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Nuestra complicidad murió con él

dimarts 2 de gener de 2007, per  atom

Robert Fisk

Lo hicimos callar. El momento en que el encapuchado verdugo de Saddam jaló la palanca que abrió la trampa de la horca en Bagdad, la mañana del sábado, los secretos de Washington quedaron a salvo. El vergonzoso, excesivo y oculto poder militar que Estados Unidos y Gran Bretaña dieron a Saddam durante más de una década sigue siendo la historia terrible que nuestros presidentes y primeros ministros no quieren recordar. Ahora Saddam, quien sabía la verdadera dimensión de ese apoyo occidental que le permitió perpetrar algunas de las peores atrocidades desde la Segunda Guerra Mundial, está muerto.

Se ha ido el hombre que personalmente recibió ayuda de la CIA para destruir al Partido Comunista de Irak. Después de que llegó al poder, la inteligencia estadunidense le daba a sus serviles colaboradores la dirección en que vivían comunistas, tanto en Bagdad y como en otras ciudades, con el fin de desbaratar la influencia que tenía la Unión Soviética sobre Irak. Los mujabarats de Saddam visitaban cada hogar, arrestaban a todos sus ocupantes y luego los asesinaban. Los ahorcamientos públicos eran para los saboteadores; para los comunistas, sus esposas e hijos se reservaba un trato especial: torturas extremas antes de ser ejecutados en Abu Ghraib.

Existe en todo el mundo árabe la evidencia de que Saddam sostuvo una serie de reuniones con funcionarios estadunidenses de primer nivel antes de su invasión a Irán de 1980. Tanto él como el gobierno estadunidense estaban convencidos de que la república islámica se derrumbaría cuando Saddam enviara a sus legiones al otro lado de la frontera, por lo que el Pentágono recibió instrucciones de dar asistencia a la maquinaria militar iraquí proveyendo inteligencia sobre las técnicas de batalla de los iraníes.

Un helado día de 1987, no muy lejos de Colonia, me reuní con un traficante de armas alemán, quien inició esos primeros contactos directos entre Washington y Bagdad por órdenes de Estados Unidos.

"Señor Fisk, muy al principio de la guerra, en septiembre de 1980, fui invitado a ir al Pentágono", dijo. "Ahí, me entregaron las más recientes fotos satelitales que Estados Unidos había tomado del frente iraní. Podía verse todo en esas imágenes. Había emplazamientos de artillería iraní en Abadan y detrás de Jorramshar, trincheras en la ribera este del río Karun, barricadas antitanque ­miles­ a todo lo largo de la frontera iraní hacia el Kurdistán. Ningún ejército podía desear más que esto. Yo llevé esos mapas en un avión de Washington a Francfort y de ahí me trasladé directo a Bagdad en uno de Iraqui Airways. ¡Los iraquíes estaban muy pero muy agradecidos!"

En ese entonces yo cubría la guerra con los comandos de avanzada de Saddam, bajo las granadas iraníes, y ahí noté que los militares iraquíes alinearon sus fuerzas de artillería en posiciones muy alejadas del frente de batalla, lo que decidieron con base en los detallados mapas de las posiciones iraníes con que contaban.

Sus bombardeos contra Irán en las afueras de Basora permitieron que los primeros tanques iraquíes cruzaran el río Karun en sólo una semana. El comandante de esa unidad de tanques alegremente rehusó decirme cómo fue que adivinó cuál era el único puente que el ejército iraní no tenía defendido. Hace dos años nos encontramos de nuevo, en Ammán, y sus subalternos lo llamaban "general", rango que Saddam le concedió después de ese ataque de tanques al este de Basora, cortesía de la información de inteligencia de Washington.

La historia oficial iraní de la guerra de ocho años con Irak registra que la primera vez que Saddam usó armas químicas fue el 13 de enero de 1981. El corresponsal de Ap en Bagdad, Mohamed Salaam, fue llevado a ver el lugar en que se consumó la victoria militar iraquí al este de Basora.

"Comenzamos a caminar y a contar los cuerpos", relató. "Caminamos kilómetros y kilómetros en esa mierda de desierto, contando. Cuando llegamos a alrededor de 700, perdimos la cuenta y tuvimos que comenzar de nuevo... Los iraquíes habían usado, por primera vez, una combinación: gas nervioso que paralizaría los cuerpos de sus enemigos y gas mostaza para ahogarlos desde los pulmones, por eso es que todos habían vomitado sangre".

En ese momento los iraníes denunciaron que Estados Unidos había dado ese terrible coctel a Hussein y Washington lo negó. Pero los iraníes tenían razón. Las largas negociaciones que llevaron a la complicidad de Estados Unidos en esta atrocidad continúan siendo un secreto. Se sabe que el ex secretario de Defensa estadunidense Donald Rumsfeld era en ese momento uno de los punteros del presidente Ronald Reagan. Seguramente Saddam conocía a detalle esta historia.

Pero un documento del Senado que pasó casi desapercibido, titulado "Las exportaciones de agentes químicos y biológicos para uso dual y relacionado con actividades bélicas y su posible impacto en la salud durante la Guerra del Golfo Pérsico", afirmaba que antes de 1985 y posteriormente, compañías estadunidenses mandaban cargamentos de agentes biológicos a Irak. Estos incluían el bacilus antracis, que produce el ántrax y el escerichia coli (E. coli).

Dicho reporte del Senado concluía: "Estados Unidos ha proveído al gobierno de Irak con materiales de ’uso dual’ que ayudaron al desarrollo de programas de armamento químico, biológico iraquíes, y programas misilísticos, incluyendo elementos para la construcción de una planta química de producción de agentes, dibujos técnicos y un programa para la elaboración de equipo para la guerra química".

El Pentágono tampoco ignoraba hasta qué grado Irak usaba armas químicas. En 1988, por ejemplo, Saddam dio personalmente permiso al teniente coronel Rick Francona para visitar la península de Fao después de que las fuerzas iraquíes recapturaron esta zona que los iraníes habían tomado. Francona era un oficial de inteligencia defensiva de Estados Unidos, y uno de los 60 funcionarios estadunidenses que secretamente daba información sobre los movimientos militares de Irán a miembros del estado mayor iraquí.

El reporte que Francona hizo a su regreso a Washington decía que los militares iraquíes habían usado armas químicas para lograr su victoria. El encargado de la inteligencia de la defensa en ese entonces era el coronel Walter Lang, quien dijo que el hecho de que los iraquíes usaran gas en el campo de batalla "no es asunto que nos preocupe profundamente, desde un punto de vista estratégico".

Yo, sin embargo, vi los resultados. En un largo tren hospital, que volvía a Teherán del campo de batalla, encontré a cientos de soldados iraníes que tosían sangre y moco que provenía de sus pulmones. Los vagones apestaban tanto a gas que tuve que abrir las ventanas. Tenían los brazos y la cara llenos de pústulas en las cuales, en momentos, crecían nuevas ampollas. Muchos presentaban quemaduras espantosas. Esos mismos gases después fueron usados contra los kurdos de Halabja. No es sorpresa que Hussein haya sido juzgado en Bagdad primordialmente por una matanza de chiítas,y no por sus crímenes de guerra contra Irán.

Aún no sabemos ­y tras la ejecución de Saddam quizá nunca sepamos­ la magnitud de los créditos que Estados Unidos concedió a Irak desde 1982. El primer tramo, la suma que se pagó por armamento estadunidense proveniente de Jordania y Kuwait, fue de 300 millones de dólares. Para 1987, a Saddam se le había prometido un crédito por mil millones de dólares. En 1990, justo antes de la invasión a Kuwait, el comercio entre Irak y Estados Unidos había crecido a 3 mil 500 millones de dólares al año.

Presionado por el secretario de Estado, el mismo James Baker cuyo reporte pretende sacar a George W. Bush de la catástrofe, concedió nuevas garantías de préstamo a Irak por mil millones de dólares.

En 1989, Gran Bretaña, que también estaba dando ayuda militar secreta a Saddam, garantizó 250 millones de libras esterlinas a Irak poco después del arresto, en Bagdad, del periodista de The Observer Farzad Bazoft. El reportero estaba investigando la explosión de una fábrica en Hilla que estaba usando los mismos componentes químicos enviados por el gobierno de Estados Unidos, y quien posteriormente fue ahorcado en prisión.

Un mes después de la detención de Bazoft, William Waldegrave, ministro de la Oficina del Exterior, señaló: "Dudo que exista, en algún otro lugar del mundo, otro posible mercado a una escala similar a ésta en la que Reino Unido esté tan bien posicionado, siempre y cuando juguemos nuestras cartas diplomáticas correctamente... Unos cuantos Bazofts más u otro brote de opresión interna lo harían más difícil".

Aún más repulsivas fueron las observaciones del entonces primer ministro adjunto, Geoffrey Howe, en lo referente a relajar el control sobre la venta de armas británicas para Irak. Guardó este secreto, según escribió, porque "se vería muy cínico si tan pronto como expresamos nuestra repulsión por la forma en que se trató a los kurdos adoptamos un enfoque más flexible a las ventas de armas".

Saddam conocía también los secretos en torno al ataque contra el USS Stark cuando, el 17 de mayo de 1987, un jet iraquí lanzó una ráfaga de misiles contra una fragata de Estados Unidos, matando a más de una sexta parte de la tripulación de la nave, que estuvo a punto de hundirse. El gobierno estadunidense aceptó la disculpa de Hussein, quien alegó que el navío fue confundida con un barco iraní. Además, se le permitió a Saddam negar el permiso para entrevistar al piloto iraquí.

Toda la verdad murió con Saddam Hussein en la ejecución que tuvo lugar en Bagdad la madrugada del pasado sábado. Muchos en Washington deben haber suspirado con alivio, una vez que el viejo quedó silenciado para siempre.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

1 Missatge

  • Sadam Husein es inocente Le 3 de gener de 2007 à 14:39

    Santiago Alba Rico
    Rebelión

    El día del Aid-al-Adha, el día en que Alá perdonó la vida a Ismail, el día en que los dictadores musulmanes indultan a los condenados, los estadounidenses ejecutaron a Sadam Huseín; el día en que Dios sustituyó la víctima humana por un cordero, liberando así a los hombres del círculo interminable del sacrificio, EEUU restableció la maldición sacrificial.

    A las seis de la madrugada Sadam Huseín subió al cadalso, firme y sereno, según todas las noticias; rechazó la capucha de reo y tranquilizó al verdugo; su dignidad no demuestra ni su superior moralidad ni la justicia de su gobierno, pero rebaja a los ejecutores un peldaño por debajo de su propia abyección. Todo el que se entristezca por su muerte sin ser pariente suyo está loco; todo el que se alegre sin haber sufrido daño de su mano es un criminal. Todo el que no se escandalice está legitimando, y reclamando de nuevo, las decapitaciones en directo de los salafitas, el atentado de las Torres Gemelas, el dolor de los proletarios e inmigrantes de Madrid, el horror del metro de Londres, la sangre de los turistas de Bali y los siniestros abusos de todas las dictaduras, incluyendo a aquellos por los que se condenó al propio Sadam Huseín.

    El expresidente iraquí no tuvo un juicio justo y murió, por tanto, tan inocente como el día en que nació; su ejecución le exculpa de hecho de todos sus crímenes, porque castiga su imperdonable error de no haberlos cometido, a partir de 1990, a favor de su verdugo. Un tribunal de excepción establecido por un ejército ocupante, sin las más mínimas garantías procesales y animado exclusivamente por un principio retributivo y ejemplarizante, es tan legítimo y justo como el que formasen diez mafiosos para acuchillar al miembro de una familia rival o cien esbirros del Ku-Klux-Klan para linchar a un delincuente negro. Sin un juicio justo, no se ha probado que Sadam Huseín fuera culpable y, una vez muerto, ya nunca se podrá probar. El día del Cordero su inocencia resplandece como la de Ismail en el ara del sacrificio y quizás la firmeza y dignidad del reo, con el Corán bajo el brazo, se alimentase justamente de este recuerdo y de esta identificación, que otros muchos, en todo el mundo árabe y musulmán, establecerán espontáneamente.

    Sadam Huseín era inocente y su inocencia, inalcanzable ya para sus verdaderas víctimas, atizará el fuego de nuevos sacrificios, nuevas venganzas, nuevas matanzas, nuevas degradaciones de la humanidad. Estados Unidos no ha matado al criminal sino al testigo y, al hacerlo precipitadamente y con el más absoluto desprecio por el Derecho, ha absuelto al condenado y ha justificado a todos los terroristas del planeta; matando injustamente al injusto ha legalizado la injusticia. Si Sadam Huseín no existe, todo está permitido.

    La ejecución de Sadam Huseín, lo sabemos, no es ni mucho menos lo peor que ha hecho EEUU en Iraq, pero revela en un fogonazo la monstruosidad de la ocupación. Ha perjudicado a las víctimas del expresidente, que ya no podrán juzgarlo de verdad; ha denigrado un poco más, a escala mundial, los conceptos de democracia y de derecho y nos ha restado aún más autoridad para condenar moralmente, en nombre de nuestros valores superiores, los atentados en los que mueran nuestros hijos. Los neocón de Libertad Digital celebrarán el sacrificio del malvado y aprovecharán para reclamar la pena de muerte contra nuestros “terroristas” en España y quizás las ilustres plumas de El País -Juan José Millás o Maruja Torres- encuentren alguna fórmula ingeniosa y divertida para que nos riamos al mismo tiempo de la dignidad barbuda de Sadam Huseín y del relincho de satisfacción de George Bush, demostrando así, con olímpico desapego literario, que están contra todos los lobos, a condición de que gane siempre el que tiene más dientes. Los que creemos, en cambio, que no es el momento de ponerse a inventar más sierras ni de reírse por igual de fuerzas desiguales y desigualmente injustas, llamamos a apoyar una vez más la democracia, el derecho y el Estado en Iraq, representados por la legítima resistencia, civil y armada, contra el invasor y sus fuerzas colaboracionistas.

    La única manera de que no haya más inocentes como Sadam Huseín es que se establezca de una vez por todas un criterio justo de culpabilidad; la única manera de romper con la lógica del sacrificio es imponer la lógica de la soberanía nacional y la democracia, brutalmente suprimidas -con cientos de miles de muertos realmente inocentes- por los sucesores extranjeros de Sadam Huseín. Los que se han alegrado hoy de la ejecución del expresidente iraquí le han devuelto a él la inocencia que no merece y han descontado una cifra más en la carrera cuesta abajo de la humanidad. Las víctimas de esta alegría suman 250 veces la población de Iraq.

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