Traducción de Gonzalo Hernández Baptista
Con cada nueva noticia de un secuestro vuelvo a vivir la angustia del mío, con cada liberación siento la alegría que yo misma no he podido probar, con cada testimonio o arresto de uno de mis raptores o similares excavo en mi memoria y vuelvo a descubrir aquellos rostros que quisiera olvidar para siempre de mis recuerdos. Pero no creo que tenga derecho a hacerlo.
Me siento satisfecha si se identifica a la persona que me ha hecho daño -a mí como a cualquier otro- y se le impide que siga secuestrando a las personas que intentan informar honestamente con su trabajo. No se puede aceptar que quien lucha por una causa justa pueda usar la violencia contra los civiles, sean iraquíes o extranjeros. Desde que he vuelto a Baghdag ya no he podido despegarme de Iraq: sigo con atención las noticias, respondo a los correos de los amigos e intento comprender qué se esconde tras cada secuestro a través de los testimonios de otros rehenes.
Y justo por este motivo las noticias que salen de Iraq -por parte del gobierno iraquí o del comando norteamericano- son demasiado genéricas y confusas como para ofrecer alguna certidumbre sólida que pueda ayudar a archivar nuestro caso. Así ha ocurrido ayer, por ejemplo, con la noticia del arresto Mohammed al Obeidi del Ejército islámico de Iraq, vinculado a Al Zarqawi -¿o es quizá del Ejército islámico secreto, la versión iraquí de tal organización?-. El ejército de Iraq ha reivindicado los secuestros de Christian Chesnot y George Malbrunot, además del de Enzo Baldoni, todos ellos secuestrados en la misma zona de Mahmudia, al sur de Baghdad. Pero nunca ha reivindicado el mío (firmado por un improbable comando de «mujahidin sin fronteras» que nunca hasta entonces lo había escuhado) ni el de Florence Aubenas, ambas secuestradas en el mismo lugar: a la salida de la universidad Nahrein de Baghdad. ¿Por qué? Quizá sencillamente porque no se trata del mismo comando.
Esta idea se hace evidente comparando el comportamiento de los raptores de los dos periodistas franceses -cuyo libro acabo de leer en estos días- y de los míos. También era evidente que los militantes del Ejército islámico de Iraq eran salafitas y yihadistas desde el momento en que pidieron la abolición de la ley francesa del velo, planteamiento que se nos acerca más a la visión global del islam que a la lucha por la liberación del Iraq ocupado, como quiere remarcar la resistencia. Sin embrago, mis raptores, por cuanto he llegado a saber -a pesar de que me decían que no eran «mercenarios de Zarqawi», a cuyas palabras no daba crédito- parecían menos ortodoxos en sus prácticas religiosas (yo nunca me he puesto el velo y ellos a veces me hacían bromas poco propias de fundamentalistas islámicos). Está claro que los comandos que practican secuestros son muy heterogéneos. Pero las noticias que nos sirven en bandeja de plata a los periordstas para demostrar el éxito de la lucha contra el terrorismo llegarían a ser más eficaces si fueran ratificadas con nuevas pruebas. Y para transmitir una mayor certidumbre bastaría con que se respondiera a las rogatorias y se permitiera a los magistrados italianos interrogar a los diferentes raptores o presuntos, arrestados por las fuerzas américo-iraquíes.
http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/07-Aprile-2006/art43.html
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