Martes 14 de noviembre de 2023
La artista cordobesa exalta la sensibilidad y la empatía, demanda más amor y menos odio en Ultrabelleza, su último disco, con el que dará una gira internacional
Raúl Novoa 10 de noviembre de 2023 elDiario.es
Tener valores a los que aferrarse cuando todo se tambalee. Son principios de vida que lleva María José Llergo (Pozoblanco, Córdoba, 1994). Entre sus convicciones y cualidades están las de querer ser honesta, real, sensible, empática y poner su arte al servicio de las personas. La cantaora flamenca reinventa y reinterpreta este estilo con electrónica o r’n’b desde que hace seis años subió su primera canción a YouTube: Niña de las dunas. Pero lleva desde los ocho años formándose como artista. Ahora ha publicado su segundo álbum, Ultrabelleza, y acaba de anunciar una gira que empieza este 11 de noviembre en Córdoba y acaba el 15 de marzo en Nueva York.
Ultrabelleza es un trabajo íntimo que se basa en buscar utopías y expandir el amor en tiempos en los que “odiar está normalizado y querer aún sale caro”. Llergo es una artista de las que se posiciona. En tiempos de apatía, ella toma partido. Ganó el Goya 2022 a mejor canción original por la película Mediterráneo. “Está empeorando. Parece que cuando las personas tienen distinto color de piel y distinta religión, todo cambia”, dice en relación al modelo migratorio. También se declara feminista, defensora de lo público, del pueblo palestino e incluso critica la industria musical actual. “Ni el dinero ni las posesiones materiales me seducen, mi valor va más allá del monetario”, esgrime. “Cantar, cobrar, pero no venderse”, asegura, es parte de su modus operandi.
Ha firmado con Sony Music y tiene una sesión en Colors. La prensa internacional se ha fijado en ella y el periódico New York Times le ha dedicado un artículo. “Ahí he podido hablar de mi abuelo Pepe, quien no sabe ni leer ni escribir, pero me ha enseñado todo lo que sé sobre música y sobre la vida. Eso es lo que más feliz me hace”, confiesa. En España tocará también en Málaga, Cádiz, Barcelona y Madrid antes de que acabe el año.
El disco se llama Ultrabelleza y ha dicho que la belleza la ve en la diversidad. Dice que la belleza puede cambiar la sociedad. ¿Cómo, a través de ella, podemos tener una más igualitaria y justa?
La sociedad tiene una belleza implícita en su propia diversidad. Y la belleza no es nada relacionado con la superficie, la imagen, el make up ni nada de eso. La belleza es la diversidad en sí misma. Salir por la calle y mirar a los demás y al mundo como obras de arte. También a otras culturas, otras pieles, otras formas de habitar el cuerpo. Todo eso es lo que me hace recuperar la fe en el ser humano. Para definir este sentimiento le puse ultrabelleza. Cuanto tú la ves en los demás, la ves en ti mismo también.
Las letras son una catarsis de emociones empoderantes. ¿Es una superación de Sanación, su anterior disco?
Totalmente. En Sanación reivindico desde la rabia y la pena. En Ultrabelleza celebro la diversidad del mundo que me rodea. Hay mucha alegría, mucho más ritmo. Las letras son positivas. Cuento una historia de superación, pero con un final feliz.
Vídeo:María José Llergo - SUPERPODER (Video Oficial)
En Lucha hay un claro empoderamiento femenino, que aunque la escribiera antes de los hechos, la ha relacionado con las jugadoras de la selección femenina de fútbol.
No quiero que se siga pensando que luchar como una niña es sinónimo de debilidad. Todo humano que está sobre la Tierra ha nacido de una mujer. Se dice el término “nenaza” como despectivo y para mí debería de ser el mejor de los cumplidos. Ser una “nenaza” es ser una pedazo de tía. Vivimos en una sociedad donde las cosas buenas son la polla y las malas un coñazo, pero todos nacemos de un coño. ¡Tenemos que revisarnos!
En sus canciones vemos r’n’b, pop, percusiones e incluso toques de música electrónica, pero todo lo envuelve el flamenco. Ha dicho que le gustaría trascender incluso más allá del estilo de su tierra. ¿Qué es trascender en este sentido?
El flamenco va a salir por mi voz, cante lo que cante. Soy de Andalucía y es lo que tengo en mi sangre y lo que he mamado desde que era pequeña. Cuando creces en ese ambiente, es imposible que se te vaya. Eso sí, a mí me gusta mucho conocer nuevas músicas. Necesito buscar esa experimentación e innovación en lo que hago. No es mi intención trascender nada. Soy mucho más pequeña que el flamenco. El flamenco me revoluciona a mí. Es como mi ADN. Hablo y canto en andalú. Y eso me gusta porque es mi tierra abriéndose paso por mi voz. Es mi esencia.
Y no es la única, también en otras partes del Estado español se están mezclando sonidos tradicionales con los más novedosos. ¿De dónde nace toda esta reivindicación por la raíz?
Es nuestra visión de las raíces. Estoy en un mundo donde la superficie se tambalea constantemente, como en el mar, se mueve. Y, sin embargo, el fondo es lo que siempre permanece. Cuando tú tienes una raíz fuerte, creces como un árbol y por mucho que sople el viento no te arrastra. Si estás siempre en la superficie que tanto se mueve, es mucho más fácil que te acabes perdiendo o la corriente te arrastre. La música tradicional tiene una base, un fondo muy estable del que se puede aprender no solo a cantar, sino a vivir. En esta generación de músicos apreciamos eso como algo bueno. Y cuántos ejemplos hay de artistas que antes han tenido que renunciar a su acento, a su origen, tener que fingir ser alguien diferente… porque si no, parece que no eres artista. Nosotros hacemos el camino opuesto desde nuestra raíz, desde la apreciación de nuestro origen. Nutrir la raíz que a nosotros mismos nos sostiene.
Volviendo al disco, Oración es un tema que dedica a su abuela y Aprendiendo a volar, a su abuelo. Siempre los ha reivindicado en su formación como artista. También se ha sensibilizado con la memoria histórica, reivindicando figuras como la de Lorca o reinterpretando canciones de mineros asturianos. ¿Le vienen de ellos estas ideas?
Sí, sobre todo de mi abuelo, de su propia historia de superación, de su lucha. Mi abuelo tenía seis años cuando estalló la Guerra Civil. El pobrecito no tuvo zapatos hasta los 17 años. A los seis años estaba en la Sierra Morena cuidando cochinos porque su familia no podía protegerlo y su forma de protegerlo de las bombas fue mandarlo a la sierra. Ha tenido una vida extremadamente dura, pero no por eso odia. Al revés, ama. Tiene una conciencia social y una capacidad de ponerse en el lugar de las personas que ojalá tuviéramos todos. Cuando ve que la gente muere en el Mediterráneo, se estremece y comienza a llorar. Es una sensibilidad hiperempática que he heredado de él y que también canaliza a través de sus cantes. De ahí me viene el no ver a los demás como una amenaza.
Y esa sensibilidad es su superpoder.
Alguien sensible es una persona que ve más allá, capaz de percibir una serie de estímulos exteriores que le hacen ser consciente de muchas más cosas. Esa sensibilidad consigue hacer belleza del dolor o hacer belleza de la belleza.
Estamos en un momento de actualidad en el que se pide a los artistas que se posicionen en temas políticos. ¿Qué piensa de tener que tomar partido?
Me posiciono cuando quiero, pero también cuando mi persona me lo permite. Soy sensible tanto para bien como para mal. Cuando veo las noticias y veo tanto dolor, tanta tragedia, tanta violencia, pierdo la fe en el ser humano. ¿Qué puedo hacer con todo esto que está pasando en Palestina? Llevo años advirtiéndolo. Cuando Israel ganó en Eurovisión, dije: “Vale, gracias por este lavado de cara. A ver qué opinan los niños palestinos de nuestra Eurovisión”. ¡Qué visión y ni qué visión! Es un país genocida y es un conflicto que lleva más de 40 años pasando y que está derivando en un genocidio televisado.
Mi forma de reivindicar es hacer canciones. Lo hice con Nana del Mediterráneo y años después con Mediterráneo. Es muy doloroso ver que nada cambie y llega un punto en que se me quedan cortas las palabras, se me quedan cortas las canciones y lo único que me pregunto es, ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué más puedo hacer? Vale, lo pongo en mis redes. Venga, voy a la mani, hago canciones, pero siguen muriendo. Me siento superimpotente.
Es curioso cómo en épocas de desolación o desesperanza social reivindica el amor.
Si alimento el odio, simplemente le doy protagonismo. Entonces le hago un homenaje al amor, digo que es ultrabello y hago que se expanda por el mundo. Lo hago con mi herramientas, con mis raíces, con mi visión de la música, con mis conocimientos musicales, que es lo que tengo.
Pudo continuar su formación musical en Catalunya gracias a unas becas. ¿Cómo de posible es triunfar en la música sin ayuda hoy en día? Su caso, teniendo en cuenta sus orígenes económicos, es un rara avis.
Sí, lamentablemente lo es. El conservatorio era privado y si suspendía, me quitaban la beca. Era una situación de presión mayor que la que tenían mis compañeros. Ellos iban por ahí de fiesta y yo jamás pude. Primero porque no me lo podía permitir y segundo, porque no me podía jugar la beca. Antes de eso, estuve un año que me quedé en mi pueblo después de selectividad porque quería apostar por la música, pero no me lo podían pagar mis padres. Estuve ahorrando dando conciertos por bares. Si no hubiera sido por la ayuda, no hubiera podido estudiar. Que haya becas y oportunidad de formarse para la clase obrera nos salva la vida. Yo no podría estar aportando a la sociedad mi música si no hubiera podido recibir mi beca y formarme.
No sé si ha visto el caso de Íñigo Quintero y su Top 1 en Spotify con tres canciones subidas y con una gran apuesta de marketing en redes detrás. ¿Qué piensa de la industria de la música al ver que este es el modelo de éxito?
Para mí el éxito no tiene nada que ver con la industria. Soy una artista que está en la industria porque firmé con una gran multinacional como Sony Music. Estoy contentísima porque estoy en la industria, pero no hago música industrial [risas]. He conseguido ese equilibrio. Para mí el éxito no tiene nada que ver ni con el top uno, ni con los premios que te den, ni con las visualizaciones que tenga. ¡No! El éxito es hacer la música que quieres.
Ayer estaba en mi casa en la sierra, tocando el piano, mirando al monte y cantando y componiendo. Ese es el éxito para mí. Poder tener una vida con las necesidades básicas cubiertas, sin una cosificación e invasión de mi intimidad. Creo que no debemos dejarnos llevar tanto por los algoritmos. Al final, deshumaniza algo tan humano como es el arte. Y es algo que solo podemos hacer nosotros porque somos seres sintientes, la tecnología todavía no puede.
Según un libro publicado por el periodista británico Ian Winwood, la industria musical destroza la salud mental de los artistas y a veces su funcionamiento les lleva a consumir drogas o tener esos comportamientos tóxicos. ¿Cree que es una obsesión por el éxito?
Sí que lo veo. Me parece triste y me da mucha pena. La industria a veces es muy cruel y nos trata como producto y no lo somos. Somos personas. Yo necesito que María José persona sea feliz para poder hacer buena música. A veces es un sobreesfuerzo constante. Estar expuesto a la opinión de los demás, una crueldad excesiva ahora con el anonimato en las redes. Somos personas, también sentimos. No se puede olvidar eso: un artista es una persona, no es una cosa.
Tenemos un ritmo de trabajo muy alto. Nuestra vida personal se paraliza cuando estamos de gira o en un proceso de composición de un disco. Entonces es muy fácil perderse y sobre todo si estás llevado por cosas externas. Por eso hago tanto hincapié en que soy una persona, no un producto. Y lo digo desde el principio porque no quiero que me vean así.
En el libro se llega a comentar que también tiene que ver con las condiciones. Que muchas veces es más fácil conseguir drogas que un aumento de sueldo. ¿Hace falta un sindicato de músicos potente?
No se ve el trabajo que hay detrás. Yo no tengo un horario. Hay días que puedo trabajar 16 horas. Sé cuándo entro del estudio, pero no cuándo salgo. Tu vida personal desaparece. No sé si un sindicato, pero más conciencia sobre el tema nos ayudaría.