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El 8M no está dividido, está trampeado

Viernes 24 de mayo de 2024

La fractura del movimiento feminista no está en que haya gente con distintas posturas sobre la prostitución o las identidades trans, la fractura es no querer participar en procesos asamblearios con la paciencia y la empatía que requieren, dejando de aplicar principios feministas básicos.

Texto: Marta G. Franco 15-05-2024 Pikara

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Imagen: Claudia GR Moneo

Hace veinte años comencé a militar en una organización en la que se leía mucho. Me entregaron un dossier que recopilaba argumentos a favor y en contra de regularizar la prostitución y estuvimos meses debatiéndolo. De eso hablaban también en la Eskalera Karakola, el histórico centro social feminista de Madrid, la primera vez que lo visité. En 2009, estuve en las Jornadas Feministas de Granada junto con 3.000 feministas de todo el Estado. Había mesas con trabajadoras sexuales y otras por la abolición de su trabajo, y había veteranas que nos preguntaban qué era eso del transfeminismo que nos gustaba a “las jóvenes”, a veces con reticencia. Saltaron chispas, pero luego marchamos alegres y juntas por el centro de la ciudad. Durante varias temporadas participé en la organización de un festival de cultura feminista llamado Ladyfest. Nunca consensuamos una postura sobre el trabajo sexual, pero programábamos talleres y vídeos de postporno. Hace casi una década comenzamos lo del asalto institucional y con las amigas con las que he coincidido en ayuntamientos y ministerios hemos hecho un grupo en el que no nos ponemos de acuerdo en qué significa el consentimiento o cómo hay que penalizar la violencia sexual. Cada 8M, nuestro día favorito del año, comemos juntas y luego vamos a la manifestación.

Lo que estoy diciendo es que, desde que tengo contacto con espacios feministas, las posturas enfrentadas están ahí. Y siempre hemos sabido vivir con ellas. La unidad nunca ha existido: los feminismos son muchos, y están atravesados interseccionalmente por conflictos y ejes de opresión. Durante décadas, las que queremos cambiarlo todo de abajo a arriba y las que solo buscan reformas favorables a la igualdad hemos marchado juntas cada 8 de Marzo. Quizá con distintas pancartas, pero siempre pasando por las mismas calles y rozándonos. Siempre hemos sabido establecer alianzas que nos han servido para cambiar leyes y normas culturales, mientras avanzamos en mil direcciones como una hidra de mil cabezas. Es esta capacidad de jugar en tantos frentes y a tantas manos la que nos ha llevado a que los feminismos sean, sin duda y aunque quede muchísimo por hacer, la fuerza de cambio más exitosa de las últimas décadas.

La manifestación del 8 de Marzo se organiza mediante asambleas que se autoconvocan y a las que puede ir quien quiera. En Madrid, donde tuvo lugar la primera manifestación feminista autorizada en 1978, se formó la Comisión 8M con ese fin. En el resto de ciudades del Estado hay espacios similares. Es la fórmula que se encontró para impedir que las tensiones lleguen a cargarse una jornada de lucha que, con los matices o enmiendas que sea, todas consideramos indispensable.

Las asambleas no son perfectas —por supuesto que en ellas ocurren dinámicas de poder desiguales y que puede haber manipulaciones—, pero son el mecanismo menos imperfecto que conocemos, el más democrático y más capaz de acoger la pluralidad. Sobre todo cuando se hacen bajo metodologías que están intrínsecamente relacionadas con los feminismos: con apertura, con cuidados para incluir la diversidad y con generosidad para llegar a puntos comunes. Cualquiera que haya ido a alguna de estas asambleas ha podido comprobarlo.

Pero entonces, ¿por qué a partir de 2021 parece que se rompió el 8M? ¿Por qué llevamos ya cuatro años de convocatorias distintas en tantas ciudades? Porque en algún momento ha habido personas y colectivas que han decidido saltarse esa metodología. Recuerdo varias asambleas en Madrid que fueron caóticas y agresivas porque algunas querían, a toda costa, que la Comisión 8M asumiera sus posiciones. Como no lo conseguían, y estaba claro que la voluntad expresada por la mayoría de compañeras que participaban (muchas en delegación de otras asambleas 8M locales y barriales) no iba en su línea, se fueron.

Es evidente que, tanto en estas asambleas como en otros lugares más visibles, las confrontaciones entre distintas expresiones de los feminismos han alcanzado en los últimos años niveles de bronca altísimos. Se nos pueden ocurrir distintas causas, pero quizá estemos de acuerdo en que algo tiene que ver el enorme avance de los feminismos. Primero, porque cuando nos hacemos mainstream se incorporan personas con perspectivas, experiencias y expectativas muy dispares. Que el debate se dé a través de redes sociales, con su hipervelocidad y sus algoritmos divisivos, tampoco ayuda. Y, segundo, porque nuestros avances han traído una ofensiva reaccionaria de magnitud insoportable. Sufrimos la presión de sectores interesados en echar leña al fuego, que usan su poder gubernamental y mediático para ponernos contra las cuerdas, y no ha sido fácil mantener la cabeza fría.

Podemos recordar muchos acontecimientos para explicar las divisiones, pero haciendo historia y viendo el panorama queda claro que no es por determinadas diferencias ideológicas. Sobre todo, porque en las asambleas de preparación de los 8M hay compañeras que quieren abolir la prostitución, y también las hay que miran con recelo la teoría queer y no entienden la fluidez de géneros. Cada vez que se explica que los feminismos se acuerpan en dos fracciones por la divergencia en torno a la prostitución o lo trans se está faltando a la verdad porque se olvida a estas compañeras. La fractura no está ahí. La fractura es la de no querer participar en procesos asamblearios con la paciencia y la empatía que requieren. Es la de quienes prefieren hacer trampa. Además, hay una parte de esta fracción que incluso se ha aliado con esas fuerzas reaccionarias para ganar visibilidad. No voy a entrar en ejemplos, pero basta ver en qué periódicos comenzaron a salir con más fuerza o con qué partidos han llegado a coincidir en sus posicionamientos. Quien pone el foco en las divisiones sin contar esta historia está reforzando a un sector que, se pongan lo pesadas que se pongan, es minoritario y no refleja la fuerza ni la capacidad transformadora de los feminismos.

Por si esto no fuera ya suficientemente triste, además, esta vía es muy peligrosa: sin asambleas abiertas en las que todas confrontemos nuestras ideas y encontremos consensos, es mucho más difícil asegurar que el 8M siga siendo una manifestación diversa, plural e ingobernable. Si no somos capaces de llegar a un mínimo común múltiplo en una asamblea, ¿cómo pretendemos convocar una manifestación multitudinaria? Si se nos convoca a través de grupos opacos y excluyentes, aunque podamos estar de acuerdo con lo que nos digan, ¿quién nos asegura que estaremos a salvo de maniobras o errores estratégicos en el futuro?

La única respuesta pasa por fortalecer lo que nos queda de común. Nos vemos el 8M de 2025, tenemos casi un año para construirlo.

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