Por Teresa Alba
*Catedrática de Francés de secundaria y especialista en análisis de género.
Anda revuelto, nuevamente, el ámbito político andaluz por una cuestión que desde hace ya algún tiempo es objeto de declaraciones en los medios de comunicación, de críticas y contracríticas: se trata de las denominadas listas cremalleras. El artículo 2 de la ley electoral de Andalucía recoge que en las candidaturas al Parlamento andaluz «se alternarán hombres y mujeres».
Más allá de las argumentaciones en contra de esta iniciativa, hay una serie de intereses ocultos que conviene poner de manifiesto porque el trasfondo de la cuestión es tan oscuro como el reinado de Witiza.
Lo que molesta no es sólo que se alternen hombres y mujeres, sino que esa alternancia sea obligatoria. Levanta ampollas el que las élites masculinas de los partidos políticos pierdan parte de su control, de su autonomía - y de su impunidad- teniendo que incluir en lugares de salida a mujeres a las que tradicionalmente colocaban, de relleno, en los últimos puestos de manera que, en la práctica, era casi imposible que fueran elegidas.
Lo que duele a muchos varones y barones, es la pérdida de cuotas de poder porque, naturalmente, si entran mujeres tienen que salir hombres, y como muy bien decía Groucho Marx: «Perdone que no me levante, pero es que el sillón lo estoy ocupando yo».
Lo que ocurre es que los privilegios nunca se ceden, sino que son arrebatados gracias al esfuerzo, las reivindicaciones y la presión de quienes han sido excluidos, en este caso excluidas, del reparto de la suculenta tarta del poder.
Una cuestión de justicia. La balanza de la política sigue escandalosamente inclinada hacia el lado masculino y por ello, la plena participación de las mujeres en este espacio ha sido objeto de preocupación creciente por parte de Naciones Unidas, de la Unión Europea y del Consejo de Europa. Por activa y por pasiva se ha recomendado a los Estados la adopción de medidas encaminadas a paliar el evidente déficit de representación femenina.
Así pues, se trata de remediar algo que no sólo es un imperativo de justicia, sino que está relacionado con el fortalecimiento de la democracia y con el enriquecimiento de la cultura política, al introducirse otras visiones del mundo, otros valores e intereses. Se trata de redefinir prioridades políticas -¿más estadios o más guarderías y colegios?-. Se trata, en suma, de incluir nuevos temas en la agenda política, y sobre todo, de encontrar fórmulas para resolver, también en este ámbito, la gran injusticia de la discriminación por razón de sexo.
Afortunadamente, ya no se pueden esgrimir los viejos y trasnochados argumentos de que las mujeres no pueden, no quieren o no saben participar en ese complicado mundo, porque está archidemostrado que pueden, quieren y saben. Y desde luego, tampoco vale la actitud paternalista, muy practicada por el franquismo, como si de un nuevo despotismo ilustrado se tratara, de «todo para las mujeres pero sin las mujeres».
Una cuestión de igualdad. Conviene recordar e insistir en la idea, de que la igualdad es un pilar básico de un sistema democrático moderno y evolucionado, y que además, es una exigencia ética, aunque también debemos considerar que es un proyecto incompleto, inacabado y perfectible al que hay que ir añadiendo nuevos elementos, de acuerdo con las cambiantes realidades y situaciones sociales. La realidad de las mujeres en Andalucía ha dado un giro copernicano y esto exige una adecuación, para no ahondar aún más la sima existente entre la ciudadanía y la clase política, responsable de los cambios legislativos.
Sin duda, el instrumento más eficaz para alcanzar la democracia paritaria, término acuñado en 1992, en la Declaración de Atenas con motivo de la primera cumbre Cumbre Europea Mujeres en el poder, es la reforma de las leyes electorales.
La historia nos demuestra que hay que ser optimistas, porque al igual que hoy nos parecen pueriles, demagógicas, sexistas o machistas las argumentaciones utilizadas para no conceder el voto a las mujeres, las futuras generaciones analizarán todo este revuelo sobre la idoneidad de las listas electorales paritarias como algo sin sentido, un puro anacronismo.
Tal vez haya que buscar, también en la política, una razón vital, una razón poética, en la línea de pensamiento de María Zambrano, que sirviera de guía en el devenir de nuestra joven democracia, y por eso no estaría de más tener presente los versos retadores de Kavafis: «Más lejos, tienes que ir más lejos, y cuando creas que has llegado, no te detengas, ve siempre más lejos, hay que encontrar nuevas sendas.»
Fuente: La voz de Cádiz
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