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‘La Llorona’: una obra sobre arrancamiento, racismo y violencia institucional para reparar las heridas

Jueves 6 de julio de 2023

En la obra ‘La Llorona’, Linda Porn y Frida Trejo, madre e hija, abordan desde el prisma del racismo la violencia institucional que sufrieron ambas cuando los servicios sociales las separaron.

Sarah Babiker 5 jul 2023 El Salto

Linda Porn y Frida Trejo son madre e hija, la Direcció General d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA) decidió que lo mejor para Frida era no vivir junto a su madre. En nombre de su protección y sin escucharlas a ninguna de las dos, un día se llevaron a la niña, que por aquel entonces tenía 11 años, a un centro de menores. Cuando Linda Porn —trabajadora sexual, integrante del sindicato Otras, mexicana, migrante, artista proveniente del teatro y de las artes visuales— se quiso dar cuenta, estaba dentro de un entramado en el que era muy difícil avanzar. Ahí gobernaba la falta de información, las trabas de todo tipo, y alimentando todo aquel laberinto: el racismo. Por el camino encontró a muchas otras madres que, como ella, habían sido declaradas incapaces de cuidar a sus hijas e hijos por la administración.

Después de varios años separadas, madre e hija volvieron a encontrarse. Como su madre, Frida también se ha decantado por el arte y la actuación. Juntas actúan en la obra La Llorona, un ejercicio escénico en el que rinden cuentas con toda la violencia institucional que sufrieron y las heridas dejadas. La obra, que lleva siendo interpretada en los últimos tres años —mostrándose en el MACBA, y en una gira en Italia— con una penúltima cita en la Parcería, en Madrid, conecta el racismo estructural que Linda considera central en la cuestión de los arrancamientos (o desmembramientos, como lo llaman en su colectivo Madrecitas) con una herencia colonial que remonta a 500 años atrás. Hablamos con Linda del contexto de esta propuesta teatral y lo que ha significado para ella y su hija.

Partís en La Llorona de una experiencia personal para profundizar en la dimensión estructural y colonial de lo que vivistéis. ¿Por qué es importante que se entienda la relación entre todas estas dimensiones? En la obra nosotras ponemos unas imágenes de Theodor de Bry, que es el ilustrador de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas. Hay imágenes donde se ve cómo los hijos de los conquistadores están correteando a los indios, o se ven a los indios sin nariz, sin manos, mutilados. Y hay una muy, muy impactante, donde se ve a un español con su armadura, sujetando dos patitas de bebés en las manos, se los está dando de comer a los perros.

Lo que cuestionamos ahí, es que siempre están diciendo que aquí se protege al menor, que las familias no sabemos tratar a los niños, que los maltratamos, que les pegamos, que les gritamos. Cuando desde los tiempos de la colonia estos niños nunca fueron respetados y siempre fueron carne de cañón, ya sea para el servicio doméstico, para la pederastia o para darles de comer a esos perros.

En la obra abordamos ese maltrato a los menores en tres etapas, la colonización, el robo de los niños en el franquismo y la DGAIA.

¿Cómo fue ese primer momento de perplejidad en el que se llevan a tu hija?

Cuando a mí me hacen el desmembramiento —así lo llamamos en Madrecitas, más que arrancamiento es un desmembramiento— lo que hace la sociedad es atacarme a mí, como mujer migrante, madre soltera, trabajadora sexual, para protegerse.

Yo voy a SOS Racisme en Barcelona, me dicen que esto no es un caso de racismo. Mucha gente me dice: “Linda, es que tía, también tú, trabajadora sexual, tienes una vida muy loca... Pues era como lógico que te quitaran a la niña, ¿no?”. Yo sentí eso y lo adjudiqué a esta protección de la que te hablaba: “Mejor nos separamos de ella porque tiene la peste y mejor que no nos relacionen con ella”. Eso es algo muy social, rechazar un elemento que no está de acuerdo con cómo va la manada.

Así fue al principio. Después, pues ya encontré a las Madrecitas. Fue cuando me empezaron a contar un poco que había muchos casos. Empezamos a investigar y bueno, nos empezamos a dar cuenta de que era una violencia estructural racista hacia las familias migrantes.

¿Cómo se forma este colectivo?

Lo fundamos a partir de mi caso. Cuando a Arlen Carrasco, la abogada del colectivo, que es especialista en derecho de familia, le mando el expediente, me dice: “No, aquí hay mucha mierda. Me parece muy fuerte que te hagan acusaciones sin comprobarlas, venga el fiscal de menores, te quiten la tutela… Es muy arbitrario. Y creo que es muy arbitrario precisamente por la situación de vulnerabilidad en la que estáis tú y la cría. Una mujer sola, migrante, con una niña”.

La administración no necesita una orden judicial para retirarte la tutela, pero luego, prácticamente, tú solo puedes recuperarla recurriendo a los juzgados. ¿Cómo se traduce esto en las vidas?

Se traduce en eso, que un día, de repente te llaman, te dicen: “tu hija está en un centro de menores, te hemos retirado la tutela, y tú sabes por qué”. Llega un momento en el que, y esto es antes del momento en el que armamos Madrecitas, todas las madres decimos “ostras, pues igual sí que lo he hecho muy mal. Sí no soy una negligente, ¿cómo es posible que no haya nadie que me acompañe, cómo es posible que estemos en una habitación, cómo es posible que no tengamos papeles?” O sea que todo eso te lo empiezas como a adjudicar para ti y entras en este juego con protección de menores.

De hecho, hay muchas madres que han aceptado el tutelaje o incluso la adopción en familias blancas, por ejemplo. Son ellas las que han tenido que firmar. En cierto modo también te obligan: es como, “si no lo haces, no vas a ver a la niña; o, si no lo haces, la niña va a estar en un centro de menores, mejor que esté con una familia que le dé de todo, que la lleven a una buena escuela, que le den una buena educación”. Son conceptos que aquí se vienen manejando desde hace más de 40 años con las monjas. Obra teatro Sarah 2

Por un lado cuestionan tu capacidad como madre y por otro lado apelan a tu buena maternidad para que hagas lo mejor para tus hijos, que es no estar contigo.

Que los sueltes, porque en realidad la única persona que puede pelear por sus hijos es la madre. La madre es la única que puede ir a un juzgado y decir es mi hija, la reclamo. Pero cuando renuncias a esa potestad el Estado puede hacer lo que quiera. Por eso es tan importante la criminalización de las madres, lavarles el cerebro para que al final suelten a las guaguas.

¿Tú conseguiste recuperar la custodia de tu hija? ¿Cómo lo lograste? Hay mucha gente que no lo consigue nunca.

Hubo un suceso muy fuerte de Frida, un suceso de vida o muerte. Mi hija estuvo viviendo en Murcia un montón de años con su familia de acogida y al final la cría explotó. La DGAIA me había prohibido ir a allí, algo que no se puede hacer, no puedes prohibir a un mayor de edad moverse por el país si no lo ha ordenado un juez. Me dio igual lo que me dijeran, me fui para Murcia y cuando hablé con la DGAIA sobre todo esto, me dijeron que no me iban a devolver la tutela, que Frida estaba bien como estaba. Estaba mentalmente destrozada, internada en el hospital, y aún así dijeron que no me la iban a devolver, cuando la cría había verbalizado que una de las razones de este malestar era precisamente la separación, el desmembramiento.

Se negaron, se negaron, se negaron. Seguimos luchando y al final Frida forzó el reencuentro. Pudimos presionar mucho desde Madrecitas, porque claro, lo que había sucedido en Murcia había sido bajo la tutela del Estado. Igual el Estado podría tener un problema. No todas las madres son capaces de amenazar a la administración como diciéndole: “bajo tu tutela la niña sufrió abusos, sufrió violaciones, sufrió abuso físico”. No, claro, nadie se atreve a decir eso. Desde Madrecitas se hizo esto, así que la administración reculó un poco y dijo: “Vale, la devolvemos”.

Cuánto tiempo pasasteis separadas y cómo se conserva en esas circunstancias el vínculo.

Se la llevaron a los 11 años y no volvió conmigo hasta los 17. Algo que hace muy bien la DGAIA es desvincularte: Todo el tiempo te lo dice. Te dan permiso para ver a las crías y a los críos una hora o dos horas a la semana y luego te dicen que claro, como no hay vínculo no te lo pueden regresar. Está todo súper orquestado. Te dicen: “claro, tú le ves dos horas a la semana, ¿que vínculo va a tener con su madre? ¿Cómo va a volver a casa si no os conocéis, si ya os habéis separado, ya no sabéis quién es la una de la otra?”

Se supone que en el centro de todo esto está el interés superior del menor. ¿Qué pasa con el menor cuando es apartado de la familia e ingresa en un centro?

Hay niños, por supuesto, que no quieren volver a sus casas y eso es una realidad. Pero hay niños que sí quieren volver, y cuando constantemente lo verbalizan, se les dice que están mal, que no saben lo que hacen, que sus padres son malignos y que están mejor en los centros o con otras familias, y no se les hace caso. Incluso ha habido juicios que hemos presenciado desde Madrecitas donde los niños —porque a los 12 años se toma en cuenta la declaración de los menores— dicen que quieren volver y el juez dice no, porque aquí lo que cuenta es el interés superior del menor.

O sea, los menores están totalmente anulados. Les dicen: “tú no sabes lo que necesitas, yo sí, tú crees que necesitas ir con tu madre, pero yo sé que tú no estás bien con tu madre”. No tienen voz ni voto, no tienen derechos. En los interrogatorios les meten en una habitación con dos adultos sin presencia de un abogado. Ni siquiera la policía hace esto, hasta la misma policía se puede meter en un problema si de repente coge al menor y lo empieza a interrogar, o lo retiene.

Pero hay situaciones en que niños y niñas sí necesitan ser alejados de sus familias. ¿Cómo se protege a esos menores que no quieren volver a su casa, que realmente se encuentran en situación de desprotección? ¿No hay formas de proteger a la infancia de una manera garantista, sin que se den situaciones como la tuya?

Es que lo que ellos quieren es llegar a la separación. Los centros de menores son gestionados por fundaciones sin ánimo de lucro. Así, desde el 84, no es el Estado, sino fundaciones privadas, las que llevan todo esto, que reciben subvenciones de mucho dinero por los niños. Hay una intención de separar a los niños y meterlos en los centros para ser tutelados, porque hay un negocio. Nosotras decimos: “¿Por qué ese dinero no se le da a la familia para que arregle su situación?”

Si ves los documentos, la mayoría de las madres no son acusadas ni de violencia sexual, ni de violencia física, somos acusadas de negligencia: Y yo te lo traduzco lo que es la negligencia: ser pobre, no tener documentación, ser madre soltera, tener ingresos mínimos, vivir en una habitación con el niño. Con ese dinero, las cosas se pueden arreglar, pero no quieren que se arreglen para los pobres.

Es llamativo que en un Estado donde tener hijos es un factor de riesgo de pobreza, en particular para las familias monomarentales, antes de retirar custodias no se plantee reforzar la protección económica de las familias.

Es el modus operandi de la Europa fortaleza, en la que siempre ha habido un negocio con los niños, y con la pobreza, lo hemos podido también ver las prostitutas. La pobreza es un negocio y no lo digo yo, lo dicen, por ejemplo, trabajadores sociales españoles, que se han dado cuenta que aquí lo que interesa es el negocio, no arreglar una estructura de opresión a la pobreza. Porque claro, si los pobres están bien, pues igual las cosas cambian, ¿no?

¿Cómo se repara esta violencia que habéis sufrido?

Para mí fue devastador ver a la niña destrozada, todos los niños que han pasado por estas situaciones están mal. Esta violencia institucional, si ya como adultos nos destroza, pues imagínate cómo puede ser en un cuerpo tan pequeñito.

Qué reparación iba a haber de la administración, si llevo diez años luchando con el equipo de Madrecitas y qué, ¿me van a pedir una disculpa?. ¿Me van a dar 8.000 € como le dieron a un padre?

Yo vengo del teatro, entonces me dije, esto es lo único que sé hacer: expiación por medio del teatro. Vamos a hacer esta obra juntas, vamos a contar nuestra historia, vamos a llorar, vamos a sacar todo el diablo blanco que se ha metido en nuestros cuerpos. Y al final es un respiro. Porque la violencia que ejercen te parte en dos.

¿De qué manera esta obra es un elemento de reparación y de rebelión?

Se trata de salir del armario de las lamentaciones. La frase “La rebelión de la Llorona” —que incluimos en las notas de prensa— es de Frida. Nos rebelamos, contamos, nos exponemos y os decimos: “aquí estamos estas dos personas, hemos sufrido una violencia institucional racista de cojones, y estamos aquí denunciándolo. Y no solamente ponemos la voz, ponemos el cuerpo, nos enfrentamos al público”.

También desde las tradiciones latinoamericanas el arte siempre ha servido como un elemento para la transformación social y de rebelión para quienes están en contra de la colonización, del capitalismo brutal en las zonas indígenas, las zonas campesinas y las zonas obreras. Siempre nos han enseñado que el arte no solamente nos puede salvar en este momento emocional, sino también después ayudarnos a iniciar esta rebelión y esta lucha.

¿Cómo habéis traducido toda esta violencia y sus repercusiones en un lenguaje escénico?

Utilizamos el formato teatro, que es un poco el que más conozco, y luego también, hay video, hay una llamada. Fíjate como presientes que algo va mal… recuerdo que a Frida se la llevaron un viernes por la tarde, que ya están cerradas las administraciones y los bufetes de abogados también. O sea, no puedes hacer nada. Hasta el siguiente viernes no me dejan hablar con ella por teléfono, y no sé que me dio que yo grabo la llamada. Esa llamada sale en la obra. El público se da cuenta de que esto es real. No es una ficción. También hay mucha documentación para hacer todo el pre, lo que es el robo de niños en el franquismo. Vamos metiendo vídeo, teatro y hay performance, con la autolesión que me hago al final. Combinamos varios lenguajes para poder expresar lo que queremos. Con un solo lenguaje no te da.

¿Y cuál es la reacción del público cuando es enfrentada ante todo esto?

Al principio fue muy duro. La gente no nos lanzaba tomates porque ya no se lanzan, pero mucha gente se quedó con ganas. Nos decían, has vivido en este país todos estos años y esto es lo único que puedes decir de la administración. A Frida le decían que era extranjera, Frida nació aquí.

Las primeras veces fue una reacción de rechazo total. Sobre todo en la ciudad de Barcelona, los trabajadores sociales de la DGAIA, decían, esto no es así, no es cierto, las madres sois unas manipuladoras. Con el paso del tiempo la gente empezó a ser más empática y decir joder, estas dos personas han pasado esto. Luego salió el debate de las madres protectoras y dijeron hostias, esta tía no me está contando un cuento.

Así que habéis visto una apertura en estos tres años.

Sí, la gente lo va aceptando, también porque hay un contexto muy colonial en la obra para explicar que esto no pasa solo ahorita, esto es una repetición de esquemas y de estructuras. Yo creo que ahí fue como la clave, explicar que esto tiene una raíz.

Pero no se habla políticamente de esta realidad. ¿Qué le dirías a los partidos ahora que hay elecciones?

Yo creo que aquí el logro que tuvimos tanto Frida como yo fue eso, comprender que esto era estructural y que aquí hay una base de racismo, un racismo que se ha ejercido desde hace más de 500 años. Hasta hace dos meses, aquí los equipos de atención a la infancia y adolescencia, que son los que hacen de puente entre la DGAIA y las familias, pertenecían a feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de Barcelona. La izquierda española está involucrada en los servicios sociales y en los servicios sociales hay muchísimas mujeres blancas, feministas, que tienen ahí la bandera morada, el “yo sí te creo”, “ni una menos”. Son las mismas personas que están machacando a las madres y a los niños racializados. España es un país racista, eso es lo que se tiene que mirar. Cómo es posible que en un centro de menores el 60% de los niños que están dentro son migrantes o de origen migrante? Hay una sobrerrepresentación cuando somos el 10% de la población.

Cómo está siendo el recorrido de la obra, habéis viajado también fuera de España, ¿cómo son las reacciones allí?

Por ejemplo, la última vez que fuimos a Italia, que fue en Nápoles, sí se habló profundamente con toda la gente sobre reparación. Se les dijo: “Aquí no estáis de gente blanca diciendo ay, pobrecita gente, estamos con vosotras, qué triste fue todo”. Tiene que haber una reparación real, a nivel cuidados, a nivel denuncia, a nivel económico, y esa discusión en Italia —también porque hemos ido con colectivos de trabajadoras sexuales y colectivos de madres migrantes que han sufrido la retirada de custodia— se pudo dar. Hubo un diálogo, lo tenían muy claro. Aquí hay más rechazo, incluso la gente se pregunta “cuál reparación, eres una mala madre, y por tu culpa la cría se fue a un centro de menores”.

España no tiene esa mentalidad de la reparación, también porque la reparación puede implicar muchas cosas para España, asumir cosas muy dolorosas. Yo creo que por eso lo rechaza tanto.

Cuando habláis de la función realizada en La Parcería como la penúltima, ¿es en serio?

Al parecer queda una sola función, sí, el cierre, que lo queremos hacer en Barcelona, porque fue allí donde nació la obra y donde pasó todo esto. Queremos hacer una —nunca se dice la última, porque la última es cuando te mueres— última función para cerrar un poco La Llorona, que ya tiene muchas representaciones, pero yo que sé. Ahora de repente hay mucha gente que nos dice: “queremos ver la Llorona, queremos saber de la Llorona”. Tenemos algunas ofertas para continuar.

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