Buque de óxidos malvividos, sin desembarco que no sea estafa, sin más que una indigente especie, arrebatando las buenas conciencias, la excelsitud del ocaso, todas las fiestas valladas, tan obesas como funestas, tan propias de este hemisferio poblado de frío, hundiéndose mar adentro.
Buque de los historiales sin Historia, como un arponero abandonado a la sal del Ártico; plebeya navegación a la deriva, cúmulo de añoranzas hacinadas, dispuestas a la expiación que aguarda -entre la confusión de las olas- la tierra o el naufragio.
Entre conjuras y retornos, remolques y puertos, otro buque volverá a opacar la vida y volverán sus latas a sollozar el movimiento de unos espectros a cubierta, parias asistidos por tanta apatía humanitaria.
Esperando un destino, los instantes volverán a pasar –y llegará otra vez la corrosión de la amnesia, cuatrocientos desparecidos más, cuatrocientos tripulantes de la desdicha a bordo.