VOLUNTAD DE PODER Y VALOR COMO CONSERVACIÓN Y AUMENTO DE VIDA Y PODER

El cristianismo irrumpió en Europa durante la etapa del decadente imperio Romano, ofreciendo un ideario filosófico de cuño religioso-monoteísta-piadoso, en contraste con la implacable crueldad extramoral de las múltiples deidades romanas representativas de las fuerzas naturales y demás fenómenos de la sociedad de la época. Con este bagaje filosófico que cautivó a las clases subalternas, la incipiente casta sacerdotal congregada en torno al mito de Cristo crucificado para la salvación universal de las almas, acabó subvirtiendo el espíritu de jerarquía entre los distintos dioses paganos y entre los aristócratas romanos en el ejercicio de su poder omnímodo sobre los esclavos.

El ideario religioso-filosófico que justificó a la nueva minoría cristiana en el poder de señores feudales y clérigos fue:
1) que todos los seres humanos tienen alma, un don celestial y hálito de dignidad distintivo del resto de los animales, y del que, a excepción de Dios, nadie puede disponer omnímodamente: prohibición expresa de la esclavitud;
2) que en tanto almas, todos los seres humanos son iguales ante la Dios, cuyo fundamento moral de obligado cumplimiento sin distinción de jerarquías en el siguiente orden es: la fe en el dios creador, la esperanza en alcanzar su reino, y la caridad entendida como principal virtud teologal en tanto materialización del amor al prójimo: tres cuartas partes de la Biblia están dedicadas a la glorificación de los pobres.

Por tanto, todo un progreso de los seres humanos como parte de la naturaleza, a la vez que separado de ella como fuerza social productiva transformadora con sentido de progreso material y espiritual, desde la perspectiva histórica, hoy científicamente previsible, de alcanzar la igualdad social real.

¿Qué hizo el moderno iluminismo de base material capitalista con el cristianismo? Transformarlo dando un paso más hacia el progreso de la racionalidad humana. Empezando por proclamar a los seres humanos personas en tanto que almas, pero no puras ni con libre albedrío para cumplir o no con la ley de Dios, sino como almas propietarias dotadas, por tanto, de voluntad para disponer libremente de todo lo que sea suyo, ya sean bienes materiales o su relativo cuerpo (John Stuart Mill), legitimando así la expansión del trabajo asalariado para los fines de la acumulación de capital, fenómeno éste que a mediados del siglo XIX se hallaba ya bastante consolidado, y por el que Nietzsche es de lamentar que no mostrara el menor interés intelectual.

O sea, que el principio feudal de igualdad celestial de las almas puras ante el reino del dios judeo-cristiano —vigente bajo el predominio de las relaciones interpersonales de dominio señorial directo, aunque no ya omnímodo sobre su servidumbre— fue derogado por la burguesía para consagrar en su lugar el principio de que todos los seres humanos entendidos como almas propietarias, son iguales no ya, pues, ante la Ley de Dios, sino ante la Ley terrenal de la burguesía, convertidos así, además de propietarios libres de disponer de lo que es suyo dentro de la sociedad civil capitalista, en ciudadanos formalmente iguales al interior de la Comunidad Política o Estado de tipo social burgués.

Sin duda, un avance en la línea-vectorial típica de desarrollo de la sociedad Occidental, que así la denominó Engels para distinguirla de la línea de desarrollo específica precedente inaugurada por el “modo de producción asiático”.

Su inveterado irracionalismo aristocrático-señorial-Romano, impidió a Nietzsche ubicarse desde esta necesaria perspectiva vectorial del ser humano moderno en la historia de Occidente, según la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas sociales productivas y las relaciones de producción que éstas se dieron en cada período, algo que fue previsto por Marx tras desarrollar la lógica del doble carácter del trabajo contenido en la mercancía. La esencia política de la perspectiva histórica circular como una noria, que Nietzsche denominó “Eterno retorno de lo mismo”, se reduce a propugnar la regresión política de la vida humana a la sociedad aristocrática romana —aunque inconfesadamente sobre base material burguesa— para impedir la consumación de la perspectiva histórica lineal objetivamente igualitaria y progresiva del género humano civilizado. Tal es la estrategia política contrarrevolucionaria de Nietzsche, que subyace a la supuesta “transvaloración de todos los valores” a instancias de la “voluntad de poder”:

<<Un hombre que dice: “Esto me agrada, esto yo me lo apropio y quiero protegerlo y defenderlo contra todos”; un hombre que puede sostener una causa, cumplir una decisión, guardar fidelidad a un pensamiento, retener a una mujer, castigar y abatir a un temerario; un hombre que tiene su cólera y su espada, y al cual los débiles, los que sufren, los oprimidos, también los animales, se allegan con gusto y le pertenecen por naturaleza, en suma, un hombre que por naturaleza es señor, —cuando un hombre así tiene compasión, ¡bien!, ¡esa compasión tiene valor! ¡Qué importa, en cambio, la compasión de los que sufren, ¡O de los que incluso predican compasión! Hay hoy en casi todos los lugares de Europa una sensibilidad y una susceptibilidad morbosas para el dolor, y asimismo una repugnante incontinencia en la queja, un enternecimiento que quisiera adornarse con la religión y con los trastos filosóficos para parecer algo superior, —existe un verdadero culto del sufrimiento. La falta de virilidad de lo que en tales círculos de ilusos se bautiza con el nombre de compasión es lo primero que, a mi parecer, salta siempre a la vista. —Hay que desterrar con energía y a fondo esta novísima especie del mal gusto; y yo deseo en fin que, para combatir esto, la gente se ponga en el corazón y en el cuello el buen amuleto del «gai saber», —la «gaya ciencia», para aclararlo a los alemanes>>. (F.W Nietzsche: “!Más allá del bien y del mal” §293).

Aquí surge con total claridad lo que para Nietzsche es el valor supremo de la vida; es el punto de vista —imaginarse a un animal de rapiña— que con sus dos ojos al frente y como diría Spengler los fija en un solo punto y dice: “esto yo me lo apropio porque me apetece”. Tal es, para Nietzsche, el valor, lo verdadero, el principio o sustancia que está en la “voluntad de poder”. En tal sentido, todo ente o cosa carece de valor, mientras no es considerado desde la perspectiva y punto de vista de la voluntad de poder. Por consiguiente, la “voluntad de poder” es el principio activo de la “transvaloración de todos los valores”.

Desde la perspectiva de la modernidad, los valores supremos de lo suprasensible predominaban sobre lo sensible: la verdad o esencia de las cosas determinada por el pensamiento científico; el “deber ser” kantiano determinado por la moralidad imperante. Esto es metafísica, la determinación del comportamiento humano por lo suprasensible respecto de lo físico, de lo sensible.

La “transvaloración de todos los valores” significa subvertir toda esta concepción del Mundo y de la vida, o sea, lo que Nietzsche propone ante el “nihilismo integral pasivo” que niega a la decadente sociedad postmoderna sin dar alternativa, es un “nihilismo activo”, donde no es que lo sensible pase a predominar sobre lo suprasensible, sino que suprime lo suprasensible o espiritual despóticamente. Esto es lo que para Nietzsche —no ya significa— sino que implica la frase: “Dios ha muerto”. El transito del “nihilismo integral pasivo” como desvalorización de todos los valores, al “nihilismo activo” o positivo como transvalorización de todos los valores, éste es el resultado de la “voluntad de poder”.

Hace un momento habíamos visto que valor, según lo ha percibido Nietzsche, es todo lo que cae bajo la perspectiva o punto de vista de la voluntad de poder, como algo que apetece, importa o interesa a la vida. Ahora Nietzsche nos dice que los distintos puntos de vista de la voluntad de poder, establecen las condiciones para la “conservación y aumento”. ¿Conservación y aumento de qué? De vida y de poder. Esto es lo que, para Nietzsche, constituye el devenir de la vida. Entonces, está claro que, en este binomio de voluntad y poder, la voluntad es un querer o aspirar, y el poder es dominio. Pero voluntad de poder no solo como aspiración a alcanzar el dominio sobre cosas, sino principalmente a mandar otros seres humanos, a ejercer el poder político:

<<Allí donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del siervo encontré voluntad de ser señor.>> (F.W. Nietzsche: “Así Habló Zarathustra”. La voluntad de superarse a sí mismo)

Pero para mandar a otros, quien manda debe saber y poder mandar sobre sí mismo en tal sentido. Finalmente, para Nietzsche, la conservación del poder es la condición de la conservación y aumento del valor, que a su vez deviene en conservación y aumento del poder como principio activo del devenir:

<<Justamente en todo lo viviente se puede mostrar clarísimamente que lo hace todo no para conservarse sino para devenir más...>> (F. Nietzsche: “Voluntad de Poder y Eterno Retorno” [14] §121

 

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