades nacionales en cuestión han iniciado el proceso
de globalización desde una posición considerablemente
más débil que sus vecinos occidentales.
La primera de dichas tendencias fragmentarias es una corriente
supranacional que exige la construcción de un proceso
de globalización total bajo el discurso generalista de
"lo humanitario", como por ejemplo es el caso de los
derechos humanos, la equidad en el comercio exterior, de [la
explotación de] los recursos extranjeros, etc. En cuanto
a la segunda de las tendencias mencionadas (que necesariamente
contribuirá a que se acentúe la debilidad de los
Estados nacionales y el sentimiento de pertenencia nacionalista
sobre la cual se sustentan dichos Estados), se trata de una tendencia
carente de identidad nacional, lo cual necesariamente se traduce
en el desarrollo de tendencias localistas y etnicistas; de ahí
la observación anteriormente apuntada sobre el hecho de
que el plan sionista de disgregación del Mundo Árabe
en entidades más pequeñas guarda relación
con las manifestaciones políticas de la globalización
en los países del Tercer Mundo y de que los intereses
de las empresas multinacionales exigen el debilitamiento de la
soberanía nacional en términos generales, y muy
especialmente de la soberanía en los países del
Tercer Mundo, todo ello con el objetivo de la adquisición
de materias primas, mano de obra barata, y de tener a su disposición
mercados sin ningún tipo de limitación.
En este proceso histórico, los países árabes
acudieron a la Conferencia [de Paz árabe-israelí]
de Madrid [de 1991] dando forma, tanto de palabra como activamente,
al eslogan de "La paz como opción estratégica".
La toma de decisiones políticas sigue estando en el entorno
árabe dominada por las opciones de los países que
firmaron la Declaración de Damasco [1]: Siria, Egipto, y Arabia Saudí.
A comienzos de los noventa, estos países se apresuraron
(aunque en diversos grados) a dar los primeros pasos en el camino
de las negociaciones y la normalización, un proceso que
fue tomando forma en diversas conferencias económicas
medio-orientales que tuvieron lugar en Amán, El Cairo,
y Casablanca. Todas estas condiciones favorables prepararon el
terreno político que conduciría a la firma de los
Acuerdos de Oslo y Wadi Araba [2],
así como de otros pasos hacia la normalización
entre el sionismo y los países del Magreb árabe
o los países del Golfo. Al tiempo que se completaba la
construcción de este nuevo aperturismo con Israel, se
consolidaba el embargo contra Iraq. El embargo, como es sabido,
es un embargo mantenido oficialmente en el ámbito árabe
e islámico. Si los ejes sustentantes del mismo en el sistema
árabe quisieran, el embargo ya se habría levantado,
como de hecho hicieron los países africanos en el caso
del embargo contra Libia. Pero la decisión adoptada por
el mundo árabe era, y sigue siendo, favorable al mantenimiento
del embargo contra Iraq, a pesar de que el embargo debilita incluso
a quienes pretenden negociar con Israel.
Lo importante es que a mediados de los noventa los países
árabes se dieron cuenta de que el proyecto de paz israelí
era una especie de prolegómeno previo a la realización
de un proyecto sionista hegemónico, todo ello a la sombra
de lo que se dio en llamar el "Nuevo Orden Regional".
Los países árabes descubrieron que lo que se les
pedía era que se quedaran al margen y abandonaran su papel
regional para dar paso a la imposición de las condiciones
sionistas. Egipto se apercibió de este proyecto de desintegración,
y la prensa del país empezó a prestar más
atención a la cuestión. Con la llegada de Netanyahu
al gobierno en calidad de primer ministro en Israel y la adopción
por parte de la Administración Clinton del plan sionista
en su totalidad, los Estados regionales árabes se encontraron
de repente en el brete de tener que adoptar una postura defensiva,
viéndose obligados a adoptar una serie de medidas preventivas.
Se detuvo entonces la marcha del proceso normalizador y se adoptaron
posturas defensivas más fuertes en las negociaciones con
Israel así como frente a la política norteamericana
en la región, pese a que todo ello ocurrió dentro
de unos límites muy bien pensados, con el objetivo de
mejorar las condiciones de la relación con el bando norteamericano-israelí
y llegar a una situación de mayor comodidad con el proyecto
[israelí-norteamericano], incluso para encontrar un mejor
acomodo al mismo.
Esta contradicción de intereses entre los países
árabes por un lado, y la política norteamericana
y sionista por otro, crearon un espacio vital muy amplio para
que se produjera una revitalización de las fuerzas opuestas
al sionismo en el ámbito popular en la región,
con el Hizbollah libanés a la cabeza, o el movimiento
anti-normalización en Jordania, Egipto, y el mundo árabe
en general [3].
Igualmente, tras el fin de la segunda Guerra del Golfo, los líderes
del mundo árabe comenzaron a frenar el proceso de normalización
que podían llevar a cabo los países árabes
más pequeños. Reflejo de todo ello fue, por ejemplo,
el fracaso de la cuarta cumbre económica medio-oriental
celebrada en Doha. Igualmente, la victoria en el sur de Líbano
[sobre Israel] no hubiera sido posible de no haber contado con
el apoyo oficial de Siria, Egipto, y Arabia Saudí. La
fuerza de oposición a la penetración israelí
pudo aprovecharse de esta contradicción de intereses entre
los países árabes y el frente sionista-norteamericano,
que pretende seguir desarrollando su proyecto por medio de la
fragmentación y que debe empezar a dejar al margen a los
países árabes más importantes en la zona.
Pero lo anterior no debe arrastrarnos a hacer falsas conjeturas.
Aún con todo, estos países utilizan la cuestión
de la resistencia frente a la normalización únicamente
como un elemento táctico dentro del contexto de su limitado
enfrentamiento con el proyecto [sionista], para no ser derrocados.
Si estos países fueran una vía principal para la
transformación del equilibrio de fuerzas con Israel, romperían
entonces el embargo que se mantiene contra Iraq en un momento
en el que Iraq está siendo presionado para que acepte
la naturalización y nacionalización de [refugiados]
palestinos [4].
Por esta razón, los países árabes que
lideran el sistema han hecho fracasar el proyecto de desintegración
que conduciría a la ruptura del embargo contra Iraq; las
propias especulaciones sobre los intereses regionales que hacen
que, por ejemplo, Qatar desee un debilitamiento de la presión
de la hegemonía saudí en el Golfo, son precisamente
las que siguen haciendo obligatorio el mantenimiento del embargo
oficial árabe contra Iraq, aún cuando las últimas
acciones de Sharon y el soporte que le brinda EEUU hayan abierto
horizontes más amplios que permitan un tímido avance
hacia el debilitamiento del embargo contra Iraq. Es cierto que
Egipto y Siria son copartícipes de la obstinación
demostrada por el Estado argelino de marcar distancias frente
al mantenimiento del embargo (si bien el honor le corresponde
inicialmente al pueblo argelino). Pero por lo que respecta a
la resistencia formal frente al mencionado proyecto (aunque solo
fuera por razones tácticas), ha de comenzar por la ruptura
inmediata del embargo contra Iraq, particularmente cuando se
está volviendo a poner sobre la mesa el proyecto de desintegración
de Iraq según declaraciones de algunos responsables occidentales
y sionistas.
El proyecto de construcción de un Estado palestino
independiente no se opone necesariamente al proyecto de ese Nuevo
Oriente Medio siempre que esto ocurra sobre la base de la integración
del Estado sionista en el entorno árabe y no sobre las
bases de una evacuación [militar] incondicional sionista
de Gaza y Cisjordania, cuestión ésta que constituye
el principal objetivo de la segunda Intifada. Dentro del contexto
de ese Nuevo Oriente Medio, un Estado palestino se convertiría
simplemente en parte integrante del mosaico regional y sería
un terreno propicio para el avance de la penetración sionista
en la zona. En este contexto, es evidente que los Acuerdos de
Oslo entre palestinos e israelíes incluyen toda una serie
de artículos relativos al libre acceso del Estado sionista
a los mercados árabes. Lo mismo se evidencia en las declaraciones
del embajador israelí en Amán, David Dadon, según
recoje la agencia France Press el pasado 26 de octubre
de 2001: "Solamente el día en que se cree un Estado
palestino independiente dicha soberanía abrirá
las mentes y los corazones de todos los pueblos árabes
para que concedan legitimidad al derecho del pueblo judío
a tener un Estado propio (). Si queremos gozar de legitimidad,
entonces tenemos que reconocer que tal legitimidad va pareja
a la creación de un Estado palestino".
La derecha israelí, representada por el Likud, a causa
de sus estrechas miras en lo político y de un paroxismo
bíblico que le ha llevado a creer que el control directo
sobre trozos de algunos barrios habitados en Hebrón (Cisjordania)
tiene más importancia incluso que el avance del proyecto
medio-oriental en el plano vital, sigue chocando no ya con el
Partido Laborista y otros, sino con las elites gobernantes en
Occidente, a quienes también les interesa que el proyecto
sionista avance hacia una etapa más defensiva.
Consecuentemente, las convulsiones de la derecha [israelí]
y su insistencia por mantener las viejas fórmulas del
proyecto sionista (es decir, otorgar la primacía al ejercicio
de la soberanía directa sobre la tierra frente al sacrificio
de algunos territorios con el objetivo de mantener el control
político, cultural y económico en su entorno vital),
han empezado a ser un obstáculo para el propio proyecto
medio-oriental. El populismo de la derecha se alimenta de los
votos de electores sionistas que por un lado se pavonean y presumen
de su fuerza, y por otro muestran su temor por la seguridad entendida
exclusivamente en sentido individual, y no en sentido estratégico.
En consecuencia, la escalada de atentados suicidas y de operaciones
militares en Palestina contribuirá a debilitar el arranque
del proyecto medio-oriental. Este punto explica la tajante insistencia
europea y norteamericana sobre la necesidad de que Arafat adopte
medidas definitivas para que se detengan las operaciones militares
cada vez que se produce una escalada [violenta], antes de que
se reinicie cualquier tipo de negociación.
Jordania y el proyecto medio-oriental
No podemos ver la estrategia sionista respecto a Jordania
como una cuestión aislada del entorno árabe general,
o de lo que Israel considera su entorno vital. El documento de
Kfunim anteriormente mencionado afirma, en lo tocante
a Jordania, lo siguiente:
"Jordania constituye un objetivo estratégico
inmediato a corto plazo, no a largo plazo. Jordania no representa
un peligro serio a largo plazo, después de su desintegración
y de que se transfiera el poder a los palestinos. No existe ninguna
posibilidad de que Jordania siga manteniendo su composición
actual durante mucho tiempo. La política de Israel, en
la guerra y en la paz, debe conducir a la eliminación
del sistema jordano actual y la transferencia del poder hacia
la mayoría palestina [que vive en Jordania]. La transformación
del sistema en la otra orilla del Jordán [Transjordania]
solucionaría el problema de las áreas superpobladas
en Cisjordania, que tendrían Jordania a su disposición,
mientras que Cisjordania quedaría a disposición
de la población judía. Habría entonces un
nivel de paz y de convivencia verdaderas, pero solamente cuando
los árabes comprendan que, sin un gobierno judío
entre el Mediterráneo y el Jordán, no tendrán
seguridad ni podrán vivir [en paz]; si quieren un Estado
y si quieren seguridad, lo tendrán únicamente en
Jordania".
La cuestión de la que nadie habla es que ese tropiezo
que en última instancia se ha dado en llamar proceso de
paz, parcialmente tiene su origen en la imposibilidad de llevar
a cabo el proyecto de disgregación por el que inicialmente
había apostado el sionismo. Dicho proyecto, presentado
ocasionalmente bajo la etiqueta de un Nuevo Oriente Medio, es
el proyecto de la paz verdadera por lo que al sionismo respecta.
Un proyecto que seguirá representando un peligro emergente
reforzado por las presiones de la globalización.
A pesar de todo, el sistema jordano considera que uno de los
logros políticos más importantes consecuencia de
la firma del tratado de Wadi Araba fue la declaración
oficial israelí de que "Jordania no es Palestina";
es decir, el compromiso de que Israel abandonaría el proyecto
de establecer un Estado palestino en Jordania. Pero, aún
cuando quisiéramos pasar por alto la cuestión de
la credibilidad de los compromisos contraídos a nivel
estatal en general, y aún cuando el Estado sionista se
haya comprometido mediante una serie de acuerdos concretos, teniendo
en cuenta que los estados están comprometidos con sus
intereses estratégicos y no con lo que prometen, la principal
duda que le queda a uno sobre si creer o no la promesa sionista
surge de la contradicción existente entre la realidad
de lo que se ha dado en llamar una "operación de
reajuste" y la determinación (dentro de esta operación)
con la que los bandos sionista y norteamericano pretenden resolver
la cuestión de los refugiados. Cabe observar en este punto
que los acuerdos de Wadi Araba dejaron la cuestión de
los refugiados sin resolver, posponiendo la cuestión para
negociaciones posteriores. Es decir, que se dejó la puerta
abierta para la naturalización y nacionalización
de los refugiados [palestinos] en Jordania, y en consecuencia
para el establecimiento de un Estado palestino en Jordania.
Lo cierto es que el mero reconocimiento del Estado de Israel
-tal y como afirmaba el embajador israelí Dadon en las
declaraciones citadas- y del proyecto del colonialismo sionista
en Palestina, dejaría sin solución el problema
de los refugiados palestinos, especialmente teniendo en cuenta
que existe una especie de consenso desde la posición sionista
al respecto y de que el equilibrio de fuerzas no obligará
al movimiento sionista a admitir el derecho al retorno más
que de un modo formal. Más bien al contrario: el debate
dentro del propio sionismo sigue girando alrededor de las posibles
vías de librarse de los árabes que aún viven
entre ellos. En esencia, se trata de proponer toda una serie
de opciones para solucionar el problema de los refugiados, a
la cabeza de las cuales se encontraría el proyecto de
su naturalización. Sin embargo, la naturalización,
en un país como Jordania, dejaría abierta las puertas
a la creación de un Estado alternativo [al actual], al
tiempo que estallarían toda una serie de tensiones regionales
que amenazarían la seguridad y la estabilidad de los sistemas
y estados de la región. Líbano insiste en rechazar
la naturalización por razones similares a las expuestas,
pese a que la presión es menor que en Jordania debido
al aumento de la proporción de palestinos que residen
en Jordania comparado con el Líbano [5].
El proyecto de naturalización-normalización-segmentación
como un todo interrelacionado constituye, por lo tanto, el cuerpo
de los que denominamos el proyecto medio-oriental. Esta es la
forma que necesariamente adoptará el proyecto de reajuste
mencionado, teniendo en cuenta el equilibrio de fuerzas actual.
De todo lo anterior se deduce que la concesión desde todo
el entorno árabe de garantías de seguridad a Israel
y el proceso de "integración" del Estado sionista
dentro de la región, representan un peligro para todos
los países y habitantes de la región y muy especialmente
para Jordania, con o sin un Estado palestino. Igualmente, una
de las condiciones para que el proyecto de "integración"
tenga éxito es exportar el problema de los refugiados
palestinos hacia los países árabes, cuestión
que hace temblar a la estabilidad del sistema jordano más
que ninguna otra.
A pesar de todo, resulta que Jordania se convirtió
en la anfitriona de un congreso semi-secreto en el hotel Moven
Pick (situado a orillas del Mar Muerto) sobre la cuestión
de los refugiados, según publicaba la revista al-Usbu'
al-Arabi el 3 de abril de 2000. En el encuentro participaron
cuarenta representantes de 12 países diferentes (entre
ellos Egipto, Jordania, Japón, EEUU, Suecia, Suiza, Francia,
India, Holanda, Israel y la Autoridad Palestina). El congreso
tenía por nombre "La dimensión humanitaria
del problema de los refugiados". Los participantes sionistas
enfatizaron la necesidad de que "la cuestión se mantuviera
estrictamente dentro de los límites humanitarios".
De ahí que hicieran hincapié en la "situación
humanitaria de los refugiados palestinos en Líbano"
y su predisposición a participar en las iniciativas que
promuevan una mejora de su situación. Situar la cuestión
de los refugiados exclusivamente dentro de su dimensión
humanitaria no equivale sino a imponer el proyecto sionista,
cuya base es la naturalización [de los refugiados] en
lugar del retorno. ¿Qué significado tiene la celebración
en Jordania de un congreso únicamente bajo presupuestos
humanitarios, más que el hecho de rendir pleitesía
a dicho proyecto, aún cuando algunos de los artículos
que se presentaron a lo largo del congreso no iban en esa dirección
precisamente?
Por lo que respecta a la economía, la visión
norteamericana con respecto a Jordania es clara: ser un espacio
propicio para el avance del rodillo israelí y las
multinacionales frente a los países árabes vecinos.
Para confirmar la aseveración anterior, traduciré
a continuación una parte de un informe de la Embajada
norteamericana en Amán dirigido a empresas norteamericanas
distribuidas por todo el planeta, que versa sobre la actual situación
económica de Jordania y las oportunidades de inversión
en el país. El informe está disponible para cualquiera
en desee leerlo en la página web de la Embajada
norteamericana en Amán, bajo el título de "Guía
comercial por países: Jordania" (Commercial Country
Guide: Jordan). El informe se publica con carácter
anual. Me remitiré sin embargo al informe de 1998 porque
contiene toda una serie de informaciones relevantes que no están
presentes en los informes elaborados posteriormente, en lo concerniente
a la estrategia general que las empresas norteamericanas han
de seguir en Jordania. El mencionado informe afirma en la página
número 2 que las oportunidades existentes para las empresas
norteamericanas en Jordania se dividen como se expone a continuación:
1. Construcción y puesta en marcha de estaciones generadoras
de energía.
2. Perforaciones de pozos de petróleo y gas natural y
extracción de minerales.
3. Extracción de oro y uranio.
4. Construcción y puesta en funcionamiento de redes de
telecomunicaciones.
5. Establecimiento de una segunda red de telefonía móvil.
6. Desarrollo del puerto industrial de Aqaba.
7. Construcción y puesta en funcionamiento de una línea
de ferrocarril entre Amman y Zarqa.
8. Ampliación y puesta en funcionamiento de una vía
de ferrocarril entre Aqaba y al-Shaydiyyah.
9. Construcción de un aeropuerto en la zona de Aqaba-Eilat.
El informe menciona también tres campos abiertos para
la expansión financiera en Jordania: los mercados bursátiles
y el comercio a través de [la compra de] acciones, bonos
del tesoro, y otros productos financieros. Todo ello se inserta
dentro de un movimiento de capitales de extensión limitada
que no dependa de una labor productiva palpable. Igualmente,
el informe de la Embajada norteamericana considera los diferentes
sectores industriales de Jordania, desde las empresas de alimentación
hasta las farmacéuticas, pasando por la industria textil
y otras, como espacios ilimitados ideales para la introducción
de productos norteamericanos en Jordania.
Podríamos hablar largo y tendido de la estrategia de
explotación directa [de los recursos] en Jordania tal
y como se detalla en la propuesta de la Embajada norteamericana,
y sobre todo del hecho de que las diversas vías adoptadas
por esta explotación desembocan todas ellas en la explotación
de los recursos naturales jordanos (¡fíjense si
no en la referencia que se hace al uranio!). Por lo que respecta
al desarrollo de una red de telecomunicaciones, dicha red jugaría
un papel muy importante a la hora de facilitar el movimiento
de obtención de recursos y distribución de mercancías
y servicios, así como del movimiento del capital en Jordania.
Igualmente, [dicho proceso] prepararía a Jordania para
[que adoptase] el papel que se le ha asignado como terreno propicio
para la penetración económica y política
de EEUU y el sionismo en los estados árabes vecinos, particularmente
en los más importantes. Así, la estrategia norteamericana
en Jordania gira alrededor de la competencia entre las industrias
locales y el pulso que mantienen en el ámbito de la exportación,
así como sobre una expansión financiera de duración
limitada mediante la compra de acciones y bonos, expansión
que no conduciría al desarrollo ni a un aumento de los
niveles de productividad, y que incluso podría conducir
a la desestabilización de la economía jordana en
sus niveles más bajos y quebradizos, como ya ocurriera
con otras economías más fuertes [que la jordana].
A pesar de la lentitud con la que ha ido avanzando el proceso
de normalización durante los últimos años
(incluso antes de que comenzase la segunda Intifada), ya se ha
inaugurado cerca de la ciudad de Zarqa, el pasado 18 de julio
de 2001, la cuarta de las zonas industriales que forman parte
del proyecto compartido con Israel, todo ello dentro del contexto
que hemos perfilado anteriormente, y que será utilizado
con mano de obra de la región [6]. Todo ello, sin embargo, no cambiará
un ápice la situación. Israel es el adversario
estratégico del mundo árabe, y esta contradicción
radical entre ambos no se resolverá más que de
un modo violento, ya que los acontecimientos previos confirman
[la creencia de que] es imposible convivir con semejante proyecto.
Un proyecto que únicamente puede seguir viviendo con nuestra
muerte, mientras que nosotros solo podremos seguir vivos con
la suya.
Notas de CSCAweb:
- Terminada la denominada segunda
Guerra del Golfo de enero-febrero de 1991 contra Iraq, Siria
y Egipto, países que habían participado en la coalición
multinacional liderada por EEUU, establecieron con Arabia Saudí
un acuerdo de cooperación por el cual, a cambio de asistencia
financiera por parte de las petromonarquías árabes
del Golfo, Damasco y El Cairo desplegarían tropas en la
Península Arábiga como fuerza disuasoria frente
a Iraq. El acuerdo quedó en papel mojado cuando se conoció
que Arabia Saudí y Kuwait habían firmado protocolos
defensivos con EEUU y Gran Bretaña antes incluso del inicio
de la guerra contra Iraq, acuerdos que consagraban la presencia
de efectivos militares occidentales en la zona cuando ésta
hubiera acabado y echaban por tierra la pretensión de
establecer un nuevo sistema de seguridad regional interárabe.
- El primero de ellos, el primer
acuerdo palestino-israelí derivado de las conversaciones
secretas de Oslo, firmado en Washington en septiembre de 1993
por Arafat y Rabin ante Clinton; el segundo, el tratado de paz
jordano-israelí, el segundo acuerdo de paz establecido
por un Estado árabe con Israel tras el de Camp David egipcio-israelí.
- La denominación movimiento
anti-normalización hace referencia al conjunto de organizaciones
y personalidades que se oponen a dar carta de naturaleza a unas
plenas relaciones en cualquier ámbito con Israel en aquellos
países árabes cuyos regímenes han establecido
acuerdos de paz y relaciones diplomáticas plenas -como
es el caso de Jordania y Egipto- o pretenden establecerlos. Sobre
el más articulado de ellos, el movimiento en Jordania,
véase el texto de Loles Oliván en Nación
Árabe n. 45, verano de 2001, o en CSCAweb El
movimiento antinormalización en Jordania
- El autor hace referencia
a la oferta de la anterior Administración estadounidense
al gobierno iraquí -a través de un emisario del
Vaticano- de un levantamiento del embargo a cambio de la aceptación
por Bagdad del proceso de paz con Israel y la instalación
en Iraq de un numeroso contingente de refugiados palestinos provenientes
de otros países árabes.
- Israel y EEUU contemplan
la naturalización de los refugiados palestinos por los
Estados árabes que los albergan (o, como se indicaba en
la nota anterior, en Iraq), es decir, el otorgarles la ciudadanía,
como un procedimiento para escamotear el derecho de los refugiados
a retornar a sus hogares en la Palestina histórica y a
recibir compensaciones, tal y como establecen las resoluciones
de Naciones Unidas desde 1948 y, nuevamente, tras la guerra de
1967. El proceso determinaría que Jordania se convirtiera
formalmente en un Estado de mayoría demográfica
palestina, cosa que de hecho ya es en la actualidad.
- Sobre las zonas industriales
véase igualmente el texto de Loles Oliván El
movimiento antinormalización en Jordania.

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