Distintos debates, posturas y hasta conjeturas, envuelven las dinámicas reales que configuran los procesos de cambio latinoamericanos. Estos engloban una amplia gama de enfoques, análisis y visiones que, no obstante, al recogerse tienden a ser desdibujados por alguna brocha gorda que eclipsa los matices, que retiene o acomoda sólo lo que abone a la bien posicionada versión de la ‘polarización’. Así caricaturizadas las cosas, a más de simples parecen absurdas.
Una de las vertientes de esta tendencia es aquella que considera los hechos desde un ‘deber ser’ que, independientemente de la estructura política desde la que se exprese, esconde las policromías de ’lo que es’. A través de ese procedimiento simplificador, se posicionan esos ‘deber ser’ como verdades, que en la mayoría de los casos hasta llegan a suplantar hechos y realidades. El recurso a los adjetivos funge, en este caso como en otros similares, de argumento, referencia y demostración.
La ‘metodología de la brocha gorda’ es tentación cotidiana en los países de cambio, copa espacios donde la visualización de los matices permitiría no sólo profundizar el análisis de las complejidades inherentes a una realidad en movimiento, sino también contribuir a la fundamentación revolucionaria, a avanzar en las formulaciones propositivas tan urgentes para, precisamente, desatar los intrincados nudos congénitos a las complejas relaciones de poder capitalistas, patriarcales y neo coloniales que se aspira transformar.
Un simple inventario de los actores de poder mundial, regional y local que intervienen en estos contextos, contribuiría, por ejemplo, a despejar algunas de las dimensiones y proporciones del desafío de gestar una desconexión del capitalismo, al mismo tiempo que, por primera vez en la historia -al menos de la moderna-, se visualiza un horizonte de largo alcance formulado desde lo propio.
Sin ir muy lejos, un breve repaso de la historia reciente aportaría, por ejemplo, con la dilucidación de los puntos de partida contextuales desde los cuales arrancaron las propuestas de cambio. En el caso de Ecuador y Bolivia, donde este ejercicio de historia reciente apenas data de un quinquenio y menos de un decenio respectivamente, es fresca la memoria de un ayer inmediato donde los envites del mercado, convertidos en razón de Estado, operaban como proyecto colectivo y horizonte.
Es fresco también el recuerdo del afianzamiento de unas estructuras clasistas pretendidamente inamovibles, de la expansión del trabajo flexible y precario, del desconocimiento de cualquier forma de organización de la economía que desafiara a lo impuesto por el capital y sus instituciones -las Instituciones Financieras Internacionales IFI-, un suprapoder que procuraba gobernarlo todo. Ni hablar de los mecanismos de seguridad y de inteligencia foráneos, que campeaban y decidían como en casa, como lo hacían también las corporaciones transnacionales que disponían a su antojo de bienes, recursos y hasta de personas.
Eso es lo que se está cambiando en los países de cambio, donde el sólo reto de poner una potente dosis de soberanía en los planteos o de volcar la mirada al Sur como territorio de interacción prioritaria y hasta como uno de economía endógena, conlleva ya atrevimientos de autodeterminación impensables hace un decenio.
Y es, justamente, esto último el punto de partida que pauta la mayoría de estrategias para enrumbar la transición con acciones concretas, tales como la recuperación de la gestión del Estado, paso inequívoco para transformar las relaciones de poder del capitalismo globalizado, en favor de proyectos propios como son la refundación plurinacional postulada en Ecuador y en el Estado Plurinacional de Bolivia, o la territorialidad comunitaria y socialista en curso en la República Bolivariana de Venezuela.
Similares retos acarrean los ejercicios redistributivos, que concebidos en tiempos de crisis adquieren características de epopeya en cualquier parte, pero que paradójicamente se afianzan en países cuyas descomunales desigualdades estructurales son reconocidas como de extrema gravedad. En esto el delineamiento de una nueva arquitectura económica y financiera, el empeño en la causa y hasta la creatividad, concurren para sustentar reordenamientos y reformulaciones, que han ido permitiendo un reflote paulatino, para garantizar sustentos más humanos, o en casos para dignificar medidas asistenciales, como sucede en Ecuador con el ex Bono de Desarrollo Humano, ahora redefinido como retribución parcial al trabajo de cuidados impago que desempeñan las mujeres y, en esa misma línea, la equiparación salarial para las trabajadoras del hogar, cuyo salario mínimo era menor al establecido.
Esas, al igual que la duplicación histórica de los salarios mínimos ya consumada en los países de cambio, son medidas de primera línea, que resultan de una inédita batería de políticas sociales de atención prioritaria a quienes más lo necesitan, en cuyo listado efectivamente no figuran las cámaras de comercio ni las asociaciones profesionales, como la de los médicos huelguistas bolivianos, que reivindican el privilegio de trabajar tres o cuatro horas, en un país donde la mayoría trabaja el triple de eso. Sí figuran, por ejemplo, las personas con discapacidades, que por primera vez acceden a dignidad y cuidados, gracias a un programa levantado –con el apoyo de médicos cubanos/as- a nivel nacional en Ecuador, y que ya está siendo replicado en otros países.
Claro que estos breves ejemplos apenas colocan algunos titulares de un día a día mucho más complejo, que tiene como trama de fondo una disputa contra el capitalismo que no es apenas epistolar, sino material e ideológica, con actores concretos, intereses y relaciones de poder, que apenas empiezan a ser subvertidas, en un tablero en el que nunca se juega en solitario y, por tanto, las tácticas y sus resultados no dependen apenas de voluntades y menos aún de prescripciones del ‘deber ser’.
Las emociones no faltan en los países de cambio, como el proceso y factores de cambio no dependen de un guión político previo, ni de una línea trazada, ni de un grupo homogéneo, sino que la construcción colectiva y la búsqueda de consensos son casi el proceso mismo, o son por lo menos gravitantes para inclinar hacia lo nuevo la balanza de la disputa de sentidos, en unas sociedades cuyas reglas de juego previas se establecían en pos de la presunta inclusión ‘ineludible’ en el capitalismo globalizado.
En ninguna parte del mundo se consulta tanto al pueblo como por acá. Referéndums y votaciones, reinterpretados, actúan a la vez como espacios de concienciación y debate a gran escala, un ejemplo, la adopción de una ley para democratizar la comunicación en Ecuador, que ha involucrado al pueblo en hondas reflexiones sobre monopolios mediáticos, tecnologías, redistribución de frecuencias, con muchos argumentos, ante un bloqueo opuesto por la derecha y sectores de la ‘izquierda’, atrincherados detrás de la libertad de empresa y de ‘expresión’.
En estas mismas tierras, donde hace no mucho se gastaba años debatiendo, por ejemplo, sobre los precios del gas doméstico y luchando para que no suba el de la gasolina, ahora se debaten patrones energéticos y modelos alternativos, se habla de transición hacia el biopluralismo; se postulan el Sumak Kawsay – Suma Qamaña como horizontes civilizatorios de largo y amplio alcance; se construye el Socialismo del Siglo XXI, en una disputa real y contundente con los poderes imperialistas, que merodean armados, desplazan bases, fortifican territorios, infiltran, conspiran y mucho más. Claro que se podría hacer más y más rápido, acelerar procesos, radicalizar medidas y hasta inspirarse de algún sesudo recetario que tenga ‘la formula’ de un socialismo pret a porter, o aplicar alguna ‘receta’ para una inmersión súbita en el mundo del “deber ser”, pero se sacrificaría la noción de proceso participativo, con el riesgo nodal de que el pueblo, actor central de los procesos en marcha, no acompañe, y que esta experiencia histórica pase a ser parte de una amplia secuencia de experiencias grupales, ahogadas por el aterrizaje de unos cascos azules u otros equivalentes.
Felizmente, para las mayorías de por acá, no hay por donde perderse: la antes mencionada memoria del neoliberalismo reciente, la persistencia del capitalismo, del patriarcado y el neo colonialismo históricos, la omnipresencia mundial de las fuerzas del capital globalizado, del capital financiero, el militar, el corporativo transnacional, y otros, delinean un translucido panorama del contra qué y contra quién se lucha. De eso se desprende también que el Estado y el poder constituido no pueden encarnar el no capitalismo, pero sí encaminar los mandatos populares consensuados.
En las sociedades históricas, los referentes y los ciclos temporales se entrelazan y regeneran perenemente, es algo que se construye, por eso la transición no es en estos contextos un punto de llegada sino un camino. Es en esa vía y proceso que el I Encuentro de Ex Dirigentes Indígenas del Ecuador, celebrado a finales de abril último, en el que participaron unas/os cien líderes históricos que han fundado el tejido organizativo que existe ahora y protagonizado formidables luchas en pos de propuestas como las de Estado Plurinacional -hoy una posibilidad viable-, encaminó al Mashi [1] Evo Morales Ayma, primer Presidente originario de Abya Yala, el mandato de seguir adelante, a la vez que transmitió su respaldo en forma de una carta abierta [2] en la que se valora su práctica de ‘mandar obedeciendo’.
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