Jueves 30 de marzo de 2023
El aparato propagandístico trata de convencernos de que la maternidad es ahora un derecho que nos asiste, sí, pero ya no como personas, sino exclusivamente como ‘consumidoras’
Adriana T. 29/03/2023 CTXT
Por menos de 200.000 euros, el precio de un pisito de 70 metros a las afueras de la M-30, cualquier persona –de verdad, cualquiera– puede viajar a esa distopía aterradora que es Estados Unidos, aportar el material genético que considere conveniente, embarazar mediante la técnica de fecundación in vitro a una mujer, volver a los nueve meses y, sin más complicaciones, filiar como hijo o hija suyo al bebé producto de ese embarazo. Si el comprador es famoso, en el precio se incluye también un bonito posado en el hospital, en el que el orgulloso padre o madre reciente –así lo indica la partida de nacimiento del menor–, sonreirá abrazado a su nueva adquisición vestido con colores suaves que evoquen los de las feas batas hospitalarias, completando así la simulación de un parto que nunca existió –no, al menos, en su cuerpo–.
De la entregada y generosa mujer dispuesta a pasar por el agrio y turbulento proceso que implica someterse a una (o varias) FIV, nueve meses de embarazo, un parto y un posparto para inmediatamente regalar / vender a la criatura de sus entrañas, no se publicará ni una miserable foto, una reseña o siquiera una felicitación. La idea es borrar cuanto antes su implicación en el feliz acontecimiento.
Hace unos años, durante mi expatriación semivoluntaria para trabajar como niñera interna en casas de mujeres ricas, cuidé de una gata que ni siquiera era mía. La alimenté y mimé cuando se quedó preñada, sufrí por ella durante semanas cuando se acercaba la fecha del parto. Leí cosas en internet para saber cómo ayudarla. La naturaleza es atroz a veces, y yo tenía mucho miedo de que algo fuera mal. Cancelé todo lo que tenía ese día para poder pasar la mañana a su lado y que no se sintiera sola mientras traía al mundo con gran dolor a seis mininos diminutos, pero saludables, y más tarde me esforcé por educar a aquellos gatitos, unos macarras peludos con pedigrí y un descaro inequívocamente borbónico. Cuando tras el destete –parcial, en este caso– diferentes personas vinieron a llevárselos, sentí una iracunda punzada de celos hacia aquellos señores desconocidos que se atrevían a coger en brazos a mis gatos. La madre dedicó los siguientes tres días a pasear gimoteando desolada por toda la casa, hasta que se le cortó la producción de leche y, aparentemente, olvidó por fin a su prole. Pese a que traté de relativizar todo aquello y poner cierta distancia emocional, aquella experiencia me entristeció y desestabilizó. Jamás he concebido, ni en mis sueños más salvajes, hacerle algo así a una madre humana. A una persona.
Esta mañana hemos asistido, boquiabiertos, a la enésima ocurrencia de una mujer famosa y muy querida en España. Aparentemente, a sus 68 años, la actriz, bióloga y presentadora Ana Obregón ha adquirido en Miami, mediante el mencionado proceso de gestación subrogada, a una bebé cuya filiación genética permanece sin esclarecer por ahora. Obregón despertó una inmensa ola de solidaridad y cariño tras el tristísimo fallecimiento por cáncer de su único hijo, Álex Lequio, en mayo de 2020. Durante mucho tiempo, los asiduos a la prensa rosa y las redes sociales la vieron transitar por un duelo desgarrador hasta que se produjo su esperada y emocionante reaparición televisiva para dar las campanadas de Nochevieja siete meses después. Si bien sus motivaciones más profundas solo las conoce ella, es inevitable pensar que la adquisición de este ser humano recién nacido constituye para la presentadora algún tipo de consuelo o nueva fuente de alegría a la que aferrarse para poder mantener las ganas de vivir.
Es evidente que, dada su edad, Ana Obregón estaría imposibilitada para tratar de iniciar el proceso de adopción de un menor, pues, al menos en España, estos son fuertemente garantistas y buscan en exclusiva el bienestar del niño o niña. A veces es bueno recordar que los niños no se ponen en adopción para satisfacer el deseo –legítimo, sí, pero no con eso basta– de maternidad o paternidad de los solicitantes, sino para satisfacer la necesidad y el derecho de los menores –no el deseo, sino el derecho– de tener una familia que los cuide y proteja durante su infancia.
La ideología neoliberal busca permear con sus lógicas depravadas todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas, hasta el punto de tratar de hacernos creer que ni siquiera es una opción ideológica impuesta por la fuerza de la propaganda, sino el único modo posible y racional de hacer las cosas. Así, en los últimos años, con todas esas famosas bien peinadas, posando vestidas en colores suaves y sujetando en sus brazos a los bebés recién paridos por otra mujer –una que, entretanto, se recupera de las heridas del parto sin maquillar, sin peinar y con la medicación para cortar la subida de la leche como única compañía– se intenta normalizar que la compraventa de seres humanos es una posibilidad legítima para colmar el deseo de ser madre o padre.
En lugar de orientar el debate sobre la maternidad vinculándolo a los derechos reproductivos de las mujeres, que todavía son cuestionados y amenazados cada día, o poniendo sobre la mesa de una maldita vez la manera en que las dificultades de acceso a la vivienda, la precariedad laboral salvaje y los obstáculos para la conciliación disuaden e imposibilitan a muchas mujeres de pensar siquiera en quedarse embarazadas, el aparato propagandístico trata de convencernos de que la maternidad es ahora un derecho que nos asiste, sí, pero ya no como personas, sino exclusivamente como consumidoras.
Muchas personas han mostrado su decepción en las redes sociales con Ana Obregón por haber viajado a Estados Unidos para recurrir a esta técnica, ilegal, de momento, en España. Yo, que me estoy volviendo un poco retorcida con la edad, aduje que lo mejor de antemano es no fiarse nunca de una persona con dinero, por simpática y pizpireta que parezca. Y es que, ya lo he visto antes, están demasiado acostumbrados a comprarse todo lo que se les antoje. Gatos, niños o incluso medios de comunicación que refrenden y aplaudan cada uno de sus caprichos y barbaridades.
En 2035 Ana Obregón será una octogenaria –guapa, rica, esbelta, bien peinada y maquillada, pero octogenaria–, mientras su bebé entra en la adolescencia. De la mujer que le ha engendrado y dado a luz probablemente nunca sabremos nada.