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“Me gusta ser una zorra” y el derecho a la lujuria

Domingo 11 de febrero de 2024

Vaya por delante: boicot a Israel y boicot a Eurovisión. No vengo a hablar sobre ese ignomioso festival que acepta la participación de un estado genocida. Vengo a hablar sobre Manuela Trasobares, Las Vulpess, Itziar Ziga y Tockischa. Quiero hablar de la fuerza de la carne.

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Las Vulpes en concierto.

June Fernández 07/02/2024 Pikara

“Las Vulpes ya resignificaron la palabra ‘zorra’ hace 41 años. Dejad de mojar braga con quienes van a participar en el blanqueamiento de un genocidio. Tened un poquito de memoria histórica y un poquito de vergüenza también”. Es un tuit de la humorista Ane Lindane, y lo secundo.

Mi himno es ese, el del guitarreo rabioso que brotó de Barakaldo, la ciudad industrial a la que migraron mis abuelas y abuelos. Era 1983. Me gusta imaginar que mi madre escuchó esa canción embarazada de mí y que ese power atravesó su útero. Recordemos que Televisión Española hizo dimitir a Carlos Tena, el director Caja de ritmos, el programa en el que actuaron Las Vulpes cantando Me gusta ser una zorra y que fue cancelado para complacer a los sectores conservadores: en concreto, al diario ABC, al Partido Popular y al Fiscal general del Estado, que presentó una querella por escándalo público. 41 años después, Zorra, de Nebulossa, ha ganado el Benidorm Fest.

suscribete al periodismo feminista Pero no vengo a hablar de un festival que es la antesala de otro, ese que ha aceptado la participación un año más del Estado genocida de Israel. Tampoco vengo a hablar del eterno debate sobre si es una buena noticia que el discurso feminista y la estrategia queer de la apropiación del insulto lleguen a lo mainstream. Ni sobre si reivindicarnos como zorras nos empodera o supone cumplir el guion del patriarcado capitalista, ese en el que hasta Barbie es un icono feminista.

A mí, que no veo esos festivales de la vergüenza, me llegó el vídeo de Nebulossa por dos usuarias antagónicas de Instagram: la feminista experta en lenguaje no sexista María Martín Barranco (horrorizada con la “estética pornificada” de los bailarines en corsé y tacones y con la banalización del término empoderamiento) y Manuela Trasobares, agradecida de que Nebulossa se haya inspirado en ella. Espera, ¿cómo? Ahí es cuando me empieza a interesar más la propuesta, porque me maravilló esta artista, filósofa y expolítica trans cuando la conocí en los encuentros Maripensando del movimiento de liberación sexual vasco Ehgam.

Resulta que Mery Bas, la cantante de Nebulossa, gritó “¡tira la copa!”, como homenaje a la intervención de Trasobares en un programa de la televisión valenciana en 1996 . “Yo soy una mujer, Manuela Trasobares y nadie, nadie puede decir lo contrario”, dijo entonces. Un mensaje que sigue de triste actualidad, que se lo digan a Carla Antonelli.

Pero la clave está en otro alegato que hizo Trasobares mientras se liaba a estrellar copas de agua contra el suelo del plató: “¿Por qué no las mujeres vestirse con toda su lujuria? ¿Por qué no hablar de sexo? ¿Por qué no hablar de la fuerza de la carne? ¿Por qué? ¿Por qué nos hemos de reprimir? ¿Por qué? Durante tantos años la represión… y la máscara. ¿De qué me tengo que disfrazar ahora? ¿De qué?”.

Yo soy más de Tokischa que de Nebulossa. Tengo dudas de que la valenciana transgreda gran cosa, pero no me cabe la menor duda de que la dominicana revienta las costuras del puritanismo judeocristiano, incluido (tal vez especialmente) el del feminismo blanco. Escribe Gabriela Wienner en la entrevista que le hizo para SModa: “Os presento a nuestra presidenta, la joven ideóloga de la nueva política sexual pos-Me Too, vehículo para la reconexión con nuestra voluptuosidad en tiempos recios de acoso y abuso sexuales, adalid del feminismo tropical y defensora de las trabajadoras sexuales. Parece mentira que el sexo en el siglo XXI todavía escandalice, pero ella ha conseguido que le den más gasolina (…). Mujer racializada ejerciendo libremente su sexualidad en un mundo muy puritano y muy racista, la reivindicación de Tokischa no es solo de género y racial, es también de clase, de barrio, la de una superviviente a la que pidieron hacer música “limpia”, pero se negó. Ahora produce “divina suciedad”. Gracias al ritmo guarro del dembow, a esas letras cochinas, desde hace un tiempo la dominicana ya no necesita tirar de sugar daddys, uno de sus antiguos trabajos. Esta es la historia de alguien que un día se desacató: “Pa mí ser perra va más allá del perreo, de lo sexual. Una mujer es bien perra cuando tiene pantalones, cuando sale a trabajar, a buscar su cuarto, cuando se faja para tener buena nota, una mujer segura de sí misma, esa es una bitch”.

En las fiestas de mi pueblo se hace un concurso de baile. Suenan diferentes canciones y gente de todas las edades baila en pareja en la plaza, ante la mirada atenta de un jurado popular. Una madre se quejó de que sonasen canciones como Chulo pt. 2, de Bad Gyal con Tokischa y Young Miko. “Chulo, chulo, tiene cara de que en la cama te da duro”. No sé cómo me sentiré cuando mi hija llegue a esa etapa, pero sí sé que de niña me habría encantado Tokischa.

He pensado mil veces en escribir en Pikara Magazine sobre la llamada sexualización de las niñas. La última vez fue cuando algunas familias que fueron a un concierto de Aitana con sus hijas se quejaron de que la cantante hiciera una coreografía de alto voltaje. Obviamente, me parece mal que se venda bikinis con relleno a las niñas o que los minishorts se asignen a un género y las bermudas al otro. Pero creo que ese discurso suele obviar el hecho de que las niñas, los niños, les niñes son en su mayoría sujetos con deseo sexual y con vida sexual. Una sexualidad propia, claro, que no tiene que ver con la sexualidad adulta, como me explicó la sexóloga Aitzole Araneta para el reportaje sobre el porno y la adolescencia. Creo sinceramente que las niñas no perrean por mandato, sino por placer. Y, aunque fuera un mandato, lo prefiero al de cerrar las piernas.

El escritor Roy Galán ironizó en Instagram sobre comentarios hacia Aitana como que es incompatible vender Nancys con tu cara y follarte el suelo en el escenario. Galán recordó que, de niño, ponía a las Barbies a follar entre ellas, y recibió un aluvión de comentarios de seguidoras que empezaron hablando de juegos similares para después contar que también usaban las muñecas para masturbarse. Siempre recuerda la respuesta más divertida: la de la mujer que, de pequeña, tenía un idilio con Macario y, en concreto, con la nariz del muñeco.

Yo me follaba a mis peluches: un gato Isidoro y un cocodrilo de mi tamaño. Tenía 10 años y ponía el cassette del Caribe Mix para bailar en mi habitación: mi canción preferida era el Meneaito. Y ahí, ahí, ahí, ahí… Tenía 10 años. En la siguiente foto de mi álbum mental de recuerdos de lujuria púber, me he mudado a una casa prefabricada de estilo nórdico y me froto contra las columnas de madera porque he visto Showgirls y quiero ser bailarina de pole dance. En realidad, es una excusa para restregar mi clítoris contra una superficie nueva. Tengo 12 años y todavía no sé lo que es masturbarse.

Siempre me han fascinado las femme fatale, como Sharon Stone en Instinto Básico. De Showgirls me gustaba más Gina Gershon que Elizabeth Berkley (ya me funcionaba el radar) de la misma forma que prefería a Rizzo que a Sandy en Grease. Mis escenas preferidas de Showgirls confirmaban mi bisexualidad: la primera, cuando Nomi Malone consigue que Zack, el protagonista masculino, se corra sin tocarle, haciéndole un lap dance. La segunda, cuando Nomi va a visitar a Cristal al hospital, después de tirarla por las escaleras; esta le pide un beso y se lo dan en los labios.

También quería ser Madonna en El cuerpo del delito: derrama cera caliente por el pecho del amante de turno y se lo folla sentada a horcajadas dándole la espalda. Mi generación no tuvo más acceso que al porno codificado en Canal + y a los anuncios de prostitución de las televisiones locales, pero a veces lográbamos ver pelis eróticas en la tele, y con ellas forjé mi imaginario erótico. Más adelante, llegó la música: al Meneaito le siguieron el Papi Chulo y, cómo no, la Gasolina. Yo me sentía una de esas gatas que tira pa’alante, hasta que mis primeros novios y amantes me dejaron muy clarito que esa energía les ponía mucho, pero solo para un ratito o, si acaso, para domesticarme.

Después llegó el feminismo y, en concreto, el FeminismoPornoPunk. En ese congreso que comisarió Paul B. Preciado en 2008 en Arteleku (Donostia), escuché a Itziar Ziga sobre su Devenir perra, intenté hacer el taller de porno de María Llopis , entrevisté a la gran Annie Sprinkle … Ahí pude haberme zorrificado, pero ese proceso no era compatible con tener un novio perverso narcisista que me apretaba o me aflojaba el corsé de la represión sexual según le diera el aire. Mejoró un poco la cosa cuando me fui a Cuba y a Nicaragua; ahí escribí ‘Si no puedo perrear, no es mi revolución’. Pero una no se quita de encima tan fácilmente la pesada mochila del adoctrinamiento de género… ni el palo en el culo que es el feministómetro.

Ahora tengo casi 40 años. Leo que Mery Bas tiene 55. He de confesar que he buscado Zorra en YouTube y que la parte que más me gusta de la canción es “estoy en un buen momento, solo era cuestión de tiempo”. En la presentación en Bilbao de Intensas, el libro de Ana Requena Aguilar, preguntamos a partir de qué edad logra una sacudirse los mandatos de complacencia y mesura. Las más mayores nos dijeron que entre los 50 y 60 años. ¡Vamos!

No me representa alguien que representa al Reino de España en un festival cómplice de la ocupación y el genocidio del pueblo palestino. Sí me representa Manuela Trasobares. Y el fanzine Mamá folla , con esa maravillosa portada en su primer número en el que una madre dice “es la primera vez que me siento en todo el día”, sentada sobre la cara de su amante. Me representan las fiestas en la sauna Bolleras al vapor. Me representan las gang bang queer de Paulita Pappel y su productora Hardwerk. Me representa Como comida, la novela ilustrada en la que Flor Yuste y Lidia Toga reivindican la promiscuidad bibollo como antidepresivo para superar un duelo de pareja. Por cierto, en las presentaciones llevan máscaras de zorras.

Me representa Residente, el empotrador que nos prendió a las señoritas intelectuales que teníamos el área abdominal a punto de explotar, que ha cancelado la promoción de su nuevo disco en señal de apoyo al pueblo palestino. Dice en una entrevista: “Cuando yo veo a los palestinos diciendo que los dejaron solos, se refieren a que el mundo entero, todos los países que vieron esto, tenían que haberse detenido. Suspender todo y atender eso”.

Nunca he estrellado una copa contra el suelo, pero, en el taller de escritura del goce de Luciana Peker que tuve el placer de cursar, me comprometí con ella a romper la cristalera entera a polvos. Estoy en ello. Tengo a una empotradora tierna que me canta por Bad Bunny : “Si se pone en cuatro I go where she goes”. Disfruto siendo muy zorra con mi chulazo bollo y no me interesa cuestionarme si es un signo de empoderamiento sexual o de alienación patriarcal. Me interesa sentir la fuerza de la carne y, más que quitarme máscaras, jugar con ellas.

Manuela Trasobares felicitó a Nebulossa afirmando que “las niñas que hay en nosotras no pueden estar más pletóricas”, y me emociona, porque justo estos días estoy hablando mucho con esa niña lujuriosa que fui. Trasobares termina su mensaje alertando sobre el fascismo: “Quedan muchas copas por romper y zorras por liberar. Vamos a seguir luchando para que ese rugido se expanda por una Europa en la que los fantasmas del pasado vuelven a deambular para asustarnos”.

La ocupación israelí en Palestina es presente continuo. Ojalá hagamos caso a Residente, suspendamos todo y atendamos eso.

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