b) Especificidad de la realidad económica, social y política española en los siglos XVIII y XIX

El debilitamiento político de las Cortes, que trajo aparejada la pérdida de pujanza comercial e industrial de las ciudades, coincidió con la llegada a España de los primeros cargamentos de oro procedentes de la rapiña en las “Indias Occidentales” a expensas del genocidio y aniquilamiento de las civilizaciones inca, maya y azteca, por parte de conquistadores españoles como Hernán Cortés en México, Francisco de Pizarro en Perú y Núñez de Balboa en la provincia panameña del Darién. Al no encontrar en el Reino de España su equivalente en magnitudes de valor y riqueza que sólo pueden ser producidos por una industria pujante y un comercio voluminoso, ese oro sólo sirvió para que la realeza española de habsburgos y borbones viviera en la mayor opulencia, unificara el país por medio de las armas y gozara de una efímera supremacía en Europa; hasta que toda esa masa de oro acabó recalando en el Banco de Inglaterra:

<<Así, la libertad española desapareció en medio del fragor de las armas, de cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los autos de fe.>> (Ibíd)

Por otra parte, a diferencia de las del resto de Europa, la monarquía absoluta en España fue lo más parecido a las formas asiáticas de gobierno, como en Turquía, que era un conglomerado de repúblicas independientes, mal administradas, con diferentes leyes y costumbres, diferentes monedas, banderas militares de diferentes colores y sistemas impositivos también diferentes, que sólo tenían en común el hecho de rendir tributo a un soberano puramente nominal, sólo dispuesto a no tolerar la autonomía municipal, en caso de oponerse a sus intereses directos, pero que permitía con agrado la supervivencia de dichas instituciones, en tanto que éstas cumplieran con sus obligaciones tributarias, al tiempo que lo eximían de cumplir determinadas tareas evitándole la molestia de una administración regular. Esto explica que, durante siglos, las libertades municipales de España sobrevivieran en mayor o menor grado, aunque políticamente, aletargadas. ¿Cómo es posible explicar, si no, que precisamente en el país donde --en comparación con los otros Estados feudales europeos— el absolutismo de la monarquía española se desarrolló en su forma más acusada, la centralización política jamás haya conseguido eliminar a las Juntas locales y provinciales?

<<La respuesta no es difícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de la sociedad, hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la soberanía medieval por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la aristocracia se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna.>> (Ibíd)

Atraso económico y desvertebración política del país, todo ello redundaba en la debilidad de un poder central monárquico --más nominal que real-- y en la dispersión del poder efectivo y concreto en manos de comunidades locales y provinciales, aisladas entre sí. Tales fueron las condiciones sobre las que cabalgó la lucha de clases a principios del siglo XIX en España, cuando fue invadida por las fuerzas napoleónicas, emergencia ante la cual, las Juntas municipales y provinciales jugaron un papel político de primer orden, determinante en la lucha popular por la emancipación nacional contra el invasor francés, precursoras de la revolución burguesa de 1812. Esta realidad no fue prevista por Napoleón, quién, como todos sus contemporáneos, veía a España según la imagen deformada que la lente política de la decrépita Monarquía de Fernando VII le ofrecía: “un cadáver exánime” desangrado por su larga lucha contra el enemigo inglés. No vio la España social. Y así fue cómo al hacer pie en la península se llevó “una sorpresa fatal”, descubriendo que si el Estado español estaba medio muerto, la sociedad civil española rebosaba de vida, pletórica de fuerzas dispuestas a repeler la invasión por todas sus partes:

  <<Cuando Fernando abandonó Madrid sometiéndose a las exigencias de Napoleón, dejó establecida una Junta Suprema de gobierno que presidía el infante don Antonio. Pero en mayo esta Junta había desaparecido ya. No existía ningún gobierno central y las ciudades sublevadas formaron juntas propias, subordinadas a las de las capitales de provincia. Estas juntas provinciales constituían, por así decirlo, otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie de guerra un ejército propio. La Junta de representantes de Oviedo manifestó que toda la soberanía había ido a parar a sus manos, declaró la guerra a Bonaparte y envió delegados a Inglaterra para estipular un armisticio. Lo mismo hizo más tarde la Junta de Sevilla>> (Op. Cit: 25/09/1854)