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Ca la Dona, el cobijo que pelearon las feministas de Barcelona

Domingo 29 de enero de 2023

ANDREA MOMOITIO 25/01/2023 Pikara

Ca la Dona, un espai de dones i per a dones, es mucho más que un logro del movimiento feminista de Barcelona. El espacio alberga todas las posibilidades que soñamos.

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Ca la Dona se empezó a gestar en los años ochenta, cuando empezaban a proliferar los encuentros de mujeres donde abordar las violencias que sufrían después de la dictadura. | Foto: Archivo.

El sueño empezó a gestarse en los años 80.

Barcelona.

Las primeras Jornades Catalanes de la Dona, en 1976, debieron de dejar un buen sabor de boca. El propio, me imagino, de saberte haciendo historia. Más de cuatro mil mujeres participaron, entre el 27 y el 30 mayo de 1976, en unos encuentros en los que trataron de abordar muchas de las grandes problemáticas que vivían tras la dictadura. Hablaron de trabajo, de barrios, de familia, de política, de legislación, de lo rural, de sexualidad, del movimiento feminista; discutieron de maternidad, de turismo, de delincuencia, de prostitución, de deporte. Todo parecía posible entonces. Quizá por eso, cuatro años después, un grupo de mujeres de Barcelona se empeñó en cumplir un sueño. El sueño de Virginia Woolf. Una casa para nosotras. El cuarto propio ya se había quedado pequeño entonces.

No fue fácil, ni rápido.

La historia del movimiento feminista en el Estado español, durante aquellos años, estaba atravesada por un debate: el de la doble militancia. ¿Debían las mujeres participar en espacios mixtos o el movimiento feminista necesitaba concentrar toda la atención de las mujeres? En un momento de gran efervescencia política, eran muchas las feministas que, más allá de participar en espacios exclusivamente de mujeres, reclamaban también su espacio en las instituciones, en los partidos políticos, en los sindicatos. La pelea en este terreno fue ardua y, en ese momento, tener un espacio físico para el encuentro parecía una posible solución ante tanto malestar. La coordinadora de grupos feministas de Barcelona no tenía un espacio propio y entendieron que era una urgencia. Tras la celebración de las jornadas 10 Anys de Lluita del Moviment Feminista, en noviembre de 1985, constituyeron la comisión de local, que se encargaría de llevar a cabo una campaña para que las instituciones cedieran un espacio para las mujeres de Barcelona. Entonces, el alcalde de la ciudad era Pasqual Maragall que estuvo en el cargo entre 1982 y 1997.

Y Maragall dijo: nanai.

Ante la primera negativa institucional, la campaña se intensificó. Organizaron manifestaciones y tomaron el control de un autobús para hacer visibles sus demandas. Hartas de la falta de respuesta institucional, en marzo de 1987, ocuparon un local municipal en la calle Font Honrada, en Poble Sec. La acción, que se prolongó durante once días, acabó con la actuación de la Guardia Urbana utilizando gases lacrimógenos. Dentro del edificio, más de 100 mujeres trataron de resistir. Poco después, en 1988, llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento, que se comprometió a subvencionar un local. Ca la Dona nace en un piso a la Gran Vía, crece después en el número 38 de la calle Caspe y, ahora, luce sus triunfos desde un maravilloso e histórico edificio en el Gòtic. En el artículo Espacio de mujeres: Ca la dona, de Nuria Casáis, Cristina Carrasco y Mireia Bofill, aseguran que “la designación misma del espacio de Ca la Dona como una casa ya indica que se trata de algo más que un local o un centro social, algo más y algo distinto: un espacio para vivir; al mismo tiempo, el nombre recupera un significado amplio de casa, no simplemente como cobijo, el lugar donde dormimos y nos refugiamos del «mundanal mundo», sino sobre todo como espacio de relación, apoyo y cuidado”.

Es difícil no emocionarse al entrar.

El talento y el cariño que puso al proyecto Sandra Bestraten (Barcelona, 1976), la arquitecta que rehabilitó el edificio, rebosa las paredes. Entendió el sueño y soñó con ellas. La biblioteca, las salas de reuniones, las zonas de ocio, el archivo… todo se ha diseñado entiendo para qué es importante un espacio como Ca la Dona. En una entrevista con El Periódico, Bestraten cuenta que llegó al proyecto porque “fueron a la Universitat Politècnica (UPC) a buscar una arquitecta que les ayudara a pensar el proyecto. Querían que el edificio fuera un ejemplo del compromiso de la mujer con el medioambiente y la sostenibilidad y que no pareciera un equipamiento, sino un hogar. Hicimos más de 100 reuniones para escucharlas y ajustarnos a sus necesidades”.

En el proyecto Un día, una arquitecta cuentan que el edificio, esconde dentro restos de un “acueducto romano, un palacio medieval del siglo XIII conocido como Hostal d’en Lledó donde las arcadas de planta baja acogían para albergarse aquellas personas que se habían encontrado cerradas las puertas de la ciudad, las paredes de la primera universidad laica de Barcelona, les Escoles Majors, que data del siglo XV, un jardín romántico de finales del siglo XVIII y sucesivas transformaciones hasta llegar al siglo XXI”. Organizaron “sesiones de trabajo participativo de autoconstrucción con las mujeres de Ca la Dona para recuperar, por ejemplo, los mosaicos hidráulicos existentes en la casa”. No solo eso: “Hemos hecho cadenas de mujeres para trasladar mosaicos y pintar paredes; hemos trabajado, reído y sudado juntas. Ha sido un trabajo mutuo de confianza y siento que mi papel ha sido acompañar”. En la construcción de Ca la Dona, dentro de las posibilidades que las instituciones les ofrecían, trataron de subsanar la falta de participación de mujeres en los gremios típicamente masculinizados. Muchas de las activistas que participaron en los inicios del proyecto, aprendieron a utilizar con soltura algunas herramientas.

El espacio, que ha sido atacado en alguna ocasión por feministas abolicionistas y contrarias a los derechos de las personas trans, ha sido un espacio de encuentro para distintos grupos feministas. En Ca la Dona se han dado todas las tensiones, debates y contradicciones que construyen la complejidad del pensamiento y el movimiento. La participación se ha concretado progresivamente en el establecimiento y el mantenimiento del vínculo, reconociendo y negociando el conflicto, e incorporándolo en todo momento a la práctica, sin negarlo ni anularlo. Un planteamiento totalmente contrapuesto al del funcionamiento jerárquico, de delegación y representación, con canales definidos y a menudo unidireccionales de comunicación”, aseguran Casáis, Carrasco y Bofill.

Vinculado a este espacio, han surgido y desaparecido diferentes grupos activistas. Eix Violeta, por ejemplo. Surgen tras las jornadas de 1985 y convocan unas propias en 1986. Vinculadas a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), generaron redes con otras feministas jóvenes como las de Matarraskak, vinculadas a la Asamblea de Mujeres de Bizkaia-Bizkaiko Emakumeen Asanblada (AMB-BEA). Además, llevaron a cabo distintas campañas con otros colectivos. Editaron una revista, Mate Lila, hasta que desaparecieron en los años 90. De Ca la Dona era también el grupo de lesbianas feministas; DOAN, dones antimilitaristes; Dona i Presó o Tamaia, entre otros. El hecho de compartir espacio facilitó que pudieran llevarse a cabo campañas entre diferentes colectivos. Mujeres del MOC, el movimiento objetor de conciencia, DOAN y Eix Violeta llevaron a cabo una campaña conjunta en contra de la incorporación de las mujeres al ejército: “Les dones no marcarem el pas”.

No ha podido ser de otra manera.

La agenda del movimiento feminista ha estado atravesada por la lucha contra la violencia. En 1988, surge en Ca la Dona la comisión contra las agresiones. Entre otras cosas, y de la misma manera que en otros territorios, esta comisión trabajó para impulsar cambios en el concepto de violación del Código Penal. Esta comisión dio pie a la creación de la xarxeta de dones feministes per la no violència, una red informal de apoyo a mujeres víctimas de violencias machistas. En 1992, de manera más profesionalizada, surge Tamaia, una cooperativa. En 2020, agotadas, Tamaia desapareció. Denunciaron no conseguir el apoyo institucional que necesitaban para seguir adelante abordando, desde un enfoque feminista, las consecuencias que la violencia provoca en nuestros cuerpos.

El espacio, además, tiene sus propios proyectos. El centro de documentación, FemArt, el espacio para los derechos, huerto, cursos de autodefensa y espacios de atención jurídica y psicológica. Ca la Dona, desde el punto de vista jurídico, es una asociación, pero funcionan atendiendo a sus propios criterios. Por un lado, está la asamblea, pero también existen los espacios de la comuna y la comisión, en la que se toman las decisiones más operativas. Cuentan con personas liberadas para llevar a cabo algunas de las muchas tareas que tienen entre manos.

La última vez que estuve con Mar Llop fuimos en Ca la Dona. Algo se celebraba en el último piso. “Tenéis que escribir algo de esto”, me dijo. Aquí está.

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