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La Rusia de Putin, imperio de la violencia machista

Lunes 22 de enero de 2018

Los ultraconservadores y la Iglesia intentan despenalizar los crímenes de género en un país que registra 14.000 feminicidios al año y 36.000 maltratadas por día. Ahora, las mujeres empiezan a entrar en política

Agustín Fontenla Moscú | 17 de Enero de 2018 CTXT

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Kseniya Sobchak, durante las protestas masivas contra el Gobierno de 2012 en Moscú. Evgeniy Isaev

En 1980, el escritor estadounidense Raymond Carver escribió Principiantes, uno de sus cuentos más conocidos. Allí, dos parejas de amigos reflexionaban acaloradamente sobre el amor. Terri, una de las mujeres, decía que su exnovio la amaba tanto que había intentado matarla, y, para probarlo, relataba lo que le había sucedido antes de separarse: “Una noche me dio una paliza, la última que vivimos juntos. Me arrastró por los tobillos por todo el salón, y no paraba de decirme: “Te quiero. ¿No lo ves? Te quiero, zorra”.

Cuesta creer que después de décadas de lucha contra la violencia machista, esta versión enfermiza del amor aún sobreviva en ciertos países. Sin embargo, más increíble resulta que algunos la toleren o, incluso, la estimulen. Uno de esos países es Rusia, donde las estadísticas policiales indican que 36.000 mujeres son golpeadas cada día, y ONG locales como Anna Center sitúan en la escalofriante cifra de 14.000 los asesinatos anuales de mujeres a manos de hombres.

En este contexto, la Duma Estatal (el parlamento ruso) aprobó en 2017 una ley que despenaliza las palizas de los hombres a las mujeres, siempre y cuando se trate de una sola al año y no le rompa los huesos. La impulsora de la norma, la ultraconservadora Elena Mizúlina, lo explicó con estas palabras: “Se trata de ataques físicos que no requieren un reporte médico puesto que no resultan en lesiones, sino que son disputas familiares con consecuencias menores”.

La Duma Estatal (el parlamento ruso) aprobó en 2017 una ley que despenaliza las palizas de los hombres a las mujeres, siempre y cuando se trate de una sola al año y no le rompa los huesos

Mizúlina no está sola en su cruzada para descriminalizar la violencia machista. El Kremlin aprobó el año pasado la norma impulsada y votada favorablemente por la Duma, y la iglesia ortodoxa rusa enmarca esta legislación en una disputa mayor para defender los valores tradicionales de la familia. En una comunicación oficial del 2016, la principal institución religiosa del país afirmó que “si es razonable y realizado con amor, el castigo corporal es un derecho esencial que entregó Dios a los padres”. Paradójicamente, la cita parece ser la fuente de donde Terri, el personaje femenino en el cuento de Carver, se nutrió para justificar que su novio intentara matarla a golpes.

A pesar de esta situación, la realidad rusa en relación a la violencia doméstica y la lucha por la igualdad de género es diversa y compleja. No toda la sociedad consume y adopta sin reparos el discurso oficial. Existen focos de resistencia, y en ciertas asignaturas Rusia está por delante de otros países que se jactan de haber avanzado en esta materia.

Un ejemplo de esto último lo constituye la despenalización del aborto. La URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) fue el primer estado en despenalizarlo, en 1920, y aunque Stalin lo limitó durante poco más de dos décadas, se mantiene en la actualidad como un derecho social adquirido.

Otro ejemplo más reciente es que el grupo musical y activista ruso Pussy Riot, que enarbola la bandera del feminismo, se haya convertido en el colectivo nacional más conocido dentro y fuera de Rusia. Aunque su discurso, muchas veces superficial, puede quedar diluido en el fluido informativo de las redes sociales, es indiscutible que sus acciones pusieron de relieve la desigualdad entre hombres y mujeres y la discriminación que sufren estas últimas en todos los ámbitos del Estado.

Otro caso que expresa la complejidad de la lucha contra el patriarcado se observa en el ámbito político. Aunque los avances que promueve pueden ser involuntarios y no cohesionados, son más efectivos que los que pueden conseguir por sí solos el arte y el activismo. Las propias Pussy Riot, por ejemplo, que desafiaron la autoridad política y religiosa (con el popular concierto en la Catedral Cristo Salvador de Moscú, que les valió la cárcel), concentran sus presentaciones fuera del país, pero dentro han fallado a la hora de conectar con un amplio público que las observa con sospecha.

Las organizaciones no gubernamentales, por su parte, realizan una tarea de hormiga que, aunque salva diariamente a un incontable número de mujeres, se enfrenta a un discurso oficial respaldado por dos aparatos de enorme poder: el Estado y la Iglesia. Su tarea es siempre posterior, pero difícilmente logran prevenir la violencia contra la mujer o concienciar a la sociedad sobre ella.

En 2017, tres mujeres rusas han logrado tanto protagonismo como las principales autoridades del país. El caso más sobresaliente es el de Margarita Simonian, directora de la cadena de televisión estatal Russia Today. Incluida entre las 50 mujeres más poderosas del mundo según la revista Forbes, ha debido responder a cientos de acusaciones por la supuesta cooperación de Rusia con Donald Trump o la injerencia en procesos electorales de otros países. En la actualidad, al estar al frente del principal aparato de difusión oficial ruso en el mundo, es un actor central del Kremlin.

Otro caso es el de María Zajárova. Además de emitir partes de guerra sobre el conflicto sirio, la joven portavoz del Ministerio de Exteriores ruso es una de las principales encargadas de responder a las acusaciones occidentales sobre injerencia y propaganda rusa, como sucedió con el caso de Cataluña.

Menos conocido es el rol de Elvira Nabiullina, presidenta del Banco Central desde 2013, cuya labor fue fundamental para pilotar la crisis financiera que sufrió el país por la caída del precio del petróleo y las sanciones de Occidente contra entidades bancarias nacionales.

Las primeras candidatas a la presidencia desde el año 2000

El mayor impacto en el debate por la igualdad de género se produjo el año pasado a raíz de la candidatura a las presidenciales del próximo 18 de marzo de la periodista Ksenia Sobchak, y las subsiguientes que anunciaron otras cinco mujeres. La última vez que una mujer luchó por la presidencia de Rusia fue en el año 2000, cuando se presentó la dirigente Ella Panfilova, que hoy es directora de la Comisión Electoral Nacional.

La intervención de Sobchak durante la conferencia de prensa de final de año (transmitida a todo el país por la televisión oficial rusa) de Vladímir Putin fue sonada. La joven periodista y estrella de Instagram realizó la pregunta más osada. Preguntó por qué en Rusia las personas que competían en política temían represalias que podían acabar con su vida, y señaló el caso de Alexei Navalni, que se enfrenta a una condena en suspenso, sufre la prisión de su hermano menor y no está autorizado a competir en las elecciones.

En el contexto patriarcal, la imagen que proyectó Sobchak desafiando a Putin en la televisión nacional puede ser más efectiva que las denuncias de Navalni o las intervenciones de políticos opositores

En el contexto patriarcal, la imagen que proyectó Sobchak desafiando al presidente y hombre fuerte de Rusia en la televisión nacional puede ser más efectiva que las denuncias de Navalni en Youtube o las intervenciones de políticos opositores que, sin acceso a un debate electoral, se conforman con alguna entrevista aislada en los pocos medios independientes del país.

El intento de Sobchak de competir por la presidencia es el acicate más potente en favor de la discusión sobre el rol de la mujer en la sociedad rusa.

En 2012, a los 31 años, Sobchak, cuyo padre fue alcalde de San Petersburgo y mentor de Putin, participó en las marchas de protesta de la plaza Bolotnaya (las más multitudinarias en la era Putin) para reclamar comicios transparentes. Una participación que, además de constituir un claro desafío al viejo aliado de su familia, fue más que simbólica: Sobchak se subió a un escenario improvisado y se animó a tomar el micrófono ante una legión de dirigentes masculinos.

Meses después, cuando el Kremlin reprimió las protestas y la oposición perdió margen de acción, se dedicó a su vida profesional. A pesar del vacío que le hicieron los medios oficialistas, logró consolidar su carrera mediática, entró en distintos negocios (de perfumes y diseño de indumentaria a activos en empresas de telefonía) y, sobre todo, ganó mucho dinero. Un hecho que en Rusia lleva implícito un mensaje libertador: no dependo de un hombre para mantenerme.

En octubre pasado, anunció su deseo de competir con Putin por la presidencia y presentó un esbozo de un programa electoral que no incide en los problemas de género –más allá de la brecha salarial y la ausencia de mujeres en cargos políticos. Su contribución, sin embargo, deriva de la imagen que proyecta entre las millones de mujeres que siguen sus perfiles en las redes sociales, del acceso que ha logrado a los canales oficiales (la principal fuente de información de los rusos) y de la interpelación constante que hace de ellas para sumarlas a un proyecto político en el que, afirma, la mujer estará a la par del hombre.

Después del anuncio de Sobchak se postuló la mediática Ekaterina Gordon, cuyo caso es más controvertido, pero no deja de ser inspirador para sus compatriotas. En un país con esa brutal cifra de asesinatos de mujeres, se animó a denunciar a su marido por violencia de género, se divorció en tres ocasiones (dos del mismo hombre que la golpeó) y fundó una ONG para dar apoyo a otras víctimas del mismo flagelo.

En su lanzamiento electoral, Gordon señaló que conoce “de primera mano cómo funciona el sistema judicial en la práctica y cómo las mujeres trabajan duro para criar a sus hijos mientras los hombres esquivan la responsabilidad”. Su propuesta apunta a combatir uno de los principales obstáculos que enfrentan las víctimas de la violencia de género en Rusia: la justicia.

En tercer lugar, y completamente invisibilizada por los medios oficialistas, se presentó la activista Tatiana Sújareva. Durante años en contra de la corriente, es una de las pocas voces del país que reivindica el feminismo en profundidad. Desde su blog en la radio independiente Eco de Moscú, ha analizado y difundido los principales desafíos de las mujeres rusas. Después de competir en las últimas elecciones para alcaldesa de Moscú, se postuló para las presidenciales con un programa cuyo objetivo primordial es combatir la fabricación de casos criminales contra mujeres, que “han alcanzado la escala de catástrofe nacional”.

Otras tres mujeres han prometido sumarse a la contienda electoral. Se trata de Elena Semerikova, de Diálogo por las Mujeres, una organización de corte conservador que defiende el rol tradicional de la mujer; la presentadora y empresaria Larisa Renar, cuyo objetivo es lograr “el derecho a la felicidad” de los ciudadanos; y Aina Gamzatova, una periodista, escritora y figura saliente del mundo musulmán que reside en Daguestán, una región del Cáucaso conocida por ser la cuna del terrorismo islámico en Rusia.

Aunque no es seguro que todas cumplan los requisitos del Comité Electoral, el número y diversidad de candidatas muestran el avance de las mujeres en el campo político –de llegar todas a la carrera final, sería la primera vez que se presentaran casi tantas mujeres como hombres en unas presidenciales. Sin embargo, los expertos no son unánimes respecto al impacto que puede lograr en la lucha por la igualdad de género.

“Sobchak y Gordon son las representantes típicas de un pequeño grupo de mujeres hechas a ellas mismas, que no se tomarán los tres años de permiso por maternidad ni están en su casa cocinando borsch (la sopa tradicional rusa)”, dice Valeria Kasamara, analista de la Escuela Superior de Economía de Moscú. A su juicio, “la mayor participación de las mujeres en política no afectará de ninguna manera. En Rusia, los estereotipos patriarcales son muy fuertes”.

Tatiana Stanovaya, experta del Centro Carnegie de Moscú, mantiene una opinión más optimista sobre el ingreso de la mujer en la esfera política: “La gente no está lista para elegir a una mujer como presidenta, pero puede imaginar fácilmente a una mujer como primera ministra”.

Para argumentarlo, Stanovaya señala el caso de Nabiullina, “que antes de convertirse en presidenta del Banco Central era una deslucida ministra de Desarrollo Económico. Ahora es una persona extremadamente influyente”. Por otra parte, reconoce que las mujeres fuertes de la política nacional como Valentina Matviyenko, presidenta del Consejo de la Federación de Rusia (la Cámara alta del Parlamento), Olga Golodets, viceministra de Asuntos Sociales, y María Zajárova, portavoz de Exteriores, conservan un “enorme poder” pero siempre mantienen “un estatus técnico, no político”, y no representan una amenaza para Putin.

Cuando se trata del cargo de presidente, solo un 34% de los rusos está dispuesto a que una mujer ocupe ese puesto en los próximos diez o quince años

Tatiana Sújareva, activista y dirigente política, cree que “la promoción de las mujeres a lo más alto del poder afecta positivamente a la situación de las mujeres”. De todas maneras, precisa, “la igualdad de género en Rusia existe solo sobre el papel. Las mujeres no son realmente admitidas en las empresas y en la política”.

Las últimas encuestas reflejan la misma disparidad que manifiestan los expertos. Un trabajo realizado por el Centro Levada en septiembre de 2017 señala que un 60% de los rusos desea ver a las mujeres ocupando posiciones altas dentro de la esfera política. Sin embargo, cuando se trata del cargo de presidente, solo un 34% de los rusos está dispuesto a que una mujer ocupe ese puesto en los próximos diez o quince años.

El 18 de marzo, los rusos podrán optar entre varias candidatas mujeres en las elecciones presidenciales. En un país que, desde la caída de la URSS, ha demostrado una capacidad de adaptación tan veloz como traumática a ciertos avances políticos occidentales, los comicios serán un test para determinar cuál es la expectativa sobre el rol de la mujer en la política durante los próximos años y qué grado de protagonismo o marginalidad tendrá el debate contra la violencia patriarcal.

Mientras tanto, la realidad más terrenal seguirá imponiéndose cruda y rotundamente, con cientos de mujeres muriendo por la violencia machista cada día, y con el liderazgo indiscutible de un político que gusta de presentarse a sí mismo como el “hombre fuerte”.

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