05. Los maestros de la provocación y de la mentira sistemática

 

Al señor George W. Bush Jr. se le nota que no ha dejado de ser un "cowboy", hecho al sentido común entre los norteamericanos, de que la lucha política entre países se concibe y explica como los conflictos interpersonales, y se resuelve según el maniqueísmo y la barbarie bélica que inspiran casi todas las películas del Far West, fabricadas por la industria cinematográfica de Hollywood, donde la vida humana que no es "de los nuestros" no vale nada, y el éxito fundado en la violencia del más fuerte y hábil lo es todo. Como es sabido, en todas esas historias hay una secuencia argumental invariable que acaba cuando los "buenos" matan a los "malos". Aunque desprovista de la parafernalia vaquera, esta filosofía de la vida en sociedad ha sido extendida a buena parte del mundo por la filmografía norteamericana moderna, la del género "de acción" protagonizada por actores al estilo de Arnold Swartzenaguer y demás energúmenos seguidistas en la gran pantalla.

 

Políticamente hablando, sin la clásica figura del "héroe" justiciero pasado por la industria del celuloide, que siempre responde a la provocación del "enemigo" traicionero, los norteamericanos de a pie no vivirían esa burda falsificación de su historia como su propia realidad actual, y la burguesía yanky no hubiera podido instrumentar tan fácilmente su tradicional política exterior genocida en relación con hechos decisivos de su identidad imperial, algunos de los cuales signaron sin duda el curso de la historia moderna.

 

En realidad la táctica de la "provocación enemiga" deliberadamente provocada, es bastante anterior al auge del "western" como instrumento ideológico de la expansión imperialista norteamericana erigida sobre cadáveres que no son los de su propia clase.[1] Fue durante la tercera guerra de liberación cubana contra los españoles, cuando esta táctica política se ensayó por primera vez con todo éxito. Al poco tiempo de que el Estado español aprobara en Madrid el proyecto de autogobierno de Cuba, el 24 de febrero de 1895 la emergente burguesía cubana con José Martí a la cabeza lo rechazó y, tras el llamado grito de Baire, dieron comienzo las hostilidades entre los burgueses rebeldes independentistas y las tropas colonialistas españolas. Los primeros compases del enfrentamiento no fueron favorables a los cubanos. Muertos en la lucha Flor Crombet y Guillermo Moncada, se dio el mando supremo a Martí, que también moriría poco después. Ante esta situación, el 11 de septiembre, la Asamblea constituyente reunida en Jimaguayú aprobó una nueva Constitución y eligió presidente a Salvador Cisneros Betancourt.

 

El gobierno español envió a la isla a Martínez Campos, que no logró restablecer el orden. En 1896 fue sustituido por Valeriano Weyler, que siguió la táctica de Valmaseda, es decir, la lucha sin tregua y la represión a ultranza. En esta fase de la guerra, los insurrectos perdieron a Antonio Maceo y Máximo Gómez, viéndose obligados a retroceder ante el avance de los españoles. Pero la represión de Weyler pronto se volvió en contra de los intereses de España, que se colocó en el punto de mira de la prensa estadounidense, ansiosa de legitimar una intervención militar para extender a Cuba su dominio de clase nacional imperialista incipiente. Con el pretexto de proteger a los ciudadanos estadounidenses residentes en la Isla, el 25 de enero de 1898 Estados Unidos envió a La Habana al viejo acorazado “Maine. Poco después, el 16 de febrero el navío saltaba por los aires, volado deliberadamente por los propios estadounidenses, quienes utilizaron ese "acto de hostilidad militar enemigo" como casus belli para declarar la guerra al gobierno español. Tal como ahora sucede respecto de las consecuencias letales del uranio empobrecido que afectó a las tropas de ambos bandos y a la población del territorio bombardeado por la OTAN con proyectiles conteniendo esa sustancia letal durante la reciente "guerra" de los Balcanes, "después de exhaustivas investigaciones", se "comprobó" que el hundimiento del Maine fue un "accidente", y así quedó la cosa para el gran público[2].

 

Ya en el Antiguo Testamento, el monoteísta judío Isaías dice que Dios tiene el poder omnímodo de "convertir los desiertos en vergeles". Hoy, el único Dios de la sociedad moderna, el dinero bajo la forma de capital, ejerce sobre la opinión pública embrutecida por los vínculos mercantiles, el absoluto poder de trasmutar las falsedades más infames, en relucientes e indiscutibles certezas políticas. Para eso está el tándem que conforman los servicios de inteligencia y los periodistas. Esta metamorfosis de lo falso en verdadero  —que el capital norteamericano invertido en sacrosanta "libertad de prensa" pudo conseguir en torno al incidente de "El Maine"— volvió a ocurrir respecto del ataque japonés a Pearl Harbor. A primera hora de la mañana del 7 de diciembre de 1941, submarinos y aviones japoneses atacaron a la flota estadounidense del Pacífico atracada en Pearl Harbor. Los aeródromos militares cercanos también fueron destruidos por los aviones japoneses. Ocho buques de guerra y más de diez embarcaciones fueron hundidos o sufrieron graves daños, casi 200 aviones fueron incendiados y murieron o resultaron heridos, aproximadamente 3.000 hombres de la Marina y del Ejército.

 

Con ese ataque, EE.UU. justificó ante la opinión pública norteamericana y mundial su participación en la II Gran Guerra en alianza con Inglaterra, Francia y la URSS, contra el bloque formado por Alemania, Japón e Italia. Tal como ha ocurrido antes y después del atentado del 11 de setiembre último, ocurrió en EE.UU. entre octubre de 1941 y el día posterior al desastre de Pearl Harbor.

 

Tras aquél ataque "por sorpresa", la conmoción y perplejidad ante la “falta de aviso” fue un misterio para todo el mundo, tanto para el servicio de inteligencia norteamericano como para la opinión pública de ese país, que no se explicaba cómo había podido ocurrirle eso al ejército mejor dotado de Occidente. No hubo entonces ninguna respuesta veraz a ese interrogante. Tal como está ocurriendo hoy[3], desde aquél fatídico 7 de diciembre hasta hace bien poco, la humanidad vivió en el mismo misterio acerca de lo que propició aquel desastre bélico y humano en Pearl Harbor. En la publicación oficial del Gobierno del Reino Unido, "El sistema traidor en la guerra de 1939 a 1945", y en el libro recientemente publicado "Espía/Contraespía", escrito por la primera autoridad en materia de espionaje británico, Dusko Popov,  salió a la luz que en agosto de 1941, cuatro meses antes de aquella catástrofe bélica - que ahora mismo está en las pantallas de todo el mundo, qué casualidad- el por entonces director del FBI (Federal Bureau of Investigation), J. Edgar Hoover, fue informado por completo, oficialmente y en persona, de que los japoneses estaban planeando el ataque militar sobre Pearl Harbor, así como cuándo y cómo se haría. Sin embargo, oficialmente, no hay constancia documentada de que Hoover hubiera dado aviso a su gobierno. (Cfr.: http://freedom.lronhubbard.org.mx/page042.htm).

 

Pero, al parecer, no ha sido necesario, porque cuando fue informado, ya lo sabía; y también el presidente, Franklin Delano Roosevelt. Ambos compartieron esta información en secreto con el Consejo de Guerra.

 

Como lo observó Lenin, la prensa burguesa venía ocupándose desde 1917 de la futura guerra entre Japón y EE.UU. Este proceso se agudizó a partir de 1931-32, cuando los capitalistas japoneses se apoderaron del territorio chino de Manchuria, y en 1937 invadieron el norte de ese país. Dos años después,  tomaron posesión de la isla de Hainan, para extender su dominio a Malaya, Filipinas y las Indias Orientales Holandesas (Indonesia). Era el momento en que los japoneses decían que "Asia es territorio de los asiáticos, proclamaban liderar el proyecto de "una Gran Esfera de Prosperidad al Este de Asia". Mientras tanto, los EU.UU. no sólo apoyaban al gobierno de Chiang Kai Shek en Taiwan, sino también a Inglaterra, Francia y Holanda en Asia. En 1940, aprovechándose de la caída de Francia en manos del ejército alemán, los japoneses enviaron tropas a la Indochina francesa (Vietnam) y, el 27 de septiembre firmaron un pacto con Alemania e Italia. Roosevelt, que simpatizaba desde entonces abiertamente con Inglaterra y estaba en contra del Eje, incluyendo a su nuevo aliado en Asia, decretó embargos en las exportaciones de materiales bélicos hacia Japón, exceptuando el petróleo. Este serio incidente entre las dos potencias fue llamado por los japoneses Taihei-yono-gan, "cáncer del Pacífico". En busca de una solución diplomática, Tokio llamó al almirante Kichisaburo Nomura, en ese entonces ya retirado, y lo envió como embajador a Washington en enero de 1941.

 

Mientras el embajador especial Nomura viajaba hacia los Estados Unidos con intenciones de evitar el enfrentamiento entre los poderosos ejércitos, otro almirante japonés, Isoroku Yamamoto, comandante de la flota naval de Japón, comenzó a formular un plan para iniciar la guerra entre las dos naciones. Mediante un memorándum muy confidencial dirigido al ministro de Marina de su país. El almirante Yamamoto estimó que el conflicto con los USA era inevitable, y que le parecía necesario dar un golpe fulminante "para decidir el destino de la guerra desde el primer día" Específicamente, propuso un ataque aéreo sorpresa contra la flota de los EUA en Pearl Harbor "en una noche de luna o al amanecer". (Cfr.: http://www.geocities.com/Augusta/5130/pearlharbor.htm). Todo esto sucedía, mientras los más poderosos empresarios norteamericanos fabricantes de armas, exportaban sus productos a los alemanes.  

 

 El embajador de USA en Japón, Joseph C. Grew, oyó rumores del plan e informó a Washington. Por su parte, la inteligencia naval envió el mensaje de Grew al almirantre Kimmel, comandante en jefe de la flota de USA en el pacífico. El mensaje de Grew suscitó manifestaciones de inquietud por parte de Henry L. Stimson, secretario de guerra y de Frank Knox, secretario de marina. En cuanto a Kimmel y Walter Short a cargo de la flota en esa zona, la falta de información precisa les indujo a actuar según el criterio de la inteligencia naval, que restó crédito al informe del embajador.

 

En setiembre, tras conocerse el embargo petrolero decretado por Roosevelt, los japoneses aprobaron el plan de Yamamoto que, de inmediato fue puesto en marcha. Para asegurarse el éxito, los japoneses necesitaban información precisa y actualizada de la flota en Hawai. El 24 de septiembre, el Ministerio del Exterior pidió al consulado japonés en Honolulú que situara en un mapa de Pearl Harbor la posición exacta de cada barco. De eso se encargó un agente secreto llamado Takeo Yoshikawa, que se dedicó a observar la flota desde aviones que cubrían el servicio turístico sobre Oahu. Así fue cómo Tokio se mantuvo informado de los movimientos de la bahía y recibió información de la localización precisa de todos los barcos del puerto.

 

Y el caso es que, seis o siete meses antes del informe del embajador Grew, Washington ya sabía que el plan de los japoneses estaba en marcha y que observaban a la flota del Pacífico. La correspondencia diplomática de Tokio era transmitida en una sofisticada clave llamada "Morado". En el verano de 1940, sin que Japón lo supiera, mediante un sistema decodificador denominado "Mágico", EE.UU había descifrado la clave de las comunicaciones entre Tokio y su servicio diplomático en Washington.

 

Así, mientras la presidencia y el Consejo de Guerra de los USA tenían todos los datos necesarios del plan japonés sobre la mesa, la marina norteamericana -incluido su servicio de inteligencia- se debatía en la incertidumbre acerca de si el “informe Grew” podía ser cierto y, en ese caso, de dónde iba a provenir el ataque. Habían sido "degradados" del nivel de conocimiento relativo a la decodificación de las comunicaciones japonesas. (Cfr.: http://history.acusd.edu/gen/WW2Timeline/RD-PEARL.html).

 

En la reunión con el embajador Nomura, tras decirle amablemente que en el Pacífico había "lugar para todos" Roosevelt le propuso cordialmente negociar un acuerdo para el reparto de ese espacio económico y político, a lo que el gobierno japonés se negó. Washington respondió el 26 de julio embargando los bienes japoneses en EE.UU. y, seis días después, cortándoles el suministro de petróleo. Tokio calculó que, sin gasolina ni petróleo crudo, su industria se paralizaría al cabo de un año. Japón exigió que los EUA levantaran el embargo, abastecieran petróleo e interrumpieran la ayuda a China, prometiendo a cambio retirar sus tropas del norte de Indochina y cesar sus movimientos en el sudeste asiático. El secretario Cordell Hull respondió que la propuesta era "ridícula". Así fue como Japón decidió un ataque por sorpresa contra Pearl Harbor diseñado por el almirante Yamamoto.

 

El 25 de noviembre, el presidente Roosevelt se reunió con su Consejo de Guerra. Según las notas del secretario de Guerra Stimson, el presidente dijo que Japón quizá atacaría el 1° de diciembre. Stimson escribió que la cuestión central del consejo de guerra era "cómo maniobrar para que ellos disparen el primer tiro sin que nosotros corramos demasiado peligro". Un día después de que Roosevelt se reuniera con su Consejo de Guerra, la flota aérea de Yamamoto partió de Japón. A las 5:50 del 7 de diciembre ya estaba a 350 km de Oahu - punto de inicio del ataque- sin ser detectada.

 

Desde julio de 1941, EE.UU. tenía funcionando doce aparatos decodificadores "Mágico". Cuatro en Washington; el ejército y la marina, dos cada uno; otros tres estaban en Londres y el octavo se envió al destacamento militar en Filipinas, considerado el puesto más vulnerable del Pacífico. Pero "Mágico" al parecer, en ninguno de esos sitios "logró descifrar las claves navales japonesas", porque estaban bajo el control del Consejo de Guerra en connivencia con el FBI y la Casa Blanca. Por tanto, oficialmente Washington no se enteró de los mensajes enviados por Yamamoto a la 1° Flota Aérea cuando ésta despegó de Japón hacia su largo viaje rumbo a Hawai. EE.UU. había conseguido que Japón se revelara ante los ojos del mundo, especialmente ante la opinión pública norteamericana, como el verdadero agresor. Exactamente igual que el 11 de setiembre último.

 

El hecho de haberse dejado sorprender no fue la única similitud histórica entre el ataque a Pearl Harbor y el acto terrorista del 11 de setiembre de 2000. En octubre de 1941, una encuesta indicó que el 74% de los estadounidenses se oponía a que los EUA declarasen la guerra a Alemania. El ataque a Pearl Harbor, dos meses después, unió al país entero con Roosevelt en el espíritu de la venganza, dejando expedito el trámite para la entrada de EE.UU. en la guerra contra Japón y sus aliados europeos. (Cfr: http://www.geocities.com/Augusta/5130/pearlharbor.htm).

 

Pero este símil no fue el último. Cuando los aviones japoneses que participaron en el ataque a Pearl Harbor estaban a 70 km de la costa. Oahu se había puesto tan gris por una nube matutina, que sus tripulantes no vieron la isla hasta que estuvieron sobre ella. Al mando de 140 bombarderos y 43 cazas, que se aproximaban a Pearl Harbor por el oeste y el sur, el comandante Mitsuo Fuchida murmuró que debió ser "la mano de Dios" la que despejó las nubes directamente sobre el blanco. (Cfr. Op. Cit.) Sesenta y un años después de aquello, el mismo día en que EE.UU. inició la esperada operación "libertad duradera" sobre territorio afgano, Osama Bin Laden pareció reconocer implícitamente la autoría del acto terrorista del 11 de setiembre. Pero no dijo toda la verdad, porque si es cierto que el ataque islámico ha sido "enviado por Alá.", lo fue con el permiso del Dios cristiano encarnado en el servicio de inteligencia yanky, de cuya "infinita bondad" hasta ese momento, el pueblo de aquél "bendito" país creyó tener la exclusiva.

 

Poco después del ataque, tras declarar la guerra contra Japón, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt designó una comisión investigadora para determinar si la negligencia había contribuido al éxito de los japoneses en el ataque a Pearl Harbor. En principio, el informe de la comisión encontró a los comandantes de la Marina y del Ejército de la zona de Hawai, el almirante Husband E. Kimmel y el general Walter C. Short, culpables de “dejación de obligaciones” y “error de juicio”. Los dos hombres fueron, en consecuencia, retirados de sus puestos. Sin embargo, posteriores investigaciones difirieron en sus conclusiones. El Congreso de los Estados Unidos, en un esfuerzo por aclarar el asunto, decidió llevar a cabo una investigación pública a gran escala después de la guerra, en noviembre de 1945, en la que los acusados fueron finalmente declarados culpables de error de juicio pero no de dejación de obligaciones.

 

El comité bipartito del Congreso recomendó la unificación de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, hecho que se produjo al año siguiente. El Arizona National Memorial, que se erige sobre las ruinas de la batalla naval de Pearl Harbor, recuerda a las víctimas del ataque. Pero Hoover, Roosevelt y demás "responsables" de aquél desastre, permanecieron intangibles hasta su muerte, tal como ocurre hoy con H. Kissinguer respecto de su probada responsabilidad política en los horrendos crímenes de Guerra durante el conflicto de Vietnam, en el genocidio de Israel sobre los palestinos que aun continúa, y en la planificación y ejecución del Terrorismo de Estado hasta fines de la década de los setenta en casi todos los países de América Latina. Y en esto ha tenido y tiene directamente que ver el "equipo" formado por los servicios de inteligencia, el poder judicial y el periodismo de la moderna "democracia". En fin, todo un montaje entre los poderes fácticos de la economía y las FF.AA., en estrecha colaboración con la judicatura y la prensa oral y escrita, para justificar la participación de EE.UU. en la guerra y así poder reclamar en su momento una parte del botín rapiñado a los perdedores.

 

La "razón política" que hoy mueve a la burguesía internacional contra los talibanes, es la misma que en la década de los ochenta le indujo a ahogar en sangre la revolución islámica que tomó asiento en Irán, cuyo líder religioso, político y militar radical fue el integrista Imán Jomeini. Para esa tarea, el capital imperialista utilizó los servicios del régimen irakí presidido por el déspota Sadam Hussein. El imperialismo y, particularmente el régimen sunita y laico del partido Baath, temían —como hoy temen del régimen talibán— que la revolución islámica radical en las masas campesinas pobres del sur de Irak, en su mayoría de religión Chiita, se extendiera al resto de países islámicos "moderados". Con la revolución islámica de febrero de l979 en Irán, estas masas lideradas por el partido Al Daava, encontraron en el nuevo poder iraní un poderoso estímulo en su lucha contra el nacionalismo laico del partido Baath en Irak y Siria.

 

El número de  muertos de ambos bandos en aquella confrontación fue de un millón de personas, y a consecuencia del su enorme esfuerzo bélico Irak quedó material y financieramente exhausto. Con un PBI que por entonces era de 66.000 millones de dólares a precios de mercado, Irak montó un ejército de más de un millón de hombres, cuyo mantenimiento le supuso un gasto de 15 mil millones de dólares anuales ‑¡casi el 23% de su PBI!, que no podía licenciar siquiera parcialmente mientras se mantuviera el estado de guerra con Irán. Sin esa fuerza, además, el proyecto nasserista que lidera Sadam Hussein, es prácticamente imposible. Sobre todo en una zona tan estratégica y conflictiva. Por su parte, la presencia de semejantes fuerzas militares asociadas a un proyecto burgués nacional hegemónico en la zona, resultaba y resulta into­lerable para el imperialismo.

 

Lo que ha pasado, es que la burguesía irakí propuso que el costo de sus servicios prestados al sistema capitalista mundial por haber ahogado en sangre la revolución iraní, fuera compartido por el conjunto de la "comunidad internacional" aumentando el precio del petróleo. Y a esta proposición, el imperialismo dijo que no a través de sus fieles súbditos de Kuwait y Arabia Saudí. Esta actitud por parte de Kuwait y Arabia Saudí, ha sido una maniobra para provocar el conflicto urdido por el imperialismo para iniciar la cuenta atrás de una estrategia de debilitamiento del potencial militar y de la influencia política del régimen irakí, a fin de ponerle en el sitio que ocupaba antes de utilizarle para desangrar la Revolución iraní. Para la burguesía internacional y particularmente americana, el millón de muertos bien valió esa misa. Repitió la misma táctica que usó a principios de 1986 cuando Arabia Saudí hizo descender los precios para frenar la ofensiva iraní ‑con la toma del puerto de Fao —y posteriormente obligarle a reconocer y aceptar la resolución 598 de la ONU que ordenaba el alto el fuego.

 

Esta política del imperialismo con relación a la guerra irano‑iraki, ha sido muy bien sintetizada por Kissinger, cuando afirmó, a principios de 1984, que la salida ideal para los EE.UU. sería ¡¡que perdieran los dos beligerantes!!, a lo que se hizo eco posteriormente el Ministro israelí de defensa Isaac Rabin cuando declaraba que <<Israel aspira a que no haya vencedor en esta guerra". Y el caso es que la cuenta atrás de esta estrategia llegó al punto cero durante la entrevista entre la por entonces embajadora americana, April Glaspie, acreditada en Bagdad y Sadam Hussein, el 25 de julio de 1990, en su momento publicada por la prensa occidental y cuyos pormenores fueron incluidos por Pierre Salinger y Eric Laurent en "El Dossier secreto de la guerra del Golfo". En esa entrevista Sadam Hussein dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

<<Cuando una política planificada y deliberada supone la baja del precio del petróleo sin ninguna razón comercial, significa que otra guerra ha empezado contra Irak (...) Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos están a la cabeza de esta política. (...) Y para colmo, mientras nosotros estábamos en guerra, Kuwait empezó a extender su territorio a expensas de nosotros (se refiere a la utilización de los pozos petrolíferos de la zona fronteriza de Rumaylah en litigio). He leído las declaraciones americanas sobre sus amigos (alude a Los Emiratos y Kuwait) en esta región; evidentemente cada cual tiene derecho a elegir sus amigos. No tenemos nada que decir. Pero usted sabe que no fueron los americanos quienes defendieron a sus amigos en la guerra contra Irán. Y le aseguro que si los iraníes hubieran invadido la región, las tropas americanas no hubieran podido detenerles sin utilizar armas nucleares. (...) ¿Es esta la recompensa por haber asegurado la estabilidad en la región y por haberla protegido de una marea sin precedentes?>> (Op. Cit. Cap. IV)

 

Y tras referirse a las penalidades por las que estaba atravesando su pueblo, Sadam no se anduvo con precauciones diplomáticas y amenazó a EE.UU. con una ola de atentados terroristas, que ahora podrán ser utilizados —a falta de pruebas fehacientes— como pretexto para una posible extensión del actual conflicto a Irak, a fin de acabar con el proyecto antiimperialista pequeñoburgués en ese país:

<<Ustedes pueden venir a Irak con misiles y aviones pero no presionen hasta el punto de que nos veamos obligados a dejar cualquier precaución.  Cuando vemos que se intenta herir nuestro orgullo y privarnos de una vida mejor, entonces dejamos de ser prudentes y la muerte será nuestra elección>> (Ibíd)

Seguidamente Sadam aludió a una próxima reunión con los Kuwaities, y que si se llegaba a un acuerdo satisfactorio para Irak, las cosas no irían a mayores,

 <<Pero si no somos capaces de encontrar una solución, será normal que Irak no acepte perecer>>. (Ibíd)

Ante lo que la embajadora pareció dar el visto bueno diciendo:

<<Usted tiene la exclusiva>> (Ibíd)

El 31 de julio, el subsecretario de Estado para asuntos del Oriente Medio fue al Capitolio para responder ante el Subcomité de Oriente Medio sobre este asunto, en una reunión que fue difundida exprofeso por la radio a través del "World Service", para que fuera escuchada en Bagdad. Allí se planteó el siguiente diálogo:

<<—Si, por ejemplo, Irak atraviesa la frontera de Kuwait, sea cual sea la razón, ¿cuál sería nuestra posición con respecto a la utilización de las fuerzas americanas?

—Esta es la clase de hipótesis en la que no puedo entrar. Baste decir que nos veríamos fuertemente afectados, pero no puedo aventurarme en el terreno del "si".

—En una circunstancia como ésta, sin embargo, ¿es correcto decir que no tenemos un tratado, un compromiso, que no obligaría a comprometer a las fuerzas americanas?

—Exacto!>> (Ibíd).

 

De este modo, La embajadora Glaspie y el subsecretario para asuntos del Oriente Medio, Kelly trasmitieron a Sadam Hussein la señal que podía traducirse en una garantía de la no-intervención de los EE.UU ante la invasión de Kuwait por parte del ejército irakí. Y ya se sabe lo que pasó después que Sadam mordió ese anzuelo. Ésta también ha sido una sutil provocación inventada por EE.UU para fines bélicos y políticos precisos.

 

Para que resplandezca hasta donde sea posible ante la opinión pública el grado de abyección política y moral de los asalariados del intelecto que venden al mejor postor lo que en esencia distingue a las personas de los animales, basta recordar que, tras el bombardeo del edificio federal de la ciudad de Oklahoma en 1995, los periodistas no dudaron un momento en hacer seguidismo del gobierno de EEUU, arrojando todas las sospechas del asunto sobre organizaciones árabes e islámicas, aunque después se supo que el causante de ese atentado fue un veterano del ejército norteamericano de extrema derecha llamado, Timothy McVeigh, sentenciado a muerte y ejecutado hace poco. Las autoridades norteamericanas y la prensa de ese país actuaron en esas circunstancias emulando al mejor estilo del famoso nazi Goebbels: "calumnia que siempre algo queda".

 

Estos antecedentes históricos vienen a cuento de la opinión que el corresponsal del diario español "El País" en Beirut ha percibido de una mayoría de palestinos refugiados en los campos de Sabra y Chatila, que estos días conmemoran el 19 aniversario de la matanza (más de dos mil muertos) perpetrada por falanges cristianas bajo el consentimiento si no de las directivas precisas del entonces general Ariel Sharon, hoy primer ministro de Israel. Esta percepción de los refugiados palestinos hunde sus raíces en el sufrimiento de la desgracia que el capitalismo ha venido arrojando sobre esa parte de la población mundial durante generaciones enteras, en quienes parece que la propia costumbre de ser víctimas sistemáticas del horror y la mentira del enemigo, les ha alumbrado ahora la idea de que:

<<los atentados de Nueva York y Washington son obra de blancos como Mc. Veight o de los servicios de espionaje de los EE.UU., o del propio Mossad. "Los mismos que robaron las elecciones presidenciales a Gore pudieron hacer esto" —dice Alí al Jatib— un ingeniero palestino de Chatila...>> (Op.cit. 17/09/01 Pp.8).

 

Cuando fueron publicadas estas declaraciones, en su edición del 16/09/01 el "Daily Telegraph" notició que un mes antes de los atentados en New York y Washington, la inteligencia israelí avisó a sus homólogos estadounidenses de que se estaba planeando un ataque terrorista contra objetivos norteamericanos en EEUU, en el que estarían implicados doscientos terroristas. A pesar del aviso, entregado por dos expertos del Mossad, tanto a la CIA como al FBI, estos dos organismos hicieron caso omiso de la información. Lo sugestivo y aparentemente misterioso de esta sugerente reedición del caso Pearl Harbor, es que esta comunicación entre los servicios de inteligencia de dos países aliados, haya sido filtrada a la prensa a sólo cinco días del atentado. Está claro que, ni la CIA ni el FBI podían estar interesados en esta filtración, porque pondría en evidencia demasiado pronto su  negligencia profesional. Y si no fue la CIA ni el FBI, ¿por qué el Mossad ha decidido dejar de ser un servicio secreto tan pronto y, en apariencia, tan indiscretamente en esta ocasión? Y trayendo a colación nuevamente la pregunta que se hacían dos días después del atentado los norteamericanos de a pie: ¿dónde está el dinero que escrupulosamente aportamos los americanos para los organismos de seguridad?, a esta pregunta acaba de contestar el Secretario de Estado, Colin Powel, utilizando argumentos que ponen en evidencia la supuesta incapacidad de esos servicios y por los cuales se debiera sustituir de modo fulminante a sus responsables inmediatos: "...no conseguimos la exactitud y la información que nos hubiese gustado" ("The New York Times" 2/10/01). El caso es que estos altos mandos de la inteligencia militar de EE.UU. siguen en sus puestos. ¿No será porque poseen demasiada "información y exactitud" sobre todo este tinglado?

 

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[1] El hecho de que Papá le salvara de ir a Vietnam, que el 11 de setiembre último tardara media hora en reaccionar balbuceando tonterías ante las cámaras, y luego se pasase varias horas volando en círculos sobre el territorio de su "patria" antes de aterrizar en un seguro "bunker" de Nebraska, mientras sus conciudadanos morían terriblemente calcinados y aplastados bajo moles de hormigón y acero, lo dice todo de este sujeto llamado George Washington Bush.

[2] "Hace poco más de 100 años, fue precisamente España la que libró la primera guerra en la que los medios de información tuvieron influencia decisiva. Fue, además, nuestra última guerra internacional oficialmente declarada y concluida con un tratado de paz. Se trató de la guerra de Cuba. En ella, la prensa norteamericana desempeñó el papel de catalizador de la opinión pública para forzarla a apoyar lo que era una operación colonialista. (...) Lo lamentable es que la verdad sólo se conoce después. Cuando los documentos llegan a manos de los investigadores y los primeros historiadores consiguen poner por escrito el resultado de sus análisis. Mientras tanto, sólo nos es posible utilizar informaciones filtradas y polarizadas. Hubo que esperar años hasta que se supiese de modo fehaciente que el Maine no fue volado por los españoles" Este juicio no pertenece a la mente febril de ningún "fundamentalista" islámico ni de algún "nostálgico del comunismo". Son palabras de Arberto Piris, general español de artillería en la reserva y actual analista del "Centro de Investigación para la Paz" (CIP) http://www.CIP.org

[3] "Somos un país vulnerable, contrariamente con el sentimiento de seguridad que alimenta los días y las noches de gran parte de la humanidad. Vulnerable por los aires y por los suelos. De hecho no son aeropuertos extranjeros en los que se embarcan gente armada con el propósito de llevar adelante un suicidio masivo. Frente a este hecho, que no admite discusión, me pregunto: ¿Dónde está el dinero que escrupulosamente aportamos los americanos para los organismos de seguridad? ¿Es que las labores de inteligencia se aplican únicamente en otros países y no en el nuestro propio? ¿Para qué se gasta tiempo y dinero en el famoso escudo antimisiles, pensando en la guerra de las galaxias, si el ataque proviene desde nuestro propio territorio?" (Elizabeth Bunting-Bradshaw: "Me dieron en mis símbolos". En "Jaque al Imperio" 13/09/01) Esta es la pregunta que se hacen todavía una mayoría de norteamericanos.