Disidencia interna en Arabia
Saudí y crisis de relaciones con EEUU tras el 11 de Septiembre
Gwenn Okruhlik*
MERIP, Press Information Notes, n.
73, noviembre, 2001
Título original: "Las razones de la disidencia política
en Arabia Saudí"
Traducción de Tomás Ferrer Pallarés
para CSCAweb
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 26-11-2001
Tras los atentados del
11 de Septiembre han aflorado las tensiones ocultas en la relación
entre EEUU y Arabia Saudí. Ambos países, aliados
históricos en la región, han discrepado sobre el
alcance que debería tener la participación saudí
en la "guerra contra el terrorismo" que dirige Washington.
Mientras se constata la complejidad de la trama financiera y
familiar que asocia a al-Qaeda y al propio Ben Laden con la familia
real saudí, EEUU ve con disgusto cómo Arabia Saudí
se resiste a cooperar plenamente en las investigaciones sobre
el 11 de Septiembre y otros sucesos anteriores, y a permitir
el uso de las bases aéreas en su suelo para operar contra
Afganistán
Las semanas que siguieron al 11 de Septiembre sacaron a la
superficie las tensiones subyacentes en la relación entre
EEUU y Arabia Saudí. Tras los tremendos atentados de Nueva
York y Washington se difundió que muchos de los secuestradores
eran del Asir, una montañosa provincia en el sudoeste
de Arabia Saudí y que estaban relacionados con el disidente
de la misma nacionalidad Osama Ben Laden, un hombre que ha jurado
derribar la dinastía reinante en este país, los
al-Saud. EEUU y su aliado han discrepado en el alcance que debería
tener la participación de Arabia Saudí en la "guerra
contra el terrorismo" que dirige Washington. EEUU ve con
disgusto cómo los saudíes se resisten a cooperar
plenamente en las investigaciones acerca del 11 de septiembre
y de otros sucesos anteriores, y a permitir el uso de las bases
aéreas en su suelo para operar contra Afganistán.
Por su parte, Arabia Saudí critica la reticencia de EEUU
a decantarse del lado palestino en su lucha contra la ocupación
israelí.
Más importante para comprender la nula respuesta de
Arabia Saudí ante la petición de ayuda estadounidense
para dar respuesta a los atentados es la presión interior.
El secuestro de los aviones del día 11 fue el último
jalón de una larga serie de ataques cuyos episodios anteriores
han sido [los atentados contra] el navío USS Cole
[en Yemen], [contra las embajadas de EEUU en] Kenia y Tanzania,
y [en] Riyad, al-Jobar, Somalia y Beirut. Estos atentados no
son hitos dentro de una guerra de religiones, sino que más
bien la religión es un medio para airear agravios políticos
específicos de algunos grupos, como son los disidentes
políticos saudíes y sus partidarios en el interior
del reino. Internamente, los agravios tienen que ver con el autoritarismo
y la represión [por parte del régimen saudí],
las iniquidades y el desigual reparto de la riqueza y la ausencia
de un sistema de representación política. Los agravios
de origen externo son las bases de EEUU en suelo saudí,
el respaldo estadounidense a Israel, las sanciones a Iraq y el
sostén americano a regímenes represivos de la zona
como los de Arabia Saudí, Egipto, Argelia y Jordania.
Un apoyo decidido de la monarquía saudí a EEUU
daría alas a la oposición interna que empezaba
a suavizarse en el tiempo previo a los atentados. Dado la fuerte
resonancia de las críticas, la familia real teme las repercusiones
internas de su alineamiento con EEUU.
Pero presentar la situación interna del reino saudí
como un enfrentamiento entre moderados partidarios de EEUU y
wahhabies puritanos [1] es una crasa simplificación. También
lo es presentar las posibilidades limitadas a dos únicas
opciones: una monarquía absoluta inclinada hacia Occidente
o un régimen revolucionario islámico hostil. Las
luchas interiores son más complejas y las opciones más
variadas. Todas dimanan de tres profundas crisis políticas
a las que la dinastía debe responder: el acercamiento
entre los críticos del sistema, las diferencias dentro
del clero y el malestar por razones socioeconómicas.
Gobierno autoritario y resistencia
esporádica
Desde hace tiempo, bajo la superficie del reino saudí
se adivinaba el resentimiento por el abuso de autoridad del Estado,
pero tradicionalmente el régimen solo era criticado en
privado y raramente la crítica alcanzaba el nivel de la
confrontación pública. Cuando en 1979 Yuhaiman
al-Utaibi se apoderó por la fuerza de la mezquita sagrada
de la Meca, en un esfuerzo por derribar a la dinastía
reinante, no despertó mucho apoyo popular por escoger
como objetivo un lugar sagrado en vez de un palacio, pero el
incidente mostró la vulnerabilidad del régimen.
Provocó un control mayor de la población, un mayor
recurso al mutawwain -una especie de policía de
la "virtud pública"- y nuevas restricciones
a la libertad de movimientos y de expresión, aunque fueran
acompañadas de promesas de reforma.
Durante los 80 un sistema de educación islámico
produjo una nueva generación de sheijs, profesores y estudiantes.
Floreció un movimiento de renovación islámica,
aunque no se dirigió contra el régimen. El renacimiento
fue estimulado también por un grupo recientemente retornado,
los muÿahidines [combatientes] árabes "afganos".
Aproximadamente 12.000 jóvenes saudíes fueron a
Afganistán; quizás unos 5.000 recibieron preparación
militar y entraron en combate.
Confluencia de disidencias
Los 90 han sido una década difícil para Arabia
Saudí. Con la Guerra del Golfo de 1990-91 se produjo una
súbita explosión de cólera. El acantonamiento
de tropas norteamericanas en el país transformó
lo que era un principio de resurgencia islámica en un
movimiento de oposición política organizado. La
crítica política se hizo pública, en su
mayor parte en forma de peticiones firmadas y dirigidas al rey
Fahd. Estas peticiones pedían, entre otras cosas, un Consejo
Consultivo (Maÿlis al shura) independiente, un poder
judicial autónomo, un reparto más equitativo de
la riqueza producida por el petróleo y poner coto a los
funcionarios corruptos. Los sermones del viernes se convirtieron
en una oportunidad para la crítica política y varios
prominentes sheijs fueron encarcelados. Se produjeron manifestaciones,
hasta entonces casi desconocidas en un régimen autoritario,
pidiendo la liberación de aquéllos; la más
significativa tuvo lugar en Buraida, en el mismo centro de gravedad
de la dinastía. Una convergencia de varios tipos de disidencias:
regionales, de género, de clase, étnicas, de escuela
jurídica islámica, ideológicas y representativas
de intereses urbanos y rurales comenzó a solicitar la
redistribución de las riquezas y una actuación
del estado más acorde con la justicia social y la responsabilidad
pública; en resumen, el gobierno de la ley. La gente está
harta del gobierno personalista y arbitrario. Dado el acercamiento
de estos grupos, el gobierno no pudo recurrir a su frecuente
método de reducir la oposición: enfrentar a unos
contra otros. Empresarios privados y funcionarios públicos,
propietarios de industrias y comercios familiares, sunnies y
shi`ies, hombres y mujeres, compartían las reivindicaciones
esenciales.
La creciente respuesta del rey Fahd a las reclamaciones populares
no ha satisfecho a nadie. En 1992 nombró un Consejo consultivo
no legislativo y dio más poder a los gobiernos provinciales,
que dirigen otros miembros de la familia. Estas reformas
decepcionaron a unos e irritaron a otros. El efecto fue consolidar
el papel central de la familia reinante en la vida política,
en lugar de ampliar significativamente la participación
de otros en el gobierno.
Discrepancias entre el clero
Los al-Saud gobiernan en una incómoda simbiosis con
el clero. La relación se remonta a 1744 cuando se fraguó
la alianza entre Muhammad ibn Abd al-Wahhab y Muhammad ibn Saud:
una especie de fusión entre legitimidad religiosa y poder
militar. Los descendientes de al Wahhab todavía dominan
el estamento religioso oficial del Estado. El clero oficial emite
regularmente fatwas (decretos de derecho islámico)
que justifican la política de los al-Saud en términos
religiosos, aun cuando estas políticas sean rechazadas
por el pueblo. Por ejemplo, se emitió una fatwa
para justificar la presencia de tropas de EEUU durante la Guerra
del Golfo.
El Islam sigue siendo un arma de doble filo en manos de los
al-Saud. Les otorga legitimidad como protectores de la fe, pero
les obliga a una actuación acorde con ésta. Cuando
hay miembros de la familia que se desvían del camino correcto
se exponen a una crítica, dado que el derecho a gobernar
de la dinastía emana de la alianza con la familia al-Wahhab.
Esta alianza entre el régimen y el clero oficial es criticada
por disidentes porque hoy las dos partes no se controlan mutuamente.
Desde la guerra [contra Iraq] el estamento clerical oficial
se ha visto completado por un clero popular organizado y expresivo.
La división entre estamento religioso oficial y líderes
del Islam popular es grande. Un disidente explicaba: "El
viejo clero cree que los gobernantes son los regentes de Dios
en la tierra. El dictamen religioso solo puede darse discreta
y privadamente. El nuevo clero rechaza la idea de regencia. El
papel del clero es más bien la crítica del gobierno
y el trabajo a favor del cambio." El clero alternativo emitió
fatwas durante la guerra que contradecían las oficiales
y proporcionaban argumentos para impedir el estacionamiento de
tropas estadounidenses en suelo saudí. Estas fatwas
alternativas tuvieron mayor apoyo público que las oficiales.
Ahora se repite la misma historia, en la que clérigos
enfrentados dan a conocer sus opiniones. El sheij al- Shuaibi
y otros han difundido nuevas fatwas que trasladan la idea
de luchar contra infieles extranjeros a la de luchar contra regímenes
propios que se perciban como injustos. Un análisis de
la idea de al-Suhaibi puede entender que se refiere al régimen
de los al-Saud.
La inquietud socioeconómica
El islamismo cae sobre un ambiente ya suficientemente caldeado
por la situación económica. El rey Fahd quedó
incapacitado tras su ataque de 1995 y la familia se enzarzó
en disputas sucesorias. Desde los días dorados del auge
petrolero la renta per capita ha descendido unos dos tercios.
La tasa de natalidad es elevada, del orden de 30-35 por mil.
La mayoría de la población está por debajo
de los 15 años. Estos jóvenes demandarán
educación, trabajo y alojamiento a la vez. Pero la antaño
fabulosa infraestructura del reino, construida durante los años
de esplendor, se está deteriorando, en especial las escuelas
y hospitales. El desempleo entre los titulados recientes es de
un 30% o probablemente más alto. Aun así, Arabia
Saudí sigue dependiendo enormemente de la mano de obra
extranjera, alrededor de un 90% del empleo en el sector privado
y un 70% en el público es foránea. Las normas sociales
desaconsejan la participación de las mujeres en muchas
actividades. Desde la Guerra del Golfo, se han difundido las
informaciones sobre nuevos problemas sociales tales como tenencia
de armas, drogas y crímenes. Todo esto proporciona un
terreno fértil para la disidencia.
Las voces airadas también se manifiestan en contra
de la estructura de gobierno excluyente, que no refleja la diversidad
de la población, En contra de la imagen más difundida,
Arabia Saudí no es un país homogéneo ni
étnica, ni religiosa, ni ideológicamente. Las variedades
del Islam saudí incluyen la ortodoxia del wahhabismo,
corrientes sunnies reformistas del estado, comunidades shi´ies
minoritarias, prácticas sufíes en todo el Hiÿaz
y, lo más importante, un movimiento opositor sunní
salafista. Este movimiento se opone a la dependencia del clero
oficial respecto a la familia reinante y a sus métodos
autoritarios. Hoy, los más radicales entre ellos llaman
al ÿihad y los reformistas prefieren esperar hasta
que el momento y las razones estén maduros.
El movimiento islamista, tanto el sunní como el shi´í
están representado en el exterior por varias
organizaciones reformistas en Londres y EEUU. Otras organizaciones
radicadas en el exterior son radicales, como al-Qaeda y abogan
por la violencia como método legítimo para conseguir
sus fines. Aunque dentro de Arabia Saudí se condena las
atrocidades del 11 de septiembre, las críticas manifestadas
por el movimiento islamista en el exterior tienen una fuerte
resonancia en muchos ámbitos sociales. Más importante
que cualquier organización en el extranjero es la soterrada
red interior de grupos de estudio islámico, de organización
laxa, pero capaces de movilizarse en el momento adecuado. Cuando
unos sheijs fueron detenidos por sus sermones críticos,
el descontento creció. Los sheijs fueron liberados en
1999 y desde entonces el movimiento islamista ha permanecido
mucho más tranquilo. El príncipe heredero Abdallá
empezó a responder a las críticas del interior
y exterior: liberó a los sheijs, redujo los beneficios
de los príncipes en los negocios, limitó el libre
uso por la realeza del teléfono, los aviones y el agua,
permitió una prensa más libre y públicamente
puso objeciones a la política de EEUU en Oriente Medio.
Pero, para algunos, esto no es suficiente.
Silencio significativo
Otros factores hacen más significativo el silencio
de la familia real en la "guerra contra el terrorismo"
dirigida por EEUU. Algunos altos cargos de la familia reinante
y particulares de prominentes familias han mantenido estrechas
relaciones con ben Laden. EEUU ha sido consciente de que durante
años se han transferido fondos de Arabia Saudí
a al-Qaeda. Las rivalidades intrafamiliares impiden también
la toma de decisiones firmes. Aunque el príncipe heredero
Abdallá administra de forma efectiva el país ante
la mala salud del rey, su sucesión es aún discutida
por algunos príncipes poderosos.
Arabia Saudí, en virtud de su posición como
guardiana de los santos lugares de La Meca y Medina y de receptora
del contingente anual de peregrinos, debe contribuir a la caridad
islámica. El papel de los al-Saud de rectores del Estado
les compromete a financiar a las organizaciones islámicas
del mundo. La obligación del musulmán de dar limosna
en favor de los más necesitados es una exigencia, no una
opción. Cuando EEUU pidió al gobierno saudí
que congelara todas las ayudas religiosas, lo puso en un grave
aprieto. Podría ser aceptable bloquear los fondos de las
compañías y las inversiones privadas de ben Laden,
pero la congelación de los fondos de caridad era inimaginable
para un régimen cuya legitimidad está tan íntimamente
soldada al Islam. Al igual que George W. Bush, los al-Saud deben
mantener en primerísimo lugar su imagen antela ciudadanía
saudí.
Un amplio espacio intermedio
Los al-Saud han basado su poder en la conquista militar, la
captación de partidarios con ingresos del petróleo
y le wahhabismo. Hoy, las fuentes históricas de la legitimidad
son menos vinculantes, ya que el autoritarismo ha suscitado el
resentimiento popular, las ganancias del petróleo han
decrecido notablemente y el wahhabismo nunca ha reflejado la
diversidad religiosa de Arabia Saudí. Ahora los saudíes
esperan un gobierno más integrador y representativo. La
gente pide libertad de expresión y reunión. Quieren
participar en el desarrollo de su país, en especial fomentando
la educación, la sanidad, el empleo y la creación
de infraestructuras para una población en rápido
crecimiento. Los saudíes no desean gastar los valiosos
recursos nacionales en compras de armas en Estados Unidos, negocios
sobre los cuales no tienen el control.
El grado de imposición real ha sido tan grande que
no ha sido posible escuchar voces alternativas. En este momento
no hay una alternativa viable a la familia reinante que pueda
agrupar las dispersas facciones del reino, tal vez aumentando
artificialmente la influencia de ben Laden. Pero hoy de lo que
hablan los saudíes no es de democracia completa o de monarquía
absoluta, sino de tener voz en el gobierno y del imperio de la
ley. El desafío con el que el príncipe heredero
Abdallá se enfrenta es la promoción de las reformas
interiores que abarquen la diversidad de la población.
El fuerte tono nacionalista del príncipe puede servir
para contrarrestar el poder del movimiento radical. El amplio
terreno que queda entre el radical ben Laden y el gobierno autoritario
de la familia merece la pena ser cultivado.
Nota
de CSCAweb:
1. Corriente islámica
dominante en Arabia Saudí

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