Tras su viaje al extranjero en 1902, Trotsky regresó a Rusia en febrero de 1905, un mes después del domingo sangriento, incorporándose inmediatamente a la militancia activa. Fue durante el otoño de 1905, en el momento culminante de su labor al frente del Soviet de Petersburgo, cuando en octubre precisó su teoría de la revolución permanente y la consecuente consigna de gobierno monocolor, lo cual dejaba sin sentido la consigna de asamblea nacional constituyente. Que Trotsky discrepara tanto de bolcheviques como de mencheviques respecto de la fórmula de poder al plantear la “dictadura del proletariado”, no suponía que disintiera en cuanto al carácter democrático-burgués de la revolución, así como a la revolución proletaria internacional como conditio sine qua non de la revolución socialista nacional, premisas ambas en la que todas las fracciones del POSDR coincidían. También acordaba con los bolcheviques en que la revolución democrática no podía ser realizada sin el apoyo de los campesinos, así como que esa fase democrático-burguesa de la revolución antifeudal debía atravesar un largo camino antes de que la sociedad estuviera en condiciones de plantearse las tareas socialistas.

Trotsky no se confundía, no ignoraba el carácter no proletario de la revolución. Pero sostenía que ese largo camino hacia los umbrales del socialismo sólo podía llegar a recorrerse desde el principio hasta el final con el proletariado en el poder, es decir, no con un gobierno ideológica y políticamente heterogéneo, necesariamente divergente, compuesto por obreros y campesinos. En contra de quienes permanecían más o menos adheridos al tópico de la táctica extemporánea formulada por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, Trotsky sostenía que en países capitalistas relativamente atrasados, como Rusia, la estabilidad política del gobierno provisional revolucionario y del Estado resultante de la asamblea nacional constituyente, no dependían tanto de si las instituciones del nuevo Estado revolucionario reflejaban fielmente la composición de las mayorías sociales, como de la coherencia efectivamente revolucionaria de su política y la decisión de impulsarla, virtudes que no eran precisamente patrimonio de una clase intermedia como la pequeñoburguesía, cuya incapacidad de mantener una fijeza estratégica, había demostrado hasta la saciedad que, según las circunstancias, se dejaba determinar bien por el proletariado, o bien por el contubernio entre la burguesía liberal y la aristocracia financiera y terrateniente:   

En esto, Trotsky coincidía con Martínov al alertar sobre la probabilidad de que “los partidarios burgueses de la democracia”, esto es, el Partido Liberal constitucionalista (Kadete) en connivencia con la autocracia, pudieran “impedir al proletariado y a los campesinos asegurar una república auténticamente democrática”, presionando sobre el componente pequeñoburgués inestable del gobierno provisional o de la Asamblea constituyente: los campesinos, lo cual desbarataría la cohesión del gobierno, convirtiendo así, la fórmula de poder de Lenin, en un despropósito político que desprestigiaría al POSDR de cara al conjunto del proletariado. Pero ante este peligro, Martínov retrocedía para refugiarse en la fórmula de poder del “Manifiesto”, junto a Plejanov, Martov y demás mencheviques. Haciendo suyos los argumentos que Marx y Engels sostuvieron hasta marzo de 1848, decía que no se trataba de preparar un partido de gobierno, sino el partido de oposición del futuro, cuando las condiciones para implantar el socialismo estén suficientemente maduras como para plantearse la toma del poder.

Trotsky, por el contrario, en vez de retroceder avanzaba en dirección a la dictadura del proletariado, convencido de que esa era la única garantía de hacer posible la necesidad histórica de la revolución permanente, consumando tácticamente la revolución democrática:

<<En la lucha sostenida por aquél entonces (antes de los acontecimientos decisivos de 1905) contra los populistas y los anarquistas, tuve ocasión de explicar, en no pocos discursos y artículos, de acuerdo con el marxismo, el carácter burgués de la revolución que se avecinaba. (...)

En cuanto al problema de la importancia decisiva que había de tener la revolución agraria en los destinos de la revolución burguesa, yo profesé siempre, al menos desde octubre de 1902, esto es, desde mi primer viaje al extranjero, la doctrina de Lenin

Para mi  ―digan lo que quieran los que durante estos últimos años han difundido versiones absurdas sobre este particular― no era discutible que la revolución agraria, y, por consiguiente, la democrática en general, sólo podía realizarse contra la burguesía liberal por las fuerzas mancomunadas de obreros y campesinos. Pero me pronunciaba contra la fórmula “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, por entender que tenía un defecto, y era la cuestión de saber a qué clase correspondería, en la práctica, la dictadura (...)

Si la opinión tradicional (asumida por los mencheviques) sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia (burguesa, pluripartidista), la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado (única que podía garantizar la revolución agraria democrática). Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas, y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la revolución socialista de la sociedad, se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.>> (L.D. Trotsky: “La revolución permanente” Introducción. 30/11/1929)

En su obra autobiográfica, Trotsky dice que empezó a madurar sus ideas acerca del previsible curso de la próxima revolución, en el otoño de 1904, durante su estancia en Ginebra tras la celebración del II Congreso del POSDR, cuando el sur de Rusia estaba siendo barrido por “una potente oleada de huelgas”, la agitación campesina  se hacía “cada vez más fuerte”, y las universidades “andaban revueltas”:

<<La guerra ruso japonesa, que había detenido de momento este proceso, convirtiose en seguida ―al sobrevenir la hecatombe militar del zarismo―, en motor eficaz de la revolución. La prensa empezaba a perder el miedo, los ataques terroristas sucedíanse cada vez con más frecuencia, los liberales comenzaron a moverse, y empezó la “campaña de los banquetes”. Los problemas de la revolución se agudizaron. En mi cerebro, las abstracciones cobraban un contenido muy plástico de carácter social.>> (L.D. Trotsky: “Mi vida” 14/09/1929. Cap. “Retorno a Rusia”.)

 Informado telegráficamente de lo sucedido durante el “domingo sangriento”, decidió inmediatamente regresar a Rusia en una situación política personalmente difícil, dado que había roto sus relaciones con los bolcheviques y tampoco veía que entre él y los mencheviques hubiera quedado algún vínculo político que justificara su adscripción orgánica a esa fracción de los socialdemócratas:

  <<No me quedaba, pues, otro camino, que arreglármelas como pudiese. Obtuve un pasaporte con la ayuda de los estudiantes y salí para Munich acompañado de mi mujer, que había vuelto al extranjero en el otoño.>> (Op.cit.)

Allí se alojaron en casa de Parvus [58] , quien le familiarizó con los problemas de la revolución social y le indujo a contemplar la lucha contra la autocracia desde la perspectiva del proletariado, como la única clase capaz de consumar la revolución democrática. Trotsky confiesa que, hasta entonces, no veía más allá de la huelga política general como método para derrotar a la autocracia, y que esa proposición de Parvus le parecía como una especie de “meta astronómica“. Desde Munich, el matrimonio se trasladó a Viena, y de allí a Kiev, donde Trotsky conoció a Krasin, un ingeniero que pertenecía al comité central de los bolcheviques y que, además de una imprenta clandestina “maravillosamente instalada en el Cáucaso”, era poseedor  de “una firmeza, una decisión y un ‘temple administrativo’ poco comunes”; un hombre “muy estimado” que se hallaba relacionado “harto mejor que ningún revolucionario joven de aquella época”, con amigos y conocidos, “lo mismo en los barrios obreros que entre los ingenieros, en los palacios de los industriales de Moscú y en los círculos de escritores”:

<<En 1905, además de intervenir en la labor general del partido, Krasin dirigía las empresas más arriesgadas: grupos de acción, compra de armas, preparación de explosivos, etc. A pesar de su vasto horizonte, era, ante todo y sobre todo, lo mismo en política que en los demás aspectos de la vida, un hombre de acción. La acción era su fuerte. Pero también su talón de Aquiles. Los largos y penosos años de concentración de fuerzas, de aleccionamiento político, de aprovechamiento teórico de las experiencias adquiridas, no se habían hecho para él. Liquidada la revolución de 1905 sin que hubiese realizado nuestras esperanzas, consagrose en cuerpo y alma a la electrónica y a la industria. Estas actividades encontraron en él al mismo hombre de acción y de capacidad extraordinaria, y los grandes triunfos que la ingeniería le deparaba le valían la misma satisfacción personal que años antes encontrara en las campañas revolucionarias. Recibió la revolución de octubre con esa incomprensión hostil con que se juzga una aventura condenada de antemano al fracaso, y se pasó mucho tiempo sin creer que fuéramos capaces de poner término a aquél proceso de descomposición. Al fin, sintióse arrastrado por las grandes posibilidades de trabajo que se ofrecían bajo el nuevo régimen...>> (Ibíd)

Los dos amigos acordaron en abandonar Kiev para reanudar sus actividades políticas en San Petersburgo; pero, ante la detención de Natalia Sedova durante una reunión por el 1º de mayo, Trotsky decidió emigrar a Finlandia. Allí, durante unos meses pudo entregarse de lleno a recabar información, meditar y escribir, para dar forma “definitiva” a su pensamiento acerca de las fuerzas económico-sociales que latían en el subsuelo de la sociedad rusa y, en función de ellas, de las perspectivas políticas de la revolución. Esas fuerzas eran básicamente cuatro, a saber: La autocracia feudal de los terratenientes, la burguesía, los campesinos y el proletariado. La primera estaba autodeterminada por el interés en mantener el statu quo; la segunda, condenada por su condición de clase aforada del régimen y por su debilidad económica relativa, se inclinaba políticamente hacia el compromiso histórico con los terratenientes y su burocracia estatal gobernante; la tercera, con aspiraciones profundas incompatibles con el régimen político existente de opresión y tenencia de la tierra, pero sin predeterminación política propia para conseguirlas, era empujada desde su derecha hacia la monarquía parlamentaria ―que proponía como salida a la crisis revolucionaria el Partido Liberal Constitucionalista de burgueses industriales y terratenientes―, y desde su izquierda hacia la república burguesa ―propugnada por la socialdemocracia revolucionaria al frente de los asalariados. Trotsky, por ese entonces, ya tenía claro que la única de esas cuatro fuerzas básicas con interés definido, capacidad social y decisión política para arrastrar tras de sí a los campesinos y llevar a término la consigna de la república democrático-burguesa, era el proletariado. Pero, para ello, era inevitable que, al mismo tiempo, se viera necesitado de empezar a realizar la transición al socialismo integral, según lo permitiera la correlación fundamental de fuerzas sociales entre las clases, y la correlación política de fuerzas al exterior del país. En principio, todo estaba en función del resultado exitoso de la lucha ideológica y política ―sin la menor concesión― del proletariado contra la burguesía rusa, para ganarse la voluntad política de la pequeñoburguesía rural como condición de la derrota política y militar del contubernio feudal-burgués y la implantación de la dictadura de los asalariados, única fórmula de poder garante de la revolución democrática:

<<Ante Rusia se abre ―escribía yo por entonces― la perspectiva de una revolución democrática burguesa. Esta revolución tendrá por base el problema agrario. ¿Quién conquistará el poder? La Clase, el partido que sepa acaudillar a las masas campesinas contra el zarismo y los terratenientes. Ahora bien; esto no puede hacerlo el liberalismo, ni pueden hacerlo los demócratas intelectuales: su misión histórica está ya cumplida. Hoy, la escena revolucionaria pertenece al proletariado. La socialdemocracia es la única que, representada por sus obreros, puede ponerse al frente de los campesinos. Esta circunstancia brinda a la socialdemocracia rusa la posibilidad de anticiparse en la conquista del poder a los partidos socialistas de los Estados occidentales. Su misión inmediata directa será consumar y llevar a término la revolución democrática. Pero, una vez en poder, el partido del proletariado no se podrá contentar con el programa de la democracia. Verase forzado, quiera o no, a abrazar el camino del socialismo. ¿Hasta dónde? Esto dependerá del modo cómo se dispongan las fuerzas dentro del país y de la situación internacional. La más elemental estrategia exige, pues, que el partido socialdemócrata libre una guerra sin cuartel contra el liberalismo hasta adueñarse de la dirección del movimiento campesino, a la par que se propone como objetivo, la conquista del poder público>> (Ibíd)

El desenlace de todo este proceso estaba necesariamente mediado por la forma institucional que consagraría el carácter de clase del nuevo poder político previo a la formación de un nuevo tipo de Estado. Esa forma era la Asamblea constituyente, consigna que todas las fracciones del POSDR habían acordado en adoptar. Pero estaba dividido en cuanto a quién debía convocar y cómo esa instancia constitutiva. Los mencheviques no veían mayor problema en contestar a esta pregunta; la deducían simple y directamente del carácter de la revolución: al no poder ser más que burguesa, quien debía convocar la constituyente era el gobierno provisional de la burguesía. Para los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, el problema se resolvía a instancias de la lucha triunfante por el poder, que el bloque histórico revolucionario constituido por los campesinos y el proletariado, acabaría librando contra el bloque contrarrevolucionario formado por la autocracia, los terratenientes y la burguesía. Por tanto, quien debía convocar a la Asamblea constituyente era el gobierno provisional revolucionario formado por las respectivas representaciones políticas de campesinos y obreros, aun cuando su composición fuera de mayoría campesina.

Por su parte, Trotsky pensaba que el curso de la revolución dependía de la dirección que supiera imprimirle la única clase efectivamente revolucionaria de ese bloque de poder, que eran los asalariados; por tanto, a diferencia de Lenin, el movimiento que derrocara a la autocracia sólo sería revolucionario si desembocara en un gobierno provisional donde los obreros ocuparan la posición dominante o dirigente. En tal sentido, Trotsky apostaba por la previsión de que:

<<El proletariado, por el sólo hecho de ponerse al frente de la revolución, conquistaría el derecho a empuñar la dirección de este gobierno provisional.>> (Ibíd)  

            En este asunto, Trotsky se había quedado prácticamente sólo, alejado, incluso, de su amigo Krasin, que no acordaba ni con la “dictadura del proletariado” ni con la composición obrera dirigente del gobierno provisional revolucionario. Limitado por su situación coyuntural de “militante sin partido”, Trotsky debió adecuar sus tesis políticas al modo de ver las cosas de Krasin, quien así aceptó trasladarlas al III congreso conjunto del POSDR realizado entre mediados de abril y principios de mayo de 1905. Krasin intervino en el debate abierto sobre el gobierno provisional, donde hizo suyas las tesis de Trotsky “adaptadas” a su posición como ponente, que presentó ―al parecer con el seudónimo de Zimin― [59] como una más de otras enmiendas propuestas a la tesis expuesta por Lenin sobre el gobierno provisional revolucionario:

<<Puesto que se trata de un episodio de gran interés político, créome obligado a traer aquí  una cita tomada de las actas del III Congreso.

“En cuanto a la proposición de Lenin ―dijo el camarada Krasin―, entiendo que peca de un defecto, y es que no subraya debidamente la cuestión del gobierno provisional, ni pone de manifiesto con claridad suficiente la relación que media entre la el gobierno provisional y (el resultado de) la sublevación. En realidad, es el pueblo en armas el que levanta el gobierno provisional como órgano suyo...Entiendo, además, que la proposición mencionada se equivoca al decir que el gobierno provisional revolucionario no debe implantarse hasta después que triunfe el levantamiento armado y sea derrotado el zarismo. No; ha de instaurarse precisamente en el curso de la sublevación e intervenir activamente en ella, cooperando al triunfo por medio de su auxilio organizador. Y opino que es candoroso pensar que el partido socialdemócrata puede abstenerse de entrar en el gobierno provisional revolucionario hasta el momento en que hayamos aniquilado definitivamente a la autocracia; si dejamos que otro (en este caso el movimiento campesino, los socialistas revolucionarios) saque las castañas del fuego, ¿cómo vamos a exigirle que reparta luego con nosotros?”. Son casi, a la letra ―dice Trotsky―  los pensamientos formulados en mis tesis.>> (Ibíd.)

Lenin, que al exponer la cuestión se había limitado a los aspectos puramente teóricos, “acogió con la mayor simpatía” las observaciones de Krasin. Y Trotsky cita sus palabras:

<<”En términos generales, comparto la forma en que el camarada Krasin ha planteado el asunto. Es natural que yo, como escritor, me limitase a poner de relieve el aspecto doctrinal. El camarada Krasin ha apuntado a la meta a que debemos enderezar la lucha y me adhiero sin reservas a lo dicho por él. No cabe alcanzar una lucha sin contar con que se alcanzará la posición por la que se lucha...” (Este texto de Lenin figura en sus Obras Completas, entre sus opiniones relativas a las distintas enmiendas sobre este asunto. Aparece en el discurso Nº 27 bajo el título: “Discurso acerca de las enmiendas a la resolución sobre el gobierno provisional revolucionario”,  pronunciado el 2 de mayo de 1905. Nota del GPM)  

<<....La proposición (de Lenin) ―dice seguidamente Trotsky― hubo de ser modificada a tono con las enmiendas de Krasin. No estará de más advertir que esta proposición acerca del gobierno provisional, votada en el III congreso del partido, ha sido invocada cientos de veces en las polémicas de estos últimos años, como argumento contra el “trotskysmo”. Los “profesores rojos” del bando de Stalin no tenían ni la más remota idea de que me oponían como modelo de ortodoxia leninista las tesis que yo mismo había escrito>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

En síntesis, si bien ―como hemos podido ver― las diferencias entre ambos fueron más tarde exageradas, lo cierto es que a juicio de Trotsky en “Resultados y Perspectivas”, la fórmula de poder de la “dictadura de obreros y campesinos en su conjunto” para realizar la revolución burguesa, era “irrealizable”. Por tanto, más aún lo era su fórmula de poder de la “alianza entre obreros y proletarios rurales” para iniciar las tareas de la revolución socialista. Y lo era, porque un conflicto fundamental de intereses destruiría inevitablemente esa primera alianza política durante su fase democrática en el momento mismo de plantearse iniciar su acción conjunta. Porque dada la estructura de la propiedad territorial en Rusia, donde la producción en grandes haciendas latifundistas se combinaba con la pequeña producción en régimen de minifundio, esa realidad exigiría combinar de inmediato las tareas democráticas con las socialistas, esto es, que, por su propio carácter técnico de explotación racional de los recursos, esas macroempresas agrarias habían trascendido técnicamente el capitalismo, cuando gran parte del campesinado seguía trabajando en condiciones prerrevolucionarias de señorío y servidumbre.

Esas grandes empresas no podían encajar en la revolución burguesa, estaban maduras para la fase socialista; a no ser que se las desmantelara para proceder al “reparto negro” de las tierras en que tenían asiento, lo cual constituía un despropósito estratégico. Por tanto, se imponía que esas grandes unidades productivas se entregaran a los campesinos en “régimen cooperativo bajo control comunal o bajo gestión directa del Estado”. Y es obvio que ese control comunal no podía ser ejercido con el criterio pequeño burgués, parcelario, de los campesinos o semiproletarios rusos, sin desvirtuar el sentido social y político estratégico socialista que sólo el proletariado y su partido podían conferirle. [60]

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[58] Guelfand A.L. (Parvus) (1869-1924) A fines de la última década del siglo XIX y principios de 1900 militó en las filas del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, a cuya ala izquierda se plegó. Autor de varios trabajos sobre economía mundial, tras el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso adhirió a los mencheviques. Lanzó la teoría de la revolución permanente que Trotsky posteriormente desarrolló. Durante la Primera Guerra Mundial se hizo socialchovinista, y como agente del imperialismo alemán se dedicó a grandes especulaciones enriqueciéndose con los suministros bélicos. Desde 1915 editó la revista “Die Gloke” (La campana), que Lenin calificó de vocero “de los renegados y viles lacayos en Alemania”.

[59] Decimos “al parecer”, dado que,  no habiendo podido confrontar ambas versiones de la misma cita con el original, es imposible saber si fue Trotsky quien reemplazó seudónimo por nombre, o fueron los responsables soviéticos de la “Editorial Progreso” quienes hicieron  lo contrario. 

[60] “Como los revolucionarios rusos han podido experimentar en muchos frentes, el desarrollo ideológico y político desigual del movimiento, determina que la burguesía, aun habiendo desaparecido físicamente de las nuevas relaciones de producción (de tipo socialista), su fantasma, el espíritu objetivo de su concepción del mundo sigue allí, en la realidad de la sociedad de transición, en el mercado, para continuar ejerciendo un doble poder en la conciencia de muchos asalariados (y campesinos) que apoyaron a la revolución y que pasaron a defenderla, pero que, una vez en el poder, se aprovechan de ella como reminiscentes pequeños propietarios, una reminiscencia que no deja de hegemonizar el espíritu de sus sectores más atrasados, amenazando con cobrar nueva fuerza material contrarrevolucionaria a instancias de ellos, de sus vacilaciones, y hasta de su rebelión encubierta”. (GPM: “La estrategia revolucionaria” en: http://www.nodo50.org/gpm/cis/18.htm