La actitud de los reformistas ante la barbarie capitalista

Volviendo a las consecuencia de la EEB, a los pequeños y medianos explotadores de trabajo ajeno en el sector ganadero, el Estado prometió compensarles por cada animal mayor de treinta meses que deberá ser sacrificado en previsión de evitar una epidemia humana. Pero a diferencia de las grandes empresas químicas fabricantes de los piensos envenenados -que al parecer se sienten satisfechos con lo que el gobierno les prometió a ellos- los empresarios ganaderos protestan y ya plantearon serias advertencias de que están dispuestos a desabastecer el mercado de carnes para que aumenten los precios, porque la subvención estatal que se les ofrece por animal sacrificado es bastante inferior al precio de mercado y esa situación les amenaza con la ruina.

Esto demuestra que el Estado burgués, no está al servicio de los intereses generales de los "ciudadanos" -una mercancía de uso ideológico por parte de los reformistas muy bien vendida por la burguesía- sino que obedece disciplinadamente a lo que manda la ley del valor. Y lo que prescribe cada vez más perentoriamente la ley del valor en el campo, es que se cumpla cuanto antes el proceso por el cual, el sector agrícola y ganadero quede casi por completo en manos de las empresas donde la eficiencia técnica se combina necesariamente con la más alta centralización del capital en funciones. Por tanto, el Estado burgués no está espontáneamente dispuesto a prolongar la vida de lo que tiene la sentencia de muerte anunciada. De ahí la lucha agónica de este sector de la burguesía.

Pero el cumplimiento de esta tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas en el agro y a la consecuente expropiación y proletarización paulatina de los pequeños capitalistas rurales inproductivos, debilita cada vez más a la clase burguesa frente a su clase subalterna fundamental, porque en la misma medida que resta base de sustentación social y política al conjunto de propietarios que viven del trabajo ajeno, contribuye a sumar, engrosar y fortalecer la de quienes sólo vivimos del nuestro. Tal es la contradicción insoluble necesariamente mortal de la sociedad burguesa, entre la irresistible fuerza objetiva de la ley del valor a poner el capital social global en manos de cada vez menos personas, y la necesidad subjetiva de seguir ejerciendo el poder político como condición de subsistencia de su sistema de vida, día que pasa más decadente.

En el prólogo a la primera edición alemana de "El Capital", Márx habla de la necesidad de descubrir las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad burguesa, como condición ineludible para poder inciar el proceso de trabajo político de su transformación revolucionaria, a la vez que contribuya a acelerar ese proceso lo más posible mitigando los dolores del parto comunista. Los partidos de la izquierda moderada, que aman la propiedad privada capitalista y al mismo tiempo odian tanto como temen sus lógicas e inevitables consecuencias, huyen de la previsión científica respecto de los fenómenos económicos y sociales como de la peste. Ellos inspiran su programa agrario, es decir, su estrategia en esta parcela de la realidad social, en la subsistencia de los pequeños patronos rurales, y su táctica política en la lucha por moderar los efectos económico-sociales del proceso de acumulación -hoy a la vista- previstos por Marx desde 1848.

El concepto que encierra la palabreja "tolerancia" -tan de andar por casa del centrismo burgués reformista- va dirigido tanto al gran capital como a los asalariados. Para decirlo en términos comparativos entre técnicas de proyección de imágenes pasadas por el filtro del realismo mágico, al no poder realizar su sueño de ver congelada fotográficamente la dinámica del capital, donde un león convertido en herbivoro aparezca eternamente pastando junto a un cordero, los reformistas optan por la técnica fílmica de proyectar políticamente la ley de la selva capitalista en cámara lenta. Se trata de prolongar lo más posible la coexistencia entre pequeños y grandes empresarios disfrutando el común negocio del bon vivant burgués a expensas del trabajo asalariado. Así es como llegan a juzgar barbaridades del capitalismo tales como la EEB o el uso de uranio empobrecido durante la intervención de la OTAN en Yugoslavia, con la hipocresía autocompasiva y rastrera de un marido deshonrado ante la evidencia de haber sido víctima de adulterio que, para salvar su relación marital prefiere ver a su esposa "un poquito" embarazada. En síntesis, que los reformistas sienten por el decadente sistema burgués, la misma piedad religiosa y el mismo amor enfermizo, que los cornudos conscientes y buenos católicos por la institución cada vez más anacrónica y podrida del matrimonio.

 

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