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La dieta mediterránea, los ’dummies’ y por qué la ciencia machista nos pone en peligro

Viernes 17 de marzo de 2023

¿Por qué los estudios no distinguen entre hombres y mujeres? ¿Por qué hasta hace poco los muñecos con los que se prueban las consecuencias de un accidente de coche tenían la anatomía de un varón? El sesgo de género es transversal a toda la ciencia, la tecnología y el diseño de soluciones

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Hans Boodt / Pixabay

Pampa García Molina 16 de marzo de 2023 elDiario.es

En la manifestación del pasado 8 de marzo en Madrid, dos pancartas me dejaron prendada. Con la primera todavía me estoy riendo: “Juntas somos más fuertes que el ambientador de Stradivarius”. Me encantaría saber quién era la portadora y felicitarla por su mente brillante. La segunda no era graciosa: “El sesgo de género en salud mata”. Esta me impactó porque es verdad y no todo el mundo sabe hasta qué punto.

La he recordado esta semana al leer un estudio recién publicado en la revista médica Heart, que trata de combatir ese sesgo de género buceando en un mar de datos ya publicados y repescando solo aquellos sobre la salud femenina. A partir de la información aportada por más de 700.000 mujeres, el análisis ha revelado que las que siguen una dieta mediterránea estricta tienen un 25% menos de riesgo cardiovascular y de muerte. La noticia, en realidad, no está en la cifra —es mayor que las que se extraen de trabajos anteriores, pero no es una gran novedad—, sino en el hecho de que este efecto beneficioso se haya evaluado única y específicamente para ellas.

Las enfermedades cardiovasculares son responsables de más de un tercio de las muertes de mujeres en todo el mundo. En Europa, una de cada cinco sufre estas enfermedades, que tienen un pronóstico más negativo en ellas que entre los hombres: se calcula que la mortalidad afecta al 52% de las mujeres que las padecen, frente al 42% de los hombres, según datos de la Fundación Española del Corazón. Sin embargo, las directrices de salud para prevenirlas no distinguen entre sexos, los modelos de investigación y los tratamientos tampoco lo han hecho; y si les digo que un infarto cardiaco tiene características distintas en hombres y en mujeres, la mayoría se preguntarán cuáles son esos síntomas en ellas. Porque las señales de alerta que hemos aprendido a reconocer son las que permiten reaccionar a tiempo en el caso de ser un hombre. (Como ahora querrán saber cuáles son los síntomas en mujeres, ya lo googleo yo por ustedes, están aquí).

Volviendo al estudio recién publicado, lo que lo hace noticioso es que la mayor parte de los trabajos sobre la relación de la dieta con la salud cardiovascular incluyen una mayoría de hombres y no informan de los resultados por sexos. Este tipo de sesgos no afectan únicamente a la calidad de la ciencia, que, evidentemente, empeora al obviar un análisis desagregado por una variable tan fundamental, sino que, además, tienen consecuencias nefastas para la salud de la mitad de la población del planeta.

De hecho, una de las limitaciones del trabajo fue el material para llevarlo a cabo. Para entender su relevancia, es importante explicar un poco el ‘cómo se hizo’: se trata de un metaanálisis, un tipo de estudio en el que se revisan los trabajos previos acerca de un tema, se reúne la evidencia obtenida de toda la literatura disponible y se extraen conclusiones nuevas y más potentes que las de cada uno de ellos por separado; el metaanálisis es la crème de la crème de los estudios, la cúspide en la pirámide de la evidencia. Para seleccionar solo la información sobre las mujeres se necesitaron datos desagregados por sexos, y ahí fue donde los investigadores tuvieron que hacer criba: de una selección inicial de 190 trabajos, finalmente solo se quedaron con 16 publicados entre 2003 y 2021.

Como explica la catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universitat de València Dolores Corrella al SMC España, “en general, los estudios originales se han realizado en su mayoría analizando conjuntamente hombres y mujeres. Por ello, la estimación del riesgo que han proporcionado es conjunta y no se sabe si hombres y mujeres responden igual. Algunos de los estudios originales, en cambio, sí que han proporcionado en sus publicaciones resultados desglosados por hombres y mujeres, y son precisamente estos estudios los que han incluido en el metaanálisis. La limitación es que solo han podido incluir los estudios originales que han presentado previamente los resultados por hombres y mujeres”.

Por suerte, desde hace años multitud de voces alertan de que una ciencia que no atienda las necesidades de todos y todas es una ciencia de peor calidad. Lo hemos vivido recientemente, durante las campañas de vacunación contra la COVID-19, cuando miles de mujeres de todo el mundo reportaron cambios en sus menstruaciones; en este caso sí hubo investigaciones científicas que se dedicaron a analizarlos.

Entre las voces más reivindicativas está la de la endocrinóloga Carme Valls (Barcelona, 1945), que lleva décadas reclamando una atención sanitaria y una investigación científica con perspectiva de género. En su libro Mujeres invisibles para la medicina (2020, Capitán Swing), alertaba de que muchas publicaciones científicas siguen sin tener en cuenta las variables de sexo y edad a la hora de analizar la mortalidad y otras complicaciones asociadas a enfermedades. Valls denuncia la medicalización de la salud mental femenina: el 85% de los psicofármacos se administran a mujeres; y señala que la pandemia ha aumentado su riesgo de tener problemas de salud mental, pero la ansiedad que experimentan, derivada del hecho de vivir en una sociedad androcéntrica en la que ellas cargan con la mayor parte de los cuidados y se invisibilizan sus sufrimientos y deseos, no se soluciona dándoles pastillas para todo, sino cambiando sus condiciones de vida. “La pandemia no puede servir para pensar que las mujeres se han vuelto dos veces más locas ni para duplicarles las dosis de antidepresivos”, reivindicaba en esta entrevista.

Ese sesgo de género que empeora la vida de las mujeres no se limita a las disciplinas biosanitarias. Es transversal a toda la ciencia, la tecnología y el diseño de soluciones. Lo contaba en 2019 la periodista y activista feminista británica de origen brasileño Caroline Criado Pérez en su libro La mujer invisible: descubre cómo los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres (Seix Barral), en el que hablaba del “enfoque único masculino”: multitud de estudios se llevan a cabo tomando como modelo neutro a los hombres. “Desde la literatura, las noticias, las películas, la ciencia o la historia, lo masculino es visto como universal, a pesar de que representa solo a la mitad de la población”, decía Criado Pérez.

Ellos son la referencia para todas las cosas, y así, por ejemplo, los dummies, esos muñecos que se utilizan en los coches para testear el peligro que corre un cuerpo humano sometido a un accidente de tráfico, tuvo la anatomía de un varón hasta 2015 en Europa y hasta 2011 en EEUU, lo cual aumenta el riesgo de muerte de las mujeres en las colisiones. Muchas mujeres pasan frío en sus oficinas porque se regulan los termostatos según la temperatura que necesitan ellos, hay chalecos antibalas que no se ajustan al cuerpo femenino e incluso la NASA tuvo que posponer el primer paseo espacial de dos mujeres en 2019 porque no había traje espacial para una de ellas. No es un drama, pero a Anne McClain, la astronauta que se quedó en tierra después de prepararse para la hazaña, debió de hacerle poca gracia. Para más ejemplos como estos, les recomiendo leer el libro, que es estupendo, como esta reflexión de su autora: “Olvidarnos de forma sistemática de incorporar el cuerpo femenino al diseño —ya sea médico, tecnológico o arquitectónico— nos ha llevado a un mundo menos acogedor y más peligroso para que las mujeres nos movamos en él”.

Todas estas ideas son evidencias como tantas otras que produce la ciencia; sin embargo, cuando se habla de desigualdad de género, sea cual sea la disciplina de estudio que la analice, saltan las chispas. Esta misma semana volvió a pasar: un estudio arqueológico publicado en la revista PNAS constató, a partir de dientes antiguos, cómo los hombres tenían mejores condiciones de vida que las mujeres en la Edad Media y cómo esa desigualdad se ha perpetuado. La noticia se contó en elDiario.es con el titular ‘Machismo en los dientes: el análisis de miles de dentaduras medievales muestra cómo se perpetúa la discriminación’, y en Twitter (cómo no) hubo gente escandalizadísima, aún no está muy claro por qué.

Por suerte, también en Twitter hay investigadores e investigadoras con ganas de explicar que esto no era nada nuevo, como la historiadora Patricia González Gutiérrez:

"Hagámoslo ¿Qué te parece raro de que la arqueología constate desigualdades sociales en sociedades pasadas y analice las pervivencias? Porque me da curiosidad. ¿Te asombra descubrir que a las mujeres se las alimentaba menos y peor? Es una novedad para ti?"

Y el arqueólogo Alfredo González Ruibal:

"Gente escandalizada por un hecho que la bioantropología ha comprobado cantidad veces: que históricamente las mujeres han tendido a sufrir tasas de malnutrición más altas que los hombres. A la ultraderecha no le gusta la ciencia porque no le da la razón."

Acabo con esta foto de una de las pancartas que más me gustaron en la manifestación del pasado 8 de marzo en Madrid. No sé quién es la mujer que sale en ella, pero le pedí permiso para hacérsela y difundirla, así que gracias.

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