LA VOLUNTAD DE PODER COMO CONDICIÓN DEL ETERNO RETORNO DE LO MISMO


En realidad, la expresión “eterno retorno de lo mismo” no remite a una filosofía sino a una estrategia de poder dictada desde arriba, desde las alturas de una jerarquía económica, social, política e intelectual de condición burguesa con reminiscencias aristocráticas —como lo predicó Zarathustra— con las categorías y los poderes fácticos modernos. Pero esto fue en los tiempos de Nietzsche.

Ahora, especialmente desde la Segunda Postguerra, se trata de nuevas élites donde ya no predominan los intelectuales orgánicos que gobernaron los Estados burgueses hasta fines del siglo XIX y principios del XX, cuando además de intelectuales de la burguesía, los políticos eran ellos mismos de condición social gran burguesa. No. Ahora se trata de una élite intelectual cooptada, salida de las universidades pero proveniente de las llamadas clases subalternas de condición sociológica pequeñoburguesa; una legión de individuos, parte minoritaria de ellos de extracción social asalariada, y otra parte mayoritaria de extracción social pequeñoburguesa, que recaló en la política con apetencia de poder como medio de ganar dinero para tener más poder, a fuerza de mamar el nihilismo integral que desde los tiempos de Nietzsche se empezó a respirar en todas partes. Tal es el paradigma de los nuevos burócratas a cargo de los Estados burgueses en el Mundo.

Estos ejemplares de la nueva aristocracia política y sindical, fueron los encargados de llevar sobre sus hombros “la carga más pesada” de la nueva doctrina desde las más altas instituciones del Estado, para lo cual ni siquiera necesitaron leer a Nietzsche. Desde entonces, la burguesía delegó la gestión política de los asuntos del Estado, conservando el poder fáctico económico —siempre decisivo— que desde la semipenumbra de la sociedad civil ejerció siempre despóticamente sobre sus consignatarios políticos e intelectuales De este modo, la gran burguesía pudo consolidar en la conciencia colectiva de los explotados, la falacia de que las crisis económicas son el resultado de una mala gestión de los políticos eventualmente a cargo del Estado, escamoteando así la realidad de que todos los males de esta sociedad tienen su causa en la naturaleza económica del sistema:

<<La nueva carga más pesada: el eterno retorno. […] Nosotros enseñamos la doctrina —es el medio más eficaz para incorporarla a nosotros mismos. Nuestro modo de ser dichosos es maestro de la más elevada doctrina>>.(F.W. Nietzsche: Sämtliche Werke. Studienausgabe in 15 banden 9, 494: 11[4]. En adelante KSA. Ver: M. Skirl en: http://revistas.um.es/respublica/article/view/27141/26331)

Así fue como en esos cuerpos políticos delegados con "la carga más pesada", anidó el espíritu nihilista, de cuyo cascarón salió la pura apetencia del binomio conservación de poder y aumento de riqueza. Y desde allí fue paulatinamente ejerciendo el efecto demostración de sus fuerzas sobre las capas más bajas de la sociedad civil, alternando el despotismo democrático con el despotismo directamente dictatorial, como que el pescado empieza siempre a pudrirse por la cabeza, y la y la alternancia entre dictadura y “democracia” es el eterno retorno de la misma podredumbre:

<<La nueva carga más pesada: el eterno retorno. […] Nosotros enseñamos la doctrina —es el medio más eficaz para incorporarla a nosotros mismos. Nuestro modo de ser dichosos es maestro de la más elevada doctrina>>.(F.W. Nietzsche: Sämtliche Werke. Studienausgabe in 15 banden 9, 494: 11[4]. En adelante KSA. Ver: M. Skirl en: http://revistas.um.es/respublica/article/view/27141/26331) [19]

Y como la dicha es el supremo fin del ser humano, aunque Nietzsche se haya manifestado radicalmente contrario a cualquier teleología o finalidad prevista, todo ser feliz anhela que su felicidad se repita eternamente. Éste es el secreto de tal teoría del Eterno Retorno de lo Mismo, cuya confirmación empírica estaba reservada por Nietzsche para esa aristocracia política adosada como una lapa a los intereses de la burguesía en posesión del poder real. Pero esto, entendido así, no es conveniente, necesita un fundamento menos perspectivista y con más apariencia científica, es decir, “ilusoria”, tarea para la cual parece que Nietzsche se devanó los sesos urgando entre los trastos de la física de su tiempo, hasta que abandonó el intento por imposible, dejando lo que le pareció mejor, dicho de la siguiente forma:

<<El mundo de las fuerzas no sufre reducción alguna: de otro modo se habría debilitado y habría perecido en el tiempo finito. El mundo de las fuerzas no se detiene en un punto, de lo contrario se habría alcanzado y el reloj de la existencia ya se habría parado. El mundo de las fuerzas nunca llega a un equilibrio, nunca llega a un instante de reposo (…) Al único estado que puede llegar este mundo debe haber llegado ya, y no una sino incontables veces. Así es este instante: él fue una vez y muchas veces y retornará otras tantas, todas las fuerzas (convenientemente) distribuidas como hasta ahora: y lo mismo sucede con el instante que ha generado éste y con aquél que será hijo del instante actual>> (F.W. Nietzsche: KSA 9, 498: 11[148] Lo entre paréntesis nuestro).

Esto último, alusivo al "mundo de las fuerzas", según Nietzsche quiere decir lo siguiente: la cantidad de fuerza que existe en el universo es determinada y, por tanto finita. Pero el tiempo en el que esta fuerza se despliega es infinito. Por lo tanto, esta fuerza debe repetirse infinitas veces volviendo sobre si misma eternamente de modo circular. Tal es la esencia físico-filosófica de la famosa teoría del “Eterno Retorno de lo Mismo”.

Habíamos visto que, según la concepción lineal del tiempo hasta hoy confirmada por la historia de Occidente, durante los sucesivos períodos en que las fuerzas productivas adoptaron para sí determinadas relaciones de producción —desde la etapa del comunismo primitivo hasta el capitalismo—, el ser humano fue dando pasos en el sentido y dirección de un progreso material y humano incuestionables, especialmente desde la propia perspectiva nietzscheana, que entiende el valor como algo útil para la vida. ¿Por qué la humanidad pudo alcanzar el progreso que la propia sociedad de su tiempo percibió sensiblemente? Esto es algo sobre lo cual Nietzsche pasó en su vida cómo sobre ascuas.

Por eso pudo afirmar que dentro de la concepción lineal del tiempo, la vida carece por completo de sentido. ¿Por qué? Pues, porque la idea de la temporalidad lineal —y hablar de idea tal parece que la linealidad del tiempo fue producto de la apetencia y voluntad de alguien— supone un pasado, un presente y un futuro, donde cada momento es irrepetible e irreversible, es decir, lo que pasó, pasó y así como pasó, con los mismos protagonistas y en el mismo espacio-tiempo, puede ser recordado pero no volver a suceder jamás, porque el reloj del tiempo no retrocede. Pero lo más importante, es que, bajo la concepción lineal del tiempo, es inevitable que el pasado histórico se conserve en la memoria y con evidente sentido de progreso, no solo en el orden material sino y especialmente en el orden social, con tendencia objetiva al igualitarismo real de los seres humanos. Esto es lo que Nietzsche no pudo soportar dada su inveterada concepción aristocrática de la vida social y política.El tiempo circular que garantiza el eterno retorno de lo mismo, supone vivir un presente que retorna permanentemente al pasado y, de tal modo suprime el futuro.

Hay evidencia experimental de que el espacio y el tiempo sideral están curvados. Y aunque esta curvatura tempo-espacial en el sistema solar es relativamente débil, se sabe que puede ser suficientemente curvada como para poder hacer teóricamente posibles los viajes en el tiempo. Pero el problema no consiste en saber que la teoría de la Relatividad General permite el viaje temporal hacia el pasado, sino si es posible en nuestro universo. Y el problema consiste en que, para volver al pasado, se necesitaría viajar por el espacio a velocidades superiores a la de la luz. En 1905, Einstein demostró que la energía necesaria para acelerar una astronave con tal finalidad, aumenta cada vez más según se acerca a la velocidad de la luz, de modo que se necesitaría una cantidad infinita de energía para lograr una aceleración superior a la velocidad de la luz. Y esto, de momento, es imposible.

Por supuesto que el tiempo circular del eterno retorno de lo mismo, nada tiene que ver con la física matemática sino con la “conservación y aumento del poder político y la riqueza en manos y bajo el control absoluto de una élite jerárquica de “señores”, cuya “fuerza y dinamismo” les hace "vivir la vida de manera tal que quieran volver a vivirla” en todo momento. A esto se reduce la suprema regla ética de Nietzsche, que intentó infructuosamente justificar apelando a la física.

Así las cosas, está claro que solo querrá repetir su vida quien haya sido feliz en ella. Y esto, según la filosofía de Nietzsche, está reservado para la élite política que “lleva la carga más pesada” y la minoría social dominante a la que sirve en este momento de la historia lineal: la burguesía. Mientras tanto, el tiempo solo es, si mata suplantando al siguiente y así sucesivamente. Según esta concepción, solo cuenta el pasado como un eterno presente que retorna haciendo bucles sobre sí mismo. O sea, el devenir puro y duro de esa elite de señores en el poder con reminiscencias aristocrático-esclavistas y voluntad de poder para eternizarse en él.

Habíamos dicho que, para Nietzsche, la Voluntad de Poder es el principio activo de la Transvaloración de Todos los Valores y de la concepción del Eterno Retorno de lo Mismo. Pero, la voluntad de poder como “proceso”, o como “devenir”, como una afección” o “una insaciable ansia”, ¿qué es? Según Nietzsche es “algo interior” propio del instinto animal que hay en todo ser humano. Tal es, para Nietzsche, la voluntad de poder trasladada a las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza y entre los seres humanos mismos.

Pero, si el retorno de lo mismo en el tiempo es eterno, ¿no nos pone Nietzsche ante un nuevo ser o esencia —de lo mismo, una mismidad invariable determinada por la voluntad de poder de caracter parmenídeo, es decir, una secuencia inalterable y monótona de tiempo? ¿Dónde queda entonces el tan proclamado devenir supuestamente aniquilante de la dualidad metafísica entre el ser y el devenir que deja sin sentido su esencia?

En el fondo, se trata ni más ni menos que de justificar y sostener "filosóficamente" a una burocracia política parasitatria garante —frente al peligro comunista— del eterno retorno de lo mismo anunciado por Zarathustra, verdadero mesías de la nueva religión sin más dios que la “conservación y aumento” del capital en funciones explotando trabajo ajeno. Para ello Nietzsche propone una “nueva educación” contraria al exclusivismo que resiste “la tendencia natural a la división del trabajo”:

<<Deben ser creados seres dominadores, de mirada soberana, que miren al espectáculo de la vida y participen, aquí o allá, sin dejarse llevar jamás por una excesiva violencia. A ellos les corresponde finalmente el poder, porque ellos no harán un uso violento, dirigido exclusivamente hacia un objetivo (…) Así se forma una nueva casta dirigente>> (F.W. Nietzsche: KSA 9, 496: 11[145])

Aquí parece como si Nietzsche se acercara al pensamiento de los intelectuales iluministas burgueses del siglo XVIII sobre la sociedad, como un contrato social según el cual las mayorías decidan qué minoría les gobierna, eufemismo bajo el que la burguesía pudo escamotear hasta hoy su dictadura social y política sobre el proletariado.

Pero un poco más adelante encontramos que su discurso se endurece y todo se queda en que las élites ejerzan directamente su voluntad de poder, si es preciso del modo más arbitrario, descarado y cruel contra la minorías de los nuevos esclavos asalariados, como lo exige su biologismo ético, como una horda de animales de rapiña, proponiendo que:

<<¡No es suficiente traer una doctrina: se debe transformar violentamente a los hombres de modo que la acepten —Esto lo entiende finalmente Zarathustra>>. (F.W. Nietzsche: KSA: 10, 519: 16[60]). <<Fundación de una oligarquía sobre los pueblos y sus intereses: educación para una política de toda la humanidad.>> (F.W. Nietzsche KSA 10, 645: 24[4]) <<He utilizado la palabra “Estado”: ya se entiende a que me refiero —una horda cualquiera de animales de presa, una raza de conquistadores y de señores, que organizados para la guerra y dotados de la fuerza de organizar, coloca sin escrúpulo alguno sus terribles zarpas sobre una población tal vez tremendamente superior en número, pero todavía informe, todavía errabunda. Así es como, en efecto se inicia en la tierra el “Estado”: yo pienso que así queda refutada aquella fantasía que le hacia comenzar con un “contrato>>. (F.W.Nietzsche: “La Genealogía de la Moral” Tratado II §17) <<¿Qué es bueno? - Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre [se entiende: individual y de casta social] ¿Qué es malo? Todo lo que procede de la debilidad. ¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada. No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor (virtud al estilo del Renacimiento, virtù, virtud sin moralina). Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer. ¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? - La compasión activa con todos los malogrados y débiles - el cristianismo….>> (F.W. Nietzsche: “El Anticristo” Maldición sobre el cristianismo § 2. Lo entrecorchetes nuestro)

Esta realidad que Nietzsche observó en su tiempo, volvió a ser un hecho consumado y agravado —como un eterno retorno de lo mismo— desde la gran crisis de los años treinta hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Y luego, una vez agotado el relanzamiento económico de los años 50 y 60, la vanguardia del movimiento nihilista — encarnada en los filósofos postmodernos— recogió el testigo y empezó por hacer buena escuela del subjetivismo relativista entre los intelectuales y políticos arribistas del Occidente capitalista opulento, desencantados del marxismo tras la derrota del mayo francés y los fracasos del stalinismo al otro lado del muro de Berlín. Desde entonces, esta intelectualidad del llamado “pensamiento débil”, poco a poco ha venido pacientemente realizando el trabajo de ir cambiando la conciencia de la sociedad, a caballo de la crisis de superproducción de capital que se estaba preparando. Y lo ha hecho siguiendo las precisas instrucciones de su maestro:

<<Guardémonos de enseñar de golpe una doctrina así como una religión. Ella se debe infiltrar lentamente, generaciones enteras deben trabajar para ella y hacerse fructíferas para ella —para que se convierta en un gran árbol que proyecte su sombra a toda la humanidad futura. ¡Qué es el par de milenios en que se ha conservado el cristianismo! ¡Para el pensamiento más poderoso son necesarios muchos milenios —él debe ser pequeño y débil durante mucho tiempo.>> F.W. Nietzsche: SKA 9, 503 11[58]) [20]

Es curioso el arbitrio pragmático de Nietzsche para moverse con su "voluntad de poder" por los vericuetos de la superestructura ideológica y política. Resulta que para combatir ideológicamente a la metafísica, argumenta que la verdad o esencia de ningún ente puede tener existencia, porque lo único realmente existente es el devenir. Pero para combatir políticamente al tiempo lineal del cristianismo, acepta de hecho que las esencias resistentes al devenir del tiempo en realidad existen, al proponer que generaciones enteras trabajen —si es preciso— linealmente durante milenios para convertir el tiempo de lineal en circular. Todo un embeleco.

¿Dónde está, entonces, ese devenir infinitesimal del tiempo herácliteo que hace imposibles por fugaces las esencias de las cosas en el Mundo —y, por tanto, la metafísica—, si se conviene en que la linealidad del tiempo supuestamente inventado por el cristianismo, es decir, su esencia, lleva ya dos mil años de vigencia y sin retorno, sino al contrario? Y no olvidemos que, para Nietzsche, la voluntad de poder es voluntad de ilusión y, al mismo tiempo, voluntad de engaño.

Las esencias del mundo real existen mientras el devenir histórico-epocal, que no infinetesimal del tiempo, no las deja sin sentido, que tal es la razón de ser y existir del devenir, como contrario del ser al interior de su unidad llamada metafísica. El devenir no puede suprimir absolutamente a su contrario —el ser de las esencias— sin suprimirse a sí mismo. Por tanto, decretar que las esencias no existen porque lo único realmente existente es el devenir, constituye una contradicción en sus propios términos.

Ninguna voluntad de poder puede transformar nada realmente existente “porque yo lo quiera” si no están dadas las condiciones objetivas para ello. Y aquí, el problema de los nihilistas integrales postmodernos —a la espera del momento que les convierta en nihilistas positivos—, de momento no consiste en transformar políticamente el tiempo lineal en circular. Se han venido limitando a propagar el nihilismo integral o negativo, crítico de los valores vigentes, sosteniendo dos proposiciones eminentemente pragmáticas, objetivamente contrarrevolucionarias e históricamente regresivas:
1) que, en la vida no hay verdades ni certidumbres universales sino distintas interpretaciones según el punto de vista o perspectiva de cada cual, y
2) que dada la incertidumbre sobre la realidad actual, tampoco puede haber futuro previsible.
3) que como conclusión de las dos premisas anteriores, hay que sacarle partido a la vida en el presente dejándose llevar por las sensaciones y/o los intereses inmediatos.

Pero ni unos ni otros van a poder impedir que las fuerzas sociales productivas progresen según avanza el conocimiento científico de la naturaleza y de la sociedad, de modo que con la inevitable caída del sistema de vida basado en el fetichismo de la mercancía-capital y la explotación de una mayoría cada vez más mayoritaria de seres humanos, por una minoría cada vez más minoritaria de burgueses, le suceda una sociedad conocedora y plenamente consciente de su propia situación y quehacer, abriendo así las puertas de acceso a la verdadera historia de la humanidad en este Planeta.

Como dijéramos al acabar la primera parte de este trabajo, la prédica de los filósofos postmodernos se ha venido limitando a denunciar que ni los valores de la modernidad burguesa ni los del “marxismo” se han cumplido. Pero este discurso resulta ser estratégicamente inocuo en tanto carente de alternativa política frente a tal nihilismo integral así planteado.

Mientras tanto, lo que ha sucedido es:
1) que el llamado “socialismo real” acabó disuelto en capitalismo por la propia burocracia supuestamente socialista convertida en burguesía, probando así que el denostado “marxismo” atribuido a los regímenes stalinistas fue de raíz eminentemente burguesa y,
2) que la burguesía también ha demostrado no poder seguir siendo la clase universalmente dominante, porque ha lastrado definitivamente su esencia, abocada objetivamente al desastre por la propia Ley del valor que le vuelve cada vez más incapaz, de mantener a sus esclavos modernos en las condiciones de su propia esclavitud.
3) que habiendo tomado conciencia de que no tiene futuro porque se está sobreviviendo a sí misma, la burguesía ha convertido la cultura en industria editorial, de la comunicación y del espectáculo, como fuente adicional de acumulación de capital, además que como medio de control político de los explotados, dedicada exclusivamente a promover el presente, realimentando en sus clases subalternas la decadente filosofía epicúrea del “usar y tirar”, induciéndoles a que se dejen llevar por las sensaciones y las apetencias individuales inmediatas “en sentido extramoral”, aún sabiendo que lo hacen a expensas de otros, así sean supuestamente los más cercanos y apreciados.

Ante semejante perspectiva nihilista, las ideas en que se inspiran los filósofos postmodernos, —abrazadas por cada vez más numerosos elementos de la izquierda burguesa rampante— no debieran llamar a engaño. Porque no será la primera vez, que estos elementos de la pequeñoburguesía intelectual se vean arrastrados a perpetrar contra el progreso humano, lo que muchos autoproclamados marxistas no saben ni quieren hacer por esa causa, facilitándoles así la tarea de adoctrinamiento nihilista, aguardando a que se den las condiciones subjetivas favorables, para demostrar hasta que extremos de irracionalidad intelectual y barbarie política son capaces de llegar con su desenfrenada “voluntad de poder”, emulando a sus colegas de la cruz gamada durante las décadas de los años 20, 30 y 40 del siglo pasado.

De aquí se infiere la importancia política decisiva y la obligación moral consecuente, de conocer la esencia de la filosofía postmoderna a la luz del Materialismo Histórico. Ésta es la intención que ha estimulado nuestra vocación de poder revolucionario para realizar el esfuerzo intelectual de llevar a término el presente análisis.

Setiembre de 2009.
GPM.

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[19] A partir de esta cita, algunos textos de Nietzsche inexistentes en versiones electrónicas traducidas al castellano, serán referenciados según la versión alemana de sus Obras Completas: Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 banden. (KSA). Traducción de Miguel Skirl en: http://revistas.um.es/respublica/article/view/27141/26331

[20] En 1852, tras la derrota de la revolución europea de 1848, en su Circular al Comité Central de la Liga de los Comunistas, Marx descalifica las posiciones de la fracción de Willich y Shaper que proponían hacer bloque con la pequeñoburguesía en la lucha por el poder, opinando que si no, lo mejor sería echarse a dormir. A esto Marx respondió que, dada la correlación de fuerzas en ese momento, si los comunistas se hacían con el gobierno se verían limitados a adoptar una política claramente pequeñoburguesa, agregando que: “Mientras nosotros decimos a los obreros: Tendréis que soportar 15, 20, 50 años de guerra civil para poder cambiar la situación, para poder capacitaros a vosotros mismos para el gobierno, se nos ha dicho: “Tenemos que apoderarnos del poder en seguida o ya nos podemos retirar”. Salvando las distancias ideológicas y político-estratégicas de ambos, sus proposiciones en cuanto al necesario ejercicio de la paciencia política, apuntan en la misma dirección. Pero al sostener que no hay verdades sino meras interpretaciones, y que la voluntad de poder es “voluntad de engaño”, estas directivas de Nietzsche solo pudieron tener como interlocutores a las clases dominantes, cuyo discurso no deja lugar a ninguna duda.