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Crónica de una violación grupal ¿consentida?

Lunes 23 de octubre de 2023

Paula Amor reflexiona en ’Freak’ sobre el yugo de la imagen, las agresiones sexuales y las fronteras del consentimiento cuando se imponen los prejuicios.

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Las actrices Lara Serrano y Macarena de Rueda, en ’Freak’. — Teatro del Barrio

MADRID 22/10/2023 HENRIQUE MARIÑO Público

Paula Amor deja tantas preguntas flotando en el ambiente —una atmósfera viscosa, cargante y opresora— que resulta engorroso trillar una respuesta clara e irrebatible. Su certera traslación del texto original de la dramaturga británica Anna Jordan al castellano y a la idiosincrasia española le ha valido el aplauso y el llanto del público, que ya ha agotado los billetes para la próxima función en el Teatro del Barrio, de modo que la obra pide más.

Freak es cruda, descarnada y, por momentos, estomagante, aunque el relato iniciático de una cría que quiere ser mujer rebaja el tono trágico y esboza la sonrisa. Un contrapeso a la desdicha de una treintañera baqueteada por la vida que busca ahogarse en un pozo negro, una suerte de funesta redención o castigo autoimpuesto, un órdago a la destrucción cuyo único consuelo es la certeza de que, algún día, ella dejará de existir y alcanzará al fin la liberación.

La puesta en escena es sencilla: Lucía, quinceañera en ebullición, y Cris, de vuelta de todo, sentadas en un sofá. Una y otra alternan sus monólogos, que terminan confluyendo en una conversación entre dos mujeres que, productos y víctimas de esta sociedad, viven pendientes de la imagen, o sea, del escrutinio y la aprobación ajenos, lo que las lleva a comportarse de una manera en la que prevalecen el bienestar, la felicidad o el placer del otro.

Si bien las diferencias entre ambas son obvias, abundan los paralelismos, de modo que los anhelos y los desasosiegos de una adolescente virgen se ven reflejados en el espejo de una treintañera con callo que busca sentirse deseada cueste lo que cueste. Al texto de Anna Jordan y a la adaptación de la directora Paula Amor (Madrid, 1990) hay que sumar el magnífico trabajo de las actrices: impresiona la naturalidad de Lara Serrano y sobrecoge la metamorfosis de Macarena de Rueda.

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Paula Amor, directora de ’Freak’, donde reflexiona sobre el consentimiento y las violaciones. — Luz Soria

Aunque no conviene destripar la obra, cuyos pasajes más despiadados revuelven las tripas, Lucía plantea las dudas que le provocan tanto su propio cuerpo como los primeros escarceos sexuales, mientras que Cris describe su salto sin red desde que decide dejar un empleo anodino para trabajar en un club de estriptis, donde conoce a unos chicos que celebran una despedida de soltero y, a medida que se abre la noche, pasa de sentirse una diosa a una cosa.

Paula Amor se siente identificada con ambas. "Mis padres nunca se sentaron a hablar conmigo de cosas íntimas, por lo que mis referentes eran las conversaciones con mis amigas, que tampoco tenían idea de nada, y la información que te iba llegando, tanto del porno como de historias que escuchabas, que no reflejaban la realidad", recuerda la directora teatral, quien se retrotrae a unas primeras experiencias que "podrían haber sido mucho mejores", sobre todo si se hubiera escuchado más a sí misma.

También entiende a Cris, hasta el punto de que cuando leyó el texto decidió contactar con la autora y confesarle una vivencia personal, cuando acudió con su exnovio a un club de intercambio de parejas y, de repente, se sintió afligida y fuera de lugar. Nada más oírla, Anna Jordan aceptó que adaptara Freak, cuyo original data de 2014, antes de que el consentimiento entrase en el debate público. Casi diez años después, la obra sigue más vigente que nunca.

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Las actrices Lara Serrano y Macarena de Rueda, en ’Freak’. — Teatro del Barrio

"Yo también me he visto en circunstancias incómodas por querer representar a un personajillo que pensaba que era más abierto, guay o moderno, donde no he sabido comunicarme bien ni reflejar lo que necesitaba en ese momento. Luego me he dado cuenta, porque es algo que se trabaja. Cuanta más edad tenemos, más se respeta una. Sin embargo, si no hay información, ni comunicación, ni hablamos entre nosotros es muy complicado tener referencias y saber cómo se hace, cómo se para, cómo te escuchas a ti misma", reflexiona la también cineasta.

Escucharse y ponerse límites. Ella apela a la identidad: "Cómo queremos vivir y en qué lugares nos situamos para demostrar cosas a los demás. A todos nos ha pasado algo, pero no se habla mucho de ello, sobre todo cuando tiene lugar en un terreno tan íntimo y pudoroso como el sexual. Es muy complicado saber qué quiere uno exactamente en ciertos momentos, sobre todo cuando otras personas ejercen presión o cuando incluso te la impones tú misma al querer demostrar ciertos ideales".

La obra y la propia Paula avanzan hacia el clímax. La adolescente vislumbra una posible situación de abuso y, aunque quiere ser una Beyoncé, da un paso atrás. A pesar de que aspira a formar parte de un universo reservado a otras y a convertirse en una chica popular del instituto, intuye un peligro que Cris desatiende o que asume como precio, pues busca sentirse deseada y, al mismo tiempo, hacerse daño. Quién sabe si ese menoscabo, ese descenso vertiginoso hasta la planta sótano, es un principio, su forma de elevarse tras haber tocado fondo.

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La directora teatral Paula Amor aborda el drama de una violación grupal en ’Freak’. — Luz Soria

"Hay un intercambio de roles interesante y esperanzador, porque la niña ha sido capaz de parar y la adulta, en cambio, no", explica a Público la dramaturga, quien ha llevado a su terreno un texto que evidencia que la autoestima de las protagonistas depende del deseo masculino, que se presta a diversas lecturas e interpretaciones, que no es maniqueo, que te revuelve el estómago en la sala y que te hace rumiarlo todo una vez fuera.

Cris es un personaje con aristas que causa empatía e identificación, pero que también puede distanciar a algunos espectadores para los que el consentimiento podría resultar difuso. Pese a que hagan suyo su sufrimiento, pese a que abominen de unos tíos que sobrepasan todos los límites, hasta convertirse en unos carroñeros que se ensañan con la presa, a la que cosifican. "En los ensayos debatimos mucho, porque de primeras no tratamos demasiado bien al personaje, que bebe en casa y vende su cuerpo en un club de estriptis. Y, cuando se junta con esos hombres, busca estar ahí y hasta propone muchas cosas", matiza Paula Amor.

"Me gusta cómo está escrito el texto. Por ejemplo, la niña comenta que a ella no la han violado, porque eso es muy fuerte. Además, cómo va a ser una violación, si yo te he dicho que dejé que pasara, enfatiza. Esa es una de las claves de la pieza, porque la experiencia de Cris acaba siendo una violación grupal, pero ella ha estado a tope, consumiendo drogas y consintiendo hasta que la situación se va de madre y, de pronto, se tuerce. El caso de La Manada es mucho más claro. En cambio, este invita a la reflexión y alguien podría llegar a pensar: No haberse colocado en esa posición".

Sin embargo, cuando está sola a merced de cinco hombres, ya no es posible retroceder.

Precisamente, la pieza plantea la imposibilidad de dar marcha atrás. Es una cuestión muy compleja, porque hay muchas mujeres que no saben parar o no tienen la capacidad de tomar decisiones en ciertos momentos, pues el pánico y el miedo las paralizan. Por eso, cuando una persona está totalmente bloqueada, los chicos tienen que preguntar y, por supuesto, son ellos los que deben frenar.

Ella quiere sentirse deseada y, al mismo tiempo, hacerse daño.

Ahí está la clave. ¿Por qué nos colocamos en lugares donde no queremos estar? ¿De dónde nace eso? Ese momento en el que es más importante la atención, el amor o sentirse deseada —algo que tiene que ver con otras personas— que nuestra salud física y nuestra integridad.

En el fondo, subyace la necesidad de ser aceptados, la imagen que proyectamos y cómo nos gustaría que nos viesen los otros.

La apertura social y las nuevas tecnologías son muy positivas, pero también pueden jugar malas pasadas. Cada vez somos más liberales, pero eso también supone una presión a la hora de cómo comportarnos en nuestras relaciones más íntimas.

Hoy los chavales pueden ver un montón de barbaridades al instante y se pasan vídeos porno muy fuertes. Esa información nos llega como bombas que estallan todo el rato, de manera que todavía es más complicado saber distanciarse y saber lo que el cuerpo y una misma necesitan para respetarse.

Hay que comunicarse más, implantar la orientación sexual en todos los colegios, tener una persona de confianza con la que poder hablar y concienciar a los padres y a las personas que están en contacto con los jóvenes de que esa marabunta de información les puede hacer mucho daño.

Lucía duda sobre si dar o recibir placer está bien o mal, porque sigue habiendo prejuicios: "Él es un macho, ella es una zorra". Un sentimiento de culpa, desde la ingenuidad y la ternura, que es extensible al de Cris, aunque sus actos disten.

Siempre se nos han exigido ciertos papeles. Ahora, además de los roles relacionados con los cuidados, también somos las trabajadoras, las madres, las amas de casa, las empresarias y las que tenemos que estar delgadas, guapas y depiladas. Demasiada información a la hora de ser mujer y de enfrentarse al mundo, por lo que el sentimiento de culpa es algo extrapolable a todas las mujeres.

(Termina la función. Muchos, ellas y ellos, se enjugan las lágrimas. Los corazones, más difíciles de achicar, permanecen anegados)

Paula Amor cree que a los hombres también les afecta la culpa y que algunas cuestiones son aplicables a todos: ¿cuándo parar? Por ello, con la intención de no excluir a nadie, reconoce que eliminó algunos fragmentos originales "más panfletarios y castigadores contra ellos". La adaptación, no obstante, sigue destilando dureza, aunque al final las protagonistas logran comunicarse, reconocerse y disipar la diferencia de edad, sentadas en un sofá que es diván.

"Cuando terminé de leer el texto, me quedé con una sensación muy oscura y, a la vez, de muchísima esperanza, porque al final Lucía y Cris logran derribar las barreras y hablar de lo que les sucede", concluye Paula Amor, quien ha dirigido el documental casa bonita y el cortometraje Árido. "Ellas demuestran que los cuerpos y las experiencias íntimas superan la edad y el momento. Reconozco que me da gusto verlo, pero, como no podemos olvidar de dónde venimos, no deja de ser un gustito revuelto".

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