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Entrevista "SOBRE MI GATA" / GRUPO MUSICAL AUTOR DE ‘CALOR DEL COLAPSO’ “El ecofeminismo parece más realista que el sesgo apocalíptico de los discursos colapsistas”

Sábado 5 de agosto de 2023

Antonio Turiel 4/08/2023 CTXT

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Maru (guitarra), Neus (voz), Guido (bajo) y Maite (DJ), integrantes de Sobre Mi Gata. / Albert García

Sobre Mi Gata es un grupo musical barcelonés que define su estilo como “postcumbia makinera”. Sus integrantes forman parte del ámbito de los movimientos sociales. Este año han publicado su primer disco, Calor del colapso, en cuyas letras está presente la crisis ecosocial. Conversan con Antonio Turiel sobre la inminencia del colapso y las perspectivas de futuro.

El colapsismo es una galaxia ideológica en formación. No defiende el colapso ni lo busca. Mientras la mayoría del colapsismo trata de evitarlo, algunos lo ven como una suerte de oportunidad. El colapsismo puede ser un estado de ánimo, comparte afectos, estética, modos de razonar. ¿Es el colapsismo el zeitgeist actual? ¿Cuál es el relato colapsista hegemónico? ¿Es inminente el colapso?

El colapso al día de hoy parece un estado mental. Todo está a punto de colapsar y el futuro ya no es que sea negro, sino es como si se hubiera evaporado. La esperanza de un presente mejor y de un futuro que lo superaría parece como si se hubiera quedado en los finales de los noventa, en la resaca póstuma a un concierto de Iron Maiden. Las puertas del mañana parece que hayan sido tapiadas después de un desalojo al estilo Desokupa. El bombardeo mediático es importante. Los números y las alertas de los más preparados colapsólogos se diluyen en un ruido de fondo, generado por medios de comunicación más interesados en fomentar un sensacionalismo colapsista que desdibuja un panorama desolador con matices a lo Mad Max: lo que hacen es poner el acento en la parte más decadente de nuestro presente, invisibilizando el potencial más transformador de una reflexión profunda sobre cómo hemos llegado hasta aquí.

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Portada del disco Calor del colapso de Sobre Mi Gata. / Autor @Andreuzaragoza

Vídeo: SOBRE MI GATA - CALOR DEL COLAPSO (Full Album)

¿Qué hay más allá del discurso colapsista blanco eurocéntrico? ¿Existe un privilegio del colapso? ¿Decrecimiento, energías renovables y soluciones más verdes son alternativas viables para todo el mundo?

La popularización del colapso ha llegado a Europa, sobre todo tras el covid. De repente, el miedo al fin del mundo, a la escasez de los recursos naturales y energéticos, a las crisis ambientales (aspectos incuestionables) ha llegado a las casas de los más privilegiados. La primera reacción cuando te tocan o señalan tus privilegios tendría que ser una reflexión profunda sobre el impacto que tienen tus acciones sobre tu entorno. Al ver el riesgo de perder algún privilegio y solo imaginarse la posibilidad de no poder seguir alimentando su consumo y estilo de vida, el hombre blanco europeo ha entrado en pánico. El resto del mundo lleva décadas y siglos colapsado: y este colapso ha sido lo que ha propiciado mano de obra barata, extracción de recursos y acumulación de capital. Si existen alternativas, hay que ver cómo hacer para que sean accesibles y estén disponibles para todo el mundo, partiendo de quien históricamente no ha sido tan privilegiada. Y si nosotros, como blancos, hemos expoliado y consumido por encima de las posibilidades de nuestra naturaleza, igual es el momento de dejar espacio y recursos a quien, históricamente, menos ha dispuesto de ellos por se les han arrebatado.

El agua, el petróleo, la energía: ¿cómo afecta su falta y desabastecimiento, fuera del primer mundo? ¿Qué consecuencias genera entre las más oprimidas y explotadas? ¿Cómo afecta el colapso desde otras perspectivas como la clase social, el género, la raza y la especie?

Se ha hablado mucho sobre el colapso. Sobre todo desde una mirada hegemónica, obsesionada con las consecuencias del fin de una era sobre una población históricamente privilegiada. Quizás sea el momento de darnos cuenta de que hay civilizaciones y continentes enteros que, por haber sufrido desde hace siglos las consecuencias más brutales del capitalismo, del patriarcado y del racismo, tienen un conocimiento profundo de la amenaza del fin, además de una capacidad de análisis, resiliencia y resistencia. Deberíamos preguntarles a estas poblaciones sobre el fin del mundo porque su mundo se está acabando desde 1500. Y sobre todo, cuando pensamos en cómo intentar evitar que acontezca el fin de nuestra época, tendríamos que tener en cuenta que las estrategias que tejamos (energías renovables, transiciones ecológicas, reducción de gasto y consumo, etc.) no sigan afectando a las históricamente más explotadas, vulnerables y a las que siempre han sido oprimidas. Un ejemplo muy claro de la perpetuación de dicha opresión es lo que está ocurriendo en el llamado Triángulo del Litio (Bolivia, Chile y Argentina), donde se concentra la mayor cantidad de litio del mundo (se calcula entre el 60% y el 80%). Ese sitio, igual que África, es hoy epicentro de disputas de las potencias mundiales que pelean por decidir quién lidera el saqueo de los recursos naturales de dichos países en nombre de una supuesta preocupación por el cambio climático. Sería importante que las estrategias contra el colapso incluyeran una reparación del daño que hemos generado durante siglos, asumir nuestra deuda como continente con el resto del mundo y dejar de endeudar económicamente y de vivir de los intereses de créditos impagables que le hemos otorgado a los países oprimidos.

El cambio climático aumenta los flujos migratorios de una manera sin precedentes, con todas las consecuencias (entre estas la muerte) que sufren las personas que son obligadas a desplazarse: un drama humanitario, social y político que no tiene nombre. Sequías, inundaciones y condiciones climáticas más extremas limitan el acceso a los recursos naturales más básicos en las poblaciones más dependientes de estos. La agricultura y sus cultivos se ven extremadamente afectados por el desastre medioambiental. Hay que recordar también que el mundo animal sufre las consecuencias de un sistema que no solo esclaviza otras razas, sino que se encarniza, explotando otras especies para su beneficio económico y alimentario.

Como en otras cosas, el cambio climático genera desigualdades en el acceso al agua, tema candente en estos años de sequías y elucubraciones sobre el futuro hídrico del mundo. Es interesante un estudio sobre el consumo de agua en diferentes barrios de la ciudad de Barcelona. No era difícil imaginar que en barrios como Sarrià-Sant Gervasi, con mayor renta per cápita, el consumo medio doméstico asciende a 128 litros por persona y día. En Nou Barris, la zona con menor renta, el consumo diario es de 92 litros. Estas cifras se explican, en gran parte, por la huella hídrica de actividades asociadas a las zonas pudientes como, por ejemplo, el riego de jardines privados (que requiere unos 400 litros por cada cien metros cuadrados) o el llenado de piscinas (que necesita una media de 48.000 litros). Un estudio de la Universidad de Uppsala ha demostrado que los hogares más ricos de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) representan menos del 14% de la población y consumen más del 51% del agua disponible en la ciudad. Los hogares de bajos ingresos, por el contrario, albergan el 62% de la población y solo consumen el 27% de los recursos hídricos disponibles en la metrópolis. Es evidente que el aumento del precio de la factura del agua perjudica sobre todo a los colectivos más vulnerables (y que menos agua consumen), ya que son los que no pueden pagar el sobrecoste mientras quien se lo puede permitir perpetúan unos niveles de consumo insostenibles. Otro estudio ha demostrado que un turista en Barcelona, para su estancia en la Ciudad Condal, consume cinco veces más agua que una persona residente. Nada más que añadir.

Pueblos nativos se han visto históricamente expoliados del acceso al agua o a sus tierras a causa de intereses económicos y un primer mundo que necesita extraer hasta el último recurso natural para garantizar el mantenimiento de su bienestar y consumo. Es lógico que unas condiciones climáticas extremas no hagan más que agudizar ciertas injusticias.

Vivimos (hasta ahora) en el centro del sistema, conservamos capacidad para desplazar elementos de colapso hacia las periferias, hacia los tres tipos de colonias de que suele hablar la pensadora ecofeminista Maria Mies: la naturaleza, los pueblos del sur global y las mujeres. La vía de “externalizar” daños, extracción e impactos puede prolongar un poco nuestra desastrosa trayectoria (lo está haciendo), pero al precio de dañar aún más profundamente las opciones de miríadas de seres vivos (entre ellos, muchos millones de seres humanos) ahora y en el futuro. La articulación de un ecofeminismo parece mucho más relevante y realista en términos políticos que el sesgo apocalíptico de los discursos colapsistas: delante de la crisis ecosocial que el mundo está viviendo, quizás sea el momento de dejar de dar tanta visibilidad a las voces que pregonan el catastrofismo, pasión bastante masculina, y poner la lupa sobre las alternativas que se están fraguando, desde una mirada responsable, resiliente y de resistencia.

El capitalismo se nutre de crisis para reinventarse, extraer aún más recursos y explotar mano de obra barata. ¿El colapso que viene es consecuencia o herramienta del capitalismo? ¿El aceleracionismo que estamos viendo en todo ámbito es una demostración de su último aliento o de fuerza y de una voluntad ciega de no parar antes de nada?

El capitalismo del desastre avanza a través de la dinámica de acumulación, acaparamiento, explotación y erosión de los derechos. Cada crisis es un engranaje más que lubrica un funcionamiento siempre más perfecto, que se adapta a cualquier situación y hace del capitalismo el tirano del mundo. Ha habido muchos colapsos civilizatorios en la historia, incluso algunos poco o mal conocidos todavía. Este al que nos asomamos tiene características especialmente graves, fruto de la propia extensión y evolución del sistema capitalista heteropatriarcal y racista.

Está claro que el colapso es una herramienta del sistema. Y su buena salud depende de siglos de colapso social, político, ambiental, económico y humano. Para conseguir acumular y distribuir riqueza y poder entre muy pocas personas de la manera que conocemos hoy en día, son necesarios el expolio, la explotación, el esclavismo y el racismo, con sus extremas consecuencias que llegan al asesinato y al genocidio. Un monstruo que no se inmuta delante de su misma acción destructora. Solemos infravalorar la capacidad camaleónica del capitalismo para adaptarse a situaciones de emergencia como las que se pueden derivar de la evolución de las crisis ecosociales (la crisis del coronavirus es solo el último ejemplo de lo que vendrá) y para virar hacia regímenes de gobernanza (ecofascista) que dejen menos margen para la emancipación.

El colapso también es una consecuencia del motor capitalista. Cada paso que da es de ciego y no cuenta con los límites materiales del planeta y de sus habitantes. Devora todo lo que puede con rapidez. Quizás un día podremos ver al capitalismo colapsar, generando su mismo fin.

Después de dos años de pandemia, hemos visto cómo el discurso del miedo ha permeado entre varias capas de la población. Con consecuencias nefastas para la colectividad. Muchos discursos colapsistas conectan con un miedo profundo. ¿Qué papel juega el miedo a las puertas del colapso?

La época de la pandemia de la covid ha puesto en evidencia varios aspectos que podríamos relacionar con el zeitgeist colapsista. Delante de una emergencia sanitaria global, el Estado reacciona limitando aún más los derechos básicos de la población. Sucumbe a las decisiones de las grandes multinacionales farmacéuticas que deciden pautas, precios y distribución de una inmunización aún por demostrar. Fomenta el miedo, la desconfianza en los ciudadanos mientras no abre nuevas plantas de hospitales para solventar el problema principal del colapso sanitario: otra crisis y otra vez somos nosotras las que han contagiado por encima de nuestras posibilidades.

A nivel individual también la respuesta es una reacción más que conservadora. El vecino se convierte en un chivato, en casa alguien se vuelve policía de la salud pública. Tu compañero de piso te deja solo para marcharse con su churri en la segunda residencia de los padres. La familia, concepto que desde hace décadas los feminismos han tratado de cuestionar, vuelve a ser la prioridad para mucha gente que se había olvidado de tener tantos abuelos. De repente, los vínculos de sangre priman sobre cualquier otro tipo de relación, rompiendo y decepcionando afinidades, comunidades (o sueños de), redes y amistades. Hay respuestas colectivas también, alguna forma de insumisión, redes de alimentos, pequeñas o más grandes desobediencias, alguna fiesta “ilegal” de más de diez personas.

El miedo vehiculado por los medios de comunicación paraliza y consigue que la ciudadanía repita consignas y actúe sin el filtro de la razón y de la justicia. Y otra vez quien pringa más son las que ya estaban pringando desde siempre, las mujeres y otras disidentes, personas migradas y las clases sociales más bajas. El miedo otra vez, si es bien administrado, también es capaz de generar amnesia sobre todo lo que ha pasado.

Ahora la pregunta sería, ¿qué nos podríamos esperar delante de un posible colapso? Es probable que la gran mayoría de reacciones se parezcan a las que ya vimos durante la covid. Primarían las soluciones individuales a las colectivas, se culpabilizaría a las de siempre y se erosionarían aún más los derechos más fundamentales. El miedo volvería a ser un arma usada para controlar y manipular.

Haber tenido la previa de la pandemia puede ser útil para ir preparándonos, escoger afines y reconocernos entre quien prioriza la dimensión colectiva. ¿El miedo al colapso no estará alimentando un no future que podría fomentar aún más el individualismo? ¿El bloqueo mental y físico que genera no estará empujando pensamientos al estilo “no hay nada que hacer, ni alternativa, entonces mejor pensar aún más en lo mío y pasar de todo”? Individualismo extremo a las puertas de un colapso colectivo.

Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor. Mark Fisher (1968-2017) teorizó el realismo capitalista. Solo podemos imaginar el sistema capitalista. Uno de los éxitos del capitalismo ha sido robarnos la capacidad de soñar alternativas. ¿El discurso colapsista nos ciega delante de la posibilidad de imaginar otros futuros posibles? Es más fácil imaginar el fin del mundo que del capitalismo. ¿Hay mundo por venir?

La idea del futuro, hasta hace veinte años, estaba vinculada a la imagen de un progreso y a una perspectiva de mejora sin fin. Desde hace años, crisis económicas, sociales, políticas y medioambientales, acompañadas por una producción cultural del colapso han dado sus resultados devastadores. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor. Un resultado enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que ha utilizado la producción de imaginarios distópicos a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá admisible y no lucharemos para cambiar las cosas.

Otro éxito del capitalismo, según Mark Fisher y otros filósofos, ha sido la capacidad de imposibilitar la imaginación individual y colectiva de cara a plantear alternativas futuras al sistema. Y al mismo tiempo, esta discapacidad ha anulado la posibilidad de recuperar alguna idea o alternativa pasada, relegándolas a un mundo de espectros. Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, citando a Fredric Jameson. En este marco, el colapsismo a veces parece una versión ecologista del “no hay alternativas” thatcheriano.

Probablemente, podría haber mundos por venir. Pero en esta transición hacia lo desconocido, si queremos ver qué puede haber después del fin de una época, es hora de ensanchar la mirada hacia los demás, redistribuir riquezas, recursos, ayudas, patrones de consumo y privilegios: profundizando la toma de conciencia del daño multidimensional que hemos causado al planeta en el que vivimos y a sus seres, y encauzando un camino de justicia y reparación.

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