El exilio de los corazones

México ante la II República Española

Manuel Polgar

Ciudad de México, 14 de abril de 2006
Web del 75º aniversario de la II República Española (www.nodo50.org/republica)
Publicado > Madrid, 21 de abril de 2006

"Veracruz presentaba un ambiente de día de fiesta. Los balcones engalanados, las calles rebosantes de gente, la sonrisa en todos los semblantes, denotaban el regocijo con que el pueblo mexicano se aprestaba a recibir a los exiliados españoles..."

"Pueblo libre de México
Como en otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada
pero eres tú, esta vez, quien nos conquista
y para siempre".

(Pedro Garfias, 1939, a bordo del Sinaia)

A Ovidio, mi abuelo de carne y de ideas

Y de aquel torrente de sangre roja española, que al llegar a México no con la espada como en otros tiempos, sino con las balas amigas de la palabra, con el corazón estallando de ideales y con el amor hacia un País que les abría las puertas y sobre todo los sentimientos, se formaron caudales al juntarse con los ríos del moreno torrente que ya corría por la nuestra. Llegaron y por los poros del México más profundo, el del campo, el de las escuelas y universidades públicas, el de la medicina y la ciencia en beneficio de la gente, el de la poesía sentida, el del arte conmovido, el de la antropología y la historia y el de los corazones, se metieron y se permearon pero también sobresalieron; ¿cómo no lo iban a hacer si de aquella Segunda República Española de 1931, la del rojo, amarillo y morado, venía una de las generaciones más brillantes y congruentes que el pasado de las tierras ibéricas había desbordado? Hoy, por lo mismo y después de tres y hasta cuatro generaciones (75 años), el sentirse inundado por dichos torrentes, el español rojo y el mexicano moreno, obliga a entender su lucha y a no dejarla nunca; compromete con su entereza y su humildad, seduce por sus pasiones y, de manera emocional, enorgullece por la entraña misma. Ser entonces nieto español de todos ellos: de García Lorca, de León Felipe, de Ortega y Gasset, de Machado, de Miguel Hernández, de Azaña, de Besteiro, de Indalecio Prieto, de Pedro Armillas, de Bosch Gimpera, de María Leal, de Castillo, de Luis Companys, de Luis Rius, de Santiago Genovés, de Sánchez Vázquez, de Juan Comas, de José Luis Lorenzo, de Ovidio Salcedo, de Angelita y Maruja García, de López Fandos, de Sabina Garay, de Lagarriga, de Lastra, de Torreblanco, de José Marín, y de tantos milicianos de los campos ibéricos que dieron su vida por la justicia, y ser igualmente nieto mexicano de Morelos, de Zapata, de Juárez, de Lázaro Cárdenas, de Flores Magón, de Revueltas, de Isidro Fabela, de Luis Rodríguez, de Diego Rivera, de Lucio Cabañas, de Juan Rulfo, de Rosario Ibarra, de Heberto Castillo, de Rosario Castellanos, de González Niebla, de René Villanueva, del Negro Ojeda, de Chava Flores, de Bonfil Batalla, de Jaime Sabines, de Rubén Jaramillo, de Valentín Campa; y de los muchos sin rostro, indígenas, obreros y luchadores sociales de más antes, aumenta el compromiso de resistir, de oponerse a la globalización brutal que hoy busca homogeneizar la cultura, que promueve el libre tránsito de la mercancía pero no de las personas, y significa, sobretodo, la búsqueda diaria para convertirse en mejores seres humanos, dignos de aquel inmenso legado moral y genético.

Estos hombres, los españoles después exiliados, y algunos otros muchos fusilados por el levantamiento militar de 1936, e incluso igualmente torturados y muertos durante los 40 años de la dictadura Franquista que buscaba terminar con un régimen legítimamente constituido por el voto democrático y pacífico de la gente, y que arrastró al pueblo a una triste y cruel guerra civil que duró tres años, habían luchado durante largo tiempo desde sus diferentes trincheras, por una España que acabara con el decadente sistema monárquico, encabezado entonces por Alfonso XIII, y respaldado por la iglesia católica junto con los sectores más conservadores de la época. Se habían comprometido con la mayoría de los peninsulares a terminar con los privilegios que cobijaban a unos cuantos, mientras campesinos, obreros, estudiantes, pequeños comerciantes y ciudadanos, vivían en condiciones deplorables. Y es que así era la España de aquellos tiempos; totalmente caduca, injusta, en resumen, feudal. Tras las elecciones convocadas por el mismo Alfonso XIII en 1931, lo que legitimaba y agrandaba aún mas el triunfo que vendría, un jubiloso y abrumadoramente mayoritario pueblo español, celebraba en calles y plazas la instauración de la Segunda República Española encabezada por Niceto Alcalá Zamora, y más tarde por Manuel Azaña. Según lo narra Ovidio Salcedo: "No se rompió un cristal. No se persigue a nadie, ni siquiera a los adversarios políticos declarados, causantes seguramente de los males sufridos durante largos años de monarquía. El advenimiento de la República es una fiesta, una gran fiesta. Los que vivimos personalmente esos momentos, -hoy ya, tristemente quedamos pocos y muy viejos- podemos dar fe y testimonio de todo ello". Este gran fervor, aunado a la confianza que el pueblo le tenía a los hombres republicanos, capaces, comprometidos, honestos y preparados, que tomarían los puestos del gobierno, apremia y trasciende y sirve de estímulo para resolver los asuntos pendientes en todos los órdenes de la vida nacional. Alternativamente se convocan y establecen las Cortes Constituyentes que convierten el parlamento en la gran tribuna del País y discuten, elaboran y aprueban una nueva Constitución que daba cabida a todos los sectores; que tomaba en cuenta la diversidad de pueblos que hasta entonces se sometían a la Corona Española, tales como el Vasco, el Catalán, el Gallego, etc. ; que reconocía sus derechos y que preservaba sus idiomas y cultura propia, una constitución republicana, política, social y culturalmente incluyente. Entre las garantías que aportaba tal Constitución, aprobada el mismo diciembre del 31, se incluían la reforma agraria, mejoras laborales, soberanía popular (República de Trabajadores de todas clases), reforma militar que renunciaba a la guerra como instrumento de política nacional, legislación educativa, extensa declaración de derechos y libertades, sufragio universal masculino y por primera vez femenino, derechos civiles que incluían el divorcio y la equiparación entre hijos legítimos e "ilegítimos", derecho a la educación, poder judicial totalmente independiente, separación de la iglesia y el estado, derecho a la aprobación de estatutos de autonomía, desaparición de presupuesto de culto y clero, y libertad de conciencia y cultos, entre otras. Estos fueron, como lo señala Salcedo, "los grandes delitos" que dieron lugar a que los adversarios políticos tratados con el mayor respeto desde el primer día, y los grupos y sectores afectados en sus intereses, se revolvieran contra la joven República en 1936, apoyados por un ejército monárquico en su mayoría, que se sublevaba traicionando hasta su propio principio de lealtad, no sin antes haber logrado convenios de ayuda por parte de los países fascistas. Mientras al gobierno republicano se le negaban las armas por parte de las "democracias" del viejo continente para su legítima defensa, justificando su cobardía en lo dispuesto por el Comité de no Intervención, pero mejor entendido como el miedo a la irritación de Hitler, Italia enviaba a Franco unidades de su ejército con mandos completos, y Alemania le prestaba lo mejor de su aviación militar encuadrada en la División Cóndor. Sólo dos países, la Unión Soviética de entonces, y el México también de aquellos congruentes tiempos de Lázaro Cárdenas e Isidro Fabela, se aprestaron para embarcar cargamentos de armas apoyando al gobierno republicano. Ante la inmovilidad y la sumisión del resto de la comunidad internacional, centenares de voluntarios de diversos países se organizaban en las heróicas Brigadas Internacionales, las cuales, por un sentimiento solidario y por una ideología cabal, daban su vida por la defensa de un gobierno legítimo.

Desde ese momento, la simpatía y el apoyo incondicional del gobierno de Lázaro Cárdenas y del pueblo mexicano, no traicionarían nunca la causa que representaba la República. Célebres fueron los discursos de Isidro Fabela, Delegado de México ante la Liga de las Naciones, los cuales conservan hasta la fecha un ejemplo de política internacional seria, comprometida y elocuente, tal es el caso del pronunciado el 20 de septiembre de 1937 con respecto a la postura de México frente al conflicto español: "En primer lugar creemos que, si al iniciarse la intervención extranjera en España, en vez de ignorar la realidad se hubiera aceptado aplicar rigurosamente las sanciones que la intervención merecía, la misma hubiera cesado y la Liga, defendiendo su estatuto constitutivo y los principios del derecho internacional, habrían alcanzado un resonante triunfo. En segundo lugar, en vez de afirmar que se ha evitado la guerra en Europa, ¿no sería más justo decir que se prolongó en España y se aplazó en el resto de Europa?" El tiempo le daría, a poca distancia, una aplastante razón.

Ante el criminal triunfo de los militares y los fascistas en España en 1939, después de terribles matanzas, torturas y bombardeos sobre pueblos completos -Guernica el más recordado-, no sin antes una sangrienta defensa encabezada por los ideales, el corazón, la fuerza que da la razón y las pocas armas de las milicias republicanas, cuya máxima expresión gloriosa fue la protagonizada en la resistencia de Madrid, bajo el lema "No Pasarán" adornando de esperanzadoras ilusiones la Puerta de Alcalá, la diáspora y el calvario de los mejores hombres españoles comenzaba su largo peregrinar. Muchos caminaron hacia Francia por los Pirineos, otros tantos hacia Marruecos para esperar en Casablanca su destino final, mientras los franquistas les pisaban los talones. Y fueron precisamente los países latinoamericanos, los conquistados por los españoles colonialistas de otros tiempos, los que generosamente abrieron sus puertas para todos ellos; México, sobretodo, supo cobijar y enarbolar la bandera de los derechos humanos en momentos en los que el mundo se paralizaba frente a la Segunda Guerra Mundial, y en el que los fines justificaban los medios.

Después de algunas críticas mal intencionadas, con fines evidentemente electorales hacia el asilo que Cárdenas brindara a los republicanos, así narraba el Diario El Nacional el desembarque de los primeros refugiados españoles al Puerto de Veracruz en 1939 a bordo del "Sinaia": "Veracruz presentaba un ambiente de día de fiesta. Los balcones engalanados, las calles rebosantes de gente, la sonrisa en todos los semblantes, denotaban el regocijo con que el pueblo mexicano se aprestaba a recibir a los exiliados españoles. La manifestación partió del malecón, y a medida que se internaba en la ciudad, el pueblo le salía al encuentro, formando vallas a lo largo de las banquetas, mientras desde los balcones de las casas y las puertas, la gente lanzaba vítores y entusiastas aclamaciones. Fue un espectáculo grandioso, elocuente, que vino a patentizar cuál es el verdadero sentir del pueblo de México".

Familias enteras arribaron hasta milenarias tierras con la esperanza de encontrar la Paz y la libertad que en su suelo se les había negado, llegaron también 500 niños, huérfanos de guerra, a quienes se les brindaría educación y comida en la ciudad de Morelia. Poco a poco, y con el dolor inmenso de saberse lejos de la patria por la que habían dado la vida, pero sin haber dejado nunca los ideales por los que lucharon, los exiliados españoles fueron haciendo vida en un México que ahora conquistaba a España, con un país en desarrollo al que pronto empezarían a aportarle lo que Francisco Franco y la complicidad de muchos se habían perdido.

El gobierno mexicano rompió toda relación con la dictadura española y así se mantuvo hasta la muerte de Franco, a cambio, nombró un Embajador de la República Española en México, se creó un fondo de ayuda entre los exiliados y se desarrolló siempre un respeto absoluto a las acciones y organizaciones que se mantuvieron durante años en contra de aquel régimen. Se creó entonces el Centro Republicano Español en México, el cual aglutinaba a diversos sectores de aquella izquierda española, y donde se reunían por las tardes sus miembros para discutir, proponer y, sobretodo, para recordar el terruño de su infancia. Nacieron así el Instituto "Luis Vives", el Colegio Madrid, la Academia Hispanomexicana, el Ateneo Español y La Casa de España (actualmente Colegio de México), instituciones educativas en las que los maestros formados bajo las ideas republicanas pudieron desarrollarse con toda libertad. Otros de ellos, como se mencionó anteriormente, se insertaron en casi todos los sectores de la vida nacional, destacando en el campo de las humanidades y las ciencias aplicadas.

Al constituirse la ONU en San Francisco, la Junta de Liberación Española consigue de la Asamblea General que se declare a Franco hijo espurio de Hitler y Mussolini, entre otras muchas razones por haber enviado la División Azul para combatir contra los aliados. Sin embargo, tiempo después, el año 1953, la misma Asamblea aprueba admitir en su seno a la España Franquista. Frente a semejante unanimidad, sólo el delegado de México votó en contra. En cambio, se recuerda que el delegado del Gobierno Estadounidense consideró su voto como una operación de trueque; Franco les concedía bases militares en territorio Español y él, en pago, aceptaba su entrada en el alto organismo internacional, cuando lo congruente hubiera sido no sólo no hacerlo, sino además, juzgar al dictador como criminal de guerra y buscar todavía, una salida digna al conflicto español. Pasaron los años y, a la muerte de Franco, a pesar de que muchos de aquellos exiliados seguían activos, ninguna de sus sabias palabras para la transición fue tomada en cuenta. Se pactó con los nuevos dirigentes del gobierno, que nada tenían que ver con los líderes de antaño, y se mantuvo un régimen de beneficios para la monarquía que resulta ridículo para los tiempos de hoy en día. El Juez Garzón busca condenar dictaduras de otros países y atentados contra españoles fuera de su tierra, pero pocos se atreven a condenar a aquellos que torturaron, mataron y desaparecieron gente en casa. El Partido Popular del expresidente Aznar cobija en su seno a varios franquistas declarados y buscan, de nueva cuenta, silenciar la historia, como si la guerra civil no hubiera sido suficiente ejemplo de lo que no se debe hacer.

Crecimos entonces, muchos de nosotros, entre mexicanos que fumaban puro y pipa, que hablaban de "vosotros" y en castellano cerrado, que solían comer tortilla de patata, jamón serrano y turrón en los días de campo, que tomaban tinto de la Rioja, que escuchaban la palabra del otro, que cantaban jondo y bailaban sevillanas y jotas, que no se vendieron ni claudicaron nunca, que vivían en apartamentos sencillos del Centro de la Ciudad, que le iban al Athletic, que discutían sobre las guerras absurdas del imperialismo, que entendían y marchaban al lado del estudiante, que protestaban, que resistían, que nos dejaban correr descalzos y dar nuestras opiniones y subir a los árboles, que nos generaban dudas, que nos abrazaban con amor inmenso, que extendían la mano a sus semejantes, o sea a todos, que recordaban y guardaban sus dolores, nos contaban sus historias y sonreían. Eran mexicanos, sí, ya lo eran desde hacía mucho tiempo, desde que pisaron este suelo y aquí dejaron su sangre; lo fueron después por decreto a petición suya, cuando descubrimos juntos que estábamos profundamente enamorados de México, de su cultura y diversidad, de su sincretismo, de sus montañas, de sus ríos, de sus fiestas, de su música, de sus civilizaciones antiguas, y sobre todo, de sus corazones. Así nos criamos algunos y por eso, a 75 años de la Segunda República Española, se nos sigue haciendo un nudo en la garganta que quiere reventar cuando escuchamos el Himno de Riego, cuando vemos el rojo, amarillo y morado, y el verde blanco y rojo que los abrazó para siempre. Hoy mas que nunca, por todo lo que nos queda por aprenderle a aquellos viejos, por desgracia cada vez menos vivos en materia, por la hoy aparente victoria del mercado sobre las ideas y por la congruencia tan debilitada ¡Viva la República!

Arribada de un barco de exiliados españoles al puerto mexicano de Veracruz en 1939

Niños republicanos españoles a su llegada a México

El presidente mexicano Lázaro Cárdenas

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