Jueves 1ro de junio de 2023
FLORENCIA GOLDSMAN 31/05/2023 Pikara
En un contexto histórico de colonización renovada por la presión que ejercen países europeos o Estados Unidos, los gobiernos centroamericanos han alentado la creación de un tipo de industria que tiene mucho de esclavitud. Jornadas de trabajo interminables, salarios mínimos y escasos derechos laborales delinean la industria de la moda.
Maquila significa “trabajo de manufactura textil parcial realizada por encargo de una empresa”. Este neologismo se aplica a cierto tipo de industria caracterizada por utilizar insumos y tecnología en gran parte importados, emplear mano de obra local barata y destinar su producción a la exportación. En Centroamérica hay cientos de fábricas de este tipo para la confección de ropas. El número exacto es difícil de cuantificar pues algunas no están registradas legalmente. Los regímenes laborales de estas empresas, cuya principal mano de obra está feminizada, es racializada y de las clases económicas más desfavorecidas, se asemejan a una neoesclavitud.
Desde finales de los años 70 opera en la región un tipo de industria opaca, explotadora y privilegiada. Los gobiernos de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua han promulgado leyes para crear regímenes especiales de exoneraciones arancelarias y tributarias para atraer la inversión extranjera, a la que han mimado, además, con tarifas especiales de energía eléctrica y una actitud de poca vigilancia sobre el cumplimiento de los derechos laborales y las normativas ambientales. En las maquilas, todo vale y nada se sabe. Los tratados de libre comercio sirven de tapadera. Operar al margen de las legislaciones estatales genera unos dividendos que benefician a las marcas de moda que venden luego la ropa en Estados Unidos a altos precios.
Los países y su población pierden, las marcas extranjeras ganan y se llevan el dinero.
El sector de las maquilas representa uno de los segmentos más fuertes en la economía de los países centroamericanos. Este comportamiento se ve reflejado en la participación de estas empresas al Producto Bruto Interno (PBI), así como en los datos de importación.
Dolores Guerra, maquilera de 47 años, no solo lleva escritas las batallas en su nombre, su historia visibiliza el derrotero de una trabajadora de maquila. Al momento de dar la entrevista a Pikara Magazine lleva un mes sin trabajo. Según la prensa local, las cámaras que representan al sector reportaron una baja de 90 millones de dólares debido a que su producción depende del mercado estadounidense, en caída por la Covid-19. Cortaron como siempre, recuerda el dicho, por el hilo más delgado.
El sector de las maquilas genera en Guatemala alrededor de 80.000 empleos, pero con la pandemia se redujo a unas 20.000 personas, informó el periódico local Prensa Libre. Guerra cuenta que un día, apenas comenzada la larga crisis, fue como siempre a trabajar a la empresa situada en Chimaltenango, primera ciudad industrial del país después de Guatemala capital, y le comunicaron sin anestesia que estaba despedida: “No me dijeron por qué. Nada”. Hacía más de ocho años y medio que Dolores Guerra se dedicaba a la costura de bolsillos en esa empresa.
“Desde la década de 1990, el número de mujeres centroamericanas que trabajan en el sector de la maquila se ha incrementado de manera significativa. Se estima que unas 263.000 mujeres estaban empleadas en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua antes de que comenzara la crisis por la Covid19”, explica la economista Julia Evelin, profesora del departamento de Economía de la Universidad Centroamericana de El Salvador José Simeón Cañas.
Maritza Velásquez, representante sindical Asociación de Trabajadoras del Hogar a Domicilio y de Maquila (ATRAHDOM), explica que la maquila textil en Guatemala aglutina a un sector laboral de los más desprotegidos de la población: “Tiene un sesgo de género y étnico, porque una vez allí dentro violentan las normativas para trabajar. Sobre todo, el tema de los derechos económicos”.
En Guatemala ser trabajadora textil y organizarse en un sindicato equivale a poner en riesgo no solo el trabajo, sino la vida. Así lo explica Velásquez: “Hay escasas maquilas organizadas. Algunas han decidido cerrar con tal de no continuar con el sindicato adentro. Son claras las violaciones al derecho a la libertad sindical de organización. En estas empresas los sindicatos son mayoritariamente organizados por mujeres. Y algunas han sido perseguidas, violentadas y han tenido que salir del país porque las han amenazado de muerte”.
Destruye cuerpos de generación en generación
La historia de Dolores Guerra en el mundo textil, como la de muchas maquileras, comienza a una edad temprana, a sus 16 años. La mayor de ocho hermanos recuerda que dejó de estudiar primero básico cuando se murió su papá. Tras abandonar la escuela entró en una fábrica que hoy se llama SamSol (en esa época se llamaba San Lucas) y ahí trabajó siete años. En su derrotero fue cambiando de empresas, algunas cerraban y se iban sin pagarle prestaciones, en otras le prodigaban malos tratos. En todas, el desgaste físico fue y es una constante: “Me agarraba dolor de pulmón, lo sentía en el brazo izquierdo que más esforzaba para trabajar. Se estresa mucho una. Va al baño por tres minutos y si una se tarda más la mandan a llamar. La maquila me jodió mucho la vista. Cuando sale al sol a una le arden los ojos”.
El Movimiento de Mujeres Trabajadoras y Desempleadas María Elena Cuadra (MEC) de Nicaragua realizó un estudio sobre mujeres trabajadoras de maquilas que indicó que el 89,2 por ciento de las trabajadoras son menores de 35 años. Y mayoritariamente madres: un 26 por ciento de las analizadas eran madres solas.
“La vida de las madres de maquila es muy triste, ahora me doy cuenta”, reflexiona por su parte Marlin Pérez, quien a sus 42 años lleva más de 25 trabajando en las maquilas. Su hija menor nació afectada por “mota en los pulmones, el por el polvo que sueltan las prendas y una lo respira”. Cuenta Pérez que durante muchos años su trabajo en la maquila no contó con ninguna protección ante contaminantes y desperdicios a los que se exponen.
“En su gran mayoría, los empleos en esta actividad económica se siguen caracterizando por sus altos niveles de precariedad, que incluyen la existencia de bajos salarios muy por debajo de la satisfacción de las necesidades de ingresos básicas para satisfacer las demandas vitales básicas. También por las extensas jornadas de trabajo y por la violencia física y psicológica en contra de las trabajadoras de maquila, debido tanto al uso de métodos abusivos para el incremento de la productividad, como el establecimiento de cuotas de producción por hora, y debido también a diversas formas de violencia de género que se han institucionalizado y se han normalizado en este tipo de establecimientos, tales como el acoso sexual y la violación sexual”, contextualiza Julia Evelin.
Si bien el derecho y la obligatoriedad del seguro social para las personas trabajadoras quedan garantizados en todas las constituciones de la región centroamericana, la ley es letra muerta. Estos derechos no se cumplen: por un lado, hay falta de inspecciones de las instancias correspondientes y, por el otro, se repite el incumplimiento de los marcos legales por los empleadores.
Otra cuestión fundamental con respecto a la seguridad social y a la protección a las mujeres está relacionada con las licencias remuneradas por maternidad, un derecho adquirido por ley en todos los países de la región que, “sin embargo, no es respetado en la mayoría de las industrias maquiladoras por no registrar en tiempo y forma a las trabajadoras”, señala un estudio de la Red Centroamericana de Mujeres en Solidaridad con las Trabajadoras de la Maquila.
Los relatos de las maquileras pintan un maltrato diario en el que los jefes riñen a las empleadas de manera continua. “Había un asistente que varias veces me regañó. En esa empresa tenía 180 costuras por hora. Esa era mi meta. Después me empezaron a exigir más y de ahí me sacaron de mi línea y me iban cambiando. El supervisor me dijo que renunciara. Siempre me fastidiaban y me llevaban a la oficina para decirme que me apurara y sacara más producción. ‘Tenés que apurarte, hay mucha gente esperando aquí para que la contraten’. Me estaban presionando mucho ese día y me equivoqué y metí una etiqueta donde no iba. Me suspendieron tres días por una etiqueta. El supervisor me hizo escribir en una hoja con puño y letra: ‘Todos cometemos errores, un día voy a ser como los supervisores y ya no me voy a equivocar’, escribí en la carta. Lo consideraron una falta de respeto. ‘Aquí nadie es perfecto’, le respondí. Luego me suspendió”. Dolores Guerra cuenta que después de este incidente fue despedida de su puesto en la maquila. Su indemnización fue liquidada, pero los empleadores van a pagarle la deuda en ocho cuotas.
Beneficios para una minoría
La precariedad de las condiciones de trabajo en las maquilas, lejos de ser un hecho aislado o ser apenas el resultado de malas prácticas de algunos empresarios, debe ser considerada como el principal método de reducción de costos de fabricación y de aumento de la tasa de ganancia de las empresas transnacionales. Las prendas fabricadas en estos espacios sin ley viajan a las sedes propietarias de las marcas globales y son solo una pieza de la brutal cadena actual de producción
En los países centroamericanos se subcontrata a empresas medianas o pequeñas que terminan de dar las puntadas antes de entregar la prenda. Así lo explica Velásquez: “Una opera el corte, otra opera el ensamblaje, una le pega botones y la última le pone etiquetas, por ejemplo. Entonces está subcontratando tres o cuatro maquilas en las que han necesitado alrededor de 200 o 300 trabajadoras a las cuales les han pagado alrededor de ocho o nueve quetzales la hora (poco más un dólar). La blusa se ha confeccionado en alrededor de tres a cuatro horas. La última empresa que la mueve es la transportista. El dueño de la maquila dice: ‘Esta es la blusa y la quiero en el puerto que va para Nueva York’. Entonces la blusa llega etiquetada a Carolina Herrera en Nueva York desde Guatemala. Es una blusa de sangre, ya que se movieron cuatro costureras de Guatemala que ganaron solo 36 quetzales (cinco dólares) y que tal vez se venda por 150 dólares en Estados Unidos”.
Para la economista Julia Evelin la ecuación es clara: “A mayor precariedad laboral de las trabajadoras de la maquila en nuestros países, mayor la tasa de ganancia de las empresas globales y mayor también su interés por invertir su capital en estos países centroamericanos. Además, se cuenta con la complicidad de los gobiernos de turno para mantener bajos los costos laborales”.
Es irónico que en los países centroamericanos en los que hay libre circulación de materias primas y mercancías, la movilidad y la migración por vías legales sean opciones cerradas para las personas. Las fronteras operan con la represión más tajante cuando se trata de cruzar en dirección norte. El capitalismo es salvaje y selectivo: habilita a las multinacionales a tomar ventaja de las desiguales locales, explotando a una clase trabajadora que se destaca por estar feminizada y racializada, y luego les cierra las fronteras.
Yojana Montenegro habla por mensajería instantánea de la experiencia de Maquila Cambridge, espacio en donde trabaja y en el que otras trabajadoras que están organizadas desde hace más de diez años. Advierte que si los empleadores se enteran de que las maquileras están organizadas corren riesgo de ser despedidas . “Somos organizaciones de sociedad civil. Nuestra resistencia es la defensa de los derechos laborales. En las maquilas nos dedicamos a dar talleres de formación y capacitación sobre los derechos laborales y damos acompañamientos en las denuncias ante el Ministerio de Trabajo y los tribunales de trabajo”, completa.
Para Montenegro la persecución de las elites empresariales y militares que ordenan el poder hegemónico en Guatemala constituyen la principal barrera hacia un movimiento de trabajadoras locales que pueda exigir reglas de juego más justas a los grandes emporios capitalistas. “Nos gustaría poder sensibilizar y poder decirle a los empresarios que las trabajadoras tienen sus derechos y que ellos se los están violentando. Es una situación complicada. Ellos no ven más allá de su nariz y sus intereses”.