A diferencia de la “Liga de los Comunistas” entre 1848 y 1850 en Alemania, en 1905 Lenin pensaba que el POSDR sí estaba en condiciones de dirigir al campesinado hacia la revolución democrático-burguesa. En tal sentido, nunca se cansó de insistir en que el secreto de la eficacia política para enlazar cualquier táctica con la estrategia de lucha por la revolución socialista, reside en garantizar siempre la independencia de la política de clase, no sólo de palabra, sino de hecho. Y él sabía ―y lo decía― que para garantizar la eficaz acción independiente de los revolucionarios es imprescindible que el partido dispusiera ―al menos en su dirección y, de ser posible, en el conjunto de la organización― de científicos sociales férreamente comprometidos con el Materialismo Histórico, así como de un significativo número de militantes revolucionarios organizados, como era el caso en ese momento del POSDR., que contaba en sus filas con una base social de decenas de miles de miembros activos probados en la actividad clandestina prolongada, lo cual se traducía en un caudal electoral nada desdeñable, que en 1906 estaba entre el millón y millón y medio de votos seguros contra la autocracia y la burguesía.

Para llevar adelante la revolución social burguesa, Lenin entendía que había que conquistar las libertades democráticas esenciales, de prensa, de asociación, de reunión y de voto. Pero, para eso, había que derrotar a la aristocracia feudal, a la monarquía zarista y a la burguesía, dado que esta última había demostrado históricamente carecer en absoluto de voluntad política para tales fines; o sea, se trataba de destruir el Estado autocrático y reemplazarlo por un Estado democrático.

¿Quién debía dirigir la revolución? Para contestar a esta pregunta, Lenin apelaba una vez más a los resultados de la memoria histórica a través de las obras económicas y políticas de Marx y Engels, para concluir que la pequeñoburguesía ―el sector de clase subalterno absolutamente mayoritario― estaba objetivamente interesada en la revolución democrática, pero adolecía de un defecto: su carácter político vacilante derivado de su condición de clase intermedia entre la burguesía propiamente dicha y el proletariado; de ahí que hubiera demostrado carecer de la visión y la firmeza requerida para esa tarea política crucial; por tanto, la lógica de la revolución imponía que el proceso de lucha contra la autocracia debía ser encabezado por el proletariado, bajo la dirección del POSDR.

Para oponerse a este sólido argumento avalado por la memoria histórica de las luchas de clases en la sociedad moderna, el menchevique Martínov, apelaba a la falsa interpretación de la siguiente cita de Engels:

<<Lo peor que le puede ocurrir al jefe de un partido extremista, es verse obligado a hacerse cargo del poder en una época en que el movimiento no ha madurado todavía para la dominación de clase a la que representa, ni para la implantación de las medidas que esa dominación requiere.>> (F.Engels: “La guerra campesina en Alemania”. Citado por V.I. Lenin en Op.cit.)

Pero, para Lenin, en 1905 no se trataba de luchar contra la autocracia para implantar el dominio político del proletariado y empezar a construir el socialismo. Tal como en la revolución europea de 1848, los asalariados rusos en 1905 no estaban aún preparados para hacerse cargo del poder; sencillamente porque seguían siendo una minoría respecto del campesinado. Por eso es que los bolcheviques ―siguiendo las tesis de Lenin― reemplazaron esa consigna por la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, por la “república social burguesa” como objetivo político inmediato o táctico respecto de la estrategia de poder puramente proletaria. Es decir, ni gobierno burgués ni gobierno proletario, gobierno obrero-campesino bajo la hegemonía política del proletariado dirigido por el partido.

Matínov, intentó confundir la revolución democrático-burguesa con la revolución socialista, la lucha por la república (con el programa mínimo de los bolcheviques inspirado en el punto IV del “Manifiesto”), con la lucha por el socialismo y su programa máximo. Así lo decía Lenin en el número 14 de “Vperiod” el 30 de marzo de 1905:

<<Esta argumentación se basa en un error: confunde la revolución democrática con la revolución socialista, la lucha por la república (incluyendo todo nuestro programa mínimo) con la lucha por el socialismo. En efecto, la socialdemocracia sólo conseguiría desacreditarse si se trazase como objetivo inmediato la revolución socialista. Pero la socialdemocracia ha luchado siempre precisamente contra estas ideas oscuras y confusas de nuestros “socialistas revolucionarios”. Por ello insistió siempre en el carácter burgués de la revolución inminente en Rusia, y por ello sostuvo la necesidad de distinguir en forma rigurosa entre el programa mínimo democrático y el programa máximo socialista.>> (V.I. Lenin: “La dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado” 

Engels alertaba al imaginario “jefe de un partido extremista” contra el deseo de querer ir con sus consignas revolucionarias socialistas o comunistas, más allá de lo que las fuerzas sociales con que realmente cuenta fueran capaces de realizar. Esta advertencia valía para los populistas rusos de “La voluntad del pueblo” a fines del siglo XIX, no para Lenin y sus seguidores en 1905. Los populistas levantaban la consigna del socialismo sobre el supuesto idealista abstracto de que los campesinos de la “comuna rural rusa” eran unos socialistas consumados, lo cual Lenin demostró que era categóricamente falso, que la base económica del trabajo social de tipo comunitario en el agro ruso, estaba siendo definitivamente destruida por el capitalismo, que dividía a las mayorías del campesinado ruso entre pequeños patronos capitalistas y asalariados agrarios puros, al tiempo que convertía a la mayoría de ambas categorías en proletarios urbanos, según la lógica prevista por la “ley general de la acumulación capitalista”.

Para los Socialdemócratas revolucionarios, pues, no se trataba de quedarse mirando cómo las ciegas leyes del capitalismo hacían lo suyo, sino de ayudar políticamente para acelerar ese proceso que el régimen feudal de tenencia de la tierra ―sostenido políticamente por la autocracia zarista― estaba retardando. De ahí la necesidad impostergable de un “gobierno provisional revolucionario”, única instancia institucional del poder popular directo capaz de llevar la voluntad política de las mayorías sociales a la Asamblea nacional constituyente, sin que “del plato a la boca se pierda la sopa”, como había sucedido hasta la saciedad entre 1830 y 1851 en Francia, en 1848/49 en Alemania, y entre 1808 y 1874 en España.

A estos imprescindibles recordatorios, Lenin agregaba el hecho de que, cinco años antes de este debate, mientras los bolcheviques agitaban la consigna de “abajo la autocracia”, explicando pacientemente los contenidos políticos que justificaban esa acción, muchos representantes del POSDR se dedicaban a devaluarla por parecerles “prematura e ininteligible para la masa obrera”. Y, en efecto, en ese entonces lo era. Toda proposición revolucionaria siempre debió pasar, al principio, por el rechazo de las mayorías; hasta que algunos comprendieran su necesidad histórica y empezaran a promoverla tenazmente sin temor al aislamiento social. “Ninguna idea progresista ha surgido jamás de una base de masas”, decía Trotsky. Hablarle de esta verdad de a puño a la canalla oportunista, es como mentar la soga en casa del ahorcado:

<<Pues bien, ha llegado la hora en que las llamas de la revolución se difunden por todo el país, en que hasta los más escépticos creen inevitable, en un futuro inmediato, el derrocamiento de la autocracia. Y he aquí que la socialdemocracia, como por una ironía de la historia, tiene que habérselas una vez más con los intentos reaccionarios, oportunistas, de quienes tratan de empujar hacia atrás al movimiento, de subestimar sus tareas y de oscurecer sus consignas>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Cuando Lenin decía esto, la idea de derrocar a la autocracia ya había trepado por la conciencia de la sociedad de abajo arriba, desde las bases sociales hacia las cúspides políticas; no sólo había calado en los círculos socialdemócratas, sino en los propios liberales, y hasta en representantes políticos de los terratenientes. Pero, para que eso estuviera sucediendo, durante los cinco años anteriores esas ideas hubieron debido hacer el recorrido inverso encarnadas en una minoría de minorías: la fracción bolchevique del POSDR a caballo de las contradicciones objetivas todavía que hacían lo suyo en el subsuelo de la sociedad.

Habiendo llegado a esa encrucijada de la revolución, lo que la conciencia de las masas obreras y campesinas no llegaban a comprender muy bien, era el significado de esa nueva situación. No sabían responder a la pregunta de ¿cómo derrocar a ese gobierno y quienes debían hacerse cargo del nuevo para no volver al mismo orden de cosas que se quería superar? Más aun cuando los oportunistas de siempre ya se habían encargado de introducir las dosis suficientes de confusión, proponiendo que la burguesía liberal asumiera la responsabilidad del cambio de gobierno, lo cual significaba, a la postre, que la aristocracia financiera y los terratenientes conservaran el poder siguiendo al frente del Estado, concediendo, a lo sumo la monarquía parlamentaria.

Para Lenin y los bolcheviques, el primer objetivo de la insurrección triunfante debía ser la formación de un gobierno provisional revolucionario que refleje los intereses de las mayorías sociales del país, el poder democrático triunfante. Entre los militantes de esta fracción del POSDR, Lenin había conseguido la unidad en torno a esta fórmula de poder obrero-campesino, en la total seguridad de que el gobierno provisional revolucionario no podía ser un gobierno puramente obrero; consecuentemente, tampoco podía serlo el Estado resultante de la asamblea constituyente; y no podía serlo porque los asalariados eran todavía una clase minoritaria; y en tales condiciones, Lenin juzgaba  del todo imposible que un gobierno y un Estado puramente obreros garantizaran la estabilidad de la sociedad en el mediano y largo plazo, que era el tiempo que se necesitaba para agotar la fase democrático-burguesa de la revolución:

<<Esto es imposible a menos que hablemos de episodios fortuitos y pasajeros, y no de una dictadura revolucionaria relativamente larga y que pueda dejar sus huellas en la historia. Es imposible porque sólo una dictadura revolucionaria que se apoye en la vasta mayoría del pueblo puede tener cierta estabilidad (por supuesto, no en términos absolutos, sino relativos). Y el proletariado ruso solo es, en la actualidad, la minoría de la población del país. La única manera que tiene de llegar a convertirse en la vasta mayoría dominante, es aliarse a la masa de los semiproletarios, de los pequeños propietarios [en vías de proletarización, que trabajaban su tierra o la alquilaban, obligados al mismo tiempo a trabajar parte de cada jornada en tierras de otros], es decir, a la masa pequeñoburguesa de la población pobre de la ciudad y el campo. Y esta composición de la base social de una posible y deseable dictadura revolucionaria democrática [de mayoría no proletaria] se reflejará, por supuesto, en la composición del gobierno revolucionario y hará inevitable la participación, o inclusive el predominio en este gobierno, de los más diversos representantes de la democracia revolucionaria [burguesa]. Sería sumamente perjudicial albergar alguna ilusión en este sentido. Cuando el charlatán Trotsky escribe ahora (por desgracia, al lado de Parvus), que “un cura Gapón sólo pudo surgir una vez”, que “no hay lugar para un segundo Gapón”, lo hace sencillamente porque es un charlatán.>> V.I. Lenin: “La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario” 12/04/1905)

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