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Entrevista a Maitena Monroy autora de ‘Autodefensa Feminista: más allá de aprender a decir no’.

Lunes 20 de noviembre de 2023

“Desde pequeñas nos han contado una mentira, que te van a atacar los otros”

Maitena Monroy es profesora de autodefensa feminista desde 1987 y fisioterapeuta experta en violencia de género. Acaba de publicar el libro ‘Autodefensa Feminista: más allá de aprender a decir no’.

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Maitena Monroy. | Foto: cedida.

Garazi Basterretxea Barea 15/11/2023 Pikara

Maitena Monroy empezó a dar talleres de autodefensa feminista en 1987 en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia. Lleva casi 40 años trabajando esta estrategia de empoderamiento individual y colectiva, surgida desde organizaciones feministas para ayudar a las mujeres a identificar la violencia machista y a defenderse de ella, en sus formas visibles e invisibles. Ha publicado el libro Autodefensa feminista: más allá de aprender a decir no, para ayudar a entender el mundo que habitamos y nos habita, y cómo se sustenta sobre los pilares de la normatividad de género. Monroy busca ayudar a identificar las conductas machistas y a tener las claves para actuar ante cualquier situación en la que se vulneren o discriminen los derechos de las mujeres.

¿Qué quieres expresar con la frase “más allá de aprender a decir no”?

El título viene de un debate entre antiguas formadoras de autodefensa de mujeres y de autodefensa feminista, donde decían que la autodefensa feminista se basa en dos premisas: una se ellas es aprender a decir “no”. Me parece que ese no es el problema para enfrentar la violencia patriarcal, porque muchas veces decimos “no” y ese “no” no es respetado, hay toda una reacción patriarcal frente a cualquier ejercicio de legítima defensa por parte de las mujeres. Me parecía muy importante definir qué es la autodefensa feminista, más allá de aprender a decir “no”. Tiene que ver con un proceso de despatriarcalizarnos, en el que efectivamente tenemos que decir que “no” en muchos otros lugares que no tienen una vinculación directa con la violencia. También me parece importante subrayar que un taller de autodefensa feminista no es lo mismo que un taller de defensa personal, va más allá. Vemos muchos carteles con imágenes de boxeo, de aprender a partir la rodilla, o de policía que están dando talleres de autodefensa feminista. No es lo mismo dar un taller de formación, que ejercer la autodefensa feminista, me preocupa vaciar la autodefensa de teoría feminista. Trabajarse desde el feminismo implican poner patas arriba todo, el modelo afectivo, la sexualidad, el deseo, absolutamente todo para poder establecer relaciones de igualdad; tenemos que ver el poder que tenemos en cada relación y a partir de ahí cómo lo gestionamos.

Empezaste con los talleres de autodefensa en 1987 con en grupo de autodefensa de mujeres de la Asamblea de Bizkaia. ¿Qué recuerdas de esos comienzos y qué aspectos crees que han cambiado y cuáles se repiten?

Como siempre en el feminismo tenemos unas enormes ganas de transformar el mundo y eso es lo que nos motiva. La rabia y la alegría, esa combinación tiene que estar presente, porque sino a veces la rabia te consume. Tenemos que convertir esa rabia en la alegría de transformación. Y eso es lo que teníamos allá en el 87. Estábamos más enfocadas a la violencia física y yo creo que nos dimos cuenta enseguida que el problema no era aprender a dar un golpe, el problema era no creerse legitimada a defenderse, y no ver la violencia. Sabemos que la mayoría de la violencia que sufrimos las mujeres no es violencia física, pero al sistema le interesa mucho esa narrativa de la guerra de sexos. No es un problema simple, pero al sistema lo interesa simplificar. Cuando hablamos de violencia no hablamos de pelea o una discusión, estamos hablando de un ejercicio de violencia machista en el seno de un sistema de abuso de poder. ¿Qué es lo que no ha cambiado? El patriarcado. Se ha modificado porque es metastable, como diría Celia Amorós, y efectivamente se ha modificado la forma de expresarse la violencia contra las mujeres. Hoy basta un ordenador y una conexión a internet para que se produzca violencia contra cualquier mujer, estando en su propia habitación. Hay nuevas redes de violencia a las que nos tenemos que enfrentar, pero cada día somos más las mujeres feministas. Eso también ha cambiado pero el sistema lo hace muy bien para asumir los conceptos que vamos generando, cambiarles el sentido. Tenemos que estar todo el rato viendo lo que está ocurriendo para adaptar las propuestas a la realidad que queremos enfrentar y transformar la realidad. Estamos en un momento que parecería que la libertad de expresión es un derecho que está por encima del resto de los derechos, sin apreciar que todos los derechos son interdependientes, no todo vale. Por ejemplo, lo que está ocurriendo en este momento en Palestina, en Gaza, está siendo una masacre y un genocidio y el Estado israelí lo vende como un ejercicio de legítima defensa. Tenemos que señalar que eso no es un ejercicio de legítima defensa, que hay un previo, una invasión de los territorios. El cómo definamos la realidad va a ser determinante para que podamos realmente despatriarcalizarnos.

También subrayas la importancia de detectar la violencia simbólica. ¿Cómo trabajas este punto en los talleres?

Tenemos el concepto del terror sexual que es algo que conecta enseguida a las mujeres. En esta amenaza no concretada, siempre la responsabilidad cae en las mujeres. No nos dicen de qué nos tenemos que defender, si siquiera qué tenemos que hacer, con lo que nos restan la capacidad de agencia. Es lo que llamaríamos la indefensión radical, que es un término de Elsa Dorlin, que se nos niegue el derecho a la legítima defensa. Entonces plantearnos hasta que punto hemos dejado de hacer cosas por ese terror sexual o hasta que punto no nos hemos proyectado desde la autonomía por ese terror a sufrir violencia y cómo nos han focalizado la atención a esa violencia extrema en vez de darnos recursos para la violencia cotidiana. La mayoría de las agresiones las cometen conocidos de las víctimas, pero no nos dicen “cuidado con los desconocidos”, no nos dicen “tu cuerpo es tu territorio”, no nos dicen “tienes derecho a decidir sobre tu propio cuerpo”, no nos dicen “tu función no es gustar a los otros o a las otras”. Nos responsabilizan a las mujeres, no cuestionan ni la violencia ni a los agresores materiales, nos ponen escenarios terroríficos, porque que algo esté indefinido es lo que más terror nos puede generar, nos hacen creer que si tenemos cuidado tendremos el control sobre la violencia y, por supuesto, sitúan en la protección externa la única opción de volver sana a casa. Otra cosa es qué pasa en esas casas.

En el libro dices que es uno de los mayores miedos que expresamos las mujeres en los talleres es la reacción del agresor cuando ponemos el límite.

Los hombres machistas que abusan tienen la legitimidad patriarcal. Entonces uno de los miedos que nos da cuando paramos los pies a un agresor es cuál va a ser la respuesta, porque lo que nos han dicho y está en nuestra memoria es que es mejor que no le enfademos, que tiene mucho que ver con esa idea de indefensión radical de la esclava, que no te puedes defender del amo no vaya a ser que se enfade. Tenemos que poner socialmente en cuestión la legitimidad de los abusadores para el ejercicio del abuso; en la acción cotidiana tenemos que saber que un abusador sabe perfectamente que está haciendo mal. Yo creo que ha sido muy significativo todo el caso Rubiales [Luis, ex presidente de la Real Federación Española de Fútbol] porque ha quedado al descubierto algo que estaba pasando y que las jugadoras llevaban años denunciando y al quedar al descubierto ya no pueden decir que no, aunque han intentado defenderse como buen patriarcado, pero era demasiado evidente que han seguido el manual de buen maltratador. Cuando ponemos esos límites tenemos que estar preparadas para la resistencia patriarcal que se puede dar porque un abusador o un machirulo no va a aceptar de buen grado que una mujer le diga “¡hasta aquí!”.

Hablas también de cómo la salida que se le da muchas veces al dolor es la medicalización. ¿Cómo trabajas para sanar ese dolor?

Mi doble faceta profesional como fisioterapeuta y como formadora de talleres de autodefensa feminista me ayuda a investigar sobre lo que estamos nombrando como malestares de género, que es poner en evidencia cómo impacta la desigualdad en la salud de las mujeres y cómo muchas veces desde la propia medicina lo que se hace es medicalizar un problema que es social. Muchas víctimas de violencia machista están diagnosticadas de fibromialgia, por ejemplo, y muchas lo que tienen es un diagnóstico basado en la atribución del síntoma en vez de indagar en lo que hay detrás de ese dolor persistente. Sabemos que el dolor agudo tiene función biológica, pero el dolor mantenido no. Esto no quiere decir que todas las mujeres que tengan fibromialgia tengan detrás una historia de violencia. Es muy importante que las profesionales sanitarias tengamos formación en género y la medicina tenga perspectiva feminista para poder despatologizar aquello que es social y así poder acompañar mejor a las mujeres víctimas de violencia. En el ámbito de lo emocional, de lo psicológico, siempre se dice que una mujer que ha sufrido violencia va a quedar marcada para siempre. Yo digo que eso no es verdad en el sentido de que puede quedarse la cicatriz, pero la violencia no tiene por qué determinar nuestras vidas. En ese proceso de recuperación la reparación tiene que pasar por un primer elemento que es el reconocimiento del daño, ¿qué me ha quitado la violencia? Igual que cuando trabajamos el empoderamiento, lo primero que tenemos que trabajar es de qué estoy desempoderada. El reconocimiento del impacto que nos ha generado la violencia es el primer ejercicio de reparación

¿Qué aspectos te parecen clave hoy en día que hay que tratar con las infancias para que puedan disfrutar relacionándose de maneras más sanas y libres?

Estoy ahora dando un curso con Emakunde para profesionales que atienden a mujeres víctimas de violencia y una de las primeras preguntas que les hago es si creen que educamos en igualdad y qué elementos debería tener la educación para ser una educación en igualdad. La mayoría de las y los profesionales están contestando con elementos genéricos o diciendo “¡sí, claro qué educamos en igualdad!”, confundiendo deseo con realidad. Entonces yo creo que hay mucha gente que piensa simplemente que, por tener el deseo de educar en igualdad, ya basta, olvidando que ni la desigualdad ni la igualdad nacen de forma natural o sin reflexión. Me parece muy importante en esta educación a favor de la igualdad saber qué elementos están perpetuando la desigualdad y es algo que no se está poniendo sobre la mesa.

Hace unas semanas nuestra compañera Mª Ángeles Fernández escribió en Pikara Magazine sobre abusos sexuales contra les niñes. Explicaba, partiendo de un estudio realizado por Save the Children, que de cada 10 casos en ocho el agresor es conocido o del entorno familiar. ¿Cuál es la respuesta que damos como sociedad a estos abusos?

He dado un curso en Vitoria para madres e hijas y muchas de ellas eran víctimas de violencia. Una de las cosas que decían las hijas que tenían entre 12 y 16 años era que lo que más les gustaba del taller era tener un espacio en donde poder compartir con otras el hecho de tener un padre maltratador. Desde pequeñas nos han contado una mentira, la mentira es que te van a atacar los otros. Por eso cuesta también en los juzgados poder identificar esta violencia porque no es la violencia del otro, del extraño. Acá estamos hablando de una violencia íntima en espacio íntimo y con aquellos agresores con los que tienes un vínculo afectivo, porque hemos de decir que en ese informe también se habla de que el 99 por ciento son hombres. Hombres machistas. Entonces, ¿cómo identificamos los abusos en la infancia? Si no nos creen a las mujeres, a las infancias, menos. De hecho, padres abusadores están utilizando el falso SAP como forma de violentar a las mujeres y a las infancias. Sabemos cómo podemos identificar los abusos, hay ítems muy concretos, pero el problema es que se tapa, no se les cree o incluso se les revictimiza y deja en la más absoluta indefensión en manos de sus abusadores.

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