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Violencia machista y psiquiatría sin visión de género

Jueves 2 de mayo de 2019

En muchas ocasiones se identifican como trastorno psiquiátrico los síntomas producidos por situaciones de violencia de género, lo que para muchas mujeres provoca un doble sufrimiento y una revictimización

Esmeralda R. Vaquero 01-05-2019 CTXT

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Mujer. PILAR GAMO

Irene M. no se encontraba bien y acudió a su médico de cabecera en busca de ayuda. Fue hace algunos años. El malestar se estaba agudizando y necesitaba algún tipo de alivio. Le contó al doctor lo que estaba viviendo, el distanciamiento con lo que le rodeaba, un estado de ánimo cambiante, malas relaciones con algunas personas de su entorno. Para todos estos síntomas le ofrecieron una solución rápida y sencilla. Irene salió de la consulta con una receta de ansiolíticos, otra de antidepresivos y una cita con el psiquiatra, quien le diagnosticó un Trastorno Límite de la Personalidad (TLP). “Los síntomas coincidían con lo que me estaba pasando, claro, pero es que esos mismos síntomas están arraigados en una situación de maltrato”, explica Irene. “Me atribuyeron un diagnóstico erróneo”.

Muy consciente de todo el proceso que ha atravesado, Irene habla de luz de gas, un elemento clave en su relación y en la imagen que se fue forjando de sí misma hasta llegar a consulta. Se trata de un tipo de violencia especialmente peligroso porque afecta a la percepción de la realidad de la persona que la está sufriendo. Una estrategia sutil pero muy efectiva que anula la autonomía y estabilidad de la víctima. “Él te hace sentir que cada bronca, cada problema, es culpa tuya y tú, aunque estés segura de que no has hecho nada, empiezas a dudar de tu salud mental”. El chantaje y la manipulación juegan un papel clave. “Es un entramado complejo porque él consigue que te vuelvas dependiente”, explica Irene. “Yo soy de Cádiz y vine aquí sin apenas conocer a nadie. Él me acercaba a la universidad y me iba a recoger cada día. Eso me impedía establecer relaciones; al final, cuando él no puede ir contigo, te dice que no puedes ir porque no te puede acompañar. Acabas yendo al psicólogo y diciendo que tienes ansiedad y que eres incapaz de ir sola a la universidad”. Esa ansiedad, sumada a la inestabilidad emocional, la tendencia a la huida y otros síntomas, desembocaron en un diagnóstico de TLP.

Bárbara Zorrilla, psicóloga experta en violencia de género (VG), trabaja con mujeres desde hace años y conoce las consecuencias del maltrato. “La violencia tiene un impacto negativo en la autoestima, la autonomía y el sentido de autoeficacia en las mujeres que la sufren, genera emociones de culpa, vergüenza, miedo. Provoca una alta hiperactivación fisiológica como consecuencia de mantenerse en estado de alerta durante un periodo de tiempo sostenido y genera ansiedad, desórdenes del estado de ánimo, estrés postraumático e ideas de suicidio, pues llega a ser contemplado como la única salida a un sufrimiento del que sienten que no pueden escapar”. Cuando estas mujeres acuden a un dispositivo público de salud, en muchas ocasiones se les asigna una etiqueta de algo que no les corresponde. “Como consecuencia de la falta de sensibilización y formación en materia de violencia de género, buena parte del personal profesional de salud mental tiende a identificar como trastorno psiquiátrico lo que en realidad es un grupo de síntomas producidos por una situación de violencia. Esto genera, no sólo que la mujer quede expuesta a un riesgo creciente al permanecer en la relación de violencia, sino que la sintomatología muchas veces empeore e incluso que se sientan responsables de la misma”. La profesional considera que el camino a seguir tendría que ser totalmente distinto. “Si lo que sientes es etiquetado como trastorno, impide que se profundice en el verdadero origen del mismo, cuando lo que se necesita es hacer una revisión de las relaciones que se mantienen para vincular ese malestar con la violencia sufrida y despatologizar lo que, en realidad, son efectos y consecuencias del maltrato en lugar de causas”.

El sufrimiento psíquico de las mujeres, incluso aunque provenga de la violencia machista, tiene asociado un adjetivo muy recurrente: loca. Una palabra cuyas ondas expansivas traspasan hogares y consultas. “Las acusaciones de loca son habituales en una relación de violencia, y, si lo sumamos a las consecuencias psicológicas de esta, nos encontramos con que en los procesos judiciales, la mujer se presenta en un estado de alteración anímica, con dificultades para narrar de forma coherente y ordenada lo sucedido, porque un trauma desestructura el discurso y la percepción de los acontecimientos; mientras que vemos a los agresores, calmados, formales, con una apariencia de personas integradas que tienen todo bajo control”.

La tristeza, el cansancio, la ansiedad, el insomnio, las pesadillas, la inestabilidad emocional, el sentimiento de desesperanza o la desconfianza, pueden estar relacionadas con situaciones de violencia de género. Lo explica Cristina Polo, responsable de los Servicios de Salud Mental de Hortaleza (Madrid) y experta en perspectiva de género en psiquiatría. “En muchas ocasiones se realizan diagnósticos psiquiátricos en mujeres sin que se haya evaluado ni visibilizado la existencia de violencia machista. A veces las mujeres pueden no haber tomado conciencia de la existencia de violencia, en otras ocasiones no ponen en conexión los síntomas con la violencia y no lo expresan en consulta, otras veces pueden no considerar que la experiencia pueda ser compartida con profesionales de la salud”, dice.

En cualquier caso, Polo considera que tanto la falta de detección como la respuesta inadecuada pueden aumentar la revictimización, es decir, atención inadecuada por parte de las instituciones sociales, en este caso de la médica. “Es imprescindible ayudar y acompañar a la mujer a tomar conciencia de la situación de violencia que puede estar detrás del motivo de consulta. Después de esta visibilización será, en un espacio de decisión compartida, cuando se diseñe una intervención que puede incluir psicofármacos o no”, explica. Para ella, el riesgo se produce cuando se prescriben psicofármacos o se indica psicoterapia sin haber visibilizado la situación de violencia que se esconde detrás de los motivos de consulta de muchas mujeres.

Medicalizar el malestar

Además del TLP, nutrido de público femenino, Bárbara Zorrilla cuenta que la depresión también se diagnostica un 70% más en mujeres que en hombres. Se trata, en su mayoría, a través de medicación recetada por el profesional de atención primaria, sin realizar una derivación al área de salud mental y sin profundizar en las verdaderas causas de esos síntomas. “Las mujeres son las principales consumidoras de psicofármacos porque se tiende a medicalizar el malestar, se les prescriben más tratamientos ansiolíticos y antidepresivos, mientras que a los hombres se les realizan más pruebas físicas ante los mismos síntomas, pensando que el malestar de las mujeres es psicológico, mientras que, el de los hombres, tiene un origen físico”.

Por su parte, Rebeca González, psicóloga del Centro de Rehabilitación Laboral (CRL) de Parla, también tiene experiencia de trabajo en recursos públicos de atención a la salud. y alerta: “Si tú medicalizas el dolor y el sufrimiento y no haces una evaluación más profunda estás haciendo un mal trabajo, porque le estás dando algo para que esa mujer sobreviva, pero dentro de una estructura que es violenta. Al final no estamos haciendo nada, solo recetando una pastilla y perpetuando ese dolor”. Basándose en su experiencia, González explica que son muchos los casos de mujeres que acuden a atención primaria con jaquecas, dolor de espalda o fibromialgia, unas dolencias tras las que se esconde una estructura violenta en casa. “Estas violencias que se invisibilizan muchas veces la mente las saca, el cuerpo las saca y aparecen sueños, vómitos, dolores de cabeza, migrañas, insomnios larguísimos, no hay apetito, se te cae el pelo; detrás de estos síntomas, si rascas, muchas veces te das cuenta de que hay una violencia”.

“A las consultas llega mucho malestar femenino al que no estamos siendo capaces de dar una respuesta”, explica González. Junto al TLP, las depresiones también están muy extendidas entre las mujeres, “aunque no todas se diagnostican”. “Con pastillas se va solucionando, ¿quién no conoce el Lexatin? Hay un sufrimiento emocional que está, que permanece, y con las pastillas voy tirando y no doy más problemas. Lo que necesitan muchas veces estas mujeres es un espacio para desahogarse”.

En palabras de González, tras el diagnóstico del TLP en mujeres en edad adulta, se esconden también en muchos casos abusos sexuales intrafamiliares en la infancia. El ciclo se vuelve perverso cuando transcurre, de manera cronológica, entre el silencio de unas terribles vivencias, el diagnóstico psiquiátrico posterior y un enfoque machista y enjuiciamiento de la vida de estas mujeres. “Lo he visto un millón de veces. La sexualidad de las mujeres a las que les ha pasado esto está muy penada si la viven de manera libre porque se les atribuye impulsividad, conductas irrefrenables, etc. Hace 30 años la transgresión se metía en el psiquiátrico, ahora se le pone un diagnóstico. Existe mucho juicio entre profesionales, porque vivimos en una cultura machista y desde la psicología y la psiquiatría tendemos a enjuiciar”.

‘Prescripción social’

Pese a su experiencia, Irene M. asume que, como en cualquier campo, la medicina también puede tener ciertas limitaciones. “Pero si el personal de atención a la salud tuviera más formación en violencia de género podrían intentar detectar ciertas señales de alarma o, al menos, si cuento mi sintomatología que intenten indagar por ahí”, apunta. Considera que con una etiqueta de trastorno psiquiátrico “todo se hace muy cuesta arriba”. “Si tu pareja ya te decía antes que estabas loca y que tú tenías la culpa de todo, al llevar el letrero de TLP parece que tiene la razón definitiva. Y así puede decir que tienes un problema”

Reconoce que tuvo “mucha suerte” porque su psiquiatra tenía muy en cuenta su opinión. “Hace cuatro años me intenté suicidar tres veces, pero nunca me ingresaron porque las conversaciones con mi psiquiatra eran muy racionales, muy tranquilas”. Otro anclaje para ella fue poder permitirse acudir a una psicóloga. “Que esa es otra cosa, hay que tener dinero que muchas mujeres no tienen”, dice. Irene comenta que su terapeuta le hablaba de forma muy clara y eso le ayudó mucho: “He estado tomando antidepresivos durante varios años, pero no he llegado a tomar estabilizadores del ánimo, que es lo que recetan con el TLP”. Algo que también le ha servido son las charlas que ofrece cada cierto tiempo, donde comparte sus vivencias. “He comprobado que lo que yo tenía en la cabeza tenía validez. Detrás de cada charla siempre vienen mujeres que me cuentan que les ha pasado algo parecido”.

¿Qué se puede hacer desde los servicios médicos para evitar que sigan ocurriendo estas situaciones? “Entre otras cosas, ampliar el campo de miras”, explica Rebeca González. “Si llega una mujer con ciertos parámetros, nuestra visión clínica nos hace ir a una etiqueta. Pero es que podemos jugar con la vida de alguien. Hay que tener en cuenta que puede estar sufriendo una violencia. Esto siempre hay que tenerlo encima de la mesa: la posibilidad de violencia, siempre, la posibilidad de trauma, siempre, porque si no podemos estar despreciando ciertas cosas que pueden estar pasando”. Resalta el papel fundamental de los y las doctoras de cabecera. “Tienen un poder infinito sobre la gente, porque es quien más te ve a lo largo de tu vida. Hay que reforzar el papel de esta figura, las buenas derivaciones”, asegura.

Para contrarrestar la farmacología y la psiquiatrización sencilla, González también apunta a la “prescripción social”, es decir, poner en un contexto más amplio problemas individuales. “Llegar al doctor de cabecera y que te diga ‘tu problema no es que trabajes mal sino que tu jefe es un cabronazo, así que sindícate’; y con la violencia machista igual. Se trata de poner el ojo en el contexto, en lo social, y cada vez se hace más. Tú puedes hacer prescripción social y puedes apoyarte en la farmacología. Pero quedarte en una pata, no sirve”.

Frente a la violencia machista, González sintetiza el papel de la atención a la salud en general, y de la Psicología en particular, en una palabra muy básica y sencilla pero a menudo olvidada: “responsabilidad”.

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