París-Argel,
ida y vuelta
Mohammed Harbi*
Le
Monde Diplomatique / CSCA web (www.nodo50.org/csca), 3 de febrero,
2006
"La
colonización tiene su propia lógica, que la conduce
de la violencia pura y expropiadora a una institucionalización,
y que el corte se sitúa a finales de la década
de 1880. Sin discutir su carácter imperialista y destructor,
no podríamos olvidar las aculturaciones recíprocas
ocurridas, efectos perversos no deseados por el colonizador.
Aculturación que hará que los argelinos adopten
ideologías revolucionarias, reivindicaciones por una democracia
política, y lideren una revuelta social y sindical. En
suma, la Argelia que sale victoriosa de su lucha por la independencia
debe conocer la herencia de la historia."
Los problemas éticos
y políticos vinculados a la guerra de independencia argelina
han invadido en estos últimos años el debate público
en Francia. Se ha denunciado el borrado de la memoria y la manipulación
de la información, se ha reprobado la negativa a integrar
el pasado colonial, con sus prolongaciones en el tratamiento
a los inmigrantes (1). ¿Qué repercusión
ha tenido en Argelia este debate? Y más allá de
esto, ¿cómo analizar la colonización como
hecho social e histórico?
Broma de la Historia: lo que
despertó las pasiones francesas por la joya del ex-imperio,
fueron las convulsiones del sistema argelino.
En Argel, la evocación
del pasado colonial está jalonada por tres momentos: la
oposición a los mitos fundacionales del nacionalismo argelino
en la primavera bereber (1980): el levantamiento popular de octubre
de 1988 que puso fin al monopolio político del Frente
de Liberación Nacional (FLN): y finalmente, el enfrentamiento
entre el Estado-ejército y los islamistas, sobre todo
después de la interrupción del proceso electoral
(enero de 1992). En todos estos conflictos, Francia se convirtió
en una caja de resonancia privilegiada. Como subrayó Guy
Pervillé en relación con el choque entre el Estado
militar y la disidencia religiosa, los protagonistas presentan
"su lucha como una repetición de la guerra de liberación,
en la que cada uno de los bandos pretende reservarse el papel
bueno del muyaidín" (2).
En estas condiciones, los vencidos
de la guerra de independencia (repatriados, ex integrantes de
las fuerzas especiales, oficiales antigaullistas) y los movimientos
hostiles a los inmigrantes como el Frente Nacional (FN) reactivaron
en Francia la imaginería colonial sobre Argelia. Con ayuda
de la actual situación internacional, el FLN fue incluso
-injustamente- asimilado a un movimiento terrorista. Esta era,
en suma, la revancha de la Argelia francesa.
Pero este resurgimiento del
pasado en el presente toma un cariz imprevisto cuando el 20 de
junio de 2000, en Le Monde, una ex combatiente del maquis. Louisette
Ighilahriz, se confiesa a Florence Beaugé : acusa a los
jefes paracaidistas franceses de haber ordenado que se la torturara
en Argel en 1957. El general Massu ya no niega, por lo demás,
la práctica de la tortura. Empieza entonces. a gran escala,
el proceso a la tortura. Mientras que el deseo de verdad encuentra
gran eco en Francia, en Argel prevalece la incomodidad. El contexto
local lo explica: a la euforia nacionalista de los años
sesenta sucede, en los ochenta, una ruina moral y política
que desemboca en una terrible escalada de violencia.
Entre un Estado militar insensible
al derecho en sus prácticas represivas, y un movimiento
religioso sin una verdadera columna vertebral, abierto a todos
los excesos y a todas las manipulaciones, la situación
degenera rápidamente. Masacres, asesinatos y desapariciones
marcan el día a día de los argelinos. El ex presidente
Ahmed Ben Bella (1962-1965) dibuja el siguiente cuadro sombrío:
"Resulta que entre nosotros empieza a hablarse de batida
policial, de terroristas (...) Esto nos trae curiosos recuerdos
a quienes hace 30 años vimos cómo este mismo esquema
de poder reproducía el vocabulario del general Massu o
del general Salan" (3).
En estas condiciones, la victimización
que sirvió en Argelia para enmascarar un pensamiento xenófobo,
negativo y circular, se encuentra eclipsada. Para las nuevas
generaciones, en lucha con las dificultades de la vida, y que
no conocieron la colonización, Francia tiene una cara
distinta. En cuanto a las élites políticas, ensayan
otros modos de evocar el pasado: ya no sirve esgrimir la culpabilidad
de los franceses eludiendo al mismo tiempo las propias responsabilidades
por lo que ha sido del país.
Desde 1988, con su cortejo
de víctimas y torturados, "el rey está desnudo".
Hay que acabar con la guerra, llevar a Francia a reconocer, por
la vía diplomática, los padecimientos del pueblo
argelino, desterrar todo espíritu de revancha y, sin complacencias,
facilitar el esclarecimiento de las desviaciones que vemos reproducirse
hoy en Argelia. En los círculos oficiales, estas últimas
ya no son tabú: se habla de ellas. ¿Pero se aceptará
debatir públicamente al respecto, como en Francia? Eso
está por verse, dada la fuerte oposición de los
ex muyaidines.
Las opiniones están
divididas en cuanto a los métodos para saldar los contenciosos
originados en el período colonial. Por ejemplo, la Fundación
del 8 de mayo de 1945, creada en 1990 por Bachir Boumaaza, ex
presidente del Senado, destituido por iniciativa del presidente
Abdelaziz Boutlefika, no piensa ceder respecto de los crímenes
no amnistiados, es decir, aquellos perpetrados durante las masacres
de mayo de 1945 (4): un episodio "inexcusable",
admitió en mayo de 2005, en nombre de su Gobierno, el
embajador de Francia en Argel, Hubert Colin de la Verdiére.
Este obstáculo no es ineludible. De todos modos, la adopción
por el Parlamento francés de la ley del 23 de febrero
de 2005 (5), cuyo artículo 4 afirma el papel positivo
del sistema colonial, brindó al presidente Bouteflika
una oportunidad de intervención, para condenar una legislación
de "una ceguera mental lindante con el negacionismo".
El tiempo transcurrido entre
su intervención y la del FLN, el 7 de junio de 2005, muestra
a las claras que no es momento de dramatismos. No debe ponerse
en peligro el proyecto de Tratado de Amistad entre Francia y
Argelia, cuya firma está prevista para diciembre de 2005.
Se negocia, pero en secreto, para sustraerse, los unos a las
presiones de los nostálgicos de la Argelia francesa, que
multiplican las iniciativas para gloria de la OAS, los otros
a los depositarios de la memoria de los muyaidines reconocidos
como tales.
Un editorialista, Abdou B.
señala: "Hay administradores de fondos de comercio
que, por supuesto, ven con malos ojos el Tratado de Amistad...
Son los mismos que se lanzan, a la primera señal, a guerrear
contra la lengua francesa en nombre de valores de los que se
autoproclaman legítimos defensores, cosa que no les impide
comprar diplomas de francés de modo encubierto, aceptando
pagar mucho y en el exterior" (6). Baste decir que
la lengua francesa es reconocida, junto al árabe y al
bereber, como una de las lenguas del país. Lo cual nos
lleva de vuelta al debate sobre la colonización.
La memoria subjetiva de los
pueblos no se parece en nada al trabajo del historiador profesional.
La historia recordada depende de las pasiones, de los estereotipos
o las aspiraciones del momento. Dos paradigmas contrarios organizan
esta memoria colectiva, y ambos responden a un simplismo que
autoriza apasionamientos y manipulaciones políticas.
El primero es el de los nacionalistas
franceses, herederos altaneros y seguros de la "función
civilizadora de la colonización". Y sacan a relucir
sus pruebas: la red ferroviaria o de carreteras, los puertos
abiertos al mundo, la seguridad del país, las escuelas,
los hospitales, etc. Sin ver, claro está. que todo eso
se realizaba para el exclusivo interés del colonizador
y no con la preocupación de promover una Argelia abierta
al progreso, a las Luces, al perfeccionamiento de la democracia.
En suma, se trataba para ellos de una Argelia sin argelinos.
El otro paradigma es el inverso
del primero. Dentro de éste, la colonia es vista como
un paréntesis, que la independencia de 1962 volvió
a cerrar. Con la independencia, Argelia se reconciliaría
con su propia naturaleza, tal como se anunciaba en 1830. Esta
Argelia otomana, potencialmente portadora de todas las virtudes,
habría hecho frente a los problemas que el presente plantea.
Como si la colonización hubiera encerrado a una Argelia,
entonces abierta al progreso, en un inmovilismo del que hoy sale
intocable, tal como su misma identidad árabe-musulmana
la define.
Lo que estos dos paradigmas
tienen en común es que ninguno toma ni mínimamente
en cuenta la historia de los historiadores. No obstante, ésta
subraya en primer lugar que la colonización tiene su propia
lógica, que la conduce de la violencia pura y expropiadora
a una institucionalización, y que el corte se sitúa
a finales de la década de 1880. Sin discutir su carácter
imperialista y destructor, no podríamos olvidar las aculturaciones
recíprocas ocurridas, efectos perversos no deseados por
el colonizador. Aculturación que hará que los argelinos
adopten ideologías revolucionarias, reivindicaciones por
una democracia política, y lideren una revuelta social
y sindical. En suma, la Argelia que sale victoriosa de su lucha
por la independencia debe conocer la herencia de la historia.
Y preguntarse, entonces, por
el sentido oculto de las campañas que utilizan un pasado
recompuesto para justificar oscuras maniobras. La exigencia de
verdad nos obliga a preguntarnos sobre el estado de la sociedad
precolonial, sobre sus formas de dominación, sus jerarquías
y su desprecio de los débiles. La colonia sucedió
a una sociedad sometida, ella misma, a una dominación.
Detrás de la diferencia -que es importante entre la sociedad
precolonial y la colonia, hay una forma de continuidad: la de
una sociedad de la sumisión. En cuanto al presente, éste
exige por cierto un conocimiento de nuestro pasado, pero quien
dice conocimiento no dice impulso subjetivo ni poder de los mitos.

Notas:
(1) Véase:
Nicolás Bancel, Sandrine Lemaire y Pascal Blanchard (bajo
la dirección de), La Fracture coloniale, La Découverte,
París, 2005.
(2) Soldado del ejército de liberación. Cf. Guy
Pervillé, La guerre d'Algérie vue de France,
Confluences Méditerranée, N° 19, París,
otoño de 1996.
(3) TF1, 28 de diciembre de 1994.
(4) Véase En Sétif, el 8 de mayo de 1945".
(5) Véase Claude Liauzu, Una ley contra la historia.
(6) "Au nom du pére!", La Tribuno, número
especial, Argel, 3 de julio de 2005.
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