Vivir en Gaza
La travesía
Eyad el-Sarraj*
CSCAweb
(www.nodo50.org/csca), 14 de julio de 2004
Eyad el-Sarraj (Gaza), mayo de 2004
Traducción del árabe de María J. Lera y
Clara María Thomas
"Vivir
en Gaza es excitante, doloroso, complejo, frustrante, gratificante
y alegre. Gaza se ha convertido en una prisión bajo la
ocupación israelí; pero Gaza es un hogar y acoge
con alegría a los que quieren visitarla para explorar
este lado de la alambrada"
Rami Heilbronne me llamó
ayer. ¡Estaba tan feliz por Vanunu, cuya salida de la prisión
israelí le había dado una victoria moral a la comunidad
internacional de la paz y los derechos humanos..! Pero Rami,
que es un luchador e incondicional activista por la justicia,
estaba consternado por no poder entrar en Gaza. Rami es como
un hermano para mí, y me resulta desesperante que no nos
permitan vernos. Su único delito es ser israelí,
y el mío, ser palestino y vivir en Gaza.
Vivir en
Gaza
Vivir en Gaza es excitante,
doloroso, complejo, frustrante, gratificante y alegre. Gaza se
ha convertido en una prisión bajo la ocupación
israelí; pero Gaza es un hogar y acoge con alegría
a los que quieren visitarla para explorar este lado de la alambrada.
Conducir a través de
multitud de personas y coches por carreteras agujereadas es un
viaje de exploración a la pobreza y al caos. A lo largo
de los destrozados pavimentos se topan contigo caras adustas,
unas con miradas desafiantes, otras con abatida humildad.
Las mujeres, modestamente vestidas,
pasan desapercibidas. Para el ojo extranjero pueden parecer todas
iguales. Muchas llevan la cabeza cubierta, pero algunas van veladas.
¿Están oprimidas o están reforzadas por
una desafiante identidad?
Los niños que juegan
se detienen para dirigirte una penetrante mirada, algunos curiosos,
otros enfadados y con una extraña sonrisa. Si sales del
coche para mirar más de cerca, quizás te preguntes
por qué un niño parece que tiene ocho años
cuando realmente tiene 12. Puedes preguntarles qué les
hace ver a Arafat como un padre, y si es porque está tan
desamparado como ellos.
Viniendo de Israel no escaparás
a la tentación de comparar. Te asombrará cómo
en una minúscula parte de la tierra hay dos mundos diferentes.
Si sigues adelante y penetras en Gaza, sentirás la desesperación
de vivir en los campos de refugiados, en la sordidez y el sufrimiento.
Si te atreves a visitar Rafah, te conmoverán escenas de
devastación: demolición de casas, campos arrasados
y vida destruida. Es abrumador.
Inmensa
dignidad
Puede que te sientas humilde
cuando descubras que bajo las cenizas hay un destello de inmensa
dignidad. Estas personas tienen firme fe en la justicia divina.
Creen que Dios es más grande que Sharon e incluso que
Bush.
Te sentirás pequeño
y enojado con los políticos que han permitido 60 años
de tragedia humana. Y, para hacerlo aún más evidente,
ahí están los asentamientos israelíes erigidos
sobre las playas de Gaza como un trozo de la Ribera Francesa.
A los palestinos, naturalmente, no les está permitido
vivir allí, ni siquiera entrar, excepto como mano de obra
barata. Siete mil colonos israelíes controlan más
de un tercio de la tierra y el agua. El resto lo dejan para millón
y medio de palestinos.
La ira contagiosa
Rápidamente te darás
cuenta de que la ira es dominante en esta tierra. Te preguntas
si la ira es la raíz que causa las bombas suicidas junto
a la inhumanidad de la ocupación israelí. Mejor
que tengas cuidado porque puede ser contagioso. Puede que te
vuelvas desafiante o puede que te vayas apesadumbrado. Muchos
han pasado antes que tú por esta carretera y algunos no
lo harán otra vez. A muchos otros que se atrevieron a
intentarlo Israel les impido hasta eso.
Gaza está sitiada. Nadie
puede entrar o salir sin la previa aprobación israelí.
El cerco ha estado impuesto durante los últimos 15 años
y si ocasionalmente fue relajado, mucho más a menudo ha
sido intensificado. Ahora es severo. Sólo los diplomáticos
y los periodistas pueden obtener el permiso previo; los demás
pueden estar horas esperando hasta que les persuaden para que
se vuelvan.
John Van Eenwyke, sacerdote
y psicólogo de Olympia, y su mujer judía estuvieron
todo un día en la frontera de Eretz. Les dijeron que podían
pasar allí al menos siete días, esperando una respuesta
antes de poder entrar en Gaza. No les permitieron pasar. John
es un viejo amigo y profesor de nuestros estudiantes.
Otro amigo, Ted Rynearson,
experto en muertes violentas y también estadounidense,
fue obligado a volverse.
John, Ted y Rami son todavía,
sin embargo, afortunados, como otros estadounidenses, canadienses
y europeos: ellos pueden volver a hoteles y apartamentos en Tel
Aviv o pueden volar de vuelta a sus casas. No pasa así
con los palestinos, aquellos que pertenecen a un mundo diferente
en esta minúscula parte de la tierra. No pueden cruzar
la frontera a menos que sean mano de obra barata o pertenezcan
a la categoría de palestinos autorizados que llevan ignominiosas
tarjetas VIP. Aquellos a los que se les permite pasar han de
esperar muchas horas en la barrera y tienen un número
exacto de horas para volver a la jaula.
No solamente las personas,
sino también los alimentos y las mercancías, son
obligadas a esperar en la barrera durante horas, días
y semanas.
Los colonos
israelíes tienen prioridad
Ir a Rafah es una aventura
en sí misma. Puedes esperar durante horas en un puesto
de control en medio de Gaza antes de que te dejen pasar. Los
colonos israelíes tienen prioridad. Si algún israelí
de los que viven en los asentamientos decide cruzar a Israel,
entonces la carretera principal se corta para miles de nosotros.
Pueden ser horas. Y hay veces en que los israelíes cierran
el paso sin razón aparente, solamente para castigar a
los palestinos.
Esta mañana, yo estaba
en una larga cola de coches, para iniciar mi viaje a España
a través de Rafah y vía El Cairo. La larga fila
de coches iba creciendo cuando poco a poco nos fuimos dando cuenta
de que la carretera a Rafah estaba bloqueada por tanques israelíes.
No se permitía ningún movimiento, ni siquiera entre
aldeas o ciudades de la franja de Gaza. La vida en la prisión
se paralizó. Vapores de ira salían de los coches.
Pasajeros y conductores estaban frenéticos. Estallaron
algunas broncas. Parece que esta vez no voy a poder ver a mis
amigos españoles.
Cruzar la frontera hacia Egipto
es otra aventura; su nombre es espera, pero resulta gratificante.
Israel ha prohibido recientemente a los palestinos entre 16 y
35 años cruzar a Egipto. Después de cruzar al Sinaí,
se produce una ola de alegría y relajación. En
cualquier caso, esto es lo que a mí pasa. El espacio abierto
del desierto llena mi alma de una belleza casi romántica.
Volver a casa desde Egipto
a través de Rafah puede suponer algo más que esperar.
Puede ser brutal. Cientos de palestinos duermen en el suelo de
la frontera egipcia, abandonados durante días, antes de
que los afortunados puedan abrirse camino para apretujarse en
un autobús que cogerá en sus 50 plazas a 150 pasajeros
con sus equipajes para un viaje de 40 metros que lleva más
de dos horas. Recuerda que puede ser invierno, puede hacer frío
y no hay calefacción. Recuerda que hay niños y
niñas.
Preguntas
Puedes empezar a ver la ironía
de todo esto. Hoy los judíos controlan las fronteras y
fortifican las empalizadas con el alambre de púas electrificado
de las grandes prisiones. ¿Están castigando a los
nazis?
Puedes preguntarte cómo
la víctima ha ganado la guerra y se ha perdido a sí
misma.
Puedes preguntarte por qué
los niños palestinos piensan que lo mejor que les puede
pasar en la vida es convertirse en mártires, morir.
Puedes preguntarte por qué
los bulldozers israelíes aplastaron a Rachael Corrie
y mataron al periodista británico Tomo Hurendle.
Puedes preguntarte por qué
Arafat está encarcelado y el Sharon de "Sabra y Chatila"
está libre.
Puedes preguntarte por qué
hay tanto odio, y si Muros y guetos son la respuesta.
Puedes preguntarte qué
habría que coger para hacer la travesía hacia la
paz.
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