Islam político y
globalización imperialista
Un texto inédito de Samir Amin para CSCAweb
11 de octubre de 2001
(Traducción del francés de Natasha Litvina para
CSCAweb)
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La asociación
entre liberalismo económico y autocracia política
conviene a la perfección a la clase dominante encargada
de la gestión de las sociedades de la periferia capitalista.
No será nada extraño que EEUU se aproveche de los
servicios que le presta el islam político para su proyecto
de hegemonía mundial: el islam político no está
de ninguna forma en oposición al imperialismo, todo lo
contrario, es su perfecto servidor
EL drama argelino muestra la naturaleza y las
funciones que cumplen en el conjunto del mundo musulmán
contemporáneo los movimientos políticos que se
reclaman islamistas. Frente a su habitual calificación
como "fundamentalistas", prefiero utilizar la que es
de uso en el mundo árabe: "el islam político".
Porque no se trata de movimientos de reflexión religiosa
-los cuales, si bien numerosos son de hecho poco variados- sino
más vulgarmente de organizaciones políticas cuyo
objetivo fijo es la toma del poder de Estado, ni más ni
menos, y que a estos efectos hacen un uso oportunista de la bandera
del islam.
El islam político no se interesa por la
religión a la que invoca, ni propone en este aspecto reflexión
alguna, ni teológica ni de naturaleza social. En este
sentido, no se trata de una "teología de la liberación",
homóloga musulmana de la que existe en los países
de América Latina, por ejemplo. Lo que retiene del islam
es tan sólo el conjunto de las costumbres -especialmente
rituales, de los que exige un respeto absoluto- de los musulmanes
de nuestra época. Simultáneamente, el islam político
exige el retorno de la sociedad al conjunto de las reglas del
derecho público y privado tal y como eran puestas en práctica
hace dos siglos -en el Imperio Otomano, en Marruecos, en Irán
y en Asia Central- por los poderes de la época. Que en
su discurso el islam político crea (aparenta creerlo)
que las reglas sean las del "islam verdadero" (el de
la época del Profeta) no tiene demasiada importancia.
Ciertamente el islam permite una interpretación semejante,
como medio de legitimación del ejercicio del poder. Así
se hizo en el pasado, desde los orígenes a los tiempos
modernos. Pero en este sentido el islam no es original.
El cristianismo ha sido el medio de legitimación
del conjunto de las pirámides de poder político
y social en la Europa pre-moderna, por ejemplo. Toda persona
dotada de un mínimo de sentido de observación y
de capacidad crítica no puede ignorar que tras el discurso
de legitimación se perfilan sistemas sociales reales que
tienen una historia. El islam político contemporáneo
no se interesa por esto y no propone ningún análisis
-a fortiori ninguna crítica- de estos sistemas.
En este sentido el islam contemporáneo no es más
que una ideología arcaizante que propone a los pueblos
a los que se dirige una simple vuelta al pasado, y más
precisamente al pasado reciente, a las épocas que precedieron
inmediatamente a la sumisión del mundo musulmán
frente a la expansión del capitalismo y del imperialismo
occidental.
Que las religiones -ya se trate del islam, del cristianismo u
otras- permitan este tipo de interpretación no excluye
que hayan sido inspiradas por otra, reformista o revolucionaria.
Aquí no puedo salvo remitir al lector a lo que ya escribí
a propósito de esto [1].
El retorno a este pasado probablemente no es poco deseable (y
en realidad no es deseado por los pueblos en nombre de los cuales
el islam político pretende hablar); simplemente es imposible.
Y es por esto por lo que los movimientos que constituyen la nebulosa
de este islam político se niegan a definir en programa
alguno, como es usual en la vida política, las respuestas
a las cuestiones concretas de la vida social o económica.
Se contentan con repetir el eslogan vacío: "el islam
es la solución". Y cuando, puesto entre la espada
y la pared se ven constreñidos a optar por una respuesta,
nunca fallan al decantarse a favor de la que mejor le convenga
al funcionamiento de la economía capitalista liberal tal
y como es. Por ejemplo, decantándose por la libertad absoluta
del propietario frente al campesino granjero (como se vio en
el parlamento egipcio). En su desafortunado intento de producir
una "economía política islámica",
los autores de manuales en cuestión (financiados por Arabia
Saudí) no han hecho más que colgar los colores
de la religión a las propuestas de la vulgata liberal
americana más banal [2].
Si el islam político no es otra cosa que
una versión del neoliberalismo económico, elogioso
en extremo de las virtudes del "mercado" -desregulado,
bien entendido- es, sobre el plano político la expresión
de un rechazo absoluto de toda forma de democracia. En su interpretación
del islam, la ley religiosa (la charia) una vez encontradas las
respuestas principales para todas las cuestiones que podrían
ser formuladas, estima que la humanidad no tiene leyes nuevas
para inventar (esto define a la democracia); no le queda más
que interpretar una ley ya formulada por el poder divino. Se
entiende entonces que este discurso ideológico desconoce
la realidad, es decir, que en la historia vivida por las sociedades
musulmanas, ha habido que inventarlas. Pero se ha hecho sin decirlo;
y esto venía a restringir este poder a la clase dirigente,
atribuyéndose para sí sola la capacidad de "interpretar".
Arabia Saudí da el ejemplo extremo de esta autocracia:
sin Constitución (el Corán ocupa su lugar, dicen).
De hecho, como todo el mundo sabe, el poder absoluto es de la
monarquía y de los jefes de tribus. El Irán revolucionario
mismo no ha concebido otro sistema político que el de
la dictadura de partido único en el cual los hombres de
religión han monopolizado la dirección directamente.
La comparación que a veces se hace -a la
cual parece que habría que creerla para justificar las
conclusiones- entre los "partidos islamistas" y los
partidos cristianos demócratas de Europa (si la Democracia
Cristiana ha gobernado Italia durante medio siglo, ¿porqué
un partido islamista no estaría autorizado a gobernar
Egipto o Argelia?) no tiene base entonces. Un gobierno islamista
abole inmediata y definitivamente toda forma de legalidad de
la oposición.
Liberalismo económico
y autocracia política
La asociación entre liberalismo económico
y autocracia política conviene a la perfección
a la clase dominante encargada de la gestión de las sociedades
de la periferia capitalista contemporánea. Los partidos
islamistas son todos instrumentos de esta clase. No se trata
únicamente de los Hermanos Musulmanes y de otras organizaciones
de las llamadas "moderadas" cuyos lazos estrechos con
la clase burguesa son conocidas de todos. También se trata
de las pequeñas organizaciones clandestinas que practican
el "terrorismo". Estás están perfectamente
instrumentalizadas por el islam político dirigente y el
reparto de las tareas está claro entre los unos -encargados
del uso de la violencia- y los otros -encargados de infiltrar
las instituciones del Estado (en particular la educación,
la justicia y los media, la policía y el ejército
si es posible). El objetivo es único: tomar el poder.
Ello no quita, que en la futura victoria la dirección
"moderada" se encargue de poner término a los
excesos de sus "radicales". Como se ha visto ya en
Irán, donde el Estado islámico ha constituido sus
milicias terroristas de "pasdaran" (reclutados en el
lumpen) después de haber masacrado a los radicales
(en este caso fedayines y muyaidines que habían creído
poder asociar la movilización islámica y las transformaciones
revolucionarias populistas inspiradas en una lectura del marxismo-leninismo)
sin los cuales el triunfo de la "revolución islámica"
hubiera sido imposible.
Los poderes locales con los que tropiezan los movimientos del
islam político son igualmente los de la burguesía
mercantil de la región, abnegándose todos ellos
a los dictados del liberalismo mundializado. Por lo demás
no son mucho más democráticos en sus prácticas,
incluidas las que se dan el lujo de elecciones parlamentarias
"pluripartidistas"; y a menudo toman el pretexto del
terrorismo islámico para legitimar su rechazo de la democracia
(este es el caso de Argelia).
Se trata, entonces, únicamente de un conflicto
alrededor de la clase dirigente. Es una lucha para el poder y
nada más, en la que se enfrentan distintos lideres y sus
seguidores. Según las circunstancias, las formas de este
conflicto pueden variar desde la extrema violencia (el caso de
Argelia) hasta el "diálogo" (el caso del poder
egipcio en sus relaciones con los Hermanos musulmanes). Los unos
y los otros utilizan en muchos casos la misma demagogia "islamista",
creyendo de esta manera captar para su beneficio el desarrollo
de la población. Un desarrollo semejante al de numerosos
pueblos en el mundo, después de que se desmoronaran las
esperanzas depositadas en las potencias del populismo nacionalista
de la época anterior (Nasser, Boumedian, el Baas [en Siria
e Iraq]), y después de que los sustitutos del mercado
hubieran revelado la amplitud de las destrucciones sociales de
las que son responsables. Un desarrollo que es con mucho el producto
de la timidez extrema de la crítica de izquierda frente
al populismo en cuestión, habiendo optado las organizaciones
que se reclamaban socialistas, comunistas o marxistas, por su
apoyo casi incondicional. La burguesía en el poder no
es "laica" para nada. Ella pretende ser no sólo
tan "islámica" como sus adversarios sino que
también aplica las leyes islámicas (en especial
en la esfera del derecho familiar) -y eso es la pura verdad.
El conflicto puede tener, entonces, una solución de compromiso
que podría acentuar todavía más las opciones
neoliberales y antidemocráticas.
El poder mundial dominante -EEUU asegurando su
liderazgo-, no ve ningún inconveniente en tener en el
poder al islam político. Este hecho habla bastante de
la hipocresía de sus discursos a favor de la "democracia"
y de que "mercado" y "democracia" lejos de
ser nociones convergentes, según lo proclama el pensamiento
único, de hecho están en conflicto entre sí.
El apoyo al "islam político" pudo tomar su forma
más extrema en el entrenamiento de sus agentes, en el
suministro de armas y de medios de financiación como en
el caso de Afganistán. Evidentemente, el pretexto fue
el de combatir al "comunismo" (de hecho un régimen
de populismo radical) pero el comportamiento insoportable de
los islamistas en cuestión (los que cerraban escuelas
abiertas para chicas por los terribles "comunistas")
no dejó lugar a dudas ni en las cancillerías de
Oeste ni entre sus feministas. Y los dichos "afganos"
-o sea los esbirros entrenados por la CIA, "voluntarios"
musulmanes argelinos y demás tienen hoy en día
el papel decisivo en las operaciones militar-terroristas efectuadas
acá y allá. Ese apoyo puede también tomar
la forma de estatuto de "refugiados políticos"
otorgado de una manera demasiado fácil por EEUU, Gran
Bretaña y Alemania, lo que permite a dichos movimientos
dirigir sus operaciones desde el exterior sin riesgo y con eficiencia.
El acompañamiento ideológico de esta
auténtica alianza entre potencias occidentales y el islam
político está legitimada por los media que se manejan
por la distinción "moderados-radicales" (que
no son nada más que una realidad ilusoria) o por los que
alaban la "especificidad cultural" (tan estimada por
los norteamericanos, ya se sabe) que tiene que ser respetada.
Esas formas de "respeto de las comunidades" son muy
útiles para la gestión del capitalismo liberal
mundializado porque no implican ninguna confrontación
respecto a problemas reales (las "comunidades" en cuestión
participan del juego del liberalismo económico), transfiriendo
el debate -cuando tiene lugar- a la esfera del imaginario cultural.
Por tanto, el islam político no está
de ninguna forma en oposición al imperialismo, todo lo
contrario, es su perfecto servidor. No obstante, eso no impide
a nadie hacer creer que es un enemigo, que participa en la "guerra
de civilizaciones", como nos quieren hacer pensar Samuel
Huntington y los servicios de la CIA para los que él trabaja.
Una guerra que se está desencadenando sólo en el
imaginario a nivel mundial, y cuyas únicas víctimas
son las poblaciones que los culturalismos en cuestión
(como el islam político) sitúan bajo su golpe.
Una guerra ideológica que además proporciona un
pretexto creíble para una intervención (de EEUU
y de sus aliados) si es necesario.
No será nada extraño que EEUU se
aproveche de los servicios que les presta el islam político
para su proyecto de hegemonía mundial. Ningún movimiento
del islam político está clasificado por Washington
como un "enemigo". No hay más que dos excepciones
-Hamás en Palestina y Hizbollah en Líbano- porque
la geografía política hace de ellos los enemigos
de Israel que evidentemente está antes que nada en la
lista de preferencias americanas. Sólo esas dos organizaciones
son calificadas como "terroristas", aunque son las
únicas que luchan contra una ocupación extranjera.
Las demás -aunque utilicen la violencia extrema contra
sus compatriotas- no están definidas como tales. Dos pesos,
dos medidas, el doble lenguaje de la hipocresía, ¿se
puede esperar otra cosa de los imperialistas?
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