3.¿Es la juventud una categoría social?;
¿es una categoría de la “gran política”?

Hecha esta precisión acerca del vocablo “política”, hay que empezar por decir que la categoría de “juventud” nada tiene que ver con la “alta política”; sí, en cambio, con el hecho de que el capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo, es decir, con la “baja política”, la pequeña, la de andar por los pasillos del parlamento y las alfombras ministeriales del Estado burgués, propia de los politiqueros que medran dentro del sistema sirviendo a uno u otro sector de la clase dominante con especies como ésta de la “juventud”.  

Sobre esta degradación de la política cabe empezar diciendo lo siguiente: dado que todos los asalariados son la clase subalterna fundamental del capitalismo, cualesquiera sean las distintas condiciones derivadas de su contratación ―sea por razones de edad, oficio, rama de la producción, sexo, conocimientos, experiencia, etc.―, en términos políticos es impropio hablar de “sus” especificidades por razones de edad o generación, en tanto que, todas esas supuestas características de los jóvenes asalariados, son el efecto de causas eficientes en sí y por sí ajenas a los jóvenes asalariados; son atributos que el sistema hace recaer sobre ellos a instancias de sus respectivos patronos. Los asalariados son lo que sus patronos les imponen que sean, inducidos ―a su vez― por las ciegas leyes objetivas del capitalismo, de las que ambos ―capitalistas y asalariados― no son más que criaturas suyas.

Marx dice: a los burgueses no se les puede responsabilizar por algo de lo que ellos mismos son una consecuencia. O sea, que las causas eficientes que los patronos encarnan al determinar las distintas formas de ser de los asalariados, no se podrían verificar sin su respectivacausa formal (objetiva, la formación social) que les predetermina a ellos ―a los patronos―, a su conducta económica, social, política y hasta psicológica. Es decir, que toda causa eficiente tiene como condición de existencia una causa formal (la organización de determinada materia, en este caso, social) quela contiene y determina.

Y el caso es que esa causaformal no tiene nada que ver con la edad de los asalariados, sino con la clase a la que pertenecen. La juventud es un dato de la filogénesis humana, de la evolución natural de sus individuos, cualquiera sea la histórica relación de producción dominante, mientras que la causa formal del capitalismo, la que informa a los seres humanos genéricos y determina su especificidad epocal como seres sociales, es esencialmente histórico-económica o histórico-natural, en tanto que las leyes económicas y sus clases emergentes, no son una determinación consciente de los burgueses ni de nadie en particular.

En sus “Glosas a Wagner”, Marx decía: “Yo no parto del ser humano genérico sino de un período histórico determinado”, que es lo que confiere a los sujetos la especificidad social propia de las relaciones dominantes de su época, respecto de las que determinaron la conducta social en otras etapas del desarrollo de la humanidad. Así, hay tantos tipos humanos “genéricos” como períodos sociales el el desarrollo histórico de la humanidad. Que las clases dominantes en cada etapa histórica convierta su típico o específico tipo genérico de ser humano, con sus criterios de valoración económica, social, política y moral ―como hacen especialmente los burgueses norteamericanos cuando se ponen a hacer películas del género histórico― eso nada tiene que ver con el rigor y la objetividad científica, sino con los embelecos ideológicos producto de las pretensiones universalistas y eternas que cada clase dominante se ha venido haciendo de si misma en la historia.

El ser humano moderno, ha sido un producto histórico determinado por la ley del valor bajo la formación social capitalista, cuyo origen y desarrollo fue y sigue siendo independiente de la voluntad de los seres humanos genéricos comprometidos en ella. Es esta ley determinada por las relaciones de producción bajo el dominio de la forma social del capital, la que confiere especificidad a las clases que interactúan en ella, según el lugar que cada cual ocupa en la producción y reproducción de la vida social determinada económica y socialmente por el capital. Es el contenido económico contradictorio de la ley de la acumulación, lo que conforma procesualmente el distinto y opuesto carácter social o especificidad a las dos clases universales antagónicas; dicho de otra forma: es dentro de esta causa formal de la sociedad moderna donde se opera el despliegue histórico de las contradicciones del capitalismo, verdadera causa eficiente del comportamiento tendencialmente antagónico irreconciliable de las dos clases universales. El arte político revolucionario consiste en hacer inteligible la causa eficiente que opera sobre la base económica del sistema en cada uno de los momentos del despliegue de sus contradicciones, para elaborar la táctica de lucha que acerque lo más posible el horizonte de la resolución dialéctica definitiva del conflicto, según la lógica comprendida en la causa formal de la realidad actual, contenida en la “ley general de la acumulación capitalista” (K. Marx:“El Capital” Libro I Cap. XXIII)

En sentido estrictamente social y político científico, pues, no es lícito especular con una supuesta “especificidad” de los obreros jóvenes, como sí lo es hablar de la específica naturaleza de las mariposas o de los lagartos. Los jóvenes no son una especie social, separada de los demás asalariados, como no lo son, humanamente hablando, los hijos respecto de los padres. Esa supuesta especificidad es, en rigor de verdad, una fatal condición ―pendiente de superar― propia del capitalismo en su etapa tardía, que afecta tanto a jóvenes como a adultos, determinada por el hecho de que el capital crece históricamente más rápido que la población obrera, de modo que, según esta lógica económico-social, la acumulación tiene que llegar a un punto en que el sistema genera una población sobrante o ejército industrial de reserva, lo cual explica el fenómeno conocido por la expresión paro estructural masivo. Ese ejército de supernumerarios está constituido por una composición poblacional de todas las edades, sexo, oficio, rama de la producción, etc., aunque bien es cierto que en creciente medida por las sucesivas generaciones en condiciones de pasar a formar parte de la población activa ocupada, en una magnitud que la lógica social del sistema restringe relativamente cada vez más, según se suceden las ondas largas periódicas depresivas en que discurre el común negocio burgués de explotar trabajo ajeno. Según la ley general de la acumulación, la población obrera empleada crece históricamente en términos absolutos, pero cada vez menos respecto de su crecimiento vegetativo[6].

Insistimos en decirlo de otra forma, para que se comprenda mejor el contenido del que se desprende el corolario final de este concreto pensado que es la categoría social de los jóvenes asalariados: el hecho de que se les contrate hoy día en condiciones distintas y más penosas que las del resto de empleados fijos, como hemos dicho no obedece a su condición de jóvenes en edad de incorporarse al trabajo colectivo de la sociedad, sino a la causa formal capitalista, cuyas contradicciones provocan el fenómeno del paro estructural masivo, derivado del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad bajo el dominio del capital y el consecuente acicate de la competencia encarnada en los distintos capitalistas (individuales y colectivos). El corolario de esto es el siguiente: el dominio o subsunción real del trabajo en el capital, tiende ―entre otras causas eficientes a que los capitalistas deban convertir la mayor masa posible de trabajo complejo en trabajo simple, o sea: a reducir los costes de formación práctica de los asalariados en condiciones de incorporarse al mercado de trabajo. Esto determina la propensión de los capitalistas, a la renovación generacional de las plantillas, de modo que la momentánea y relativamente mínima pérdida de beneficios (no de una pérdida neta, que es cuando se vende por debajo de los costes de producción) que suponen los costes de formación en contratos de prácticas remuneradas, es compensado con creces en el más corto plazo, por la mayor reducción en los costes salariales globales que resulta de la renovación generacional de las plantillas por vía del paro y las jubilaciones anticipadas; es decir, por un mayor grado de explotación resultante de sustituir el mayor salario relativo de los padres, por el menor salario relativo de sus hijos.

Vistas así las cosas, la “juventud” no representa a ninguna categoría social ni, por tanto, política dentro del capitalismo. En esta sociedad, ni si quiera es lícito hablar de una categoría sociológica propia de la juventud como tal, dado que los gustos que definen sus diversas necesidades, así como la cantidad y calidad de productos y servicios que las satisfacen, están predeterminadas por la burguesía según su extracción de clase. Lo mismo sucede con las mujeres, minorías raciales, ancianos, homosexuales, extranjeros etc. Los problemas a los que se enfrentan los jóvenes de la clase obrera son muy diferentes a los que tienen necesidad de abordar los hijos de la burguesía.

Durante el espacio de tiempo en que los seres humanos bajo el dominio del capital permanecen improductivos: infancia, adolescencia, juventud, jubilación etc., sus opciones de vida no les pertenecen por entero a ellos, sino en gran medida al capital, que condiciona sus pautas de vida, necesidades y preferencias, hasta el punto de que cualquier restricción de esas opciones y pautas de conducta malogran su vida de relación y hasta su “salud” mental[7] El capital ha penetrado en todas las esferas de actividad del ser humano, desde antes de su nacimiento, hasta, incluso, después del fallecimiento: moda “premamá”, para niños, adolescentes, ”moda joven”, lo que “se lleva” en cada temporada, en educación, cultura, ocio, deporte, geriátricos, pompas fúnebres, en el dormitorio, el salón, la cocina, el baño, la calle; por la mañana, por la tarde y por la noche, etc., etc. Todos estos ámbitos son un verdadero campo de batalla en que las distintas fracciones de la burguesía dirimen la marca que debe prevalecer en cada uno de los tramos del poder adquisitivo de los “jóvenes en general”.

En tiempos “normales”, de dominio ideológico y político casi pleno de la burguesía sobre la sociedad―como es el caso de hoy día― la categoría sociológica de los “jóvenes en general” pertenece al capital como ninguna otra; la burguesía determina lo que la “juventud en general” debe ser y cómo. De este modo, creando necesidades “propias” y condicionando sus gustos, la juventud como “fenómeno sociológico” burgués se ha convertido en una fuente de acumulación del capital con un protagonismo creciente. La industria discográfica los tiene como clientes mayoritarios y los grandes almacenes reservan más y más espacio para ofertar “productos para jóvenes” en secciones habilitadas especialmente “para ellos”. Tanto como para que, en todo ese entramado de sensaciones, no quepa la más mínima posibilidad potencialmente revolucionaria, de que algún joven pueda ser él mismo negando todo eso sin crearse un insufrible vacío social en torno suyo. Ni que decir tiene que, a través del dictado de esta sociología de la estupidez en torno a lo superfluo, la burguesía ejerce indirectamente su dictadura sobre las ideas políticas de “los jóvenes en general”.

Pero, así como no es veraz referirse a los jóvenes en general, como si no estuvieran divididos en clases sociales, tampoco lo es hablar de las “especificidades” del joven asalariado. Porque se trata de una precariedad laboral unida a cada puesto de trabajo, cualquiera sea el que lo ocupe, joven o adulto, mujer o varón, nacional o extranjero, etc. La precariedad laboral basada en la plusvalía absoluta (en este caso explotación por reducción del poder de compra del salario) y relativa (intensificación de los ritmos del trabajo), es una realidad que, en mayor o menor grado afecta a todos los asalariados simultáneamente. A los que están en paro porque, carentes de sustento, sufren la miseria material sumada al tormento moral, psicológico y/o psicosomático, provocados por el sentimiento inducido de no servir para nada; a los empleados, porque, día que pasa, deben soportar todo tipo de acoso, abusos de autoridad y vejaciones cuasi feudales por parte de sus patronos. Unos daños sociales que pesan tanto sobre la parte de los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo en condiciones de paro ―a los fines de que cada cual se predisponga a trabajar más por menos―, como sobre el sector de adultos con años de servicio que la patronal despide para que ocupen su lugar el resto de los jóvenes recién incorporados a la vida activa, agradecidos encima por el “privilegio” de trabajar en precario a cambio de un salario que les permite malvivir muy por debajo del valor de su fuerza de trabajo.

Una de las consecuencias de la reducción de masas crecientes de trabajo complejo a trabajo simple, es la exigencia de cada vez mayores conocimientos como requisito para obtener un empleo en condiciones de desempeñar las tareas más sencillas, lo cual determina la masificación de los estudios superiores, creando simultáneamente las categorías del estudiante de extracción asalariada y del asalariado que, a la vez, estudia, sumadas a la categoría delestudiante de extracción burguesa, remanente de la originaria universidad de elites. Además, esta realidad, en condiciones de paro estructural masivo, determina que la patronal pueda darse el lujo de emplear en tareas relativamente simples, a trabajadores con una cualificación superior a aquella para la cual son contratados, como es el caso de ingenieros, médicos, economistas, abogados, etc, empleados como delineantes, auxiliares de enfermería, simples contables, y pasantes o asesores jurídicos.

También aquí, podríamos empezar a elucubrar partiendo de la “especificidad” del estudiante medio y superior, es decir, del estudiante “en general”, compelido a disciplinar su intelecto aplicado a distintos objetos del conocimiento, según determinados planes de estudio dentro de las instituciones educativas del Estado, para los fines de ganarse la vida a cambio de aportar esos conocimientos profesionales en la correspondiente esfera laboral de la sociedad. La gran masa de estudiantes se reconoce espontáneamente en este concepto “culturalista” o “academicista”, estrictamente profesional de su actividad estudiantil, inducido por la necesidad elemental de ganarse la vida, de lo cual se han venido aprovechando los políticos oportunistas profesionales del apoliticismo. Así fue desde siempre, según describía Lenin el fenómeno en septiembre de 1903:

<<Estos culturalistas se encuentran en todas las capas de la sociedad Rusa, y en todas partes, al igual que los estudiantes “academicistas”, se limitan al estrecho círculo de los intereses profesionales, del mejoramiento de determinadas ramas de la economía nacional o de la administración local y estatal; en todas partes se apartan medrosamente de los “políticos”, sin distinguir (...) entre políticos de diferentes tendencias y llamando política a todo lo que guarda relación con....la forma de gobierno. Estos culturalistas han sido siempre y siguen siendo hoy, la ancha base de nuestro liberalismo: en los períodos “pacíficos” (es decir, traducido al “ruso”, en los períodos de reacción política), los conceptos de culturalista y de liberal son casi sinónimos (...) El liberal ruso, inclusive cuando aparece en una publicación extranjera libre protestando de modo directo y franco contra la autocracia, no deja de sentirse, ante todo y sobre todo, un culturalista (partidario de la cultura política vigente), y se distingue, una y otra vez, porque razona como un esclavo, o, si se quiere como un súbdito respetuoso de la ley, leal y obediente (respecto esencialmente de “lo que hay” o está vigente)>> (V.I. Lenin: “Las tareas de la juventud revolucionaria”)

  

Los culturalistas representaban a la mayoría social entre los estudiantes rusos, junto con los indiferentes y los directamente reaccionarios activos defensores del régimen. Aparte de estos, de derecha a izquierda estaban los socialistas revolucionarios y los socialdemócratas. Tal agrupamiento político de los estudiantes, se correspondía bis a bis con el de la sociedad rusa en su conjunto.

Tomando como referencia primaria esta división política de la sociedad rusa proyectada al interior de los aparatos ideológicos del Estado autocrático,Lenin analizó la distinta perspectiva desde la cual, socialistas revolucionarios y socialdemócratas abordaban la problemática de unificar ideológicamente al estudiantado, para incorporarlo políticamente a la revolución. Y razonaba de este modo:

<<Si el agrupamiento político de los estudiantes corresponde al de la sociedad, ¿no se desprende de ello que, por “lograr la unidad ideológica” del estudiantado sólo puede entenderse una de dos cosas: conquistar la adhesión del mayor número posible de estudiantes a un conjunto perfectamente definido de ideas sociales y políticas, o establecer el acercamiento más estrecho posible entre los estudiantes de un definido grupo político y los miembros de ese grupo que no son estudiantes.>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Como puede advertirse, la primera de las alternativas era de carácter oportunista, pues, si de lo que, para ellos, se trataba, era de representar a las mayorías, ese “conjunto perfectamente definido de ideas sociales y políticas” no podía sino ser de tipo liberal-culturalista, apologético del sistema vigente; en cualquier caso discrepante en cuestiones académicas y de tipo social derivadas de la organización de la sociedad sin poner en tela de juicio a la sociedad misma. Esta posición era esgrimida por los socialistas revolucionarios en alianza con los burgueses liberales. La otra proposición era la que asumía la socialdemocracia, los miembros no estudiantes, jóvenes y no tan jóvenes obreros que actuaban como “intelectuales orgánicos” del conjunto del proletariado, pertenecientes al POSDR.

Y para ilustrar a sus lectores sobre la posición de los socialistas revolucionarios (populistas) que iban a la rastra de la coalición entre los burgueses liberales y la aristocracia feudal absolutista, Lenin describe la línea de pensamiento expuesta en un artículo programático publicado por la revista “Revoilutsiónnaia Rossía” titulado: “Los estudiantes y la revolución”, donde su autor hace gala del oportunismo político más rastrero, exaltando aquel idealismo juvenil dulzón preñado de estupidez política, al que presentaba como una encomiable virtud intrínseca o específica de los jóvenes “en general” para conferirle a eso un carácter político.

Entonces y ahora, la razón revolucionaria debe seguir combatiendo al mismo enemigo: el etéreo e impoluto idealismo humano genérico, en el que las clases dominantes han venido haciendo flotar en todas partes a los jóvenes culturalistas por encima de las contradicciones de la sociedad real; hoy son decenas de millones los que siguen aferrados a ese idealismo como a un clavo ardiendo bajo la forma del “voluntariado”; algunos porque les sobra tiempo y dinero para eso, otros muchos porque convierten “su” ideal en medio de cambio para salir del paro; todos ellos, en fin, porque sus “sensibles” corazones ―debidamente educados en la escuela burguesa de la hipocresía― día que pasa piden una nueva y magnifiscente mentira que la burguesía se saque de su vieja chistera:

<<El autor de este artículo pone el acento en el “altruismo y la pureza de aspiraciones”, la “fuerza de los motivos idealistas” en la “juventud”. Y busca aquí la explicación a sus deseos de “innovaciones políticas”, y no en las condiciones reales de la vida social de Rusia, que, por una parte, engendran una irreductible contradicción entre la autocracia y capas muy vastas y muy heterogéneas de la población, mientras que, por otra parte, tornan (pronto habrá que decir tornaban) en extremo difícil toda exteriorización de descontento político que no sea la que se produce a través de las universidades.>> (Ibíd)

Desde la más tierna infancia y a través de la experiencia de sus propios padres, los asalariados aprenden a vivir hechos a la sensación de que ellos y su familia existen, mientras exista para ellos un capital, que “esto es lo que hay” y que no puede ser de otra forma. Luego, una vez metidos en el capullo de los aparatos ideológicos del Estado, el gusano de aquel primigenio sentimiento de dependencia respecto del capital, opera su correspondiente metamorfosis hasta cobrar su forma espiritual acabada en las más bellas ideas: “libertad, “igualdad” y “solidaridad” consagradas como paradigma de conducta social y cívica bajo el capitalismo; como si el significado que los padres de la ideología burguesa otorgaron a cada uno de estos términos, no se dieran de patadas entre ellos.

Ya nos hemos referido a este asunto en otro lugar: http://www.nodo50.org/gpm/pinochet/02.htm. Allí, siguiendo a Marx, demostramos que la idea actual de “libertad” reside prácticamente en el concepto de propiedad privada, como el derecho de cada cual a disponer libremente de lo que es suyo, empezando por su propio cuerpo como propiedad de su alma.[8] Esta idea de las “almas propietarias” de su relativo cuerpo ―introducida por John Locke―, es el fundamento de la “libertad” que nos venden los burgueses, idea según la cual, todos ―patronos capitalistas y asalariados―, se “igualan” como propietarios que disponen “libremente” de lo que es suyo. Pues bien, esta universal “libertad igual” es la que consagra y legitima jurídica y moralmente la explotación del trabajo asalariado.

Finalmente, dado que la libertad de los individuos se basa en la propiedad privada de cada cual, de este hecho se infiere lógicamente con toda claridad que el derecho humano a la “libertad” burguesa no descansa sobre la unión, fraternidad o solidaridad entre los seres humanos, sino que, por el contrario, se basa en su separación y potencial confrontación de los individuos y de las clases sociales, que es lo que ha venido sucediendo sistemáticamente a lo largo de toda la historia moderna:

<<El derecho humano a la propiedad privada es, por tanto, el derecho a disfrutar de su patrimonio libre y voluntariamente, sin preocuparse de los demás seres humanos, independientemente de la sociedad; es el derecho del interés personal. Aquello, la libertad individual, y esto, su aplicación, forman el fundamento sobre el que descansa la sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo ser humano encuentreen los demás, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. Y que proclama (de hecho) como superior a todo otro derecho humano>> (K. Marx: “La cuestión judía” Otoño de 1843)

Por tanto, el derecho a la libertad burguesa basada en la propiedad sobre los medios de producción, no tiene nada que ver, ni con la igualdad ni con la fraternité o solidaridad. De ahí que los burgueses necesiten verse reflejados en el disciplinado comportamiento sus subordinados, como en el espejo cóncavo de sus falsos valores, precisamente para poder creer en ellos como verdaderos y universales.

Nietzsche pensaba que, en este mundo, es imposible vivir mirando de frente a la verdad. En general, tenía y sigue teniendo razón. Por eso decía que “a cada acción debe corresponder un olvido”. Según esta proposición, la norma de toda conducta ética, consiste en dejar a un lado el verdadero significado de lo que se hace, cambiándolo por otro esencialmente falso aunque no lo parezca. Ésta, que fue la máxima de la vieja retórica sofista, que sigue hoy vigente, tanto en la calle como en las escuelas, en el discurso de los políticos institucionalizados como en el de los periodistas profesionales y el común de los artistas, proyectándose incluso a la más moderna publicidad, cuyo arte consiste en hacer que las cosas no valgan por lo que son, sino por lo que la gente pueda llegar a creer que son trucando lo verdadero por lo verosímil.

Tales son los mecanismos sociológicos, ideológicos y psicológicos ―convenientemente instrumentados por los “mass media”―, a través de los cuales se refuerza la función enajenante de la economía política, a fin de que la mayoría de los asalariados y demás sectores sociales subalternos se amolden a las formas de la falsa conciencia que sus patronos se fabrican sobre lo que ellos mismos hacen; a las ideas que invierten la noción del mundo real trucando el significado de las palabras. Así es como los burgueses consiguen que la necesidad de vender fuerza de trabajo pase por libertad para contratar su venta; que la desigualdad entre el valor de la fuerza de trabajo vendida y el plusvalor resultante de su uso pase por igualdad resultante del acuerdo de compra-venta; y que la insolidaridad o desunión efectivamente resultante de la explotación de los vendedores por los compradores, pase por solidaridad o unión formal del “acuerdo de partes”, realmente forzada por la necesidad real de los vendedores a formalizar tales “acuerdos”.

Estos son los abalorios que la burguesía consagra de hecho en todas partes como preciosas verdades sociales, que muchos jóvenes ―más o menos beneficiados por el trucaje― se vuelven proclives a aceptar y acaban aceptando porque les conviene y así les han enseñado viendo que tienen validez universal, lo cual es cierto. Y aunque las miserias del mundo no les dejan indiferentes, optan por curar su herida “sensibilidad humana” como quien pretendiera tratar un tumor cerebral con aspirinas. Esto es así por una doble causa que combina sus efectos: porque esos privilegiados alumnos y sus maestros burgueses carecen de voluntad política para elevarse con el pensamiento y la acción por encima de sus propias condiciones de vida, y porque, al mismo tiempo, les resulta imposible vivir aceptando la verdad del capitalismo.

Otro sector de la llamada “juventud”, es el comprendido dentro del fenómeno de la marginación o exclusión social, que carecen de medios para poder integrarse en el sistema a instancias de las llamadas políticas de juventud a que aludimos en el párrafo anterior. A pesar de que este sector no se plantea inmediatamente una alternativa política al sistema, sin embargo, siendo una juventud proletaria sin expectativas de futuro dentro de esta sociedad, resulta ser un problema añadido para la burguesía, potencialmente un problema de “seguridad ciudadana”. Para ello, la burguesía combina la represión directa sobre ese subconjunto social “joven”, con el empleo de un ejercito específico de trabajadores sociales a sueldo y voluntarios de Ongs., todos ellos especializados en reconducir esas conductas de frustración con el sistema―la mayor parte de los casos infructuosamente―. Así, se ponen en práctica programas de “reeducación” para prevenir los efectos potencialmente delictivos de la marginación, se intentan otros tantos canales de una falsa integración a través de la participación de esos jóvenes en organizaciones sociales, culturales, lúdicas o de asistencia social como el voluntariado, el ejército profesional, ongs., etc.

Que hoy existan en el Mundo decenas de millones de jóvenes adscritos a organizaciones paraestatales del llamado “voluntariado social”, abrazados a la odiosa idea cristiana de la limosna disfrazada de solidaridad humana, lo dice todo acerca de la decadente podredumbre moral de este sistema de vida, al que no le queda ya otro sustento histórico que la ficción interesada de unas minorías privilegiadas, y la estupidez política inducida de la inmensa mayoría superexplotada y oprimida.

Conciente de que ya no puede solucionar problemas de exclusión social permanente como el paro, las drogas, la delincuencia o la prostitución, la burguesía recurre cada vez más a medidas paliativas, tales como el aumento del presupuesto para los organismos represivos y de control social, los convocatorias al ejército profesional, las “narcosalas” de venopunción o espacios controlados para la compra-venta de sexo vivo, demostración cabal de su creciente incapacidad para evitar la desintegración y descomposición social de sectores cada vez más numerosos de la población a su tan proclamado sistema vida, actualizando dramáticamente lo que Marx y Engels anunciaban en su “Manifiesto comunista”:

<<Es, pues, evidente, que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. Es incapaz de dominar, porque no es capaz de garantizar a sus esclavos la existencia siquiera dentro del marco de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarles decaer hasta el punto en que se ve obligada a mantenerles en lugar de ser mantenida por ellos. La sociedad no puede seguir viviendo bajo su dominación; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la de la sociedad.>> (Op. Cit. Cap. I Enero de 1848)

Mientras la burguesía lanza continuamente mercancías para el consumo de los jóvenes, el Estado se encarga de homogeneizar ideológica y políticamente bajo ese rótulo sociológico al conjunto, como si, en si y por sí, constituyeran una clase social. Sin embargo, al disputarse, las preferencias del consumo juvenil entre los distintos niveles de vida que separan a los jóvenes en otros tantos hábitos y ámbitos diferentes de vida social ―tanto en el ocio como en el negocio― las diversas fracciones del capital que le tienen por objeto de su acumulación no hacen más que demostrar la efectiva división clasista de los jóvenes, que, a la postre, es lo que se impone.

No obstante, en lo que todas esas fracciones del capital coinciden, es en identificar a la juventud con el inconformismo y el progreso, reduciendo este último concepto a lo novedoso, pero con la condición que los sujetos de lo nuevo no sean los jóvenes sino los burgueses que crean y fabrican “lo que se lleva” para ellos, convertidos así en meros objetos de un consumismo desaforado, de un frenesí por “estar a la última” moda.

 

 

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[6] Según la Organización Mundial del Trabajo, hoy día en países con un grado de desarrollo medio, el cociente de incorporación a la producción de jóvenes con edades comprendidas de 15 a 20 años, resulta ser de un 32%, el restante 68% no trabaja. A medida que se tiene en cuenta mayor edad la proporción se equilibra: de entre 20 a 25 años la incorporación al trabajo es del 60%, siendo a partir de esa edad hasta el final de la vida activa de un 80%. Con estos datos y generalizando ya que los límites del concepto de “juventud” no son claramente distinguibles, se puede catalogar como joven a los individuos cuya edad esta comprendida entre los 15 y los 25 años.

[7] Esto determina la tendencia a que la educación ―que no instrucción― de los niños, adolescentes y jóvenes recaiga cada vez más sobre el capital en detrimento de sus propios progenitores, sobre quienes la burguesía sólo delega la responsabilidad de mantenerles. Los padres no pueden ir contra la sociología del consumo infantil que hace casi totalmente a su vida de relación con los demás, sin provocarles severos traumas existenciales y psicológicos. A esta tiranía globalizadora y uniformadora del fetichismo capitalista de la mercancía, los burgueses insisten en llamarle“libertad”,pretensión tantomás hipócrita, falsa y mistificadora cuanto más se la pregona.

[8] De aquí deriva el concepto jurídico más moderno de “persona”, indisolublemente unido al de patrimonio desde el mismo nacimiento, a través del derecho de herencia.