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Entrevista a Aixa de la Cruz autora de "Las herederas": “La psiquiatría busca el control de los cuerpos díscolos”

Lunes 6 de febrero de 2023

ROCÍO NIEBLA 01/02/2023 Pikara

Aixa de la Cruz ha publicado ‘Las herederas’, la novela que aborda los problemas mentales, las drogas, el sistema que rompe a los cuerpos y la relación de amor – odio entre familiares.

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Aixa de la Cruz. / Foto: Alba García ©

Dos parejas de hermanas, entre ellas primas hermanas, llegan a la casa de pueblo que acaban de heredar. La abuela se suicidó hace meses en la bañera y, cuando entran, la cantidad de pastillas farmacológicas que hay por los rincones les sorprende. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) ha escrito Las herederas; es licenciada en Filología Inglesa y doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Maneja los tiempos, las tramas y subtramas y la peculiaridad de los personajes con maña y oficio. La novela se lee con disfrute, y varios son los temas que se quedan suspensos en los pensamientos: sobre la cordura, la enfermedad mental, el sistema capitalista que poco espacio nos da para las heridas, la imposición de las relaciones con la familia, las drogas, la maternidad y, por supuesto, las herencias.

Erica tira las cartas como le enseñó su abuela, intenta conectarse con el lado más místico: las plantas curativas y sus propiedades serán su baza. De las últimas veces que Lis las visitó, entró en crisis y su marido acabó llevándola a un psiquiátrico contra su voluntad, ella, para no perder a su bebé, pasó por el aro; y Nora está enganchada a cantidad de drogas pero se plantea o dejarlas, o emplear la casa como almacén de mercancía para salir de la precariedad. Olivia es cardióloga e intenta investigar el historial médico de su abuela, así cómo la procedencia de las pastillas. A bote pronto parece la más estable y cuerda, pero, se dará de bruces con la realidad porque no es oro todo lo que reluce.

Cada una de las cuatro protagonistas tiene una forma de digerir el dolor e iniciar el duelo. Le he leído que son cuatro maneras en las que ha hecho procesos de aceptación del suicidio de alguna persona querida.

Llevaba tiempo queriendo abordar a través de la escritura lo que conozco sobre los duelos que se llevan a cabo cuando se suicida alguien cercano. Un suicidio es siempre una gran incógnita que elude explicaciones reduccionistas y unívocas y, cuando te enfrentas a uno, a menudo te ves atravesada por diferentes discursos y explicaciones que pueden resultar contradictorias entre sí.

¿Quién son cada una de ellas y cómo gestionan la situación?

La primera vez que pensé en Las herederas me imaginé a cuatro personajes que representaran cuatro acercamientos distintos al fenómeno. Olivia es la que, en vez de enfrentarse directamente a la pérdida, se obsesiona con los porqués, como si fuera la detective de una novela policíaca, lo que la deja atascada en la fase de negación. Erica es la que decide no hacerse preguntas, la que acepta la voluntad de los muertos, en plan: “Por lo menos me queda que ella eligió libremente salir de este mundo”. Esta es una visión no sé si existencialista o espiritual, pero sin duda más sana en términos de aceptación que la de su hermana Olivia, pero también despolitizada, porque la gente sufre por algo. Hay causas externas que nos enferman y, aunque sea imposible determinarlas con precisión clínica en cada caso, no hay que dejar de intentar nombrarlas. Luego están Nora y Lis cuyas miradas se parecen en tanto que están mediadas por las explicaciones de corte biomédico. Nora cree que su abuela se suicidó porque era yonqui como lo es ella, y Lis que tiene un diagnóstico psiquiátrico, lo entiende en términos de determinismo genético: estamos malditas porque la locura corre en nuestros genes.

Aunque la abuela se corta las venas encuentran grandes cantidades de pastillas de farmacia por toda la casa. En el libro se evidencia un claro discurso antipsiquiátrico. ¿Qué parchean las pastillas? ¿Desde dónde nos mira la psiquiatría?

La psiquiatría es y siempre ha sido una disciplina que busca el control de los cuerpos díscolos. Establece parámetros de normalidad y anormalidad y, a partir de ellos, uniformiza, disciplina y castiga. Bajo el capitalismo, lo que hay que corregir es lo que no resulta productivo. Un duelo largo o un período prolongado de introversión y tristeza no es productivo, así que nos medican para que el dolor se camufle y podamos levantarnos de la cama e ir a trabajar y no molestar demasiado a nadie. Por eso los plazos de lo que se considera un duelo patológico o medicalizable han ido menguando con cada nuevo DSM (es el Manual Diagnóstico y Estadístico de trastornos mentales, por sus siglas en inglés). No cabe duda de que hay personas que padecen síntomas tan incapacitantes que no serían capaces de funcionar sin drogas psiquiátricas, pero me preocupa la sobremedicalización generalizada y cómo nos han hecho olvidar que el dolor es un lenguaje que nos informa del origen de la herida.

Se ha acercado a la salud mental desde distintos enfoques en su vida y carrera literaria. ¿Qué conclusiones tiene?

Yo no soy una persona psiquiatrizada. Tengo mi historial de brotes, crisis y heridas, como casi todo el mundo, pero a mí no me han anulado farmacológicamente, ni me han internado en contra mi voluntad, ni me han atado a una cama de hospital. Yo me he librado de la violencia del sistema, así que tampoco tengo derecho a arrogarme una portavocía en torno a este tema que no me corresponde. Lo que invito es a que dejemos de escuchar tanto a los “expertos en cuerpos que sufren” y nos pongamos a escuchar a “los cuerpos que sufren”, que atendamos, validemos y legislemos en función de sus testimonios en primera persona.

¿Qué opinión le merece la catalogación social y política de “drogas legales” y “drogas ilegales”?

Es complicado este tema. Solía estar a favor de la legalización de todas las drogas, que es algo casi obligatorio si pensamos en las muertes que provoca el narcotráfico, pero también me he dado cuenta del peligro que entrañaría bajo nuestro modelo productivo que se extendiera y normalizara el uso de ciertas drogas estimulantes que pueden aumentar el rendimiento de los trabajadores. Si tu compañero está escribiendo cuatro piezas al día con anfetaminas y tú sobrio solo escribes dos, ¿qué jefe va a respetar tu derecho a estar limpio? En este sentido, sí que he establecido una diferencia importante entre las drogas que el sistema puede utilizar contra ti, para explotarte, y las drogas que te sacan del sistema, es decir, las alucinógenas, que, en contextos controlados son tecnologías de acceso a lo sagrado y suponen el regalo de una experiencia mística, y ¿quién tiene derecho a prohibirnos algo así? Esa prohibición en concreto, la de la ayahuasca, el LSD o la psilocibina, me parece criminal, como si se regulara nuestro derecho a la masturbación.

El temor encubierto de las cuatro: heredar los trastornos mentales. Puede que la locura no se herede, pero las condiciones materiales para sortearla, sí.

Sin duda. Es obvio que la locura tiene dimensión de clase, y de género, y de raza. Enferman más los pobres porque el sistema los tensiona hasta la ruptura, y también enferman y han enfermado más las mujeres por las violencias patriarcales, y las personas racializadas por sus opresiones específicas y por la interacción entre todas ellas. Es que no nos rompemos; nos rompen. Y luego están los sistemas familiares que son una reproducción a escala del sistema en el que se integran. De nuestras familias heredamos bienes materiales y herramientas para enfrentarnos al sufrimiento y, a menudo, también violencias muy concretas. Las heredamos a través del aprendizaje y la identificación, pero ahí están, como una mochila muy pesada de la que cuesta desprenderse.

Hay una de las protagonistas que tiene un conocimiento bruto sobre la flora y las propiedades de las plantas. ¿Cómo le nace a usted esa inquietud?

Durante la pandemia nos refugiamos en Olmos de la Picaza, la aldea de Burgos en la que nació y creció mi abuelo y donde sigue teniendo casa. Es una casa de pueblo en la que el confinamiento parecía más soportable con una bebé a cuestas, y el cambio de paisaje siempre implica un cambio de vocabulario, de mirada. Si te asientas en un lugar donde no hay ni tiendas ni bares, comienzas a prestar atención a la maleza, y con una aplicación de identificación de plantas y algunos manuales sobre flora autóctona me dio por intentar nombrar lo que me rodeaba, y descubrí que cada vez que salía de casa estaba pisando una botica ancestral donde había analgésicos, antibióticos, abortivos, venenos para morir sin dolor y plantas mágicas. Soy muy escéptica con los ISRSs (siglas de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), pero me hizo gracia que, cuando llegamos, todo estuviera cubierto de amarillo por la flor del hipérico, que parece que es un serotonínico y se ha utilizado desde siempre contra la tristeza. Y a mi hija le encantaba recolectar caléndulas y aprendimos a hacer una crema con base de cera de abeja que utilizábamos para las quemaduras y los rasguños. Y recomiendo muchísimo las infusiones de ruda para las que sufrimos de síndrome premenstrual. Cuando estás en ese momento en el que parece que te va a bajar la regla, pero no baja y la energía es como de una tetera a punto de estallar, justo entonces, un poco de ruda.

¿Ha tenido experiencia con alucinógenos naturales?

Sí, he tenido alguna experiencia con hongos silocibes, pero sobre todo con LSD, que también tiene su origen en un hongo, pero que de por sí es tóxico. Han sido experiencias muy controladas, lejos de entornos festivos, con mucha conciencia del proceso, pero me han reportado viajes que están en el podio de las experiencias más impresionantes y transformadoras que he vivido nunca.

La propia casa, e incluso la abuela, son fantasmales y mágicas. ¿Qué cree que aporta el realismo mágico y lo dark en este libro?

La posibilidad de pensar un marco discursivo en el que lo que desde fuera se lee como “locura” se normalice y deje de serlo. Quería jugar con eso, con la posibilidad de que el pensamiento mágico pueda curarnos cuando estamos enfermas de materialidad.

Ahora vive en Laredo y confío en que su ventana dé al mar. ¿Se escribe igual en un cuarto propio o en un espacio tranquilo y cómodo que en una casa sin luz y pequeña? ¿Una vez que la máquina de la imaginación se inicia el espacio de trabajo influye en la obra en sí?

Más que el espacio físico o el tamaño de la habitación o las vistas, me ha resultado difícil aprender a escribir desde el espacio simbólico de la crianza, donde desaparecen conceptos que para mí eran indispensables para la escritura como la intimidad, el silencio o la ausencia de interrupciones. Pero me he vuelto una escritora distinta, y creo que mejor, en este nuevo espacio; así que, a diferencia de las condiciones materiales que realmente imposibilitan la creación artística, este obstáculo ha sido un regalo.

Ha hecho un salto editorial ya que Las herederas lo ha publicado Alfaguara. ¿Sigue haciendo malabares para dedicarse a escribir?

Bueno, es que yo no considero que me dedique a escribir. Me dedico a mil otras cosas: trabajillos dispersos que se suman para cubrir la cuota de autónomos y los gastos fijos y, cuando hay un golpe de suerte y puedo ahorrar un poco para comprarme tiempo, entonces escribo. En este caso, Alfaguara fue ese golpe de suerte, pero si en el futuro me planteo otra novela volverán los malabares.

¿Cómo ha condicionado la precariedad (o no) en su obra? ¿En lo que usted es como mujer, madre y de clase trabajadora?

Estos últimos meses he tomado una conciencia muy profunda de algo que empobrece irremediablemente la disciplina literaria: soy precaria, sí, pero si tengo acceso al sistema literario es porque no soy tan pobre ni tan precaria. Precarias son las que no llegan, a las que nunca leemos porque solo trabajan limpiando casas o haciendo turnos en la fábrica, o porque no podrían ni permitirse adelantar el dinero del taxi al aeropuerto que las lleve de promo a vender su libro, ni tienen con quién dejar a los niños para hacer una presentación o hablar con la prensa. En este sentido, estoy bastante desilusionada con el oficio en sí. Las personas a las que me gustaría estar leyendo tienen las puertas cerradas y me tengo que conformar con leer a las privilegiadas que escriben en su nombre o sobre ellas. Y yo también formo parte de esto, claro.

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