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Entrevista a EWA MAJEWSKA: “En el feminismo polaco, la narrativa socialista está desplazando a la liberal”

Miércoles 15 de mayo de 2024

Krzysztof Katkowski 13/05/2024 CTXT

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La académica feminista polaca Ewa Majewska. / Agata Zbylut

Ewa Majewska (Varsovia, 1978) es profesora asociada en la Universidad SWPS de Varsovia, especializada en teoría feminista de la cultura. Ha publicado numerosas obras, entre ellas Feminist Antifascism (Verso, 2021). Su trabajo se desarrolla también en el ámbito documental, por ejemplo, estudia la producción de sujetos a partir de la acción policial dirigida contra los hombres homosexuales en la Polonia de los años ochenta. Hablamos con ella del presente y el pasado del feminismo en este país.

Polonia cambió de gobierno a finales del año pasado. Consiguió echar al PiS y ahora el Ejecutivo lo preside Donald Tusk. ¿Cómo lo valora?

Por desgracia, en Polonia suelen ganar los conservadores. En esta “Tercera Vía”, una coalición cristiana conservadora desempeña un papel importante en el Gobierno de Tusk. Sin embargo, yo sugeriría observar el cambio social de forma más transversal. Mirar solo en una dirección, es decir, únicamente las acciones del gobierno, implica ceguera. Un marxista no puede mirar solo una pieza de la estructura social, se trata de relaciones sociales interconectadas y tensas a gran escala. Aunque la corriente conservadora domine el gobierno actual, tenemos ministros como Agnieszka Dziemianowicz-Bąk (Familia, Trabajo y Política Social) o Katarzyna Kotula (Igualdad). Son dos mujeres que están construyendo políticas sociales, familiares y de igualdad con perspectiva feminista. Habrá que esperar a ver cuántas reformas consiguen introducir. También tienen apoyo en el Ministerio de Justicia, dirigido por Adam Bodnar, un firme aliado de los derechos de las mujeres, que recientemente pidió disculpas a las personas y colectivos LGTBIQ+ por los abusos que sufrieron bajo el gobierno del PiS. Todo depende de la presión social. Es posible que incluso los conservadores se convenzan de la necesidad de profundizar en los derechos de las mujeres.

Actualmente, la legislación polaca en materia de aborto es una de las más restrictivas de Europa. La polémica sentencia del 2020 del Tribunal Constitucional que dictaminó en contra del aborto en caso de “defecto fetal grave e irreversible o enfermedad incurable que amenace la vida del feto” eliminó uno de los únicos supuestos legales del aborto. Actualmente solo se puede abortar en caso de violación o de peligro para la vida o la salud de la mujer. ¿Cree que con las demandas del feminismo esta ley puede cambiar?

Lamentablemente no habrá ningún cambio en la ley del aborto. Tal vez sea posible volver a la legislación anterior a 2020, pero no tenemos ninguna posibilidad de una ley civilizada para el siglo XXI con este presidente de la República, el ultraconservador Andrzej Duda.

¿Cree que las protestas feministas también han conseguido incluir reivindicaciones que van más allá de los derechos de la mujer, por ejemplo, las sociales?

A partir de 2016, el aborto deja de definirse en términos neoliberales, es decir, como si se tratara de una “elección”. Hoy lo entendemos más bien desde una perspectiva económica, como una cuestión de necesidad, de estatus o privilegio. Ya no se plantea como una cuestión de elección, sino que se convierte en una necesidad, a veces fundamental, para salvar la vida, la calidad de vida y la propia salud.

También, y creo que es muy importante, he escrito muchas veces sobre cómo el movimiento feminista en Polonia se ha vuelto más transversal al abordar cuestiones que van más allá de las reivindicaciones estrictamente feministas. Es evidente que se ha convertido en un movimiento contra las ideas de la extrema derecha y, no pocas veces, contra las inclinaciones neoliberales de los partidos democráticos.

¿De dónde viene el feminismo polaco?

Para entenderlo hay que remontarse a la época de las sufragistas, o incluso a la insurrección campesina o el levantamiento de Tadeusz Kościuszko, que postuló derechos políticos para las mujeres ya a finales del siglo XVIII. Se trata de una larga tradición, fuertemente vinculada al movimiento socialista. Puede compararse con otros movimientos, ya sean estadounidenses, ucranianos o alemanes. El feminismo tiene una larguísima tradición en Polonia que, por desgracia, a menudo se olvida y las feministas de los años noventa lo presentan como algo “importado” de Occidente a un país semiperiférico.

Hay que destacar a las clásicas de la literatura polaca como Eliza Orzeszkowa, Maria Konopnicka y Narcyza Żmichowska. Ellas también eran feministas, aunque no usasen la palabra “feminismo”.

Después de 1989 (el año del principio de la transición neoliberal en Polonia), las ONG feministas tendían a ser promercado y neoliberales, incluidas por ejemplo, las organizaciones que luchaban contra la violencia contra las mujeres. Esto se debía a que la financiación de sus actividades procedía de instituciones que querían promover esos puntos de vista.

Pero no hay que olvidar que también existía el feminismo socialista o el anarcofeminismo, a menudo combinados con ideas derivadas de la teoría queer y la lucha por los derechos LGBTIQ+. De forma acelerada, Polonia se involucró en debates que llevaban décadas produciéndose en Occidente. Como ejemplo, en el mismo año, 2013, se publicaron en Polonia Teoría feminista: del margen al centro, de bell hooks –feminismo negro interseccional que data de 1984–, y uno de los clásicos del feminismo liberal, La mística de la feminidad, de Betty Friedan –de 1963–.

Durante muchos años hubo discusiones entre representantes del feminismo liberal y el de izquierdas. Después, trabajando en una oficina del gobierno en temas de igualdad y, al mismo tiempo, en el movimiento anarcofeminista, me di cuenta de que cualquier cambio social serio tiene que ser transversal, a todos los niveles del entramado social, desde los movimientos de base hasta los gobiernos. La noción de transversalidad procede de Félix Guattari, y es muy importante para mi forma de entender el feminismo.

¿Y ahora?

En mi libro, Un tranvía llamado reconocimiento, señalo que el año decisivo para el feminismo polaco fue 2016, el año de la llamada Protesta Negra contra el intento de endurecimiento de las leyes sobre el aborto. Fue en ese momento cuando el movimiento feminista, hasta entonces principalmente urbano, popular entre las personas educadas y con privilegios sociales, se convirtió también en rural, de pueblo, con la aparición de muchas más mujeres de las clases populares. El movimiento feminista se hizo verdaderamente masivo y popular.

En estas protestas y movilizaciones también cobraron una visibilidad especial las personas queer, especialmente las personas trans, que fueron brutalmente atacadas y acosadas por el gobierno de extrema derecha del PiS, a partir de 2015. Los discursos de odio, los suicidios de jóvenes transexuales... todo ello empujó a las dos comunidades –feminista y LGTBIQ+– a una alianza y solidaridad aún más fuertes. Tenemos algunas activistas antitrans (TERF) en Polonia, pero son una minoría, un par de personas en todo el país. En mi opinión, esta es una perspectiva antifeminista, porque no es inclusiva. Podemos discutir controversias legales o políticas, claro, pero no podemos excluir a toda la comunidad.

El feminismo es muy diverso en Polonia. En los 2000 se trataba de discutir sobre cuestiones económicas, es decir, si las feministas debían ser liberales o más bien socialistas. Hoy ambas corrientes siguen presentes en Polonia, pero después de 2016 el aborto se articula cada vez más como una cuestión económica, y se habla más de justicia reproductiva que de “elección”. La narrativa socialista está desplazando a la narrativa liberal en Polonia, creo, y eso está muy bien.

Ha mencionado la llamada Protesta Negra de 2016 –cuyo nombre se debe a que, en oposición a la exigencia de leyes más estrictas sobre el aborto, las mujeres se vistieron de negro–. ¿Supuso un gran avance en la tradición feminista polaca?

En 2016 terminó el dominio de un movimiento de mujeres privilegiado y metropolitano y surgió un movimiento de masas y de base, incluidas las mujeres de clases populares. El discurso público y mediático también ha cambiado. Por ejemplo, ahora siempre se invita al menos a una mujer a los paneles de expertos. Incluso nuestro primer ministro, Donald Tusk, que es un liberal conservador, dice que en su Gobierno se puede ser “ministro” o “ministra”.

Todo esto es consecuencia de las protestas de 2016. Si no hubiera sido por esas protestas no habría una situación en la que incluso el PiS está intentando incluir a más mujeres. Los políticos vieron que la sociedad polaca se oponía a la estructura social patriarcal en la que las mujeres eran simplemente invisibles. Estas protestas fueron un gran avance, no solo en Polonia, sino en esta parte de Europa en general. Por último, el #metoo ha sido mucho más débil en Polonia.

La izquierda polaca siempre hace referencia a Solidaridad, el movimiento obrero de masas de los años ochenta contra el régimen comunista como algo conservador. ¿Cree que también lo es para el feminismo?

No necesariamente, al menos al principio. Solidaridad comienza en agosto de 1980, con el despido de una mujer de su puesto de trabajo en los astilleros Lenin de Gdansk. Así empezó la huelga de agosto. Esta trabajadora, Anna Walentynowicz, fue despedida por su reacción crítica ante la subida de los precios de los alimentos en el país. Dijo textualmente: “Será la supervivencia, no la vida”. En aquel momento no solo habló como mujer, sino también como representante de la clase baja, y quizá merezca la pena señalar que dijo algo parecido a Guy Debord y los estudiantes parisinos en mayo de 1968. Ese agosto, unas 700.000 personas se declararon en huelga en Polonia y alrededor de diez millones de personas se unieron oficialmente a Solidaridad en marzo de 1981.

Este fue un movimiento que se originó en una huelga general, iniciada como un acto de solidaridad con las mujeres, y en el que también participaron mujeres como Alina Pieńkowska y Henryka Krzywonos. Las reivindicaciones de agosto incluían no solo la crítica a la censura y la exigencia de la liberación de los presos políticos, sino también la petición de la legalización de un sindicato independiente de las autoridades, la oferta de oportunidades de trabajo profesional para las mujeres mediante guarderías accesibles y precios decentes para los alimentos.

Considerar la primera Solidaridad, la de 1980-1981, como un movimiento de derechas es, por tanto, absurdo.

¿Cuáles eran sus demandas entonces?

Debatieron cómo querían que se gobernara Polonia. Escribían y luego recitaban sus poemas. Tenemos documentación al respecto, que podemos leer en las publicaciones periódicas sobre la huelga que ahora se encuentran en los archivos del Centro Europeo de Solidaridad de Gdansk.

Polonia es un país semiperiférico, como escribió, por ejemplo, Immanuel Wallerstein. Así, vivimos en un país que, por un lado, intenta “ponerse al día” con Europa y, por otro, escapar del Este. Por eso, los movimientos feministas y de izquierdas contemporáneos se inspiran sobre todo en Occidente. Pero es un país que en 1932 suprimió la homosexualidad del Código Penal y donde los sindicatos existieron antes y con más vigor que en muchos países de “Occidente”. Tenemos una importante tradición de movimientos sociales radicales. El temprano movimiento Solidaridad es un ejemplo de ello: se puede ver en los Postulados de Agosto, explícitamente socialistas. Después, tras su ilegalización en 1981, desgraciadamente pasó a trabajar con la Iglesia: era un lugar donde las familias de los opositores podían encontrar apoyo. La Iglesia católica se aprovechó más tarde de ello, y ahora Solidaridad existe, pero es un movimiento de derechas, que colabora también con gobiernos de extrema derecha como el de Ley y Justicia. Por supuesto, hay algunas células sensatas de Solidaridad en lugares de trabajo concretos, pero por desgracia, las autoridades de este sindicato apoyan el chovinismo y el neofascismo.

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