4b.Un ejercicio de memoria histórica y
teoría científica en torno a la categoría de juventud.

 

En este punto se hace necesario volver a nuestro diálogo imaginario más directo con Lenin. En tiempos normales ―es decir, de reacción política― es inevitable que el séquito de la burguesía ―formado por los oportunistas enquistados entre las clases subalternas de las que provienen―, aumente espectacularmente su número. En esos lapsos relativamente largos de retroceso en las luchas de los explotados ―como en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado en Rusia―, buena parte de quienes fueron sorprendidos por ese fenómeno ejerciendo como dirigentes y cuadros medios en las organizaciones revolucionarias, lastraron más o menos atropelladamente los principios subversivos en que habían fundado su acción pretérita; mientras la mayoría de los militantes de base abandonaban la vida política, ellos continuaban aun cuando reorganizados en torno a un pensamiento y una práctica política más “prudentes”.

Este “transformismo”[9] que se opera en ellos no es cosa de un día para otro; tampoco aparenta ser notorio; sí lo suficientemente sutil como para que su capitulación ideológica y estratégica sea percibida y explicada por los “transformados” como una adecuación táctica ―a las nuevas condiciones―, de los mismos principios revolucionarios que siguen mencionando en su discurso con la boca pequeña; mas operando sobre ellos una taimada falsificación de su espíritu, como fue el caso de la consigna de “ir a las masas”, que los oportunistas han interpretado el “ir” no en el sentido físico, de estar en contacto con ellas, sino en el sentido ideológico y político, esto es, ir al pie de lo que las masas piensan y de lo que están políticamente dispuestas a hacer; poner el listón de los principios que rigen su acción política, a la altura del principio de la realidad impuesta por el enemigo de clase, que prevalece en el espíritu de las clases subalternas, cuando ese es el principio que los revolucionarios deben combatir en todo momento; porque esas son las condiciones de la lucha de clases que los verdaderos revolucionarios tienen el deber de cambiar históricamente. “Ir a las masas” en sentido revolucionario significa ir a su conciencia , no como se va a la casa de alguien para compadrear y “pasárselo bien” usufructuando su hospitalidad a cambio de no contradecir su concepto de la vida, sino como se va a un campo de batalla para expulsar de allí al enemigo de clase que la usurpa.

Esto es lo que sucedió con los populistas rusos durante los últimos cuarenta años del siglo XIX en aquel país. Desde que, en 1861, el Zar Alejandro II decidió prohibir las relaciones de señorío y servidumbre, convirtiendo, de hecho, las tierras de labor en un bien privado negociable y enajenable. Desde ese momento, la incidencia del mercadeo sobre todas las tierras ―las que tradicionalmente habían sido concedidas periódicamente por el Estado a título de simple posesión hereditaria de las familias según el número de sus miembros, como las que en el futuro distribuyeran― empezaron a convertirse en propiedad enajenable, con lo que la subsistencia de la “comuna rural rusa” tenía los años contados. Se abrió así un proceso paulatino que, a través de la diferenciación del campesinado en términos de productividad y de la usura ―en el marco general de la competencia mercantil―, al cabo de los años, la propiedad de las tierras quedarían en poder de una determinada masa social de campesinos medios y de una minoría de terratenientes, provocando el desarraigo traumático de los campesinos pobres y semiproletarios rurales, de tal modo condenados a emigrar a las ciudades para malvivir convertidos, parte de ellos, en asalariados industriales, pasando el resto a engrosar las filas del paro en el llamado “ejército industrial de reserva”.

Hasta entonces, este partido agrario gozaba de gran predicamento entre la población rural por su particular concepción del socialismo pequeñoburgués, basado en la tradicional comuna rural como despensa al servicio del periódico “reparto negro” de tierras en posesión para usufructo vitalicio de las familias campesinas que lo necesitaran según el número de miembros. Pero desde que la reforma de 1861abolió el régimen de pago en trabajo como condición del usufructo de las tierras en manos de los terratenientes, se vio cómo las previsiones de Marx se iban cumpliendo. Porque esas tierras pasaron a ser bienes de propiedad enajenable, y para disponer de aquellas en que trabajaban ―propiedad de su antiguo señor― los campesinos debían comprarlas pagando su correspondiente “rescate”. Ante esta realidad, los campesinos tenían dos alternativas: la que le ofrecían los populistas y demás socialdemócratas revolucionarios de derecha en alianza oficiosa con los burgueses del Partido Liberal Constitucionalista, y la que proponían los socialdemócratas revolucionarios discípulos de Marx.

Durante los años en que fueron conociendo todos los extremos de la predicción marxista, los populistas se negaron a reconocerse en ella acusando a los miembros de esta corriente política en Rusia ―por entonces incipiente― de ser agentes de la burguesía. A esta acusación, Lenin respondía, en primer lugar, que el principal agente de la burguesía en todo este proceso, había sido y era la autocracia rusa a partir de lo resuelto por el zar Alejandro II; y, en segundo lugar, que el proyecto de la socialdemocracia revolucionaria no podía ni quería evitar sus resultados, pero sí podía y deseaba “acortar y mitigar los dolores” que ese parto capitalista en el campo, provocaría entre los campesinos pobres. Con ese fin social, el POSDR presentó su programa agrario, ofreciendo respetarles la posesión sobre sus tierras, así como de las que en el futuro pudieran necesitar sus respectivas familias. Para ello propuso, expropiar a los terratenientes, junto con sus empresas agrarias y las de los campesinos medios, a fin de convertirlas en propiedad estatal bajo el control de comités de campesinos y semiproletarios que trabajaban en ellas.  

Siguiendo la máxima del “Manifiesto comunista” en cuanto a que: “los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos”, los socialdemócratas declararon públicamente que su acción social transformadora no se limitaba a ese programa llamado “mínimo”, y que su estrategia pasaba por la necesidad de eliminar el minifundio, proponiéndoles, de momento, dar el paso intermedio de agruparse en empresas cooperativas de trabajo, previendo que la mayor productividad relativa de las grandes empresas socializadas ―a instancias del mercado― acabaría por persuadirles de que, integrándose en el sistema socialista de la explotación agraria en gran escala como “productores libres asociados”, darían un salto cualitativamente superior hacia la más segura estabilidad en su trabajo, mayor nivel de vida y libertad política para decidir democráticamente qué y cómo hacer las cosas con vistas al futuro de la vida social en el agro.  

El programa mínimo de los socialdemócratas revolucionarios, tenía más puntos en común con la tradicional concepción populista que lo que se proponían hacer los burgueses liberales ―aliados contranatura de los terratenientes y de la autocracia―, quienes prometían dejar intacta la estructura de la propiedad territorial, excluyendo cualquier expropiación, para que cada cual siguiera luchando por lo suyo, lo cual, en el mediano plazo significaba acelerar el proceso de concentración de la propiedad territorial, la inevitable disolución de la comuna rural y la completa ruina de los campesinos pobres.

Los teóricos más relevantes del populismo liberal y sus principales dirigentes de fines del siglo pasado, no desconocían el fundamento científico de esta realidad ―ofrecido por Marx en “El Capital”― respecto de la cual, entre 1893 y 1896, Lenin demostró que estaba en vías de culminar su cumplimiento acuciando la necesidad del socialismo. Los populistas veían que el campesinado se arruinaba porque el rescate ―que debía pagar para apropiarse de las tierras de sus antiguos señores― y los impuestos, no le dejaban margen para el fondo de consumo de su familia, ni para adquirir los aperos de trabajo y las semillas necesarias para el cultivo, razón por la que muchos hombres abandonaban el campo para buscar el sustento de los suyos lejos de su comarca, dejando en casa a sus mujeres e hijos para ir a trabajar en los ferrocarriles o como peones en diversas actividades. Tales eran los hechos en que los populistas coincidían con los marxistas. A partir de aquí, a la hora de explicar estos hechos, de señalar sus causas, populistas y marxistas divergían. Los primeros atribuían esos hechos a tres causas: a que había poca tierra disponible respecto de la población campesina que la necesitaba, a los impuestos y a la disminución de los ingresos de los campesinos, es decir, a la política agraria, fiscal e industrial del gobierno.

Respecto de la primera causa, los populistas ocultaban que la disponibilidad de la tierra, dependía de la determinación de vender por parte de los terratenientes propietarios, y del pago a plena satisfacción del vendedor, del “rescate” o precio de venta por parte de los potenciales compradores, es decir de la organización mercantilde la producción en el campo ruso.

Y partir de este hecho básico, estructural, objetivo, de la realidad en el agro, donde a instancias de distintas argucias comerciales de toda clase ―nada que ver con la disponibilidad e idoneidad para el trabajo de unos y otros propietarios de tierras― era inevitable la diferenciación entre una mayoría de campesinos pobres y una minoría relativa de campesinos acomodados. Finalmente, sobre esta diferenciación social entre el estrato medio y bajo de los propietarios de tierras, el mercado acabó expropiando de sus medios de producción a los más pobres, para convertirles en explotados o simples asalariados sólo propietarios de su fuerza de trabajo, a quienes no les quedó alternativa otra que venderla ocasionalmente a los campesinos medios o a los más ricos, convertidos así en explotadores de trabajo ajeno.

Esta doble transformación económica y social del trabajo en el campo ruso, esta conversión histórica de su organización feudal en organización mercantil y, de ésta última, en organización capitalista, ha operado un cambio de idéntica dirección y sentido en los dirigentes políticos orgánicos del movimiento campesino, quienes después de representar ―con el nombre de “Narodnaia Volia” (la voluntad del pueblo)― al conjunto del campesinado frente a la opresión y explotación de que era objeto por parte de los señores feudales hasta la reforma de 1861, han pasado a defender: primero los intereses del pequeño productor mercantil acomodado con el nombre de “Socialistas revolucionarios” y, después, al pequeño explotador capitalista de trabajo ajeno, conocidos ya como “Populistas liberales”, esto es, como apologetas del capitalismo y cómplices políticos del contubernio entre la autocracia zarista y la burguesía (terrateniente e industrial). De ahí la transformación ideológica encubridora del discurso oportunista de cara a los campesinos pobres, y su consecuente odio político contra el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR), cuyos análisis científicos y su consecuente denuncia política les dejaba en evidencia frente al campesinado pobre:

<<La tierra es poca ―razona el populista― y cada vez es menos (...) Eso es bien cierto; pero ¿por qué se limita a decir que la tierra es poca y no añade que hay poca tierra en venta?Es que no sabe que nuestros campesinos rescatan sus nadiel a los terratenientes? ¿Por qué concentra su atención en que es poca y no en lo que está en venta?

Este mismo hecho de la venta, del rescate, evidencia el dominio de principios (la adquisición por dinero de los medios de producción) que de todos modos dejan a los campesinos [a su mayoría] sin medios de producción [ tierra, instrumentos y materias primas], sean muchos o pocos los que se vendan. Al silenciar este hecho, silencia la existencia del modo capitalista de producción, única base sobre la que pudo surgir esa venta. Y con ellos pasa a defender esa sociedad burguesa y se convierte en un simple politicastro que divaga si debe ponerse en venta mucha o poca tierra. No ve que el hecho mismo del rescate demuestra que el “capital se ha enseñoreado ya por completo del “alma” de aquellos [la pequeño burguesía agraria] en cuyo beneficio se realizó la granreforma, de aquellos [la autocracia zarista y la burguesía] que la llevaron a cabo>> (V.I. Lenin: “El contenido económico del populismo”. Fines de 1894 y comienzos de 1895. Lo entre corchetes es nuestro)

Durante todo este tiempo, los populistas liberales se encargaron de mistificar la realidad del campesinado pobre, como hizo su más destacado sociólogo, N. K. Mijailovsky[10] y el publicista Krivenko[11], de quienes Lenin se ocupó en las obras escritas durante ese período, como parte de los fundamentos para la formación del futuro partido obrero revolucionario ruso. Esta mistificación consistía en identificar al campesinado pobre y autosuficiente ―cuya referencia es la comuna rural―, que no explota trabajo ajeno, con el campesino capitalista medio y rico, unidos todos ellos por su común defensa de la propiedad privada sobre la tierra, pero que, al mismo tiempo, ocultaban los diversos intereses que dividían y enfrentaban objetivamente a esos tres sectores propietarios en el campo ruso, precisamente en virtud de la misma existencia de la propiedad privada, cuyo resultado lógico previsto, no podía ser otro que la ruina del pequeño productor autosuficiente en beneficio de los productores capitalistas medianos y grandes. Tal era la conclusión a que llegaban los marxistas como resultado lógico de esa realidad contradictoria implícita en la categoría mercantil de la propiedad privada.   

Pero el caso es que los políticos populistas no podían aceptar esta verdad científica y menos aun difundirla, porque eso atentaría contra sus propios intereses de casta intelectual y política burocrático-partidaria, dado que amenazaba la unidad del movimiento campesino, ―al que dirigían y usufructuaban― temerosos de exponerse a perder la prebendas derivadas del poder político personal y partidario que ejercían sobre el movimiento socialmente más poderoso del país, como representantes de los arraigados prejuicios burgueses que mantenían a los campesinos ideológicamente cohesionados en torno a lo que realmente les dividía y a la postre esquilmaría socialmente a su sector más numeroso: los pequeños campesinos, cada cual en su parcela abrazado altítulo de propiedad sobre sus tierras, ignorantes de que ese era el pasaporte para su propia ruina, expropiación y desarraigo definitivo de sus tierras, en tránsito inevitable hacia su destino como indigentes urbanos en paro, la otra cara de su futuro como esclavo asalariado.

Esto explica que los populistas hayan centrado el objeto de su crítica teórica y práctica del orden de cosas existente en Rusia, no en la economía política sino en la política económica, fiscal, monetaria, agraria o industrial; no en las leyes económicas objetivas del desarrollo social que “operan y se imponen con total independencia de la voluntad de los seres humanos” (Marx) sino en la acción política de determinados gobiernos, es decir, de sujetos o individuos políticamente agrupados y organizados en función de determinados intereses particulares comunes eventualmente a cargo de los asuntos del Estado dentro de la sociedad vigente:

<<Pero, por la descripción hecha, el lector habrá visto, naturalmente, que el marxista explica estos hechos de modo muy diferente. El populista ve la causa de dichos fenómenos (la ruina de los campesinos pobres) en que la tierra es poca, en los elevados impuestos, en la disminución de los ingresos”, es decir, la ve en las particularidades de la política agraria, fiscal e industrial (de los gobiernos de turno), y no en las particularidades de la organización social de la producción, de la que surge inevitablemente esa política.>> (Lenin: Op. Cit.)

Lenin encontraba la causa eficiente de semejante mistificación de la realidad rusa, en el “método subjetivista de la sociología”, según el cual, el objetivo esencial del sociólogo consiste en estudiar una sociedad dada, para crear en ella “las condiciones sociales que satisfagan a la naturaleza humana”. ¿Cómo? Tomando de esa sociedad lo deseable y tratando de eliminar lo defectuoso o indeseable. Así, por ejemplo, respecto de la propiedad privada en la vida social, lo bueno o deseable de esta categoría económica y jurídica ―sostiene el sociólogo subjetivista― es que ordena el trabajo de los distintos productores (como si no hubiera existido ni pudiera haber otra forma humana de ordenarlo); lo malo de la propiedad privada, es que crea desigualdades sociales. Por tanto, según este razonamiento, el objetivo de la sociología, en este caso, pasa no por eliminar la propiedad privada sino por corregir ese defecto suyo. Para eso están las medidas de política agraria, fiscal, crediticia, etc., aplicando la inteligencia de determinados sujetos al servicio de la “naturaleza humana” en general.

Pero lo que el sociólogo subjetivista omite considerar, es, nada menos, que el relativismo histórico del concepto de “naturaleza humana”, cambiante según la formación social ―predominante en cada etapa histórica del desarrollo de la humanidad― que determina y limita objetivamente los contenidos sociales subjetivos, esto es, el significado de muchas expresiones lingüísticas, en este caso, lo que en cada una de estas etapas se ha entendido por “naturaleza humana”.

Los sociólogos subjetivistas omiten la perogrullada de que el concepto de “naturaleza humana” no es natural y ahistórico o invariable, sino histórico-social. Desde luego, en la etapa histórica del comunismo primitivo, de la comuna rural rusa o de la sociedad gentilicia, a nadie se le hubiera podido ocurrir que la propiedad privada ―que defendían los intelectuales populistas y hoy día todos los reformistas del mundo― albergara un lado bueno para la naturaleza humana; La propiedad privada se tornó históricamente necesaria en una determinada etapa del progreso de las fuerzas productivas de la humanidad, cuando la producción de excedentes respecto del consumo se hizo realmente posible como condición de existencia de los seres humanos, progreso que aun no había sido alcanzado en la etapa del comunismo primitivo. Por tanto, aquellos primitivos habitantes del Planeta no tenían la posibilidad más remota ―aunque sólo fuera de imaginar― lo “deseable” que la propiedad privada alienable sobre cualquier medio de producción pudiera ser para su naturaleza humana de entonces; sencillamente porque esa categoría social no existía; y no existía porque no estaban dadas las condiciones históricas materiales para eso, porque el atraso histórico relativo de las fuerzas sociales productivas en ese período respecto de la naturaleza ―que era necesario transformar para subsistir― imponía integrar o diluir el trabajo individual en el trabajo comunal, aunque dentro de él existiera una división del trabajo, como fue el caso de la unidad familiar patriarcal:

<<Un ejemplo más accesible (y cercano a nosotros) nos lo ofrece la industria patriarcal, rural, de una familia campesina que, para su propia subsistencia, produce cereales, ganado, hilo, lienzos, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto productos varios de uso familiar, pero no enfrentándose recíprocamente como mercancía (lo cual ya supone la propiedad privada sobre los medios de producción y la división social entre los distintos productores especializados en una mercancía). Los diversos trabajos en que son generados esos diversos productos ―cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas― en su forma natural (relación entre la organización del trabajo colectivo de individuos de una familia y la naturaleza que transforman) son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y esta practica su propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 4. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)

  

La diferencia entre la simple producción para la propia subsistencia y la producción de mercancías, consiste en que, bajo esta última, se produce para el mercado, lo cual hace cambiar el carácter de la división del trabajo que, de natural, pasa a ser social, donde los productos resultantes de cada productor individual o familia productora, se confrontan unos con otros como valores mercantiles, dando pábulo a las relaciones sociales entre sus respectivos propietarios. En este caso, estamos ante la forma originaria de propiedad privada sobre los medios de producción, que se corresponde con un determinado desarrollo de las fuerzas productivas conocido como “producción mercantil simple”, antecedente lógico social inmediato de la producción capitalista.

Que los intelectuales populistas con su “método sociológico subjetivista” vieran ―todavía en tiempos de Lenin― una pizca de “naturaleza humana racional” bajo el capitalismo, el lado bueno de la categoría de propiedad privada sobre los medios de producción, ello se debe a que lo observaban interesadamente desde la perspectiva precapitalista del “productor mercantil simple”, del campesino pobre; otra falsificación de la realidad social derivada de la primera: el haber considerado el concepto de “naturaleza humana” como un valor social inmutable.

Pero, dijeran lo que dijeran los oportunistas sobre la supuesta virtud mágica de la “inteligencia”, para crear de la nada las “condiciones” que permitieran satisfacer a esa “naturaleza humana racional” presuntamente encarnada en los campesinos pobres, lo cierto es que esa “naturaleza” había sido ya superada por la historia; todavía existía o, más bien, sobrevivía, pero había dejado de ser una realidad efectiva[12] para pasar a ser “lo indeseable” del sistema, por eso la burguesía, con la ayuda de su Estado, también en Rusia acabó por transformar a la inmensa mayoría de “productores mercantiles simples” en asalariados para la producción y acumulación de plusvalor. Esto de atribuir cosas “deseables” e “indeseables” a las categorías económicas, es otra de las mistificaciones teóricas, verdadero armamento ideológico que los oportunistas utilizaban contra los revolucionarios, arrullando los prejuicios pequeñoburgueses de los campesinos pobres sobre la propiedad privada de la tierra, para que siguieran ilusionándose con ellos, para evitar que conocieran la verdad de su propia situación y el destino que les tenía deparado la ley del valor encarnada en los campesinos medianos y ricos. Siguiendo a Proudhon en su “Filosofía de la miseria”, el sociólogo subjetivista Mijailovsky también dividía, por ejemplo, a la propiedad privada capitalista, en un lado bueno y otro malo, prometiendo que los populistas eliminarían de ella ese lado malo o “Indeseable” de la concentración en pocas manos, para conservar sólo el lado bueno “deseable” del minifundio, revelando que, además de subjetivista, Mijailovsky poseía la valiosa virtud del maniqueísmo:

<<”El objetivo esencial de la sociología ―razona, por ejemplo, el señor Mijailovsky― consiste en el estudio de las condiciones sociales en que tal o cual necesidad de la naturaleza humana es satisfecha”. Como se ve, a este sociólogo sólo le interesa una sociedad que satisfaga a la naturaleza humana, pero en modo alguno le interesan las formaciones sociales que, por añadidura, pueden estar basados en fenómenos tan en pugna con la “naturaleza humana” [de hoy día] como la esclavización de la mayoría por la minoría. Se ve también que, desde el punto de vista de este sociólogo, ni hablar cabe de concebir el desarrollo de la sociedad como un proceso histórico natural. (“Al reconocer algo como deseable o indeseable, el sociólogo debe hallar las condiciones necesarias para realizar lo deseable o para eliminar lo indeseable”, “para realizar tales y cuales ideales” ―razona el mismo señor Mijailovsky).Más aún, ni hablar cabe, siquiera, de un desarrollo, sino de desviaciones de lo “deseable” [la propiedad privada sobre los medios de producción], de “defectos” que se han producido en la historia como consecuencia.....como consecuencia de que los seres humanosno han sido inteligentes, no han sabido comprender bien lo que exige la naturaleza humana, no han sabido hallar las condiciones para realizar estos regímenes racionales. (V.I. Lenin: “Quienes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas” Parte I. 1894. Lo entre corchetes es nuestro)

Algo así como lo que el profeta Isaías anunciaba en el Antiguo Testamento que el Dios Javeh haría en el reino de los cielos, convirtiendo a las fieras salvajes terrestres en criaturas bucólicas:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el León, y un niño pequeño los pastoreará>> (Isaías, 11. 6)

  

Para intentar probar que este reduccionismo de las cosas a su lado bueno era posible sin tocar la propiedad privada sobre los medios de producción, los populistas rusos hicieron suya una especie ―originaria de los economistas vulgares que habían sucedido en el tiempo a los clásicos― consistente en afirmar que la producción de valores económicos contenidos en la riqueza creada, se regía por leyes "naturales", eternas, independientes de la voluntad de los seres humanos, pero que la distribución de esa riqueza se operaba por medios artificiales", modificables a posteriori de la producción, ya que en ellas intervienen los seres humanos. Por tanto, la objetividad científica sólo vale para la esfera de la producción de valores, pero que la distribución de esos valores, en última instancia, está en función de la acción política de los gobiernos a cargo del Estado, a través de la supuesta influencia que, sobre ellos, pueden ejercer partidos políticos como el populista, e intelectuales “progresistas” como Miajilovsky, Kárishev o Krivenko. En síntesis, que la distribución es, en última instancia, un producto directo de la subjetividad enfrentada entre los agentes sociales que intervienen en su producción, de la lucha de clases, y que este resultado no tiene por qué afectar para nada a la continuidad de la producción en régimen de propiedad privada.

Este método estuvo inspirado en la concepción romántico-utópica del capitalismo, cuyo máximo exponente fue el economista suizo Sismonde de Sismondi, quien, a su vez se apoyó en las teorías económicas de los fisiócratas. Para los economistas románticos, como Miajilovsky, el capitalismo no es un sistema presidido por la producción de plusvalor para los fines de la acumulación de capital, sino que simplemente consiste en un reparto injusto de la riqueza. Llegan a semejante conclusión afirmándose en el falso supuesto de que la plusvalía no es más que trabajo no retribuido bajo la forma de riqueza, y su corolario: que los capitalistas no consumen toda la plusvalía y acumulan una parte bajo la forma de dinero, equivalente a la parte del plusvalor contenida en la riqueza creada que los obreros dejan de percibir. La conclusión de tal razonamiento, es que, bajo el capitalismo, la oferta de riqueza supera en valor a la demanda efectiva, o sea, que el valor de la producción crece más del contenido en los productos que el consumo destruye. La pauperización de los trabajadores como consecuencia de una superproducción de riqueza bajo la forma de dinero en manos de los capitalistas, está en la base de las tesis románticas y utopistas. Para ellos, por tanto, la distribución de la riqueza no es un problema que deba resolverse en la estructura económica de la sociedad revolucionando las relaciones de producción capitalistas, sino actuando desde la superestructura ética, jurídica y política del mismo sistema. Tal es la tesis central que ha venido identificando a los reformistas políticos burgueses desde principios del siglo XIX hasta hoy, a quienes Marx llamaba con justeza “socialistas vulgares”.

Ya en 1875, Marx se refería a la relación entre los conceptos de producción y distribución en la sociedad capitalista. Lo hizo para salir al paso de los devaneos de Lassalle con el Canciller del imperio alemán Otto Von Bismarck, sutilmente reflejados en el proyecto de programa del partido obrero alemán, que presentó ante el Congreso celebrado ese año en la ciudad de Gotha.

Allí, Marx anticipa lo que diez años después demostraría rigurosa y exhaustivamente en el segundo libro de “El Capital” publicado en 1885. En su crítica al lassallismo, dice Marx que la distribución de los medios de consumo bajo el capitalismo, es el resultado de las condiciones materiales de la distribución de los medios de producción. El despliegue lógico contenido en esta proposición de Marx, es el siguiente: el modo capitalista de producción se basa en el hecho de que los medios de producción le son adjudicados a quienes no viven de su trabajo en forma de propiedad sobre los medios de producción ―incluido el suelo―, mientras que la masa de los asalariados sólo es propietaria de la condición personal de producción: su fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los factores ―objetivo y subjetivo― de la producción, la conclusión lógica es que: la distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural, es decir, objetiva, del modo con que se opera previamente la distribución de los medios de producción.

<<Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí sólo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina [utópica] que gira principalmente en torno a la distribución [del consumo]. Una vez que está dilucidada desde hace ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿Por qué volver a marchar hacia atrás? (K. Marx: “Crítica del Programa de Gotha” I. Lo entre corchetes y el subrayado son nuestros)

¿Cuál es ―y de qué tipo― la condición bajo la cual se opera la distribución entre los medios de producción y los medios de consumo? Empecemos por lo más obvio. Ciertamente, el modo de producción capitalista es una unidad dialéctica, y, por tanto, contradictoria, entre producción y consumo. Pero es, eminentemente, una unidad dialéctica entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, cuyo polo dominante es el proceso de valorización. Bajo el capitalismo, no se trata de producir riqueza para el consumo sino valor; y no solo valor sino plusvalor. Los capitalistas, como tales, no pueden producir nada que no contenga plusvalor, es decir, trabajo no pagado. Por su parte, los asalariados accederán al consumo necesario para reproducir su fuerza de trabajo, sólo en la medida en que exista, para ellos, un capital que les contrate, y sólo con una condición, a saber: que la masa de plusvalor obtenida alcance para ampliar convenientemente su capital de inversión y su fondo de consumo; y esto es algo que, en última instancia, depende de la tasa de ganancia como promedio o relación positiva entre la masa de plusvalor obtenida y el capital invertido. De lo contrario, o el salario de los empleados se reduce y, por tanto, su consumo, o deja de haber trabajo y consumo para ellos. Así es la dictadura social del capital sobre la que se levanta esa embustera jaula de grillos de la burguesía llamada “democracia”, que jamás traspasa los umbrales de las sedes empresariales donde se produce y administra el plusvalor sustraído a sus empleados bajo secreto comercial. La vulgaridad hasta el extremo de la ramplonería en cuestiones teóricas, es lo que siempre ha caracterizado a los oportunistas. Hablar de la verdad histórica entre ellos es como mentar la soga en casa del ahorcado.

Aunque no sea tan obvio, el proceso de valorización también opera una distribución entre la producción y el consumo en el seno mismo del capital, a saber, entre los dos sectores básicos de la producción de plusvalor: el sector dedicado a acumular capital con la producción y realización de medios de producción (maquinarias, herramientas, materias primas y auxiliares) y el sector interesado en la producción de bienes de consumo. Y el caso es que dada la preeminencia de la producción de plusvalor como condición del aumento del consumo, de aquí se desprende lógicamente que la reproducción ampliada del capital global ―esto es, de todos los sectores y de las distintas ramas dentro de cada sector básico― exige que el sector productor de medios de producción crezca más rápido que el sector productor de medios de consumo y a expensas suya.

Del principio activo de la producción compulsiva de plusvalor, derivado de la organización del trabajo social bajo el capitalismo, Marx extrajo con carácter de ley, el hecho empíricamente verificable de que el sector dedicado a fabricar medios de producción se desarrolle más rápidamente que el productor de medios de consumo. Este último también crece, pero más lentamente al ser tributario de una masa de capital hacia el otro, determinada por la distinta composición orgánica del capital entre los dos sectores, mayor en el sector productor de bienes de producción.

Dicho de otro modo, lo que diferencia a la sociedad capitalista de los anteriores modos de producción, consiste en que la burguesía está compelida a utilizar más del tiempo de trabajo anual disponible, a la producción de medios de producción, es decir, a capital constante (maquinaria, herramientas, materias primas, y auxiliares, que no pueden transformarse en renta bajo la forma de salario ni de plusvalor y que sólo fungen como capital. El capitalismo en su conjunto crece según esta desproporción entre una mayor producción relativa de medios de producción respecto del sector productor de medios de consumo.

En este punto es necesario introducir otro elemento de juicio, y es que al principio, durante su etapa temprana el capitalismo se desarrolla coexistiendo con los modos de producción precapitalistas: el modo de producción natural o de subsistencia[13] correspondiente a la comuna rural rusa o a la familia patriarcal y el modo de producción mercantil simple[14] correspondiente a los pequeños campesinos. El desarrollo del capitalismo[15] avanza históricamente en sucesivos períodos: en un primer momento, la acumulación progresa a expensas de la economía de subsistencia y luego de la economía mercantil, hasta convertir a una mayoría de campesinos que vivían bajo esos dos modos de producción precapitalistas, en trabajadores “libres”, esto es, “liberados” en el sentido de expropiados de sus medios de producción, fuerza de trabajo que se ven obligados a vender en el “mercado de trabajo” como asalariados al servicio de los propietarios de los medios de producción o capitalistas:

<<Por consiguiente, en el desarrollo histórico del capitalismo hay dos momentos importantes: 1) la transformación de la economía natural de los productores directos, en economía mercantil, y 2) la transformación de la economía mercantil en economía capitalista>> (V.I. Lenin: “El llamado problema de los mercados” Otoño de 1893)

Este proceso se opera a través de la competencia, donde cada competidor trata de aumentar la productividad de su trabajo para vender sus productos en mejores condiciones de calidad y precio, del mismo modo en el campo con los campesinos, que en la ciudad con los gremios de artesanos. La consecuencia necesaria de esta nueva realidad vigente, es el inevitable empobrecimiento y ruina de los productores menos eficientes, que así son expropiados de sus medios de producción incluido el suelo sobre el que trabajan los campesinos y los talleres de los artesanos― que así pasan metamorfosearse socialmente en trabajadores “libres”, obligados a vender lo único que les queda como almas propietarias: su fuerza de trabajo. Este empobrecimiento y expropiación de una mayoría de pequeños agricultores y artesanos en virtud de la división del trabajo y la competencia mercantil, fortalecen a una minoría de productores relativamente más competitivos, que pasaron a emplear y explotar en buena parte a los pequeños propietarios expropiados, devenidos en mano de obra disponible a bajo precio. Como consecuencia de su nueva realidad social degradada en términos de ingresos, el nuevo salariado:

<<Ahora tiene que comprar los artículos de consumo necesarios (aunque en menor cantidad y de peor calidad); por otra parte, los medios de producción de los cuales es liberado este campesino (o pequeño industrial), se concentran en manos de una minoría, se convierten en capital, y el producto entra al mercado. Sólo así se explica el fenómeno de que la expropiación en masa de nuestro campesinado en la época que siguió a la reforma, haya sido acompañada, no por la reducción, sino por el aumento de la productividad global del país y el incremento del mercado interno. Es del dominio público el hecho de que la producción de grandes fábricas y establecimiento afines ha aumentado enormemente, que también se han difundido de manera considerable las industrias de kustares[16] (tanto éstas como aquellas que trabajan principalmente para el mercado interno; asimismo aumento la cantidad de cereal que circulaba en los mercados internos (el desarrollo del comercio de cereales en el interior del país.>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Otra consecuencia derivada de esta transformación económica y social, fue la ampliación de la producción que, naturalmente, no podía efectuarse sin la acumulación (de capital constante): ampliar los talleres, adquirir nuevos medios de trabajo y mucha mayor cantidad de materias primas y auxiliares, para emplear más operarios. Esta ampliación de las distintas unidades productivas disparó la demanda y, por tanto, la producción, de medios de producción (máquinas, herramientas, hierro, madera, carbón, etc.). La concentración de la producción elevó la productividad del trabajo, suplantando parte de la mano de obra por máquinas de nueva tecnología, dejando sin ocupación a numerosos obreros, lo cual incentivó la producción de capital constante a un ritmo más rápido que el crecimiento vegetativo de la producción obrera.

Lenin ofrece un ejemplo donde expone empíricamente el cumplimiento de la ley fundamental del capitalismo ―descubierta por Marx―, según la cual, la tendencia objetiva del capital global a convertir cada vez mayores masas de valor salarial o trabajo pagado, en trabajo impago o plusvalor para los fines de la acumulación o reproducción ampliada del capital, se traduce históricamente en que el crecimiento o acumulación de capital de los sectores industriales que producen medios de producción para la fabricación de medios de producción (máquinas, materias primas y auxiliares) es superior al de los sectores que producen medios de producción aplicados a la producción de medios de consumo y, a la vez, el crecimiento de la acumulación en este último sector, es mayor que el del sector que produce directamente medios de consumo.

Marx expresa esta misma conclusión relacionando el valor de los productos que demandan los asalariados de sus respectivos patronos en todos los sectores productivos de la economía, respecto de la masa de valor contenida en los productos que intercambian los capitalistas de todos los sectores productivos entre sí, y llega a la conclusión de que:

<<Los obreros pueden comprar, incorporarse a la demanda, sólo de las mercancías que entran en su consumo individual (...) Como consumidores, como compradores, [Los trabajadores] no compran [ni consumen] materias primas ni medios de trabajo [para la industria, para consumo productivo]; compran solamente medios de vida (mercancías que entran directamente en el consumo individual). Nada por tanto más ridículo que hablar de identidad entre productores y consumidores [de oferta y demanda según la ley de Say], ya que en una cantidad extraordinariamente grande de negocios [intercambios] ―todos aquellos que no se dedican directamente a los artículos de consumo― la inmensa mayoría de quienes intervienen en la producción [los asalariados] se hallan absolutamente marginados de la compra de lo producido por ellos mismos (para sus respectivos patronos). No son consumidores directos ni compradores de esta gran parte de productos [medios de producción] en cuya producción intervienen como asalariados. (K. Marx: "Teorías sobre la plusvalía" T.II. Cap. XVII -12. Lo entre corchetes y el subrayado son nuestros)

Y en el libro II de “El capital”, donde trata del intercambio entre los distintos sectores productivos de la economía en el supuesto de la “reproducción simple” (cuando el plusvalor obtenido en cada rotación del capital ―una vez deducido el fondo de amortización para reponer el desgaste de los medios de trabajo― se consume) después de ofrecer su demostración, acaba completando el razonamiento científico anterior:

<<La sociedad capitalista emplea una parte más considerable de su trabajo anual disponible en producir medios de producción (capital constante), los cuales no se pueden resolver en rédito ni bajo la forma del salario ni bajo la de plusvalor, sino que pueden únicamente funcionar como capital (No pueden fungir como plusvalor, dado que una vez en manos de sus compradores, ya es plusvalor capitalizado bajo la forma de un valor de uso para consumo productivo, es decir, para la producción de más plusvalor)>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Lo entre paréntesis es nuestro)

Y a continuación completa su pensamiento remitiéndose a la organización del trabajo en las comunidades del “Homo hábilis”, durante el paleolítico inferior, hace 2.500.000.000 de años:

<<Cuando el salvaje hace arcos, flechas, martillos de piedra, hachas, cestos, etc., sabe perfectamente que el tiempo así empleado no lo ha dedicado a producir medios de consumo, que ha satisfecho su necesidad de medios de producción y nada más. Sin embargo este salvaje cometería un pecado económico grave si fuera completamente indiferente respecto al tiempo sacrificado en esa tarea; por ejemplo, dedicar no pocas veces un mes entero ―como narra Tylor―, a la terminación de una flecha.[17]>> (Op. Cit.)

La diferencia entre el modo de producción de aquellos seres primitivos y el moderno capitalismo, radica en que la relación entre producción y consumo ―determinada por la economía del tiempo de trabajo en aquellas simples comunidades autosuficientes basadas en las relaciones de parentesco―, podía ser directamente inteligible porque su producción no estaba separada en el tiempo y el espacio por ningún intercambio social (esfera de la circulación, mercado); pero, sobre todo, porque los productores directos no habían sido separados aún de sus condiciones materiales de producción y, por tanto, del producto de su trabajo. Lo mismo debió suceder con las familias autosuficientes comprendidas en la comuna rural rusa, aun cuando esta comunidad trascendía las relaciones puramente familiares, era una comuna social.

El error interesado ―consciente o inconsciente― de los intelectuales populistas rusos adscriptos al pensamiento romántico-utópico de Sismondi, consistió en juzgar el capitalismo desde la óptica pequeñoburguesa de estas comunidades de familias trabajadoras propietarias autosuficientes, donde el acto de producir estaba determinado por el consumo de lo producido, y cuando ni los medios de producción ni la fuerza de trabajo se habían convertido en mercancías, que fue la condición histórica que dio nacimiento a la categoría social del capital, encarnada en la relación entre los propietarios de los medios de producción y los propietarios de la fuerza de trabajo. A este error de los populistas de analizar el modo de producción más moderno en base a las condiciones históricas del antiguo, se suma el de que, para explicar la formación del valor de cada mercancía, omitieran considerar la función económica específica del capital fijo, esto es, la relación de desbalance entre su coste de fabricación y la productividad del trabajo derivada de su empleo en términos de aumento de plusvalor relativo[18].

De este modo, para los populistas ―como para los clásicos de la economía política― el valor de las mercancías se reducía a la suma de salario y plusvalor. De ahí que concluyeran en la existencia de una oferta de valor en riqueza material que no podía tener su contraparte en términos de demanda efectiva equivalente. Según esta concepción, una proporción de ese plusvalor se consumía en el lujo de los capitalistas, pero su mayor parte quedaba sin vender en los almacenes de los grandes comerciantes, por falta de demanda solvente.

No podían comprender aquello que para los salvajes del paleolítico inferior era algo de Perogrullo, a saber, que para producir medios de vida, es necesario destinar tiempo y esfuerzo, pero también medios (de producción) para fabricar, a su vez, los instrumentos de trabajo que permiten obtener esos medios de consumo. Esta razón científica permite explicar lo que a los intelectuales subjetivistas les convenía ver como algo “indeseable”, como una “injusticia”, dado que, según sus prejuicios pequeñoburgueses, estaba claro que la penuria relativa de los “trabajadores” no tenía justificación “moral” de ningún tipo, ya que la riqueza en medios de vida que podía eliminar esa penuria ―y que según el análisis de los populistas, completaba el “producto integro” de su trabajo― permanecía en los abarrotados almacenes de los capitalistas debido a su (subjetivo) afán desmedido de riqueza.

Claro que el fondo de consumo de los capitalistas fue siempre superlativamente mayor que el de los asalariados. ¡Faltaría más! Para eso está el sector fabricante de productos de lujo. Pero incluso este sector, no deja de ser tributario de plusvalor hacia los sectores capitalistas productivos, fabricantes de medios de producción.

La tendencia fundamental del capitalismo pasa por la producción de riqueza material. Esto es tan cierto como que sin riqueza para el consumo no puede haber valores: el valor de uso es el soporte material del valor de cambio. En general, las cosas que no sirven para nada, no pueden ser portadores de valor. Pero aun la cosa más valiosa para la vida humana carece de valor si no lleva trabajo social incorporado, como hasta hoy es el caso del aire y demás bienes no económicos por eso llamados “libres”. Y el que algunas cosas sirvan o no sirvan, es un problema histórico-social, de valores sociales y culturales vigentes en cada momento.

Finalmente, no sólo hay consumo directo, sino también bienes de consumo indirecto o de consumo productivo, como los instrumentos de producción, que se consumen usándolos para producir otros bienes. Cuando una máquina se usa, se la está consumiendo, pero ese consumo consiste en producir otra cosa, o en reproducir más de lo mismo, más de la misma máquina. Y para esto se necesita plusvalor, trabajo excedente dedicado a producir cosas que no se consumen como se hace con el pan, sino que se reproduce bajo la forma social de valor soportada por similares o distintos medios de producción.

De toda esta fundamentación se desprende, que gran parte de la masa de plusvalía o trabajo no pagado a los asalariados ―que según los populistas se acumula bajo la forma de medios de consumo― en realidad el sistema determina que se destine a la ampliación de “bienes de capital” de las industrias dedicadas a la fabricación de capital fijo (maquinaria), en proporción a la productividad relativa del trabajo en ellas, o, lo que es lo mismo, en orden a la participación relativa de capital de cada burgués o grupo de burgueses fabricantes, en el común negocio de explotar trabajo ajeno, distribución que se opera en orden a lo establecido por tasa de ganancia media, determinada por la competencia intercapitalista.

 

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[9] Termino acuñado por A. Gramsci para describir el proceso por el cual las clases dominantes decapitan a las clases subalternas consiguiendo que sus intelectuales más destacados se pasen al bando de la burguesía <<...Si estudiamos toda la historia italiana a partir de l8l5, veremos que un pequeño grupo dirigente (burgués), logró encerrar metódicamente en su círculo (de poder) a todo elemento político puesto de manifiesto por los movimientos de masa de origen subversivo...>>(A.G. "Cuadernos de la Cárcel". Lo entre paréntesis es nuestro). <<...Se puede decir que toda la vida italiana desde l848 está caracterizada por el "transformismo", o sea, por la elaboración de una clase dirigente cada vez más amplia (...) con la absorción gradual pero continua y obtenida con métodos de desigual eficacia, de los elementos activos salidos de los grupos aliados y hasta de los grupos adversarios que parecían enemigos irreconciliables...>> (A. Gramsci: "El Resurgimiento" . Y al formular su segunda ley de la política, Gramsci dice que la posibilidad de que una clase pueda consumar sus aspiraciones políticas está en que evite el transformismo y transfugismo de sus propios intelectuales. Cfr.:

http://www.nodo50.org/gpm/rafaelpla/13.htm

 

[10] N.K.Mijailovsky (Postorononni): El más destacado teórico del populismo liberal, ensayista, crítico literario y filósofo positivista; uno de los representantes de la escuela subjetiva en sociología. Defendía la teoría idealista reaccionaria de los “héroes” y la “masa”. Comenzó su actividad literaria en 1860; colaboró desde 1868en la revista “Otiéchestvennie Zapisky”, de la que fue más tarde uno de sus directores. A fines de la década del 70 participó en la preparación y redacción de las publicaciones de la organización “Narodnaia Volia”, el periódico ”Rússkie Viédomosti ylas revistas “Siéverni Viéstnik” y “Rússkaia Misl.

En 1892 dirigió la revista “Rúskovie Bogatsvo, desde cuyas páginas combatió enconadamente a los marxistas.

[11] Representante del populismo liberal. En sus obras auspiciaba la conciliación con el régimen zarista, atenuaba el antagonismo entre las clases y la explotación de los trabajadores, negaba la vía capitalista de desarrollo en Rusia. Los puntos de vista de Krivenko fueron severamente criticados por Lenin y, más tarde, también por Plejanov.

[12] Sobre el concepto hegeliano de “realidad efectiva”. ver: http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/10.htm, aunque, para su comprensión cabal o completa, recomendamos estudiar todo el punto 4 (Capítulo 2 – “La doctrina de la esencia”).

[13] Organización económica en la que cada comunidad o familia produce todo lo necesario para su propio consumo. En este caso, la división del trabajo es propia de cada organización comunal o familiar.

[14] Organización de la economía social en la cual cada unidad productiva, individual, o familiar ―independientemente de las demás― se especializa en la elaboración de un determinado producto, de modo que deben acudir al mercado para vender determinadas cantidades del suyo a cambio del equivalente en todo lo demás que necesitan para vivir y que, por esta razón, se convierten en mercancías o valores económicos. Bajo esta organización económica, además de una división manufacturera del trabajo para la fabricación de los diversos productos al interior de cada unidad productiva independiente, hace su aparición la llamada división social del trabajo entre los distintos productores independientes que confrontan sus respectivos productos en el mercado, convertidos así en competidores.

[15] Por capitalismo se entiende la etapa de la producción mercantil en que no solamente los productos del trabajo, sino la misma fuerza de trabajo se convierte en mercancía.

[16] Kustar: Este término se empleaba para designar al pequeño productor de mercancías, ocupado en la producción doméstica para la venta en el mercado. En sus trabajos, Lenin hacía notar, sin embargo, la inexactitud y la falta de carácter científico de este término tradicional, ya que significa tanto el productor que trabaja para el mercado, como el artesano-campesino que lo hace para sí mismo y su familia.

[17] E.B. Tylor: “Forschungen über die Urgeschichte der Menscheit”, citado por Marx.

[18] Marx definió dos categorías de trabajo excedente bajo el capitalismo: el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo. El primero es el creado por la extensión de la jornada de labor o por la disminución del poder adquisitivo del salario, es decir, pagando la fuerza de trabajo a un precio por debajo de su valor. El segundo, es el que se produce sin alterar el poder adquisitivo del salario o precio de la fuerza de trabajo a la baja, pero disminuyendo su valor por efecto de un aumento en la productividad del trabajo, es decir, disminuyendo el coste salarial o tiempo de trabajo vivo necesario para producir cada unidad de lasmercancías que entran en la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, su valor, el valor mismo de la fuerza de trabajo, lo cual determina un aumento del plusvalor. Este plusvalor es relativo, porque no aumenta respecto de sí mismo, sino a expensas del valor del salario, esto es, de la reducción del tiempo o la parte de la jornada de labor que cada asalariado tarda en reproducir su fuerza de trabajo por efecto de un aumento en la productividad. El salario real o poder adquisitivo se mantiene constante, pero su salario relativo disminuye en todo lo que aumenta el plusvalor.