El divorcio entre producción y consumo

Ciento cincuenta años antes de lo que motiva este trabajo, el 7 de enero de 1848 Marx intervino durante una sesión pública de la Asociación Democrática de Bruselas, donde se refirió a la adulteración de alimentos. Pero antes de eso, expuso los efectos sociales del libre cambio por entonces muy en boga, fenómeno cuya esencia es la misma que subyace en lo que hoy se nos presenta envuelto en el neologismo eufemista de la "globalización". En tiempos de Marx, la globalización era el libre cambio a nivel internacional de los granos y las materias primas en general. La globalización de hoy el es librecambio sin fronteras de todas las mercancías, excepto la fuerza de trabajo. De ahí el problema -insoluble dentro del capitalismo- de las migraciones "ilegales", perfectamente legítimas incluso desde el punto de vista de la racionalidad humana más elemental: el sentido común. Éste es otro de los tantos fenómenos de la cada vez más decadente realidad actual del capitalismo tardío, que se agolpan ante las puertas de entrada al comunismo y actualizan la vigencia del pensamiento de Hegel puesto sobre sus pies por el materialismo histórico.

1 - La libre competencia y los avatares del salario

El secreto de los free-traders pro globalización de antes y de ahora, consiste en generalizar la competencia sin restricciones para que bajen los costos y los productos se vendan a los menores precios. Esta filosofía se hizo realidad por primera vez a mediados del siglo XIX en Inglaterra, aboliendo las leyes que en ese país autorizaban a gravar la importación de cereales con un impuesto cuya cuantía hacía económicamente imposible adquirir los procedentes de tierras más feraces en países como Argentina o Australia, donde se los producía más baratos. Esta política aduanera que protegía los intereses de los terratenientes ingleses, se traducía en que los trabajadores debían pagar precios más elevados por el pan y demás productos de primera necesidad fabricados con las materias primas agrarias inglesas protegidas impositivamente, de lo cual resultaba un menor poder adquisitivo de sus salarios, al tiempo que los capitalistas industriales ganaban menos porque el salario mínimo estaba por encima de lo que podría, de no existir las leyes cerealeras. De este modo, el arancel sobre los cereales actuaba en realidad como un impuesto sobre el salario y la ganancia capitalista en favor de la renta.

Dado que el grano extranjero más barato no podía entrar en el país, a medida que la población inglesa crecía, se tenían que poner en cultivo nuevas tierras menos fértiles, cuyo aprovechamiento requería más gastos que encarecían el producto. Y como la renta se obtiene de la diferencia entre el precio de mercado que fijan las tierras menos fértiles y el precio de producción en las tierras más feraces, cuanto más se extiende la frontera del territorio dedicado al trabajo rural, mayor es la parte del valor correspondiente a la riqueza rural producida que rapiñan para sí los terratenientes. Con la abolición de las leyes cerealeras descendería el precio de los productos agrarios y el salario real de los trabajadores industriales aumentaría a expensas de la renta, que disminuiría en términos absolutos porque dejarían de cultivarse los terrenos menos fértiles, provocando el menor enriquecimiento global de los terratenientes que se traduciría en mayores salarios y ganancia industrial. Tal fue el sentido de la profusa propaganda que los representantes de la burguesía industrial de entonces, partidaria del libre cambio en Inglaterra, difundían entre sus obreros para sumarlos a la "causa común" en contra de los terratenientes.

Los free-traders se limitaban a explicar los beneficiosos efectos inmediatos sobre el salario y la ganancia industrial de la libre competencia internacional sobre los cereales, pero omitían cuidadosamente referirse a los efectos de largo plazo. Marx dedicó su discurso del 7 de enero de 1848 a introducir este análisis escamoteado en la propaganda de los free-traders ingleses. En primer lugar reconoció que al retraerse la frontera territorial dedicada al cultivo de cereales, el descenso en su precio mercantil determinado por la libre importación de granos más baratos, ciertamente tiende a elevar el nivel de vida de los asalariados industriales, pero al mismo tiempo lleva la ruina a buena parte de los arrendatarios marginales que producen en las peores tierras inglesas, viéndose así forzados a emigrar a las ciudades para ofrecerse como mano de obra barata. Y dado el bajo desarrollo de las fuerzas productivas en aquella etapa todavía temprana o infantil del capitalismo, Marx advirtió que el ritmo de acumulación era lento -menor que el crecimiento vegetativo de la población- con lo que la magnitud del capital global en funciones resultaba insuficiente para emplear a la masa de asalariados disponible. De aquí dedujo que el contingente de arrendatarios marginales explusados del sector agrario no podrían sino ir a engrosar el preexistente ejército industrial de parados en las ciudades, aumentando la oferta excedente de mano de obra explotable en la industria urbana, que así presionaría todavía más sobre el sector de los empleados para que acepten trabajar más tiempo y a un mayor rítmo de explotación por menos salario nominal; esto explica, al contrario de lo que predicaban los burgueses liberales, que todo lo que los terratenientes perdían en concepto de renta y los obreros ganaban inmediatamente en poder adquisitivo a raíz de la importación de granos más baratos, pasaba finalmente a manos de la burguesía industrial que todavía estaba en condiciones de hacer descender los salarios muy por debajo del descenso de los precios agrarios:

<<Se comprende que toda la hipocresía de la burguesía urbana no contribuye a hacer que el pan sea menos amargo para los obreros.¿Cómo iban a creer los asalariados en la súbita filantropía de los fabricantes, si eran los mismos que no cejaban en su lucha contra la ley que estipulaba la reducción de la jornada de trabajo en las fábricas de doce horas a diez?Para que os formeis una idea de la filantropía de estos fabricantes, os recordaré, señores, los reglamentos establecidos en todas las fábricas:
Cada fabricante dispone para sus uso particular de un verdadero código, en el que se prescriben multas por todas las faltas voluntarias o involuntarias. Por ejempo, el obrero pagará tanto si tiene la desgracia de sentarse en una silla, si cuchichea, conversa o se ríe, si llega algunos minutos más tarde, si se rompe alguna parte de la máquina, si las piezas que entrega no son de la calidad requerida, etc., etc. Las multas son siempre superiores al daño causado realmente por el obrero. Y para que el obrero pueda fácilmente incurrir en multas, se adelanta el reloj de la fábrica, se les facilitan materias primas pésimas, con las que el obrero debe fabricar piezas de buena calidad. Se destituye al capataz que no posee la habilidad suficiente para multiplicar los casos de contravención. (...) Así, pues, el fabricante recurre a todos los medios para reducir el salario nominal y para sacar beneficios hasta de accidentes fortuitos que no dependen del obrero...>> (K. Marx: (Op. Cit.)

Este razonamiento, válido tanto para los productos del agro como para el resto de mercancías -incluída la mercancía fuerza de trabajo- confirma la ley primordial del libre cambio, según la cual, la competencia o libre juego entre la oferta y la demanda, reduce el precio de las mercancías hasta el mínimo coste social de su producción. En el caso de la mercancía fuerza de trabajo, el mínimo coste social de su producción está determinado históricamente por el precio de lo que en cada momento hace falta a los asalariados para trabajar en condiciones óptimas de rendir una determinada ganancia para sus patrones. ¿Quiere esto decir que los trabajadores bajo el capitalismo recibirán siempre este mínimo histórico? No. Habrá momentos -que coinciden con las fases expansivas de la economía capitalista- en que reciban más, pero este aumento nunca llegará a saldar en más de lo que reciben por debajo del mínimo durante las fases depresivas:

<<Esto quiere decir que, en un determinado lapso de tiempo, que es siempre periódico, en el ciclo que recorre la industria, pasando por las fases de prosperidad, de superproducción, de stagnación y de crisis, la clase obrera, si se cuenta todo lo que recibe por encima de lo necesario y todo lo que recibe de menos- no tendrá en suma ni más ni menos que el mínimo; es decir, la clase obrera se conservará como clase a pesar de todas las calamidades y de la miseria sufridas, a pesar de los cadáveres dejados sobre el campo de batalla industrial. Pero, ¿qué importa? La clase subsiste y, lo que es mejor aún, crecerá en número...>> (Op. Cit.)

2 - Producción para el mercado y adulteración de alimentos

Pero esto no es todo, advertía Marx en su disertación, porque, según progresa el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, la industria produce medios de subsistencia menos costosos y saludables y hasta nocivos para la salud, que abaratan cada vez más el salario con el consecuente aumento del plusvalor por unidad de tiempo empleado en su producción, de lo cual se infiere que los asalariados están condenados a participar de una parte cada vez menor en el producto de su trabajo a expensas de su salud y la de los suyos. Así como en aquellos tiempos el aguardiente reemplazó a la cerveza, el algodón a la lana y el lino, y la patata al pan, ahora, la adulteración de casi todos los productos alimenticios, desde el pan y el agua hasta la leche y derivados, pasando por los aceites, las carnes y las golosinas, es algo usual que a menudo escapa a todo control y evaluación científica necesariamente previa a la decisión económica de fabricar y vender, para evitar posibles noxas sociales. Muy al contrario, la competencia del mercado determina que el único criterio "racional" bajo el capitalismo es el económico, basado en la propensión universal a bajar sin escrúpulos de ninguna índole los costes de producción unitarios, para obtener una mayor rentabilidad empresarial, prioridad que excluye cualquier consideración ex ante acerca de las consecuencias para la salud humana de esos medios materiales empleados con arreglo a exclusivos fines económicos precisos.

En "El Capital" -punto 4 correspondiente al capítulo II del Libro I- Marx demuestra que, bajo el capitalismo, el mundo de las mercancías es el resultado de una específica división social del trabajo entre una multiplicidad de capitalistas, quienes actuando independientemente los unos de los otros, determinan qué se ha de producir en cada momento de las distintas mercancías por ellos fabricadas; y no solamente decide cada uno qué se producirá y cómo sin saber lo que, al mismo tiempo, deciden producir los demás, sino especialmente cuanto; y dada semejante anarquía de la producción determinada por la división capitalista del trabajo, la oferta y la demanda normalmente no coinciden y, cuando lo hacen, no es por lógica necesidad sino por puro azar.

Dicho en términos más precisos: para efectivizar la ganancia, las mercancías producidas deben ser vendidas; y tal como está presupuesta la división del trabajo entre los capitalistas, la parte de la sociedad a la cual le corresponde emplear trabajo social en la fabricación de esas mercancías, deberá disponer de un poder de compra equivalente al valor o precio de los productos que satisfagan sus necesidades. Pero el caso es que, bajo el capitalismo, entre la oferta (producción) y la demanda (consumo) no hay una conexión o correpondencia necesaria, sino solamente casual.

Bajo semejantes condiciones, pese a que cada cantidad de una clase determinada de mercancías contenga el trabajo social -y su correspondiente ganancia- requeridos para su producción (por ejemplo: mil millones de unidades monetarias), puede ocurrir -y así ocurre normalmente- que ese tipo de mercancía se produzca en una medida que excede a las necesidades solventes de la sociedad, esto es, de los demandantes con capacidad adquisitiva; en ese caso, la masa de mercancías ofrecidas representará en el mercado una cantidad de trabajo social menor (por ejemplo: quinientos millones). En consecuencia, esas mercancías deberán malvenderse, en nuestro caso, a la mitad o menos de su valor de mercado, y una parte de las mismas incluso hasta puede tornarse invendible, lo cual significa que se habrá dilapidado una parte del trabajo social realizado. Este despilfarro en modo alguno explica las crisis económicas del sistema, como es creencia generalizada entre los círculos intelectuales de la izquierda donde se difunde esta falacia de "sentido común" en nombre de Marx. En todo caso no va más allá del lucro cesante en perjuicio de la fracciónes burguesas víctimas de semejante despropósito. (2)

De lo contrario, si el valor creado por el volúmen del trabajo social empleado en la producción de determinada clase de mercancía fuera demasiado pequeño en relación con su particular demanda solvente, el precio de mercado de esa particular mercancía aumentaría por encima de su valor de mercado y sus productores obtendrían un ganancia extraordinaria hasta tanto la afluencia de productores al mercado de ese producto tienda a aumentar su oferta. Pero ésta última es una circunstancia excepcional. Normalmente, dado que lo que motiva el comportamiento de los patrones capitalistas bajo este sistema social no son las necesidades sociales sino la ganancia, aun cuando jamás se producen demasiados medios de subsistencia para satisfacer las necesidades de toda la población, la tendencia dominante es a producir en exceso respecto de los demandantes con capacidad de pagar por ellos. Tal es la contradicción despilfarradora del capitalismo, el agujero negro por el que numerosos patronos capitalistas ineficientes son periódicamente arrastrados hacia el sumidero de la ley del valor junto con sus asalariados.

Lo que queremos significar con esta breve disquisición acerca de los efectos sociales de la división capitalista del trabajo social, es que el móvil de la ganancia provoca el divorcio entre la producción y las necesidades sociales, generando un proceso en el que la previsión y el necesario control predeterminante de lo que se produce son pautas por completo ajenas al sistema, donde el mercado se encarga de corregir a toro pasado las consecuencias económicas y sociales de los desajustes periódicos entre producción y consumo:

<<Solo cuando la producción se halla bajo un control predeterminante real de la sociedad (socialista), ésta crea conscientemente) la relación entre el volúmen del tiempo de trabajo social aplicado a la producción de determinados artículos, y el volumen de la necesidad social que ese artículo debe satisfacer>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. X. Lo entre paréntesis y el subrrayado son nuestros)

Esto quiere decir que en el momento de ser fabricados, los productos del trabajo social bajo el régimen asalariado capitalista son todavía una mera entelequia económica y social que no tienen la posibilidad de adquirir realidad (incluída su posible carga letal), sin antes confrontarse unos con otros en el mercado. Históricamente esto empezó a ser así cuando la cantidad de intercambios en el seno de la sociedad feudal provocó el cambio cualitativo que generalizó prácticamente el concepto de mercancía y la mayor parte de los productos del trabajo social fueron convertidos en valores económicos socialmente divorciados de la utilidad que les sirve de soporte matetrial, hasta el punto de que en el acto mismo de su fabricación ya está presupuesta la intención no de consumirlos, sino de llevarlos al mercado para su enajenación con arreglo a la obtención de una ganancia. (3)

Es ahí, en el mercado, donde los productos del trabajo colectivo deben probar, en primer lugar, su utilidad, su mayor o menor capacidad (calidad) para satisfacer una necesidad determinada; en segundo lugar, su eficacia como valores económicos puros, en cuyo volumen se encierren o contengan los menores costes o las menores magnitudes posibles de valor como partes del trabajo social dentro de la división capitalista del trabajo determinada por la propiedad privada de los medios de producción y la consecusión de la ganancia individual. Es en el mercado, pues, donde los productos supuestamente útiles para la vida humana y fabricados a los menores costes económicos, imponen su venta o realización como tales, requisito sin el cual los productos no se venden y, por tanto, no se concreta o efectiviza la ganancia ni el consumo, esto es, no adquieren realidad desde el punto de vista del modo de vida capitalista:

<<En otras palabras: de hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo social en su conjunto, sino por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre los productores. (...) Es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme (como trabajo abstracto o indistinto), separada se su objetividad de uso socialmente diversa (en tanto objetos útiles). Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor, sólo se efectiviza en la práctica, cuando el intercambio ya ha alcanzado la extensión y relevancia suficientes como para que se produzcan cosas útiles destinadas al intercambio, con lo cual, pues, ya en su producción misma se tiene en cuenta el carácter de valor (mercantil) de las cosas. A partir de ese momento, los trabajos privados de los productores adoptan de manera efectiva un doble carácter social. Por una parte, en cuanto trabajos útiles determinados, tienen que satisfacer una necesidad social determinada y, con ello, probar su eficacia como partes del trabajo global, del sistema natural caracterizado por la división social del trabajo (basada en la propiedad privada de los medios de producción). De otra parte, sólo satisfacen las variadas necesidades de sus propios productores, en la medida en que todo trabajo privado particular, dotado de utilidad, es pasible de intercambio por otra clase de trabajo privado útil que, por tanto, le es equivalente ( si no se intercambian no se pueden consumir.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro primero cap. II punto 4. Lo entre paréntesis es nuestro)

Pero el caso es que, con el progreso de la fuerza productiva del trabajo social, el divorcio originario entre el valor de uso y valor de cambio de las mercancías, provoca el abandono del consumo como una finalidad de la vida social para convertirse en un medio para la realización de la ganancia capitalista. El origen lógico e histórico del terror inducido por las consecuencias de la cada vez más frecuente adulteración criminal en lo que se produce ante la vista gorda de los poderes públicos, está en este divorcio consustancial al sistema capitalista entre valor de uso y valor de cambio. En un principio, esta hipóstasis subversiva de la racionalidad humana más elemental entre producción (de plusvalor) y consumo, empezó por la falsificación más o menos inocua de los alimetos y demás vicios ocultos en el conjunto de la producción social. En su obra fundamental Marx ha dejado un testimonio revelador de la época sobre este particular:

<<La increíble adulteración del pan, particularmente en Londres, fue puesta al descubierto por primera vez por la Comisión "sobre la Adulteración de Alimentos", designada por la Cámara de los Comunes, y por la obra del doctor Hassall "Adulterations Detected". El resultado de estos descubrimientos fue la ley del 6 de agosto de 1860 "for preventing the adulteration of articles of food and drink" ["para impedir la adulteración de comestibles y bebidas"], una ley inefectiva ya que daba muestras de la máxima delicadeza para con el freetrader [librecambista] que se propone "to turn an honest penny" [obtener un honrado penique] mediante la compra y venta de mercancías adulteradas. La propia comisión, más o menos candorosamente, formuló su convicción de que el comercio libre significaba comercio con sustancias adulteradas o, como las denominan ingeniosamente los ingleses, "sustancias sofisticadas". Esta clase de "sofística", no cabe duda, sabe mejor que Protágoras convertir lo negro en blanco y lo blanco en negro, y mejor que los eleáticos. demostrar ad oculos [a ojos vistas] la mera apariencia de todo lo real. De todos modos, la comisión atrajo la mirada del público sobre su "pan de cada día", y con ello sobre la panificación. Al mismo tiempo, en mítines públicos y peticiones resonó el clamor de los oficiales panaderos londinenses contra el exceso de trabajo, etc. Ese clamor se volvió tan apremiante que se designó comisionado investigador real al señor Hugh Seymour Tremenheere, miembro, asimismo, de la varias veces citada comisión de 1863. Su informe, acompañado de declaraciones testimoniales, no conmovió el corazón sino el estómago del público. El inglés, versado en las Sagradas Escrituras, sabía bien que el hombre al que la predestinación no ha elegido para capitalista, terrateniente o beneficiario de una sinecura, está obligado a ganarse el pan con el sudor de su frente, pero no sabía que con su pan tenía que comer diariamente cierta cantidad de sudor humano mezclado con secreciones forunculosas, telarañas, cucarachas muertas y levadura alemana podrida, para no hablar del alumbre, la arenisca y otros ingredientes minerales igualmente apetitosos. Sin miramiento alguno por Su Santidad el "Freetrade", se sujetó la panificación, hasta entonces "libre", a la vigilancia de inspectores del Estado (hacia el final del período de sesiones de 1863), y por la misma ley se prohibió que los oficiales panaderos menores de 18 años trabajaran entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana. En lo atinente al trabajo excesivo en este ramo industrial de tan patriarcales y gratas reminiscencias, esa última cláusula tiene la elocuencia de varios volúmenes. ("El Capital" Libro I Cap. VIII punto 3)

Pero con el progreso de la acumulación, la contradicción entre producción y consumo acabó subvirtiendo por completo el concepto mismo de necesidad. La expresión más extrema y trágica de esta subversión bajo el capitalismo, se revela en la compra-venta y uso generalizado de los estupefacientes, donde la drogodependencia pasa por ser una necesidad social más entre otras y hasta tiende a ser entendida por amplios círculos intelectuales que acompañan complacientes la decadencia del sistema, como una legítima expresión del progreso humano. De este modo, el concepto de lo necesario para la vida humana se sustituye por el puro deseo y el consecuente gusto o satisfacción inmediata de lo que se consume, desvirtuandose hasta configurar toda una cultura de masas basada en la más absoluta degradación de la voluntad personal asociada con la muerte. Es en este contexto donde se explica en toda su significación la llamada "enfermedad de las vacas locas", un componente más de este culto autotanático consustancial al sistema de vida burgués. Como que el capitalismo es el predominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, del pasado sobre el presente y el futuro. En terminos de Marx: "la vida semoviente de lo muerto".

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notas

2.- Si de verdad las crisis obedecieran al egoísmo incontrolado de los capitalistas que en su avidez de ganancias desvinculan la producción del consumo de mercancías, el problema podría solucionarse como vienen preconizando en todo el mundo formaciones políticas como I.U. en España, al insistir en su estrategia de conciliar el artículo 33 de la Constitución española que consagra la propiedad privada capitalista, con el 131 que habla de la planificación económica. Se trata simplemente de aplacar o contener, la "avidez" de algunos malos granburgueses, conciliando por vía democrático parlamentaria una ganancia capitalista moderada con las necesidades de los trabajadores.

A todos estos representantes de la teoría subconsumista de las crisis -originaria del economista pequeñoburgués Rdbbertus- que dicen hablar en nombre del marxismo, Marx les llamaba "caballeros del ‘sencillo’ sentido común":

<<Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los indigentes) o el del "pillo". Que las mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo productivo o individual. Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del "sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues que la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis.>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX)

Para poner en su sitio estas auténticas imposturas teóricas con fines políticos que nada tienen que ver con el marxismo y con el socialismo, hay que empezar por aclarar de qué "superproducción" habla Marx para explicar el movimiento causal de las crisis. Desde luego, la única superproducción de mercancías que Marx implica en su teoría de las crisis, es la que corresponde a los elementos del capital productivo (constante y variable), no a las mercancías de consumo final individual:

<<Por ello, la superproducción de capital, y no de mercancías individuales - pese a que la superproducción de capital implica la superproducción de mercancías - no significa otra cosa que la superproducción de capital (...) Una superproducción de capital jamás significa otra cosa que una superproducción de medios de producción y medios de subsistencia que puedan actuar como capital, es decir, que puedan ser empleados para la explotación del trabajo con un grado de explotación dado...>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV)

Para Marx, el carácter del capitalismo consiste en acaparar o acumular la mayor cantidad posible de plustrabajo y, por tanto, materializar con un capital dado el mayor tiempo posible de trabajo directo, alargando la jornada de labor y/o disminuyendo los costes salariales mediante el desarrollo de la productividad del trabajo, el empleo de la cooperación, la división del trabajo, la maquinaria, el empleo de la ciencia a tales efectos, etc. Esto se traduce en la constante tendencia a la producción en gran escala que supera de modo permanente las posibilidades de la demanda solvente, esto es, del mercado de bienes de consumo final. Sobre esta base, es una ley del capitalismo que el mercado se amplíe más lentamente que la producción, con lo que el estado permanente de la sociedad capitalista es el de la superproducción de mercancías. Esto explica que sus escaparates a lo largo y ancho del planeta estén siempre bien provistos aunque centenares de millones no tengan poder adquisitivo para comprar. Por tanto, pensar que las crisis capitalistas se producen por la superproducción de mercancías respecto de la demanda solvente lleva lógicamente a concluir que el estado normal del capitalismo es el de crisis permanente, algo que nada tiene que ver con la evidencia empírica que nos ofrece el sistema.

En realidad, la superproducción de mercancías de consumo individual que se pregona en nombre de Marx como causa de las crisis, se hace manifiesta bajo la forma de sobresaturación cuando ya ha estallado la crisis, en plena depresión del sector de la industria de medios de producción. Dado que la reproducción ampliada de capital supone la acumulación de los medios de producción, el pasaje de la expansión a la crisis comienza a operarse antes en las industrias productoras de maquinaria y materias primas que en las de bienes de consumo individual. Lo mismo ocurre a la salida de la depresión, donde la sobresaturación del mercado de los bienes de consumo individual no remite hasta bien entrada la reanimación de la producción de capital, cuyas sucesivas rotaciones en dirección a una nueva expansión, reciben todo su impulso desde la fase del capital productivo, no desde la demanda solvente de los consumidores finales. Es la superproducción de bienes de consumo productivo por parte de los capitalistas lo que provoca la crisis. No lo que aquél minero comunista polaco veía erróneamente en el hecho de que muchas familias como la suya no podían comprar carbón. Bajo el capitalismo, los artículos de consumo más importantes son los de consumo productivo (maquinaria y materias primas), y es la superproducción de estos bienes lo que origina las crisis, no a la inversa, como lo sugieren quienes aplican el "simple sentido común" a la economía política. De hecho, la mayor parte del trabajo anual en la sociedad capitalista se gasta en la producción de capital constante para la producción de maquinaria y materias primas, mercancías cuyos consumidores no son obreros sino capitalistas industriales. Por tanto, es también mucho mayor el intercambio de mercancías entre los capitalistas que entre éstos y los obreros. Y es en el mercado de bienes de producción donde se manifiesta la superproducción de mercancías que da lugar a las crisis.

<<El obrero sólo puede comprar, incorporarse a la demanda, con respecto a las mercancías que entran en el consumo individual, ya que él mismo no valoriza su trabajo ni posee tampoco, personalmente, las condiciones para su realización, los medios de trabajo y el material para trabajar. Lo cual elimina ya a la mayor parte de los productores (a los trabajadores mismos allí donde la producción ha adquirido su desarrollo capitalista) como consumidores, como compradores. (Los trabajadores) no compran materias primas ni medios de trabajo; compran solamente medios de vida (mercancías que entran directamente en el consumo individual). Nada por tanto más ridículo que hablar de identidad entre productores y consumidores, ya que en una cantidad extraordinariamente grande de trades (negocios) -todos aquellos que no se dedican directamente a los artículos de consumo- la inmensa mayoría de quienes intervienen en la producción se hallan absolutamente marginados de la compra de lo producido por ellos mismos. No son consumidores directos ni compradores de esta gran parte de productos en cuya producción intervienen como asalariados. (K. Marx: "Teorías sobre la plusvalía" T.II. Cap. XVII -11)

<<La sociedad capitalista emplea una parte más considerable de su trabajo anual disponible en producir medios de producción (ergo, en producir capital constante), los cuales no se pueden resolver en rédito ni bajo la forma del salario ni bajo la del plusvalor, sino que pueden únicamente funcionar como capital>> (K. Marx: "El Capital " Libro II Cap. XX) GPM: "Teoría marxista de las crisis capitalistas" Crisis capitalistas y educación política tradicional de la vanguardia obrera

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3.- Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, volvamos por un momento a la lógica del pasaje entre la posibilidad abstracta y la posibilidad real. Tomemos el producto de un trabajo concreto cualquiera, por ejemplo: un cojín. Es una existencia en general. Pero no una existencia inmediata porque no es un producto directamente natural sino que entre la naturaleza y ese objeto media el trabajo, tiene incorporada la actividad socialmente productiva del ser humano. Ya hemos visto que, en la sociedad preclasista, los productos del trabajo se presentaban como una identidad de contenido social inmediatamente real y directamente inteligible, entre la actividad productiva y la realización de su producto por el uso o consumo. En efecto, cuando un objeto se fabrica y consume o usa directamente por sus mismos productores, producción y consumo constituyen una identidad de contenido social indisoluble, porque son los mismos sujetos colectivamente organizados quienes sienten la misma necesidad y se abocan colectivamante a realizarla, donde lo socialmente necesario es inmediatamente posible y real o realmente posible.

En la sociedad de clases, por el contrario, esta identidad de contenido social se rompe. En primer lugar, porque la gran masa de los productores directos son separados (expropiados) de sus medios de producción, de modo que el producto también deja de pertenecerles; en segundo lugar, porque con el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, los excedentes del consumo determinan que la sociedad humana pase a organizarse en base a la propiedad privada, la división social del trabajo y el intercambio. Entre la producción y el consumo social se interponen los actos de compra-venta. Aparece el mercado.

Bajo estas nuevas condiciones, la posibilidad de que un producto del trabajo cualquiera exista y que esa existencia se haga socialmente necesaria y por tanto real, eso es algo que depende del mercado. Así, como existencia en general, como actividad concreta, útil, el ser del trabajo asalariado contenido en el cojín es una posibilidad formal o abstracta. ¿Por qué? Hegel contesta a esta pregunta diciendo que, como exterioridad, como existente, en su devenir como "ser en sí" (valor de uso), el trabajo es idéntico consigo mismo, porque al reflejarse en su producto, en su existencia –en la medida en que es el resultado de un plan y de una acción consecuente- su esencia y su existir no se contradicen. Tal es el principio de todo existente en general. En el pasaje citado de la lógica de la esencia Hegel dice que:

<<La esencia es el ser (inmediato) superado (por el trabajo pero en su inmediatez). Es la simple igualdad consigo misma ...(el trabajo que se ve reflejado en la cualidad de su producto)

En este ser inmediato ya hay una realidad: la del trabajo social, pero en la media en que esta realidad no se manifiesta sino que permanece hundida (reflejada dice Hegel) en la forma del producto, en una relación de identidad con él, la posibilidad de ser de esta realidad social (del trabajo) es meramente formal. Sin embargo, lo posible en la sociedad de mercado contiene algo más que el puro principio de identidad entre el trabajo concreto y su valor de uso. También es valor mercantil o trabajo abstracto. Y esto supone la contradicción, esto es, la ruptura de su originaria identidad de contenido entre trabajo concreto y valor de uso, entre producción y consumo y por tanto, la imposibilidad de llegar a ser real (que se presenta cuando lo que ha costado supera el trabajo socialmente necesario para su producción):

<<...Por consiguiente, la posibilidad en ella misma, (de la esencia, el ser del trabajo puesto en el producto como mercancía) es también la contradicción, o sea, la imposibilidad>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Cap. II A.)

De aquí se desprende que todo lo real, o sea, lo que existe y tiene puesta su esencia (el pensamiento en Hegel, el trabajo social en Marx), es posible que exista, pero como contingente y accidental, es decir, que puede ser o no y de diferentes maneras. Aquí, la posibilidad y la existencia corren juntas para dar sentido a lo accidental o contingente:

<<Esta unidad de la posibilidad y de la existencia constituye la accidentalidad o contingencia. Lo contingente es un existente, que al mismo tiempo se halla determinado sólo como posible...>> (Ibíd)

Lo que nos dice Hegel aquí es que la posibilidad de que el ser cojín del trabajo llegue a ser efectivamente real, antes de confrontarse en el mercado es accidental o contingente. Es una posibilidad formal en tanto el ser del trabajo permanece hundido en su ser inmediato o valor de uso.

Ya hemos visto que el ser del trabajo sale de "sí mismo" para manifestarse o exponerse en la relación de cambio con las demás mercancías, en el mercado. Aquí en la esfera de la circulación, en el mercado, es donde la dialéctica intercapitalista opera mediante lo que aparece como lucha social entre mercancías por llegar a realizarse. Este es el terreno y las circunstancias donde el ser del trabajo enajenado en cada mercancía alcanza la posibilidad real de hacer efectivo su valor:

<<La posibilidad formal es la reflexión en sí, sólo como identidad abstracta (entre trabajo concreto y valor de uso) que consiste en que algo no se contradiga en sí. Pero cuando empezamos a averiguar las determinaciones (del valor mercantil), circunstancias (relaciones de cambio) y condiciones (las que impone el mercado) de una cosa, para reconocer mediante éstas su posibilidad, no nos detenemos ya en la posibilidad formal, sino que consideramos su posibilidad real (...) La posibilidad real de una cosa es, por consiguiente. La existente multiplicidad de circunstancias que se refieren a ella>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la Lógica" Libro II Cap. 2)

Si una mercancía no se vende, es porque la cantidad de trabajo que contiene no es socialmente necesaria y, por tanto, irreal. Es posible que exista como producto del trabajo, pero al ser relativamente más cara y/o de inferior calidad, no llega a ser socialmente necesaria y, por tanto, real. Su razón de ser no se realiza. El solo hecho de existir como "ser en sí" del trabajo social enajenado, en lo inmediato, antes de someterse a la prueba del mercado, el cojín, por lo que es "en sí mismo", no tiene la garantía de ser real sino meramente posible.

Por último, suponiendo que el ser del trabajo como cojín, esto es, la relación técnica que le ha dado existencia, alcance la realidad efectiva comprendida en su concepto (trabajo socialmente necesario para producirlo), determinado por el mercado, llega un momento en que ese ser del trabajo, es superado por una nueva racionalidad social de la actividad productiva en progreso incesante (la actividad del pensamiento en Hegel). A partir de ese momento, el cojín, tal como había sido concebido y vino siendo fabricado, deja de ser efectivamente real para convertirse en una realidad actual, cuya posibilidad es accidental y contingente. Ese producto sigue teniendo en sí mismo su razón de ser y puede seguir existiendo económicamente, esto es, puede seguir realizándose, pero como realidad actual, porque en el mercado ya ha aparecido otro ser cojín del trabajo social que contiene una racionalidad superior:

<<Tras la adopción en Inglaterra del telar de vapor, por ejemplo, bastó más o menos la mitad de trabajo que antes para convertir en tela determinada cantidad de hilo. Para efectuar esa conversión, el tejedor manual inglés necesitaba emplear ahora exactamente el mismo tiempo que trabajo que antes, pero el producto de su hora individual de trabajo representaba únicamente media hora de trabajo social, y su valor disminuyó, por consiguiente, a la mitad del que antes tenía.>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. 1 punto1)

El "viejo" cojín sigue teniendo en sí mismo su esencia, la razón de su existencia. Puede, incluso –y de hecho asi sucede regularmente- que esta mercancía se siga vendiendo. Para referirse a esta circunstancia según vimos más arriba Hegel utiliza indistintamente dos expresiones: "realidad efectiva inmediata" o "realidad actual". En este sentido, la razón técnica ya obsoleta del viejo cojín, empieza a dejar de ser necesaria para devenir más y más económicamente irracional, hasta que deja de existir cuando el trabajo socialmente necesario (el pensamiento según Hegel) le ha atravesado por completo, le ha superado para realizarse según un nuevo concepto, según una racionalidad técnica y social superior. Esto en la economía política sucede cuando una misma necesidad pasa a ser masivamente satisfecha con un nuevo producto de igual o superior calidad y más barato.

Este suele ser un proceso cuyo cumplimiento depende de pautas sociológicas y culturales propias de cada país, región o rama de la producción; atavismos que retardan la sustitución de técnicas ya obsoletas en la utilización de los medios de trabajo e insumos; prejuicios de diversa índole sobre marcas y calidades del producto de uso habitual, preferencias por lo barato, fidelidad a una marca, intervención publicitaria de la competencia, etc. Todas estas circunstancias se traducen regularmente en obstáculos a la generalización en el uso o consumo de lo que la necesidad determinada por el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social tiende a que se haga efectivamente real. Este juego de oposición mercantil entre el empuje de lo necesario y las resistencias de lo contingente –que no se agota o explica por la simple oposición entre marcas de fábrica- corresponde al terreno de los estudios de mercado y las técnicas de comercialización, donde se registran ilustrativas experiencias contrastadas. GPM: "Hegel, Marx y la dialéctica". De la posibilidad a la necesidad

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