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El después de la violencia machista: qué pasa cuando tu padre asesina a tu madre

Sábado 6 de abril de 2024

Los huérfanos de la violencia de género se enfrentan al estigma de ser señalados y a un laberinto burocrático que ahoga a sus familias: “Es lo peor que te puede pasar, no hay nada comparable”, resume Joshua, cuya madre fue asesinada en 2017 y que desde entonces se hace cargo de su hermano pequeño

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María José Sesé Mateo, poeta y activista. Foto cedida

Marta Borraz 5 de abril de 2024 elDiario.es

El 20 de febrero de 2017 Joshua Alonso comenzó una nueva vida. Aquel día, Emilio F.C. dejó al hijo que tenía en común con María José Mateo en casa de sus padres y les dijo que tenía que irse al trabajo. En realidad se dirigió a casa de su expareja y provocó una explosión de gas que hizo estallar la vivienda en Redondela (Pontevedra) con ambos dentro. Sesé, como era conocida, se convirtió en una de las 49 víctimas mortales de la violencia machista de aquel año y Joshua, a sus 25 años, perdió a su madre y se convirtió en el tutor de su hermano Igor, que entonces tenía 9 años: “Lo más difícil fue tener que contarle que su padre había matado a nuestra madre”, afirma.

Las estadísticas oficiales no registran cuántas personas se quedan huérfanas por esta causa, solo en caso de que sean menores de edad: en lo que va de 2024 la cifra asciende a diez. La inmensa mayoría de las veces, estos niños y niñas no solo se quedan sin su madre, sino que su propio padre se convierte en su asesino. En otros, los menos, el perpetrador es una pareja distinta. Es quizá la expresión más brutal de la violencia machista, una realidad para la que nadie se prepara nunca y una contradicción emocional difícil de asumir que hace saltar todo por los aires.

“Es muy complicado enfrentarte a una nueva realidad en la que tu persona de referencia no está. Ser consciente de que pierdes a tu madre. En muchos casos, también a tu padre porque está en la cárcel o se ha suicidado, porque dejas de tenerlo como referente. Es lo peor que te puede pasar, no hay nada comparable”, resume Joshua, que ofrece formaciones en prevención de la violencia como agente de igualdad. El joven habla de rabia, dolor y frustración. Y también de búsqueda de respuestas: “Entendemos la violencia machista en muchos aspectos, sabemos que vivimos en un sistema patriarcal que nos lleva a normalizarla, pero para nosotros no hay una explicación que nos vaya a aliviar o consolar”.

Para Joshua, el paso del tiempo y recordar a su madre es la manera “de seguir caminando”. Porque María José Sesé Mateo no solo fue una víctima de violencia machista. Poeta y activista, involucrada en varios movimientos sociales en defensa de la vivienda, el feminismo o la memoria histórica, no hacía mucho que había sobrevivido a un cáncer de mama cuando fue asesinada por su expareja. De sus idas y venidas, su enfermedad y su compromiso político dejó escritos poemas y textos que sobrevivieron a la explosión de su vivienda y que acabaron siendo publicados en el libro No camiño do vento.

Sentirse igual que otros

A Guacilda Rodríguez, conocida cariñosamente como Guaci, su exmarido la apuñaló hasta matarla hace 11 años. José Miguel M. esperó a que la víctima cogiera el ascensor en su casa de Santa Cruz de Tenerife y en el rellano la atacó en presencia de sus dos hijos, de cinco y siete años, y de su madre. Luz Marina, la hermana de Guaci, explica las repercusiones que tuvo para los pequeños, que hoy tienen 16 y 18: “Cuando algo así ocurre se ven como en tierra de nadie. Es verdad que son niños y hacen una especie de caparazón, a veces incluso perdonan o no tienen rencor. Ellos son muy protectores el uno con el otro, pero esto es una especie de bomba que destroza a toda la familia”.

En este giro de 180 grados que da la vida para estos huérfanos, los espacios de iguales son un soplo de aire fresco en el que pueden, por fin, respirar. Así lo han demostrado los dos encuentros que el Fondo de Becas Soledad Cazorla de la Fundación Mujeres, centrado en el apoyo y la recuperación de los huérfanos por violencia de género, ha organizado en Valencia y Málaga, en los que durante un fin de semana familias y profesionales comparten conocimientos y experiencias. Las valoraciones lo atestiguan: “La segunda noche vino llorando, hacía mucho tiempo que no lloraba, se dio cuenta por fin de que no era el niño raro y señalado por lo que había pasado”, cuenta una mujer sobre su sobrino desde Andalucía. Un huérfano define como “increíble” el “sentirse igual que otros y no el desafortunado”, mientras que otro apunta a “lo bonito” de encontrarse “con personas en tu misma situación”.

“Es que tú te piensas que solo te ha pasado a ti y lo que sienten es difícil de explicar. A mí también me ocurre porque empiezas a contar y ves que mucha gente no entiende, así que optas por callarte. Muchos niños no hablan fuera de casa de este tema para nada”, sostiene Luz, cuyos sobrinos cambiaron de municipio y de colegio “para empezar de nuevo y que nadie dijera ’estos niños son’”. Consciente de que la gente no lo hace “a mala fe”, la hermana de Guaci comprende “perfectamente” que al estar con quienes han vivido lo mismo, los menores “empiecen a soltarse”: “Es una pasada, se llevan todos súper bien, hablan el tema con pelos y señales, como si se conocieran de siempre”.

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Joshua Alonso, en una captura de pantalla del vídeo proyectado en la entrega de premios del 8M 2024 de la Comunidad de Madrid. Comunidad de Madrid

Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres, cree que precisamente lo que atraviesan los huérfanos ilustra muy bien lo que es el desamparo: “Mirar alrededor y ver que no hay nadie que te entienda o esté en tu misma situación”. La experta recuerda a una joven de 15 años que había perdido a su madre a los seis meses y que le dijo “es la primera vez que conozco a alguien nuevo y no le digo que murió en un accidente de coche”, algo que no es poco frecuente que utilicen como explicación. Soleto asegura que, en muchos casos, “lo que quieren es ser normales” y no ser definidos constantemente por su situación de orfandad.

Porque sentirse señalados procede de un estigma que, según la experta, apunta a una doble dirección: por un lado, “mi padre mató a mi madre y eso es una cosa que no pasa, que nadie se lo imagina, un nivel de rareza extremo” y, por otro lado, es que “son hijos e hijas de un asesino”. Soleto pone un ejemplo de los efectos prácticos del estigma, que “no siempre se manifiesta con mala intención”: “Fue en un entorno rural donde todo el mundo se conoce y el menor celebraba su cumpleaños e invitó a sus amigos del colegio. Esto coincidió con que el asesino empezaba a tener permisos penitenciarios y los padres empezaron a disculparse por no acudir a la fiesta”.

“Cinco o seis” llamadas como terapia

Aunque los efectos del trance varían en función de la edad y no es lo mismo que ocurra en la infancia que en la adolescencia o incluso cuando el menor es un bebé y no tiene recuerdos, en todos los casos el sostenimiento psicológico es fundamental. “Su figura de apego principal ya no está y su otra figura de apego la ha asesinado. Eso es muy devastador”, resume Pablo Nieva, coordinador del Programa de Atención a Menores Víctimas de Violencia de Género, un servicio que ha atendido a varios niños en esta situación y que entra en acción al minuto uno de producirse el caso.

Más allá de la primera actuación de urgencia, lo importante es que la terapia sea sostenida en el tiempo y frecuente. “Habrá que elaborar la experiencia traumática que han vivido, más aún si lo han presenciado, y trabajar con las emociones que surgen, desde la rabia a la culpa o la negación”, sostiene Nieva. El psicólogo pone énfasis en cómo el asesinato suele ser “el culmen del trauma” porque “son menores que han vivido en entornos de violencia mantenida” que hay que atender, a lo que se suma “la sensación de abandono posterior” debido a que sus madre ya no están presente en sus vidas.

Sin embargo, a pesar de la importancia de la terapia, no en todos los casos ni en todos los territorios está igual de garantizada. El programa de Castilla-La Mancha atiende a niños o niñas que llevan incluso más de una década en el servicio, pero a Joshua, en el momento, solo le ofrecieron atención vía telefónica en “cinco o seis” llamadas que utilizó “para saber cómo gestionar la relación con mi hermano, cómo le explicaba lo que había pasado y cómo hacía de padre de repente”. “Faltan recursos para que no haya listas de espera ni sean pocas horas, debe ser una atención integral porque esto lo cambia todo, te deja destrozado por dentro”, denuncia.

Su hermano Igor recibe apoyo psicológico “de calidad” gracias al Fondo de Becas Soledad Cazorla, que también ha ayudado a los dos sobrinos de Luz, que calca la misma reivindicación: en Canarias, el apoyo psicológico que recibieron los chicos sí fue más largo, de casi dos años, pero “es limitado en el tiempo hasta que les ven estables” sin tener en cuenta “que las etapas van y vienen y puede haber recaídas”.

Un laberinto burocrático

Si algo señalan las familias que les ha condicionado después del asesinato es “el laberinto burocrático” al que se enfrentan. Sus vidas pasan a estar centradas en arreglar papeles, vérselas con los seguros, solicitar las tutelas de los menores, facturas, conocer qué ayudas están disponibles, contratar abogados... un periplo que hay que afrontar en medio de un duelo que tienen la sensación de no tener espacio para transitar. “Nadie te explica nada. Es una parte de todo esto que no se ve pero todo este tiempo hemos estado con papeleos... Y aún seguimos peleándonos”, resume Luz once años después.

La mujer explica que la vivienda de su hermana estaba a nombre de su asesino, que al entrar en prisión dejó de pagar los recibos de los suministros y la comunidad de vecinos. Las deudas empezaron entonces a llegar a nombre de su hijo mayor, que al no haber cumplido los 18 no era propietario. “Te piden miles de papeles y tienes que ir de puerta en puerta contando el caso cada vez, por no hablar de los meses que tardaron en darnos la tutela, un tiempo en el que ellos se quedaron en un limbo”, denuncia Luz.

La experiencia de Joshua es similar. “En el momento que pasa todo empiezas a recibir facturas, recibos, hipotecas... de todo. Para ti el mundo se para, pero para el resto no”, afirma el joven, que, aunque sabe que “es complicado” porque “hay muchas situaciones muy complicadas” en la sociedad, pelea por que se cree “una figura de apoyo” que desde los ayuntamientos guíe y unifique el proceso. “Es como si la información no estuviera conectada. A mí por ejemplo para todas las gestiones me pedían el libro de familia, pero no lo teníamos, se había quemado en la casa con todo dentro y aún así insistían.”.

Aunque los avances han sido palpables en la garantía de las pensiones para los huérfanos, algo a lo que ha contribuido la Fundación Mujeres, Soleto coincide en que hay cosas que no deberían estar pasando. Cita algunos ejemplos: “Hay casos de huérfanos que solicitan la exención de tasas universitarias para víctimas y como hace mucho tiempo del asesinato, él se ha muerto o no hay en vigor una orden de alejamiento se lo deniegan. Todavía hay dudas en algunos juzgados sobre si para el cambio de apellidos hay que preguntarle al tipo, a pesar de que no tenga la patria potestad ya, y a veces otorgar tutelas y evitar cualquier contacto con el maltratador se dilata mucho en el tiempo”.

La palabra de Sesé

Pese a todo, los menores son ejemplo de resiliencia y superación a los que hay que acompañar “social e institucionalmente” con el objetivo de “reparar el daño” y permitirles “entornos estables de crianza y de cuidado”, en palabras de la directora de la Fundación Mujeres. Ese, el de ser acogidos en espacios seguros es, según los expertos, el elemento que marca la diferencia cuando todo su mundo se desploma. “El ser querido ha desaparecido, sentir que hay un otro que se ocupa y se preocupa, que atiende sus necesidades emocionales y sentirse genuinamente cuidados es clave”, completa Nieva.

En otros casos, involucrarse en visibilizar la violencia machista y recordar quiénes fueron sus madres, hermanas, hijas o amigas contribuye a la reparación. Es lo que ha supuesto para Joshua la publicación en 2019 de No camiño do vento, el libro en el que recopila los poemas que su madre escribió durante su vida. La idea surgió de un grupo de mujeres de Pontevedra ligadas a la cultura que escucharon como Joshua leía una de las poesías en el concierto benéfico organizado por el movimiento asociativo para recaudar fondos con los que reconstruir la vivienda quemada ante la inacción del Ayuntamiento de Redondela (PP).

El joven había encontrado aquel poema en una de las libretas en las que María José Sesé Mateo dejó su palabra plasmada. El dinero procedente de las ventas, unos 16.000 euros, fueron donados por Joshua al Fondo de Becas Soledad Cazorla como “una forma de devolverle al mundo lo que ha hecho por mí, por mi madre y por nuestra familia”. A la primera presentación de la publicación acudieron “muchísimas personas del entorno” de Sesé: “Fue una despedida, un homenaje a ella y su manera de ver la vida. Estaré eternamente agradecido por aquello”.

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