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Tres mujeres ‘chapeau’: Agnès Varda, Jane Birkin y Valeria Bruni Tedeschi

Sábado 5 de agosto de 2023

04 AGOSTO 2023 Analía Iglesias El Asombrario

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Jane Birkin en 2018. Foto: Nicolas Padovani

Puede ser una actriz, cantante o realizadora famosa, pero también una mujer trabajadora de más de 50, 60 o 70 años, de esas que no se han dejado avasallar por los mandatos de género ni por las apariencias. Los medios cuentan lo que cotizan unas arruguitas con glamour en la ficción actual, pero hay damas que en la realidad honran la vida y su placer. Aquí van tres. Son de cine pero siempre han excedido los límites de cualquier pantalla: Agnès Varda, Jane Birkin y Valeria Bruni Tedeschi. Ellas son el mensaje.

Hace pocas semanas, cuando murió Jane Birkin, volví a pensar en esas mujeres libres, con pensamiento propio, iconoclastas en cualquier época, que pudieron hacer cosas fuera de su clase y su tiempo, mucho antes de la tercera ola de feminismos, tan diversos, que nos incluyen y nos albergan, seamos como seamos.

Claro que Birkin fue un icono de la moda snob francesa de los 60, pero también sufrió el machismo en su propia piel. Y fue nada menos que la musa de una genia irreductible como Agnès Varda, libérrima como nadie y dispuesta a decirle verdades a la cara a los chicos insatisfechos de la Nouvelle Vague, e incluso a patriarcas (correligionarios y contemporáneos) venerados como Jean Luc Godard.

Birkin y Varda fueron madres y transitaron los hippies 70 y los ingratos 80, dejando huella a cada paso.

Resulta difícil que se nos borren las atmósferas tan rompedoras del romance de Kung-Ku master (1988), dirigida por Varda, y protagonizada por su propio hijo Mathieu Demy –que entonces tendría unos 14 años– y la bellísima Birkin, una adulta perplejamente enamorada. No huelga decir que ambas mujeres y madres firmaban aquel guion de una película de amor inteligente e inabarcable para muchos hombres.

Pocos días después de la muerte de Birkin –progenitora de la icónica Charlotte Gainsbourg– vi La gran juventud (Les amandiers, 2022), la última película de otra directora muy peculiar, a quien le sigo los pasos, porque siempre hace un cine autorreferencial, muy crítico, y también inteligente y desprejuiciado: Valeria Bruni Tedeschi.

Ella es otra mujer que habla de amor, amistad erótica y desamor, aunque le duelan las propias carnes, o quizá justamente para hacer catarsis, y que dejen de doler. Hay en esas obras contradicciones, paradojas, eternas ambivalencias y encajes y desencajes en una época tan turbulenta de pensamiento, orgullo y prejuicio como la nuestra, la actual, porque Bruni Tedeschi es hija de los 60 (nació en 1964) de una madre actriz y pianista –Marisa Borini– y tan libérrima como su hija del medio.

Valeria tiene casi 59 años en un momento histórico en el que, por fin, los medios empiezan a visibilizar el talento y la vigencia de quienes traspasaron largamente los 50 o 60 años, y no se rinden al relato dominante del conservadurismo ni al papel de abuelitas inocuas.

Valeria Bruni es, por supuesto, la hermana de la modelo y música Carla Bruni ­–exprimera dama francesa, casada con Nicolas Sarkozy–, con quien parece no compartir casi ningún principio político. Todas las biografías sobre estas hermanas en las antípodas ideológicas destacarán que ellas provienen de una rica familia de Turín, que tuvo que refugiarse en Francia, en los 70, cuando los secuestros de las Brigadas Rojas ponían en jaque a los industriales y aristócratas italianos.

En su faceta de actriz, Valeria resulta tan creíble en papeles de burguesa parisina como en los de quinqui del extrarradio, si prestamos atención a su filmografía (sin ir más lejos, en la programación del Festival Atlántida de Mallorca, en Filmin, se la puede ver en la conmovedora La línea, de Ursula Meier).

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Agnés Varda. © Cortesía de FICG 25 / Oscar Delgado

Damas en edad de merecer sin ganas de ser señoras respetables

¿Por qué digo que ella es el mensaje? Quien haya prestado atención a su anterior filme, La casa de verano (2018), podrá comprobar cómo Bruni Tedeschi trata su propia biografía como una tragicomedia. El guion –que firma con su compañera de escritura Noémie Lvovsky– se asienta en la autoparodia de una mujer rica (la propia Bruni Tedeschi), abandonada por su marido actor, 20 años más joven. Ella le ruega por teléfono al galán para que este reflexione y vuelva, y llora por los rincones del gran castillo familiar en el Mediterráneo, durante las vacaciones de verano junto a su excéntrica familia. Mientras tanto, los sirvientes se agrupan para pedir mejores condiciones de trabajo sin encontrar un solo interlocutor sensible (a ese punto se permite Bruni Tedeschi la autocrítica), en tanto el personaje de la guionista –una currante freelance interpretada por la propia Lvovsky– se instala junto al servicio para escribir la próxima película de la propietaria.

Lo cierto es que Valeria venía de separarse del guaperas Louis Garrel (París, 1983), padre de su hija (tanto en la vida real como en la pantalla), que había decidido apostar al amor con una deslumbrante actriz francesa de su edad. Sin vergüenza ni inútil orgullo, Bruni Tedeschi muestra el cruento dolor que le ahueca el pecho, mientras discute con su cuñado (sin dudas, el alterego de Sarkozy), soporta como puede a su padrastro músico, intenta apoyarse en su madre egocéntrica (que encarna la verdadera madre del clan, Valeria Borini), al tiempo que la hermana menor se queja de lo disfuncional de esa familia que tanto la ha hecho sufrir. Hay que dejar constancia que la propia Carla Bruni se quejó de verse reflejada en ese personaje que pinta a su núcleo parental y sus neurosis con tanto realismo.

Cinco años después, Valeria Bruni-Tedeschi vuelve a la pantalla con otra película bien valorada en Cannes que narra sus años de formación profesional y sentimental, en el semillero de Les amandiers (estrenada aquí como La gran juventud), la escuela de teatro de Nanterre que dirigía Patrice Chereau. Y dibuja un boceto sin piedad de lo decepcionantes que fueron los 80, empezando por la figura de Chereau, injusto con los alumnos y hasta acosador de alguno de ellos, siguiendo por la crisis de pánico y enfermedad que llegó con el VIH y, de mar de fondo, el espejismo de euforia de la heroína y la cocaína, en el contexto socioeconómico que traería esta inequidad que sufrimos hoy. Pensar que aquello parecía una fiesta…

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Valeria Bruni Tedeschi. Foto: Michaël Bemelmans.

En efecto, Valeria vivió sus 20 en la década de Reagan y Thatcher y así lo cuenta con su coguionista predilecta (Noémie Lvovsky, también nacida en 1964), la colaboración actoral de su ex marido Louis Garrel –porque toda mujer hecha y derecha sabe arreglar cuentas con el pasado y pasar página– y el protagónico de su actual amor, el bello (aunque controvertido) Sofiane Bennacer, de 25 años. Sofiane juega el rol del artista bohemio, irresistible e inasible del que todas nos hemos enamorado alguna vez y, de hecho, su personaje está inspirado en una pareja importante de Bruni Tedeschi, un joven aspirante a actor muerto de sobredosis en los 90. A su lado, haciendo de Valeria con 30 años menos, la hermosa Nadia Tereszkiewicz.

La película vale mucho la pena y lo que presentimos al verla es que el placer, para Valeria, ya está fuera de los límites de la pantalla.

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