A pesar de nuestras discrepancias,
los que pertenecemos a una misma clase explotada
estamos condenados a ponernos de acuerdo

Señora o Señorita Rosa :

Antes de proceder según su deseo borrándole de nuestra lista de correos, queremos decirle unas pocas cosas, porque a pesar de nuestras discrepancias, los que pertenecemos a una misma clase explotada estamos condenados a ponernos de acuerdo.

Usted recordará que, durante las asambleas en sindicatos y univeridades, los peronistas de izquierda y de derecha solían esgrimir dos argumentos. Uno era el bombo, con el que hacían inaudibles las ideas de sus adversarios políticos. No es que estemos prejuzgando acerca su filiación ideológica, pero a tenor del contenido de su carta, es evidente que, a falta de ideas, se ha puesto usted delante nuestro a tocar el bombo de los méritos que se adjudica y autoproclama. ¿Se imagina qué se podría sacar de un debate en el que los contendientes se limitaran a defender sus respectivas posiciones políticas según el tiempo y la abnegación en que cada cual le ha venido "poniendo el pecho a los procesos sociales"?

Esto nos trae al recuerdo que, hace más de treinta años, circuló entre la militancia revolucionaria argentina un relato escrito en la cárcel por un resistente polaco a la invasión nazi en ese país, que se llamaba -se llama- Julius Fucik. Lo escribió en trozos de papel higiénico que su mujer fue sacando por entregas en cada una de sus visitas al preso. Entre los detalles de los tormentos diarios que acabaron con su vida en prisión, no por casualidad se le ocurrió hacer una reflexión sobre la diferencia entre el valiente y el héroe. Para ello imaginó a tres personajes que no sabían nadar, hablando en el muelle de un puerto cualquiera. En un momento dado, uno de ellos cae al agua y pide auxilio. Uno de los otros dos, sin pensarlo se tira al agua y se ahoga, mientras el otro encuentra una tabla y se la arroja a su amigo accidentado que así puede salvarse. ¿Quién es el héroe? -pregunta Julius al lector- e inmediatamente explica que un acto en semejantes circunstancias es heroico, sólo cuando permite alcanzar el objetivo que persigue, aunque obvie toda demostración de valentía personal.

Cierto, sin "poner la carne en la parrilla" no hay proceso revolucionario realmente posible. Pero siendo necesaria, esta condición no es suficiente. Le falta el ingrediente del conocimiento científico de la realidad económico-social a transformar y de la memoria histórica del movimiento político de los explotados, convertido en inteligencia política aplicada a la acción militante, según la correlación política de fuerzas en cada momento de la lucha de clases. Esto, que parece un juego de palabras, significa, nada menos, que no siempre hay que actuar de la misma manera, combinando de igual modo las distintas formas de lucha y medios de acción. Y para determinar en cada momento la escala jerárquica de cada forma de lucha y medio de acción en sus diversas combinaciones matemáticamente posibles, es necesario un análisis preciso de la realidad económica y de la lucha de clases, porque de este saber a priori depende el curso de la acción y sus resultados más probables.

Pues bien, esto que usted llama "entretenimiento" endogámico es lo que nosotros tratamos de elevar a principio irrenunciable para contribuir a que los revolucionarios cumplamos con eficacia la tarea transformadora del mundo actual en cualquier sitio. Este es el principio que estamos aplicando a la realidad política de hoy día en Argentina, explicando entre otros al señor De Santis, concretamente por qué ese país no está en trance de encaminarse ni siquiera en el mediano plazo hacia una situación revolucionaria, y por qué es imposible que la pequeñoburguesía pueda llegar hasta semejante situación por si misma. Puede llegar a caballo del proletariado, pero para echarse en brazos de la contrarrevolución violenta siguiendo a su lider natural, la llamada burguesía nacional, como ocurrió en numerosos países, desde la matanza de Shangai (1927), hasta el golpe genocida en Argentina (1976), pasando por el franquismo en España (1939) y por el pinochetazo en Chile (1973), para no dar más que algunos ejemplos.

Y el caso es que a usted, a juzgar por sus palabras, esta premisa del conocimiento científico y de la inteligencia política como condición suficiente para una acción revolucionaria eficaz, es algo que le trae al fresco, y parece que ahora, como en el pasado, vuelve a mostrar la misma propensión a comprometerse en la tarea de equivocarse equivocando al proletariado una vez más, con todo lo que ello implica en términos de desgracia general.

Según su "razonamiento", de lo que pasa con la lucha de clases en cada país, solo pueden opinar los residentes. ¿Cómo casa usted este infundio suyo tan extendido, no sólo en Argentina, con las condiciones en que Copérnico descubriera las leyes de la mecánica celeste aun vigentes hoy? Lo hizo entre 1507 y 1515 sin moverse de la ciudad polaca de Lidzbark, cuando la idea de navegar por el espacio sideral ni siquiera se consideraba como quimera poque no habia capacidad para imaginar semejante posibilidad. Tampoco Marx necesitó vivir a principios del siglo pasado en Inglaterra o Alemania para poder opinar con toda certeza científica acerca de la por entonces para él, futura centralización internacional de los capitales que hoy es una realidad trodavía más palpable que en los tiempos en que Lenin escribio "El Imperialismo, fase superior del capitalismo"; o la desaparición de la renta territorial y de la ganancia comercial, que recién hoy muestra sólo indicios de que el capitalismo va precisamente por ahí. Y que nos dice usted de Lenin, ¿podemos dudar de la correción de sus análisis políticos que permitieron dirigir gran parte del proceso que desembocó en la revolución rusa opinando desde Suiza? ¿Y no condujo Perón la "resistencia" desde su exilio en Venezuela y España? Podemos extendernos en testimonios historicos "ad nauseam", que desmienten semejante recurso suyo al romanticismo del terruño, como numen insustituible del saber acerca de lo que en cada país sucede a sus gentes.

Dice usted que, a pesar de haber estado "implicada" y "sobreimplicada" con la realidad argentina, eso no le ha impedido tomar "una distancia instrumental para no quedar sepultada por los acontecimientos y poder seguir ejerciendo una lectura crítica". Pero enseguida se contradice reconociendo que "lo que sucede aca es demasiado grave, para los que lo vivimos, para todavía tener que soportar estas lecturas". De hecho, su "lectura crítica" de nuestro material en cuestión, no aparece en su carta por ningún lado.

No, querida amiga. Lo que pasa es que lo que le decimos al señor De Santis, lo que venimos exponiendo en nuestra página, cuestiona todos sus años de militancia pretéritos -los de De Santis, los suyos y los nuestros- y usted se revela impotente para defender ese andrajoso patrimonio ideológico y político que ha mamado -tal y como nos pasó a nosotros, porque venimos de ahí- al mismo tiempo que demuestra carecer de suficiente espíritu autocrítico. Por eso nos ha respondido de tal modo y la comprendemos. Porque, mire usted, en nuestro discurso podrá con toda seguridad encontrar errores teóricos y se lo agradeceremos. Pero no será capaz de demostrar nada que llegue a justificar racionalmente su exclamación descalificatoria: "¡AY, cuanta palabra vacía de contenido", porque eso no es verdad.

Lo que ocurre es que los contenidos que ha encontrado usted en nuestro discurso no le han sonado a música celestial. Pero si usted se pone seriamente a la desprejuiciada tarea de ahondar en las ideas que sigue defendiendo, verá, como descubrimos nosotros no hace mucho, que no hay en ellas el más mínimo grano en contenido de certeza científica. Y la ciencia es lo único que sirve eficazmente como guía para la acción revolucionaria, lo demás es puro extravío y sufrimiento inútil, no sólo de quienes promueven alternativas de derrota segura, sino de millones de potenciales seguidores. Tal es el enorme grado de responsabiliadad social que supone la militancia política.

Hemos cuidado de no responderle con agravios que nunca sirven para nada y creemos haberlo conseguido. Si no, le pedimos disculpas. Finalmente, decirle que estamos desde ya a su entero servicio para cualquier aclaración relativa a la tarea política en que estamos empeñados. Muchas gracias por su atención.

Un Saludo:

GPM.

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