e) Ausencia de liderazgo revolucionario, culto del pueblo por los títulos nobiliarios, y extrañamiento de los órganos del poder político popular.

Como ha sido dicho ya, las juntas provinciales cuyos miembros eran generalmente elegidos por el pueblo según la posición que ocupaban en la antigua sociedad y no según su aptitud y actitud política para crear una nueva, enviaron a su vez a la Junta Central a “grandes de España”: prelados, títulos de Castilla, ex ministros, altos empleados civiles y militares de elevada graduación, en lugar de los nuevos elementos surgidos de la revolución, “Desde sus comienzos, la revolución española fracasó por esforzarse en conservar un carácter legítimo y respetable”, donde la única legitimidad reconocida para ejercer el poder, era la que conferían los títulos nobiliarios y la alta jerarquía burocrática de la realeza y el clero, que, en aquél Estado confesional español, era casi decir lo mismo.

En esos momentos, la Junta Suprema Central estaba formada, en su mayoría, por elementos de la realeza, liderados por el Conde de Floridablanca[8], un representante de la nobleza influido por la ilustración francesa; por tanto, un posibilista de la monarquía absoluta (creador de la “real pragmática”) cuyo lema era “reformar desde el poder”.

<<Este fue el hombre al que la Junta Central designó para presidirla y al que la mayoría de sus miembros consideró como caudillo infalible.>> (Ibíd)

En segundo término, estaban los plebeyos partidarios del pensamiento político de Gaspar Melchor de Jovellanos; también impregnados del espíritu de la Ilustración, desde los aledaños del régimen preconizaban reformas al régimen monárquico que entendían necesarias al desarrollo social del pueblo, y aunque se mostraban reticentes a las transformaciones democráticas revolucionarias, ese era su inconfesado ideal; por último, en minoría estaban los liberales antimonárquicos representantes de la burguesía comercial que, no teniendo motivos para ocultar sus propósitos en consonancia con las medidas llevadas a cabo por la Revolución Francesa, no fueron capaces de crear un partido propio y se dejaron representar por Jovellanos. Todavía no se divisaba ninguna base social burguesa de magnitud que pudiera justificar su existencia. Refiriéndose a la personalidad política de Jovellanos, a su nula capacidad de liderazgo revolucionario burgués trascendente, Marx decía lo siguiente:

<<En la España sublevada podía proporcionar ideas a la juventud llena de aspiraciones, pero prácticamente no podía competir ni aun con la tenacidad servil de un Floridablanca. No exento por completo de prejuicios aristocráticos y, por lo mismo, propenso en gran medida, como Montesquieu, a la anglomanía, esta notable personalidad constituía la prueba de que si España había engendrado por excepción una mente capaz de grandes síntesis, sólo pudo hacerlo a costa de la energía individual de que estaba dotada para la realización de tareas puramente locales.>> (Ibíd)

Otro detalle que observó Marx en su análisis, son las formas de manifestación que, en la cúspide del movimiento, adquirieron las hondas aspiraciones  revolucionarias de las masas todavía veladas por su respeto a la autoridad, la propensión de sus advenedizos dirigentes a emular la tradicional preocupación principal de la realeza española por el protocolo, su propensión a las “galas” y todo tipo de actos oficiales propicios para ostentar sus “títulos”, no sólo por hacerse anunciar en los mismos términos (alteza, excelencia, majestad, etc.) al uso en la sociedad que, supuestamente, querían revolucionar, sino por la empalagosa policromía de sus “mejores galas”, en acusado contraste con la valía personal de quienes se pavoneaban portando semejante indumentaria, tanto más cuanto mayores eran los ingresos que a sí mismos se asignaban:

<<La circunstancia de que los jefes de la España en revuelta se preocupasen, ante todo, de vestirse con trajes teatrales, a fin de entrar  majestuosa y dignamente en la escena histórica, se hallaba de acuerdo con la antigua escuela española.>> (Ibíd)

  Tal era la idiosincrasia política de los presuntos revolucionarios burgueses españoles que, junto a los verdaderamente “Grandes de España”, habían pasado a formar parte de la Junta Suprema Central. Salvando las distancias respecto de las distintas condiciones objetivas y la diversa extracción social de los protagonistas, a la luz del resultado de los hechos históricos acaecidos y debidamente registrados desde entonces, ¿quién puede demostrar con solvencia intelectual para ello, que la preocupación esencial observada por Marx en aquellos pseudorevolucionarios burgueses españoles, no sea realmente la misma que hoy mueve a la gran mayoría de dirigentes políticos que se reclaman de la causa revolucionaria del proletariado en el Mundo entero, todavía dispuestos a compartir escaño en una misma Convención o Asamblea Nacional Constituyente, con los distintos representantes políticos de la burguesía en el poder?[9]


[8] Siendo primer ministro con Carlos III, llevó a cabo una política reformista ilustrada. Tomó medidas para impedir el acaparamiento y la especulación de grano, derivados de las crisis agrícolas, fomentó la libertad industrial y comercial, y llevó a cabo la reforma en la educación tras ordenar la expulsión de los jesuitas que acaparaban la mayoría de las cátedras. Se innovaron las materias y disciplinas a impartir y se introdujeron modernos métodos pedagógicos aunque lo más importante es que su control pasó a estar en manos del Estado, así como los colegios mayores y el sistema de provisión de becas; la creación de academias científicas y colegios superiores, como los Reales Estudios de San Isidro, completaron la reforma en este campo. Cuando murió Carlos III, Floridablanca continuó de primer ministro con su hijo Carlos IV, pero cambió radicalmente de política debido a la revolución francesa, cuya influencia combatió desde el poder ordenando un cordón sanitario para impedir la llegada de ideas, personas y libros de Francia, causa que le llevó a ser sustituido y desterrado por Manuel Godoy en 1792. Con motivo de la abdicación de Carlos IV en 1808, y la invasión napoleónica que acabó con el gobierno de Godoy, fue democráticamente elegido Presidente de la Junta Suprema Central. 

[9] Los militantes revolucionarios honestos y responsables, que al primer cambio político favorable a las luchas populares contra regímenes burgueses dictatoriales, ven cómo otros muchos se montan sobre la consigna de Asamblea Nacional Constituyente, antes de poner todo el entusiasmo en esa galopada deberían hacer el mismo ejercicio de memoria histórica que estamos nosotros haciendo ahora mismo, para darse cuenta de que por ahí malogran sus esfuerzos porque conducen el movimiento hacia otro completo despropósito político.