Domingo 25 de febrero de 2024
CRISTINA FALLARÁS 22 FEBRERO 2024 Público
El pasado mes de diciembre, un hombre me pegó con un rosario. Sucedió en la Plaza de España, junto a la calle Princesa. Yo andaba absorta en mis pensamientos cuando me sobresaltó algo que al principio me pareció como caído del cielo, no sé, una rama, un trozo de teja. Un rosario contra el tejido del anorak no duele, más bien da un susto. Al volverme, vi a un septuagenario con los ojos iracundos gritándome "roja" y "asesina". Lo acompañaban tres o cuatro personas, cuya función parecía meramente de comparsa.
Al principio me hizo gracia, puede que incluso me riera. Pensé que me han insultado muchas veces, pero nunca a golpe de rosario. Ni siquiera les contesté, y cuando ya dejó de parecerme gracioso, aquella gente había desaparecido. De pronto lo grotesco dio paso a lo siniestro, y aquellos payasos armados con sus crucifijos dejaron de ser ridículos para resultar amenazadores. Pensé inmediatamente en ese episodio cuando esta semana el departamento de Interior de la Generalitat de Catalunya prohibió a los antiabortistas rezar delante de las clínicas. De hecho, en España ya lo prohíbe el Código Penal desde 2022, otra cosa es que se aplique.
El quid de la cuestión está en la oración, y, en el caso de las clínicas para la interrupción del embarazo, es de importación norteamericana. La gente que reza siempre parece gente de respeto. Un grupo humano en actitud de orar se nos aparece como lo contrario del mal. La imagen de la policía arrastrando a una joven o un anciano obstinados en seguir de rodillas aferrados a su rosario no resulta cómoda en nuestra sociedad. "¿A quién pueden hacer daño nuestras oraciones?", preguntan ellos. Pero esa pregunta esconde su trampa. Porque lo que hace esa gente no es rezar, sino acosar. Lo que representan ante las clínicas abortistas no es plegaria sino amenaza, coacción y señalamiento.
Las de Barcelona —pero están por toda España— se llaman 40 días por la vida, cuentan con el apoyo de la Conferencia Episcopal y aterrizan con fuerza en Europa una cruzada que ya lleva en Estados Unidos dos décadas de actividad y acoso contra el derecho al aborto. En Argentina, Milei ya ha anunciado que penalizará el aborto. En los EEUU de Donald Trump se prevé un retroceso inmediato de los derechos de las mujeres, con el derecho al aborto por delante. Leíamos esta semana aquí mismo a cerca de las ayudas que el Gobierno del popular Moreno Bonilla concede a las asociaciones antiabortistas. Nada menos que 1,7 millones de euros en solo tres años. Al andaluz no le hace falta la presión de VOX para financiar estos movimientos.
Darán sus pasos contra los avances del feminismo y los derechos de las mujeres. A cada revolución le llega su respuesta, y esta no será suave. Vendrán grandes pasos contra nuestra autonomía sobre nuestros propios cuerpos y, en el caso de España, como demuestra Andalucía, no necesitarán ni siquiera a la extrema derecha. Quede claro, en cualquier caso, que lo que hacen no se llama oración. Se llama acoso y está penado por ley. Y que si se escudan tras la fe es porque el fanatismo todo lo permite, todo lo perdona. Miedo me da.