Borrador Tesis políticas
Primer Congreso de la Izquierda Europea

Fausto Bertinotti


El primer Congreso del Partido de la Izquierda Europea va a tener lugar en un momento verdaderamente “extraordinario”: hoy nos enfrentamos con el inmenso desafío de abrir un nuevo ciclo político y social en Europa. Hemos dejado atrás un año que anunció muchos nuevos acontecimientos y oportunidades. Hoy construir “la otra Europa” no sólo es posible, es esencial.

Nos encontramos atrapados en plena crisis del modelo neoliberal y sus políticas. Se trata de una crisis que se ha venido prolongando desde finales de los 90 y que, desde finales de los 90, ha atraído respuestas políticas y sociales cada vez más de derechas. Nuestra tarea es derrotar a la derecha y sus políticas, adoptando un enfoque claramente “de izquierda” que supere la impotencia estratégica del reformismo. Estamos invirtiendo todo lo que tenemos en esta posibilidad: ciertamente, no porque sobreestimemos nuestra propia fuerza, o la fuerza de los movimientos, o la de la izquierda alternativa, sino porque estamos convencidos de que es la propia realidad la que está radicalizando cada vez más las alternativas políticas y el conflicto. Una subjetividad europea de izquierda y alternativa tiene un papel decisivo y nada minoritario que desempeñar en las dinámicas de esta nueva fase.

Un ejemplo brillante y alentador de nuestro trabajo ha sido el resultado del referéndum francés sobre el tratado constitucional. En esa ocasión, varios elementos contribuyeron a revelar el potencial de un nuevo “espacio público” europeo para las fuerzas del cambio. En primer lugar, el masivo número de votantes y la pasión despertada por el debate sobre el referéndum. La gente, que había sido completamente excluida de la fase de anteproyecto y del texto, tomó el escenario por la fuerza, rechazando ser capturada como rehén por el “pensamiento único” europeo. El hecho de que la participación electoral en Francia fuera la más alta de los últimos 15 años es algo emblemático para todo el continente, ya que en la mayoría de estados miembro de la UE se ha utilizado el voto del parlamento para la ratificación, a fin de evitar los riesgos “democráticos” inherentes a una consulta popular. Con respecto a la sustancia, nos hemos hecho plenamente conscientes del peso de la oposición a la Europa neoliberal. No es una coincidencia que la oposición creciente al tratado cobrara un extraordinario ímpetu con la manifestación en Bruselas el pasado mes de marzo (la primera de estas características) para demandar una Europa social. El voto no fue por consiguiente un rechazo a la sustancia mercantilista del tratado y al contexto “funcionalista” en el que se estableció la UE (los tratados económicos y el Banco Central Europeo, la moneda única, las directivas de la Comisión). La oposición al Tratado ha sido ampliamente hegemonizada por las ideas de izquierda y por las demandas sociales de igualdad y justicia que nacen de la preocupación creciente de una mayoría de la población sobre sus condiciones de vida. En términos políticos, la oposición de izquierda ha creado un bando unido en el que la gente de izquierdas se ha podido identificar. Este no es un caso de unidad alcanzada en torno a una mesa, sino una convergencia sobre metas comunes y un plan de acción común, además de estar basada en la práctica cotidiana de relacionarse con los movimientos sociales. Ha tomado forma una visión que consideramos decisiva: por primera vez está emergiendo un europeísmo popular de izquierdas.

Es por tanto la intención común de todas las fuerzas fundadoras del Partido de la Izquierda Europea reconstruir un genuino espacio público europeo, dentro del cual crear “otra Europa”: un espacio político en el que los actores protagonistas sean cada vez más los ciudadanos de la UE, los movimientos sociales y las organizaciones democráticas de la sociedad. La participación es la primera contribución que consideramos necesaria para una reforma radical de la política, a fin de asegurar que la espiral antidemocrática de la globalización neoliberal y la guerra se puede detener. Hoy podemos y debemos imaginarnos una sociedad que triunfe sobre la primacía del mercado, la competitividad absoluta, la exclusión social y la guerra. Hoy podemos y debemos construir una sociedad en la que la libertad, la igualdad y la paz sean los valores fundantes.


Tesis para el Congreso del Partido de la Izquierda Europea

La auténtica novedad en los albores de este siglo es la emergencia de nuevos movimientos y su capacidad para unirse en un impulso colectivo hacia delante. Le ha hablado al mundo de una nueva posibilidad de cambio. La tarea que afronta la Izquierda Europea debe ser cada vez más entender la naturaleza de estos movimientos y prepararse a recoger los recursos que ellos han generado, para presentarse como medio que contribuya a la reconstrucción de una idea general de política reformadora y la relación entre la política y los principales actores sociales. Simultáneamente, y con una relación que no es solamente temporal, el fracaso de la globalización capitalista ha venido emergiendo con clara evidencia. Ambos elementos están poniendo una vez más el asunto de la transformación de la sociedad capitalista de vuelta en la agenda actual. Esta cuestión además está siendo planteada subjetivamente por una conciencia creciente de parte de los movimientos y se puede sintetizar en el eslogan utilizado en los foros sociales: “otro mundo es posible”. El problema por tanto ha sido explicado detalladamente, pero no se ha resuelto. Se ha abierto otro escenario: la cada vez más profunda crisis social y económica y la guerra que está precipitando en un choque de civilizaciones. La incertidumbre domina nuestra época. La disyuntiva entre “socialismo o barbarie” no es algo de otro tiempo.

La globalización capitalista no es ni ha sido nunca meramente un proceso de la reorganización económica del capital. Ha demostrado ser una extraordinaria fuerza locomotora para conducir la reorganización del poder a escala mundial. Ha sido la herramienta que ha contribuido a producir una revolución conservadora plenamente desatada, estremeciendo hasta los cimientos el orden mundial heredado con la estela de la victoria sobre el nazismo y el fascismo, cuyo 60 aniversario celebramos este año. Toda la estructura geopolítica del mundo está presenciando cómo la forma tradicional del estado nación es arrojada a la confusión y se establecen nuevas cadenas de mando. Esto no significa, como han declarado algunos precipitadamente, que el estado nación esté muriendo, pero sí quiere decir que las políticas nacionales por sí mismas no bastan para explicar la forma en que la globalización se está desarrollando en la práctica. Por tanto no podemos evitar plantear el problema de cómo transformar una sociedad capitalista a menos que lo hagamos a escala mundial. Es en este marco donde el asunto de Europa y su naturaleza política, social, económica, institucional y cultural adquiere un lugar estratégico decisivo para las fuerzas del cambio que habitan en su seno.

La globalización neoliberal hoy se encuentra en crisis. Esta crisis ha sido generada por una incapacidad para responder positivamente a las propias demandas que ella misma ha creado. Al principio, la globalización neoliberal prometió que marcaría “el fin de la historia”, el estado plenamente logrado del neocapitalismo, con una perspectiva de estabilidad para los años venideros. Pero de hecho la globalización neoliberal no ha demostrado ser un mecanismo estable para generar valor añadido, mientras que al mismo tiempo ha aumentado las desigualdades y las injusticias sociales. La crisis por consiguiente ha entrado en erupción de la forma más devastadora.

La crisis de la globalización capitalista ha producido respuestas regresivas y reaccionarias precisamente de aquellos que clamaban que sería la solución al destino de la humanidad. Las políticas de la derecha económica se han vuelto más radicales para mantener los grupos de intereses en su posición dominante a escala mundial. La guerra se ha establecido como un factor estructural y endémico. La crisis por tanto está creando inestabilidad y falta de seguridad en todo el mundo. Bush personifica esta nueva fase como ningún otro. La doctrina de la guerra preventiva, interminable e indefinida como tipo de guerra, coloca a los Estados Unidos en el corazón del sistema unipolar mundial. En el marco unipolar actual Bush está optando por el unilateralismo para destruir cualquier espacio para la política. La guerra es por tanto no sólo una nueva estrategia para controlar los recursos vitales del planeta, sino que está reemplazando a cualquier norma de coexistencia internacional y al respeto por los derechos fundamentales de la humanidad. La amenaza de un “choque de civilizaciones” se está convirtiendo además en la máscara tras la que se esconde la arrogancia devastadora y regresiva de la globalización capitalista.

La contienda entre guerra y paz es hoy más relevante que nunca. Si la guerra es el producto de la globalización capitalista, la paz sólo se puede alcanzar intensificando todas las formas de oposición, la resistencia y las contradicciones, que emergen globalmente, incluso al nivel de estados y gobiernos. El nuevo movimiento por la paz –el otro “poder” mundial que ha emergido en la presente fase- puede y debe revelar la radical relación que existe entre el modelo neoliberal de sociedad y la guerra provocada por la globalización capitalista, al tiempo que trabaja por un modelo alternativo de sociedad. El nuevo movimiento por la paz es una fuerza desarmada y desarmadora, portadora de una idea de paz que no sólo significa ausencia de guerra o un estado de equilibrio basado en la fuerza de las armas, sino que es en cambio una idea que apunta al establecimiento de un modelo social y económico como alternativa al neoliberalismo y la guerra. Además, tenemos que combatir la otra cara de la guerra: el terrorismo. El proyecto político del terrorismo, que es independiente de la guerra aunque es alimentado por ella, es principalmente un enemigo de la gente y de la democracia. Se basa en la voluntad de tomar el poder en contra de la gente que según su propaganda dice representar, mientras propugna un modelo social basado en el uso de la violencia llevado al extremo. La política solamente puede renacer en la lucha contra la guerra y por la paz. Así como no puede haber paz sin justicia, no puede haber justicia sin paz.

En el escenario político mundial, para nosotros Europa es la dimensión mínima de la política como expresión de la lucha de clases en el molde de modelo social de la globalización, y es por consiguiente cada vez menos europea. Pero las culturas antiguas de Europa y sus extraordinarias experiencias políticas todavía ofrecen hoy una posibilidad. Pueden y deben relacionarse con un movimiento que marca nuestra propia época. El gigantesco salto adelante es posible y necesario para el renacimiento de la política de las clases subalternas. Su destino y sus posibilidades de desempeñar un papel de liderazgo exigen de ellos que tomen parte en la construcción de un camino de salida a la crisis de la política. Alcanzar la paz y transformar la sociedad capitalista actual serán las metas de este desafío. Europa es su escenario más pequeño, inseparable del mundo, incluso aunque Europa sea sólo un ejemplo de la globalización capitalista. No existe políticamente. No es una entidad geopolítica autónoma, o una experiencia original de democracia y gobierno. La base de esta situación (que es la que es, a pesar de las culturas que la han enriquecido y a pesar de su extraordinaria experiencia1.

El papel internacional de la Unión Europea es además incierto y contradictorio. Por un lado es incierto, porque está profundamente dividida en cuanto a sus relaciones con Estados Unidos. Algunos países no dudaron en unirse a la guerra de Iraq, otros la rechazaron y otros cambiaron de actitud al respecto principalmente bajo la presión de la opinión pública que se oponía masivamente a la intervención militar. Por otro lado el papel de Europa es contradictorio, debido a su incapacidad de luchar por los intereses comunes de la Unión Europea. Esa es la razón por la que condenamos la ausencia de un artículo que repudiara la guerra en el tratado constitucional de la UE, y por lo que vimos la institución de un ejército europeo bajo control de la OTAN –que significa control de Estados Unidos- como una amenaza a la independencia y autonomía de la UE y, al mismo tiempo, una reanudación de la inversión masiva en armamento. Esa es la razón por la que estamos proponiendo recortes en el gasto militar de cada país, la clausura de las bases de Estados Unidos y la disolución de la OTAN.

La política exterior de la Unión Europea debe ajustarse a una política por el establecimiento de la paz y la mediación política en los conflictos, empezando por el conflicto palestino-israelí. La Unión Europea debería desempeñar además un papel principal en la reforma de las organizaciones internacionales, empezando por Naciones Unidas, para establecer un nuevo equilibrio de poderes a escala mundial, basado en la libre coexistencia y el respeto por los derechos de los pueblos. Incluso recordando su trágico pasado de guerras y colonialismo, Europa debe estar en posición de mirar al mundo no con ojos eurocéntricos, sino con la capacidad de alcanzar los nuevos desafíos de la igualdad global. Es por ello que proponemos que Europa debe asumir la responsabilidad de una reestructuración radical de las organizaciones económicas internacionales. A la OMC, el FMI y el Banco Mundial no se les puede permitir que sigan siendo instrumentos de dominación y que generen más injusticias. Algunas de estas agencias deberían abolirse del todo y ser sustituidas por otras, que en parte ya existen, colocadas directamente bajo el control de Naciones Unidas. Igualmente solicitamos que se reemplace el establecimiento del área de libre comercio del Mediterráneo planeada para 2010 por un acuerdo de asociación sobre una base igualitaria con los países del Sur del Mediterráneo. Allí donde en el pasado se han establecido áreas de libre comercio (por ejemplo, el NAFTA entre México y América del Norte) las desigualdades y las injusticias se han agravado enormemente, en detrimento de los sectores más débiles de las sociedades implicadas. Hoy, allí donde se están proponiendo otras áreas de libre comercio (por ejemplo, el caso del ALCA) ha habido una enorme oposición popular para evitar su establecimiento.

La crisis, como la guerra, es una parte constituyente de la globalización capitalista actual. La precariedad y la inseguridad social están afectando al empleo y a la vida de la gente, así como a la economía y al desarrollo capitalista. La inestabilidad y la inseguridad son la medida general y de clase del capitalismo contemporáneo. Estas condiciones tienden a ampliar la brecha que existe entre innovación y progreso social. El modelo social europeo está siendo arrollado por estos nuevos acontecimientos, precisamente porque ha arrojado a la confusión su paradigma fundacional de expansión-redistribución. Hoy es cada vez más evidente que el modelo basado en la “cohesión” social se está rompiendo. La crisis económica se descarga sobre los ciudadanos de Europa mediante políticas de reestructuración de los estados del bienestar –privatizando la sanidad y recortando las pensiones-. Por tanto, debemos relanzar la batalla por defender y ampliar el estado del bienestar, negándonos a pagar el precio del declive económico del continente, pero invirtiendo en la posibilidad de evitar la crisis económica relanzando una propuesta tangible para evitar la inseguridad y precariedad del empleo y de las condiciones de vida de las poblaciones europeas. Pero no basta con defender el estado del bienestar. Las condiciones de crisis en las que vivimos son esencialmente el resultado de opciones tomadas con un objetivo en el marco de la globalización. Y continúan con intensidad creciente, desde la deslocalización de industrias y la internacionalización pasiva de nuestras economías, a la reorganización de la producción basada en hacer el empleo estructuralmente precario.

La crisis que está siendo generada por estas políticas es una evidencia de la crisis de las políticas reformistas. Estas políticas son ensayadas por dos tendencias principales –y contradictorias-: por una parte, está la tesis de la gobernabilidad que propone una estructura neocentrista siguiendo a la globalización y a los Estados Unidos; y por otra parte está la búsqueda de una nueva vía reformista, que se encuentra en un estado de tensión crítica con la tendencia fundamental. La inestabilidad y la inseguridad afectan a la izquierda reformista. Esta última no puede seguir pensando en ser esencialmente inalterable.

Nuestra acción debe, por encima de todo lo demás, centrarse en combatir la naturaleza crecientemente precaria del trabajo y en darle un nuevo estatus de protección. Pero Europa tiende a continuar por la senda de atacar sistemáticamente a las condiciones de trabajo. Uno sólo tiene que mirar la directiva Bolkestein y la directiva sobre jornada laboral, que inciden directamente en la reorganización del sistema de producción basándose en debilitar a los trabajadores. Millones de ellos –los más afectados son las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes- se deslizan gradualmente bajo el umbral de la pobreza. Este nuevo acontecimiento es devastador, pero fue ampliamente anticipado por el modelo de producción y social norteamericano. A pesar de la crisis de las políticas neoliberales, podría haber una seria relación a menos que se establezca una alternativa. Esta alternativa a la UE y a las políticas económicas nacionales, junto con un nuevo movimiento de trabajadores europeos capaz de unificar las experiencias de los movimientos internacionalistas, el conflicto social y los movimientos por la paz, puede evitar que Europa sea conducida, por su aceptación de la primacía de la competitividad, a abandonar el compromiso democrático y social que ha creado materialmente a la Europa que emergió de la victoria sobre el nazismo y el fascismo en el período de la post-guerra.

Esto significa que la sociedad alternativa para Europa exige un cambio radical de dirección en la política económica y social, un cambio de dirección que tome en consideración las demandas de los movimientos, y se relacione con el mundo del trabajo, del ecologismo y del feminismo. La palanca del cambio es por tanto la construcción de un nuevo movimiento de trabajadores. Con esto queremos indicar el apoyo a una campaña europea sobre salarios y derechos laborales. Lo que tenemos que hacer es dar prioridad una vez más al tema marxiano de la liberación del trabajo, en otras palabras, apreciar el valor de lo que la fuerza de trabajo ha acumulado para la sociedad, de modo que derechos y salarios, en una sociedad no mercantilizada se conviertan cada vez más en variables independientes de la dominación del negocio. Y en lo que respecta a los contratos de trabajo, debemos relanzar una propuesta para defender el sistema de contratación en toda Europa, liberándolo de las amenazas de desregulación presentes en varias directivas europeas.

La crisis de la globalización está además profundizando la crisis de la democracia. Es esencialmente la crisis de los medios individuales y colectivos de asegurar la participación democrática. Una sociedad que genera injusticias sociales produce fenómenos sistemáticos de exclusión. Debemos combatir esta tendencia, para reabrir espacios públicos donde la gente sí participe y tenga un papel de liderazgo como en una democracia. Es en esta dirección en la que el movimiento de movimientos está trabajando con éxito, y su primera meta ha sido precisamente el reabrir espacios políticos públicos, especialmente para las generaciones más jóvenes. Lo que debemos derrotar es la primacía del mercado, que subordina los derechos democráticos a sus intereses. Por tanto debemos derrotar a la sociedad patriarcal y lograr una verdadera democracia de género. No se trata de enarbolar la cuestión de la emancipación de las mujeres y de la igualdad, sino de afirmar el valor y la necesidad de las diferencias de género, que vemos como una contradicción original contra la que luchar.

Por eso criticamos el tratado constitucional que emergió de la convención, basado en dos serios presupuestos: el primero fue la decisión de no permitir que fuera escrito por los pueblos europeos, sino de convertirlo en coto exclusivo de los gobiernos de la Unión Europea; el segundo es el hecho de que otorga una posición absolutamente central al mercado en la construcción de la unidad política de Europa. Creemos categóricamente en la necesidad histórica de construir la unidad europea y somos europeístas convencidos. Por esta razón precisamente rechazamos un tratado de esta naturaleza: en nombre de una democracia más profunda y con mayor contenido en nuestro continente. Nuestra crítica no se basa en el seguimiento de nuevas formas de nacionalismo. No creemos que sea posible una vuelta al estado nación para que éste sea utilizado contra el proceso de unificación porque, al margen de cualquier otra consideración, sería un paso hacia atrás y una peligrosa regresión. Hemos luchado contra estas posiciones que han sido apoyadas por la derecha xenófoba y reaccionaria en toda Europa, abogando por el fortalecimiento del alcance y la integración europea. Pretendemos relanzar un verdadero proceso constituyente que debería incluir la participación en todos los niveles, engranando al Parlamento Europeo en primera instancia con los parlamentos nacionales para asumir la responsabilidad de preparar un texto que pueda posteriormente ser sometido a un referéndum popular.

Una de las pruebas decisivas para la construcción de la democracia en Europa es si podemos tener éxito en lograr derechos de ciudadanía completos para los inmigrantes. Depende de la capacidad de Europa de implementar políticas concretas para dar la bienvenida a los inmigrantes y para mostrar respeto hacia todos aquellos que dejan sus países por razones económicas y los que huyen de la guerra y del conflicto, en lo que se basa una nueva idea de ciudadanía. Por ello apoyamos la campaña para extender la ciudadanía a todos aquellos que viven en el territorio de la UE. Al mismo tiempo, condenamos las prácticas inhumanas adoptadas por la mayoría de los gobiernos de Europa, de rechazar a los inmigrantes, desplazándolos a las fronteras exteriores y estableciendo centros de detención para los llamados “ilegales”. Creemos que ningún ser humano se puede definir como “ilegal”, y que su integridad y protección debe ser garantizada por las instituciones. Además estamos combatiendo el racismo y la xenofobia, que han aumentado en los últimos años contra aquellos que son “diferentes”. Todas las formas de discriminación que tienen que ver con el país de origen son un crimen contra la humanidad, y no podemos dar nuestra aprobación a ninguna campaña contra el Islam que alimente un choque de civilizaciones.


Traducción: Patricia Rivas
Comisión Internacional PCE


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