El carácter de la consigna "Fuera de la Rúa-Cavallo"
(y en general la demanda de "fuera" cualquier gobierno)

Sobre las consignas
"fuera el gobierno" y "argentinazo"

Conformando un extenso arco, que va desde el trotskismo hasta los populistas de izquierda, pasando por stalinistas como el PCR, la mayoría de las organizaciones de la izquierda argentina defiende una estrategia de tipo insurreccionalista, edificada en torno a las consignas de "Abajo Menem" y "Argentinazo". En este trabajo nos proponemos demostrar que se trata de una política equivocada desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia socialista.

Presentamos nuestra crítica en tres planos: primero examinamos la táctica del "Argentinazo para sacar a Menem" en correspondencia con la relación de fuerzas entre las clases y las tareas de la hora; en segundo término tratamos de demostrar que la agitación de esta consigna, sin que existan alternativas revolucionarias para reemplazar al gobierno burgués, comporta una orientación global oportunista; por último, sostendremos que aun en el caso de que Argentina atravesara una situación de revolucionaria, el llamado a derribar al gobierno tampoco debería plantearse de la manera en que se hace hoy. A los fines de ilustrar nuestro argumento discutiremos ejemplos históricos, significativos por la participación que en ellos les cupo a los marxistas.

Sobre el Argentinazo
y la situación del movimiento obrero

Mientras la oposición burguesa quiere sacar al gobierno de Menem respetando rigurosamente los mecanismos constitucionales y electorales, los partidos de la izquierda procuran lograrlo a través de movilizaciones revolucionarias Algunas corrientes plantean la huelga general por tiempo indefinido hasta la caída del gobierno; otras -como el PCR- llaman al "Argentinazo, por otra política y otro gobierno"; algunas, como guevaristas o peronistas de izquierda, convocan a la movilización general del pueblo para derribarlo -una variante pintoresca es el "luche y se van" de algunos grupos peronistas-; y otras, en fin, imaginan alguna combinación entre las variantes anteriores.

Nuestra primera objeción a estos planteos es que proponen a la militancia una tarea -preparar la caída inmediata del gobierno- que no conecta con las necesidades que se derivan de la etapa actual de la lucha de clases. Como demostramos en otro artículo de este número de Debate Marxista, la situación -defensiva y atomizada- de la resistencia obrera está lejos de demandarnos hoy la organización de la huelga general insurreccional. Por el contrario, pensamos que la tarea de la hora es acompañar las luchas mínimas y dispersas, sin "despegarnos" del movimiento, a partir del estado actual de conciencia y organización de los trabajadores. Esto debería acompañarse del "explicar pacientemente" que los males de los explotados no tendrán solución mientras subsista el sistema capitalista y su Estado. En cambio, si propagandizamos la insurrección contra el gobierno confundimos el carácter de la etapa, que es defensiva y de rearme y no podemos conectar con lo que está sucediendo a nivel de los lugares de trabajo, en los barrios obreros y populares o centros de estudio. Hoy tenemos una necesidad más elemental y primaria que organizar el "Argentinazo", y es denunciar al capitalismo, desenmascarar a los enemigos solapados de la clase obrera, hacer propaganda-agitación por la resistencia, ayudar a la organización de los activistas y, puntualmente, llamar a movilizaciones por objetivos parciales. Es que, como decía Trotsky, cuando no se parte de las experiencias de las masas, hasta las ideas más correctas escapan por completo a su atención: "Las ideas revolucionarias deben cotidianamente volverse vivas por medio de la experiencia de las masas" (Trotsky, 1979, p. 53).

Ante estos argumentos algunos compañeros atenúan su planteo y reconocen que la insurrección no es posible en lo inmediato; pero no obstante sostienen que debemos propagandizarla y agitarla "para preparar el terreno". Pero esta forma de razonar también es vieja en la izquierda; por ejemplo, en la Rusia zarista existió una corriente, la otzovista, que en pleno período de reacción también sostenía que había que propagandizar el levantamiento de las masas, aunque la insurrección no fuera posible en un plazo cercano. En nuestra opinión éste es un método equivocado de hacer política, porque no parte de lo actual, de la relación de fuerzas existente; por eso los que razonan así se pierden en especulaciones sobre el futuro,"disimulando así su incomprensión del presente" (Lenin). Es que si el presente es de retroceso, de confusión, de desorganización, y hablamos del futuro de ofensiva y de sangre, conjugamos mal los tiempos de la gramática política y sólo conseguimos descrédito, confundir y preparar la resbalada al pantano oportunista. Como muchos militantes contemporáneos, también los otzovistas hablaban de los medios de lucha futuros como para subrayar que ellos eran "revolucionarios". Lenin, enemigo de esos "infantilismos", los acusaba con justa razón de lanzar "chillidos revolucionarios" y agregaba que mientras la revolución fuera todavía "asunto del futuro", no había que lanzar la consigna de un medio de lucha El partido revolucionario, seguía Lenin, deberá caracterizar la situación y hará propaganda y agitación por "el objetivo de lucha (la conquista del poder por el proletariado)". "En el momento actual no se puede ni debe decirse más" (Lenin, 1970, p.404; énfasis nuestro) porque las tareas de lucha y organización deben plantearse siempre vinculadas con la etapa.

Aunque Lenin no se explaya sobre su método de análisis, destaquemos que el mismo es profundamente dialéctico y a la vez materialista. Es que el análisis marxista debe partir de las relaciones de fuerza y tendencias presentes. Nunca se debe razonar pensando que "tal vez el año próximo todo dé un vuelco y nos encontremos en otra situación" . Esto es lo que Hegel llamaba la "posibilidad abstracta", o vacía, que lleva a la especulación sin sentido; en política este camino es muy peligroso, ya que soñando con las posibilidades del mañana no advertimos lo que sucede hoy. Un ejemplo de este método lo tuvimos cuando parte de la izquierda analizaba la situación del este de Europa, después de 1989-90, y divagaba con que "mañana" la clase obrera derrotaría a la restauración capitalista. Así "se le pasó por alto" que la burguesía estaba avanzando, y que ya operaba una tendencia real hacia la restauración capitalista. La aparición de esos gérmenes o tendencias es lo que Hegel llamaba la posibilidad concreta, porque hasta cierto punto ya no se trata de mera posibilidad, sino que tiene existencia real, aunque en germen. Si hoy hubiera huelgas, aunque fueran embrionarias, diríamos "comenzó una tendencia"; pero tampoco en ese caso haríamos política con música del futuro, sino que actuaríamos sobre esa tendencia, para profundizarla y ensancharla.

El carácter burgués oportunista de la consigna
en este momento

Además de confundir el carácter de las tareas planteadas, la consigna de "Abajo Menem" deriva en un planteo oportunista. En primer lugar, porque no habiendo una alternativa de la clase obrera al gobierno burgués se termina alentando el recambio a favor de otro gobierno igualmente burgués. Es lo que sucedió en Brasil, cuando el pueblo derribó a Collor, o en Ecuador a Bucaram. Las caídas de estos personajes representaron recambios de superficie, y el movimiento de masas fue llevado en cada caso a la frustración, a un callejón sin salida.

Hace muchos años, en una situación en que el partido Comunista y las fuerzas de izquierda eran mucho más fuertes que lo son hoy en Argentina, Trotsky explicaba a la izquierda alemana que

<< Si derrocamos al gobierno provisional en estas condiciones no seremos capaces de ocupar su lugar y, como consecuencia, ayudaremos a la contrarrevolución. Debemos explicar pacientemente a las masas el carácter antipopular de este gobierno antes de que suene la hora de su derrocamiento.>> (Trotsky, 1980, p. 43).

Si esto sucedía en Alemania pre nazi, digamos que en Argentina sería aún "más imposible" superar de golpe la inexistencia de un movimiento obrero con conciencia socialista y revolucionaria, por más que el pueblo trabajador odie a Menem. Las luchas -políticas, económicas- hacen avanzar, pero no operan partos milagrosos de generación espontánea.

En segundo término, los que agitan hoy la consigna de "Abajo el gobierno" deben apelar al clásico argumento del "mal principal", de "Menem es el responsable del hambre y la desocupación", "es el cáncer que los trabajadores deben sacarse de encima de manera impostergable" y "ya habrá tiempo para pensar en la alternativa", porque de lo contrario no habría razones para llamar a los trabajadores a derramar su sangre en esta "patriada". Pero así se da a entender que cualquiera que suplante a este gobierno será beneficioso; en definitiva, se alientan ilusiones en el clásico enroque burgués y se induce a las tácticas de frente de clase, en la lógica del llamado a la unidad opositora para derrotar al gobierno (no al Estado), "enemigo principal". El partido Comunista, los maoistas, las corrientes populistas de izquierda lo dicen reiteradamente; "unir fuerzas" contra el gobierno-enemigo principal, es la premisa que las guía. Pero incluso partidos que se reivindican de la lucha por la independencia de clase caen en errores similares. Un ejemplo lo tenemos en la política del MAS en 1984, ante el plesbicito por el Beagle que convocó el gobierno de Alfonsín. Llevado por el afán de derrotar al gobierno este partido hizo de hecho un bloque con Nilda Garré, Saadi, Cepernic y Licastro, y luego se felicitaba por haber "establecido relaciones orgánicas con sectores de su dirección [del PJ]", (Moreno y Petit, 1984, p.58) en la perspectiva de convertirse en la única oposición "efectiva" al gobierno. En síntesis, estos son los típicos planteos de los "frentistas con la burguesía" y "etapistas", que dicen que primero hay que hacer una revolución "contra el mal mayor" (primera etapa de la revolución) para después "arreglar cuentas entre nosotros" (segunda etapa del drama). El resultado es postergar indefinidamente el combate por la independencia de la clase obrera y su preparación política para la revolución socialista.

La consigna de "abajo el gobierno"
en la tradición del marxismo

Las anteriores consideraciones explican por qué en la experiencia del marxismo revolucionario -y contra lo que piensan muchos compañeros de la izquierda- la agitación por derribar al gobierno no figuró jamás como eje sistemático de agitación; siempre se agitó en coyunturas precisas, bien determinadas, porque lo esencial es referir la consigna a la relación entre las clases sociales y sus expresiones partidarias.

Por ejemplo, desde abril a setiembre de 1917, y a pesar de estar en una situación revolucionaria aguda, Lenin se opuso a la demanda de "Abajo el gobierno", -al punto que la consigna no figura en las Tesis de abril- porque en ausencia de las condiciones políticas adecuadas significaba jugar al levantamiento y favorecer un recambio burgués. Es un hecho que la toma del poder en Rusia se preparó durante meses con el eje articulador de "todo el poder a los soviets" y no de "Abajo el gobierno".

Tomemos otro caso: durante la Tercera Internacional -orientada por Lenin y Trotsky- los partidos comunistas que militaban bajo regímenes democrático burgueses no tenían como centro de su agitación la demanda de "abajo el gobierno"; el Cuarto Congreso define como eje la consigna de "gobierno obrero". Otro ejemplo es el programa de acción para Francia, escrito por Trotsky en 1934, donde tampoco figura el "abajo el gobierno", porque hace el planteo "positivo" de la lucha por el gobierno obrero y campesino. En el Programa de Transición tampoco aparece la consigna de "abajo el gobierno" referida a los regímenes democrático burgueses. Es interesante también el caso de Alemania de 1918-9. La revolución de noviembre no es preparada con el "Abajo Guillermo II", sino con el programa de la paz sin anexiones y una intensa propaganda por los soviets y el poder obrero. El llamado final de la izquierda revolucionaria al levantamiento (del 8 de noviembre de 1918) incluye la alternativa de poder obrera, y por eso se formula diciendo "por la derrota del régimen imperial y el establecimiento de una República de los Consejos". Agreguemos que, instalado el gobierno socialdemócrata de Ebert, la política de los espartaquistas no tuvo como eje "Abajo el gobierno", sino "todo el poder a los soviets". En cada uno de estas experiencias la medición de la relación de fuerzas fue esencial.

Tampoco encontramos la consigna de "Abajo el gobierno" en artículos de táctica y política de dirigentes de la Segunda Internacional; por lo general se hablaba de la "toma del poder político", lo que indicaba el enfoque estratégico del partido revolucionario. Un ejemplo: cuando la crisis producida por el caso Dreyfus llega a su punto más alto, Rosa Luxemburgo (que critica por la izquierda a los socialistas franceses) no plantea la exigencia de la caída del gobierno, que sólo favorecería el recambio burgués.

Algunos compañeros aluden a la experiencia de los bolcheviques, cuando agitaban por la caída de la autocracia rusa, antes de 1917. "Aquí hacemos lo mismo, porque allá dio resultado", nos dicen. Pero hay diferencias muy grandes en las condiciones políticas de una y otra orientación, porque los bolcheviques planteaban la caída de un régimen -la autocracia- y por lo tanto la consigna excluía un recambio dentro de la misma forma estatal. Con la consigna de "Abajo Menem" sucede lo opuesto, porque ante un régimen democrático burgués la única alternativa progresiva para los explotados es la toma del poder por el proletariado; todo otro cambio implica, a lo sumo, un cambio cosmético, y en el peor de los casos un giro reaccionario. Digamos que un matiz particular en este tema lo introdujo el partido Obrero, que habla del "régimen menemista", como si estuviéramos en presencia de un sistema político cualitativamente distinto a cualquiera de las democracias burguesas dependientes y represivas que pululan en Latinoamérica, o que pudiera encabezar la Alianza. Este argumento se alinea de manera con el enfoque que sustenta Chacho Alvarez, con la diferencia de que éste postula el cambio de forma institucional.

Por otra parte, la consigna de los bolcheviques de "Abajo la autocracia" tampoco constituía el eje de su programa de revolución democrática; ese programa reconocía TRES pilares: la república democrática, la jornada de ocho horas y la tierra a los campesinos. La consigna central en torno al Estado era república, y el "abajo la monarquía" estaba ligado-subordinado a ella, es decir, al cambio de régimen. Además, para diferenciarse de la concepción puramente superestructural de la revolución democrática, los bolcheviques ponían en el mismo plano el tema social (en especial la tierra), lo que encerraba una dinámica de revolución permanente.

"Sobrepasar" a la burguesía
y la "insurrección-proceso"

Un argumento para llamar a derribar a Menem sostiene que los revolucionarios debemos "sobrepasar" a la burguesía en el curso de un levantamiento o huelga general para desembocar en la revolución proletaria.

Sin embargo la política de los marxistas no puede consistir en alentar la insurrección con la esperanza de "ganarle de mano" a los capitalistas en medio de una insurrección. En primer lugar, porque dada la debilidad de la vanguardia marxista, y la conciencia burguesa o pequeño burguesa de las masas, hoy es imposible superar a las direcciones que plantean un recambio dentro del sistema, como sucedió en Brasil con el "Fuera Color". Pensar lo contrario es caer en el planteo de "vacío de dirección" o "vacío ideológico" y no darse cuenta de que los trabajadores luchan con ideologías y programas, aunque no siempre estén formalizados.

Hasta cierto punto la orientación de muchas corrientes de nuestra izquierda reedita la vieja táctica de la "insurrección proceso" que preconizaban algunos marxistas en la Rusia zarista, y que fue considerada por Lenin como una variante del reformismo. Los partidarios de esa táctica razonaban de la siguiente forma: primero, exigimos al zar que convoque una Asamblea Constituyente, algo accesible y sentido por las masas. Después, que esa Asamblea Constituyente se declare soberana; luego, llamamos a las masas a organizarse en forma independiente; y así seguían planificando más y más "pasos". Otro ejemplo: en Rusia el zar convocaba regularmente un Consejo (el Zemski Sobor). Entonces los defensores de la "insurrección-proceso" decían: primero declaramos al Zemski Sobor el centro de nuestra labor; luego presionamos con las armas para que se declare Asamblea Constituyente. En una palabra, había que comenzar "por lo que tenemos a mano" para ir desarrollando la insurrección y por eso se negaban a hacer propaganda por el gobierno revolucionario e inducían a pensar que ya era un triunfo, por ejemplo, que el zar llamara a la Asamblea Constituyente. Pero de esta forma mutilaban el programa revolucionario, en una política que conducía a un "aborto", como decía Lenin, y llevaba al conciliacionismo.

Como ya habrá advertido el lector atento, la "maniobra" de llamar al levantamiento por el "abajo Menem" como "primer paso" y ver luego qué pasa, tiene una gran semejanza, en su concepción fundamental, con la vieja política de la "insurrección proceso". En ambos casos se trata de la idea de ir desarrollando la insurrección "en escalera", planteando los objetivos "de a poco", para conseguir "triunfos" (y así se presentan a las masas!). Unos decían "ganemos las calles para que se independice la Asamblea" (objetivo que no modificaba al régimen zarista); los otros dicen "ganemos las calles para que se vaya Menem" (objetivo que tampoco modifica al régimen, esta vez democrático burgués). Por eso decimos que se trata de una variante del reformismo, encubierta en lenguaje radicalizado.

Dada la importancia del tema, vamos a detenernos en algunos ejemplos históricos de situaciones insurreccionales, o que dieron lugar a importantes debates sobre táctica; nos interesa examinar los casos en que estuvieron implicadas fuerzas políticas marxistas revolucionarias.

Marx y Engels ante La Comuna de París

Empecemos con la experiencia de la Comuna. Cuando en setiembre de 1870 estalla la revolución en París, Marx y Engels evaluaron la correlación de fuerzas y aconsejaron a los obreros de París no salir a la pelea El 12 de setiembre de 1870 Engels escribía:

<< Si algo se puede hacer en París es impedir un levantamiento de los obreros antes de que se concluya la paz ... Cualquiera sea la forma que tenga la paz, hay que concluirla antes de que los obreros puedan hacer algo ... Sería terrible que, como último acto de guerra los ejércitos alemanes tuvieran que librar una batalla en las barricadas con los obreros de París. Nos haría retroceder cincuenta años y retardaría todo ...
Es muy lamentable que en la situación actual haya en París tan poca gente dispuesta a ver las cosas cómo son en realidad. Quién se atreve a pensar siquiera que la capacidad de resistencia está agotada en lo que se refiere a esta guerra y que con esto también se desmoronan las perspectivas de rechazar la invasión mediante una revolución? Precisamente porque la gente no quiere oír la verdad es que temo que las cosas puedan llegar a esto...
(Marx y Engels, 1973, pp. 251-252).

Y Marx, en el Manifiesto de la AIT, del 9 de setiembre de 1870, decía:

<<... la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar el nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. ... Que aprovechen [los obreros franceses] serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. .... De su energía y de su prudencia depende la suerte de la república (Marx, 1975, p. 518).

Marx llamaba públicamente a la prudencia, a no hacer locuras desesperadas. Aunque, por supuesto, una vez que la clase sale a la lucha, los marxistas estén en primera fila del combate, como hicieron Marx y Engels cuando estalló la revolución en París.

Lenin ante 1905

Algunos compañeros, en discusiones orales, nos han señalado el ejemplo de lo que sucedió en 1905 en Rusia: los obreros salieron detrás de las banderas del cura Gapon a reclamar al zar por sus demandas, fueron reprimidos y el movimiento derivó en la formación de los soviets y la revolución. A partir de aquí concluyen que se trataría de hacer lo mismo: a partir de una reivindicación sentida ("fuera Menem"), tratar que el movimiento termine desbordando los marcos burgueses y desemboque en el levantamiento general y los soviets.

En este argumento se confunde lo que sucede objetivamente, al margen del partido, con lo que constituye su política. En 1905 el partido bolchevique no alentó la política de ir a pedir al zar para que el movimiento de masas se superase a sí mismo a partir de la represión. Otra cosa es que, una vez generada la movilización, participara en ella, críticamente.

Si bien a partir de la masacre contra los manifestantes se inició la revolución, los bolcheviques no apoyaron esa manifestación porque había sido incitada por el gobierno zarista para montar una provocación:

<< la policía dejó intencionalmente que el movimiento de huelga adquiriera un desarrollo amplio y sin trabas, porque el gobierno ... deseaba provocar una represalia sangrienta en las condiciones más favorables para él (Lenin, 1974, p.13).

Pero al gobierno "le salió el tiro por la culata", porque las masas se radicalizaron. Lenin explica que las masas aprendieron en esos días, con la práctica:

<<nada puede compararse en importancia con lo que representa esta educación directa de las masas y de las clases, en el transcurso de la lucha revolucionaria directa>> (ídem, p.13).

Pues bien, aquí nos interrumpe nuestro ultraizquierdista para decir: "como las masas aprendieron en estas acciones, entonces teníamos que apoyar la rebelión". Pero desde sus viejos escritos Lenin le dice a nuestro hombre que

<< La intelectualidad revolucionaria y los proletarios con conciencia de clase que probablemente habrían sido los primeros en armarse, no podían hacer otra cosa que mantenerse alejados del movimiento zubatovista (ídem, p. 13; énfasis agregado).

Por eso los bolcheviques

<< ... no sólo no dieron alas a las candorosas ilusiones ... sino que discutieron con Gapon y defendieron con franqueza y decisión todas las concepciones de la táctica de la socialdemocracia .... las masas de los obreros y campesinos, aferradas todavía a un resto de fe en el zar, no estaban preparadas para la insurrección (ídem, p. 21).

Es decir, los bolcheviques hicieron lo opuesto de lo que aconseja gran parte de la izquierda: explicaron a las masas que no estaban preparadas para la insurrección. Su política no fue "que la gente salga a la lucha para ver si en la práctica superamos a las fuerzas enemigas" aunque, cuando la revolución estalló, participaron activamente, pero esto es muy distinto que llamar irresponsablemente a preparar insurrecciones.

Cabe sin embargo la pregunta: tenían razón Lenin y los bolcheviques para actuar como lo hicieron? Es que a pesar de la sangre derramada, las masas rusas elevaron su conciencia por qué el partido no debía apostar al levantamiento, aun siendo consciente del factor provocación? La respuesta a este problema encierra una de las claves de la construcción de una estrategia revolucionaria y de un Estado mayor del proletariado. Si el partido bolchevique hubiera hecho seguidismo al movimiento de las masas, de hecho hubiera puesto en cuestión su misma construcción como vanguardia del socialismo revolucionario, no podría haber educado a los elementos más conscientes del la clase obrera, habría perdido la brújula para orientarse en el período posterior que siguió de derrota e incluso carecido de autoridad política para reorganizar las fuerzas de las masas y difundir las enseñanzas del levantamiento. En última instancia, toda la política leninista de construcción de partido, y de preparación de la futura ofensiva de la clase obrera, se sintetiza en esta actitud que comentamos.

Insurrección y conciencia en 1917

Temas como relación de fuerzas, conciencia, papel del partido, son claves a la hora de plantearse una insurrección. Es cierto que toda insurrección comprende espontaneismo y conciencia; Lenin había señalado la importancia del elemento espontáneo en cuanto índice de la profundidad del movimiento de masas, "de la solidez de sus raíces, de su ineludibilidad". Pero lejos de quedarse en ello, agregaba los factores de conciencia que deben estar presentes para que la insurrección tenga probabilidades ciertas de éxito. Entre estos factores, anotaba, en 1917, :

Los objetivos del movimiento: mientras la burguesía trataba de arrastrar a las masas a un movimiento contrarrevolucionario confundiendo y ocultando sus objetivos a las masas, el proletariado revolucionario podía "exponer abiertamente al pueblo sus objetivos finales". Esto es fundamental para asentar el poder proletario.

La conciencia de las masas que participan en la guerra civil; para esto también existen datos objetivos, como la relación que el partido tiene con el movimiento, elecciones, influencia en los soviets.

La fuerza del movimiento. La fuerza del proletariado para arrastrar a las masas a la lucha extraparlamentaria, incluso el odio que lleva a las masas a estar dispuestas a dar su vida por la revolución. La contrapartida son las divisiones en el campo enemigo.

Sin estas condiciones, la insurrección proletaria es una aventura. Aun en julio de 1917, cuando las masas de Petrogrado estaban dispuestas a lanzarse a la lucha, los bolcheviques frenaron la insurrección porque la correlación de fuerzas no era favorable. "La insurrección debe apoyarse no en un complot, en un partido, sino en la clase más avanzada ... en segundo lugar, debe apoyarse en el ascenso revolucionario de todo el pueblo" (Lenin, 1958b, p. 12). Es cierto que la insurrección proletaria no es un "concierto", pero el partido busca que se aproxime todo lo posible a un movimiento coordinado, en que cada sector logre coordinar con los otros.

En relación a este tema queremos insistir con el aspecto militar, que tampoco se puede superar con el espontaneísmo. Como nuestro objetivo aquí es discutir los errores del espontaneismo, bástenos señalar que los problemas de táctica están relacionados con el desarrollo de la técnica militar, la disposición geográfica y composición social de las fuerzas revolucionarias y represivas, la incidencia de fuerzas internacionales que puedan intervenir, y otros elementos, todos los cuales deben ser tomados en cuenta por un Estado Mayor del proletariado que se insurrecciona. La insurrección de Octubre rusa en Petrogrado fue cuidadosamente preparada por los bolcheviques, combinando el trabajo político con la preparación organizativa y militar de las fuerzas insurreccionales. Hoy, todo partido marxista, puesto ante la instancia del levantamiento de las masas contra la burguesía, deberá asumir y estudiar este aspecto del problema, en base a las evoluciones que ha conocido la técnica militar, la composición social del ejército y otros factores.

La experiencia alemana
entre 1918 y 1923

Así como la revolución rusa de Octubre nos muestra una intervención correcta de los revolucionarios, la experiencia de los marxistas en la revolución alemana de 1918-19 es aleccionadora en cuanto a lo que no debe hacerse. Los comunistas alemanes cometieron una serie de errores tácticos graves en lo que se refiere a la insurrección, con consecuencias nefastas para el movimiento.

El tema nos interesa porque es un caso de aplicación de la táctica espontaneísta en la insurrección que desmiente a aquellos que piensan, ingenuamente, que todo consiste en "salir a la calle" porque de alguna manera allí los problemas políticos se van a superar. La experiencia alemana nos demuestra que si las condiciones políticas no están maduras, las dificultades se potencian en el curso de una insurrección lanzada a destiempo; el problema es más grave todavía porque en las vísperas de una situación revolucionaria aguda es una ley que un sector del movimiento de masas quiera salir al combate, sin que estén asegurados los efectivos "de retaguardia" .

En 1919 una parte de la izquierda alemana, liderada por Karl Liebknecht, y contra el consejo de Rosa Luxemburgo y otros, lanzó la insurrección ante una provocación de la burguesía cuando las condiciones no estaban maduras. En una palabra, ante las "jornadas de julio" alemanas, los marxistas no frenaron la insurrección como hicieron los bolcheviques, sino que siguieron adelante. Claro que los problemas políticos que debía superar la clase obrera y su partido no se resolvían con "llamemos al levantamiento contra el gobierno para superar los obstáculos sobre la marcha". Por ejemplo, los obreros alemanes no entendían que tres partidos obreros -la socialdemocracia mayoritaria, los socialdemócratas independientes dirigidos por Kautsky y la corriente espartaquista y comunista- estuvieran enfrentados. La política de la burguesía alemana, de plegarse masivamente al llamado a una Asamblea Constituyente, adoptando incluso una terminología "socialista", aumentaba la confusión. La acción de la socialdemocracia de "copar" los soviets con el aparato partidario también se constituyó en un problema que no se solucionaba con "ganar la calle". El llamado a elecciones para la Asamblea Constituyente se convirtió en un importantísimo problema táctico (boicot?, participar?, con qué política?). Pero lamentablemente, en el congreso del partido, de fines de diciembre de 1918, la mayoría de los delegados estaba convencida de que "el poder está en las calles", y desoyeron las advertencias de R. Luxemburgo y otros líderes. Las manifestaciones de 200.000 obreros en Berlín, de enero, aumentaron la falsa impresión de que las condiciones "ya están" y R. Luxemburgo de nuevo no fue escuchada .

Todo esto debería ser estudiado y asimilado por la izquierda argentina, tan afecta a proclamar la necesidad de insurrecciones inmediatas. Los marxistas deben analizar siempre y con suma atención la correlación de fuerzas. La experiencia alemana (como la rusa de junio y julio de 1917) nos muestra que aun en el marco de una etapa de profundo ascenso revolucionario, la instrumentación de la consigna de "Abajo el gobierno" (o sea, el lanzamiento de la insurrección) exige del partido revolucionario la más cuidadosa de las tácticas, a los efectos de no abortar el movimiento.

De todas maneras, hay que subrayar el nivel estratosférico de las posturas "insurreccionalistas espontáneas" de la izquierda argentina en relación a las experiencias que estamos analizando. Es que en Rusia de julio de 1917, o en Alemania de fines de 1918, existía una considerable presión de un sector de masas por lanzar la insurrección, pero en Argentina de 1998 nada de esto sucede; el planteo de la izquierda espontaneísta de nuestro país, en este sentido, no refleja ningún proceso que esté operando en el movimiento de masas, tendiente a la insurrección.

Por otra parte, también son reveladoras las experiencias posteriores en Alemania. En 1921 el partido Comunista, alentado por el dirigente húngaro de la Internacional Comunista Béla Kun, lanzó un llamamiento a la insurrección en respuesta a la represión que el gobierno socialdemócrata había desatado sobre los trabajadores en Alemania central. Sin contar con el apoyo del conjunto de los trabajadores, la intentona falló, y el partido perdió la mitad de sus miembros, hubieron decenas de muertos y miles de encarcelados. Precisamente el tercer Congreso de la Internacional Comunista, realizado inmediatamente después de esta aventura, tuvo como eje la crítica de la orientación ultraizquierdista; Lenin y Trotsky fueron vanguardia en explicar a los enfebrecidos "insurreccionalistas" lo nefasto de jugar a los levantamientos. Esas antiguas enseñanzas conservan toda su validez en lo que respecta a los enfoques tácticos más generales de la política revolucionaria.

Por supuesto, muchas veces la apreciación exacta de la madurez de la situación revolucionaria y de la relación de fuerzas no es fácil, y puede dar lugar a grandes discusiones entre los marxistas. Al respecto es ilustrativo el debate acerca de los acontecimientos de octubre de 1923, cuando se produce una fuerte agitación y convulsión social en Alemania . La discusión sobre si la situación estaba madura para la insurrección abarcó tanto a los comunistas alemanes como a la dirección rusa; Trotsky, por ejemplo, criticaría duramente a las direcciones de la Internacional y del PC alemán porque consideraba que la situación era altamente propicia para la insurrección, y ésta no se lanzó. Posteriormente la dirección de la Internacional Comunista responsabilizaría exclusivamente a la dirección del partido Comunista alemán por la pasividad del proletariado . Pero lo que nos interesa resaltar es que los argumentos de un lado y del otro están lejos de ser concluyentes. Por un lado tenemos los análisis de Trotsky -en Nuevo Curso, luego en Lecciones de Octubre-, de Zinoviev, y la valoración general de Broué, favorables a la tesis de la madurez de las condiciones revolucionarias alemanas en 1923. En contraposición está la postura de comunistas alemanes, como la de Paul Levi, desarrollada en un prólogo a la edición alemana de Lecciones de Octubre, (ver Levi, 1994). Levi explica que aun en situaciones extremas, cuando "lógicamente" debería esperarse que las masas, hastiadas de sufrimientos y penurias, se levanten, podía suceder que faltara la fuerza para hacerlo. Pero además plantea con agudeza un aspecto político e ideológico que ha sido descuidado en el estudio de la situación alemana de entonces: el creciente nacionalismo que hacía presa del proletariado, y llegaba a generar un "nacional comunismo". De nuevo nos encontramos con problemas políticos esenciales que no pueden ser superados con tácticas insurreccionales Es digno de mencionarse que el mismo Trotsky parece haber admitido posteriormente que desconocía aspectos importantes de la situación de la clase obrera alemana de 1923 .

La experiencia boliviana de 1952

Si bien la evolución de la conciencia de las masas conoce saltos, y éstos se vinculan con grandes experiencias de las clases, esos cambios cualitativos están condicionados por períodos de acumulación cuantitativa de experiencias, de propaganda revolucionaria y de luchas parciales. En este terreno la evolución de la conciencia de las masas no es arbitraria. Por eso es imposible que de una situación de atomización y dispersión de las fuerzas de izquierda, de descrédito de las ideas del socialismo, de peso ideológico de la burguesía, surja -como por arte de magia- un gobierno obrero revolucionario. Primero porque la insurrección proletaria exige un período de acumulación de experiencias y fuerzas, y segundo, porque en el curso del mismo levantamiento las fuerzas burguesas o reformistas tienen peso, se saben adaptar, se mimetizan con el movimiento, se "izquierdizan", y esto no se supera con jugadas espontaneístas. Cuando no hay alternativa de poder proletario, las fuerzas burguesas opositoras facilitan el triunfo del movimiento, induciendo a la confraternización de clases y a "la unidad del pueblo", sectores del ejército incluidos. Sin embargo, ignorando esta lógica viva de la lucha de clases, muchos compañeros de la izquierda argentina creen que basta que exista violencia en la lucha contra el gobierno para que el partido revolucionario esté en condiciones de tomar el poder o de acercarse tanto al mismo que la dualidad de poderes pasaría a ser un cortísimo episodio hacia el triunfo final.

La experiencia de la revolución boliviana de 1952 es ilustrativa. Por empezar, no se trató de una insurrección que surgiera de la nada, porque estuvo precedido por un largo período de acumulación de fuerzas y experiencias. En 1946 hubo un levantamiento popular semi insurreccional, traicionado por el stalinismo; en 1949, una guerra civil; en 1950, una huelga general revolucionaria. Además, desde mediados de los cuarenta un sector del movimiento obrero estaba influenciado por el trotskismo, al punto que el partido nacionalista, el MNR, adoptó gran parte del programa trotskista -control obrero, nacionalizaciones, reforma agraria- y sus líderes se declaraban públicamente "marxistas"; a ello se sumó que este partido ganó las elecciones de 1951, que fueron anuladas por el gobierno oligárquico. Todas esas circunstancias prepararon entonces el levantamiento de abril de 1952, pero también plantearon el desafío de superar al MNR, que aparecía como el portaestandarte del programa revolucionario ante las masas.

En segundo término, la influencia de los trotskistas, del POR, fue política, pero no fue lograda por agitar "Abajo el gobierno". Las Tesis de Pulacayo planteaban la caída del Estado burgués, la lucha por la dictadura del proletariado, y afirmaban que la introducción de ministros obreros en el gobierno burgués no conduce a nada progresivo.

Pero además, y muy importante para lo que estamos discutiendo, la irrupción de las masas insurreccionadas el 9 de abril, fue en gran medida inesperada, y por eso mismo el movimiento pudo ser capitalizado por el MNR, que como dijimos, estaba mimentizado con la revolución . Como dice Lora, "las masas habían ganado la vía pública ... no tenían un plan acabado de lo que iba a ser la revolución ni de lo que iba a hacer el gobierno". Lora reconoce que esas multitudes no sabían lo que querían pero sí estaban impregnadas "de un odio ardiente por lo que no quieren" . En las calles los militantes del MNR lucharon en primera fila contra las fuerzas del gobierno y de la reacción y su ascendiente sobre los trabajadores creció, en la medida en que sus líderes prometían cumplir el programa de los trotskistas. Esto demuestra que la estrategia revolucionaria no puede consistir en superar a esas fuerzas "poniendo coraje" en una insurrección espontánea de las masas. Una vez más, hacía falta política para superar a direcciones reformistas que se visten de revolucionarias en los momentos decisivos. "Naturalmente" las masas aceptaron que Paz Estenssoro tomara el gobierno, con el apoyo del dirigente sindical Lechín Oquendo (también del MNR) y del partido Comunista. Lamentablemente el POR terminaría apoyando a este gobierno (a diferencia de lo que hizo Lenin en abril de 1917). La experiencia boliviana mostró, una vez más, que los movimientos espontáneos "contra" un gobierno, sin dirección marxista y sin programa de reemplazo por el poder obrero, conducen indefectiblemente a la entronización de gobiernos burgueses.

Conclusiones

Como lo demuestra toda la historia de la lucha de clases, el conjunto de la burguesía siempre se unifica para enfrentar las revoluciones obreras y por este motivo no es posible desarrollar estas "tácticas de insurrección en proceso" que apuestan a la superación espontaneísta de las dificultades políticas. No se debe olvidar que la insurrección proletaria es de naturaleza muy distinta al levantamiento por un cambio dentro del mismo Estado burgués. Marx fue consciente de esto después de la insurrección parisina de junio de 1848, y encontraba en este hecho la explicación de las derrotas de las insurrecciones proletarias, porque contra éstas toda la burguesía se levanta para derrotar a la clase obrera. Ligado a este problema está el aspecto militar del enfrentamiento, que de ninguna manera se puede improvisar. Por eso Marx y Engels plantearon como primera "regla" de los revolucionarios ante el levantamiento el "nunca juegues a la insurrección". Esta misma enseñanza se desprende del resto de las experiencias que hemos examinado. Pero además, no se trata sólo de "llegar", el tema es mantenerse. Por eso no se puede "jugar" a las maniobras, al estilo de "llamamos a las masas a luchar contra el gobierno, y antes que la burguesía se dé cuenta, enfilamos para el otro lado y nos hacemos del poder". Eso sólo puede entrar en la cabeza de quienes -acostumbrados a la torpe politiquería de la izquierda argentina- piensan que conducir una revolución se resuelve en un juego de "vivos". A la burguesía no se la engaña y las formas que rigen el manejo bonapartista de las sectas no encuentran su correlato en los movimientos sociales; olvidarse de esto conduce a brutales derrotas.

Por otro lado, es necesario explicar que el "Fuera Menem" sólo sirve al recambio burgués; el eje debe ser la crítica a lo limitado y burgués de esta consigna mostrando que el recambio no conduce a nada progresivo para los explotados. La política marxista no puede consistir en intentar ganarle a la burguesía o a la oposición pequeño burguesa en ser los partidarios "insurreccionalistas" de la caída de Menem cuando no hay alternativa proletaria para reemplazarlo. "Venceremos", "Quebracho" y otros grupos defienden esta orientación, porque para ellos la política se dirime en el "ganarle de mano" al reformismo "poniendo coraje", "ganando la calle", etc. Nosotros, por el contrario, debemos explicar que somos enemigos del gobierno porque éste es la cabeza del Estado burgués, y que en sí mismo no tenemos ningún interés de echar a Menem si no es como parte de una lucha por acabar con el capitalismo.

Al mismo tiempo debemos hacer hincapié en un segundo eje, con una agitación propagandística, por una alternativa de poder por la positiva. Lo mejor es en el sentido en que el Programa de Transición presenta la "popularización" de la dictadura del proletariado: por un gobierno obrero revolucionario, apoyado en los explotados y oprimidos, que aplique un programa de emergencia de salida a la crisis. El desarme de la burguesía, armamento del proletariado, deberían combinarse en esta agitación propagandística. Al mismo tiempo ratificamos que el eje de actividad inmediata, lejos de ponernos a "preparar y organizar" una insurrección, es luchar por las reivindicaciones mínimas, tratar de organizar al activismo para la resistencia, coordinar donde se puedan las luchas, recomendar mucha clandestinidad en los lugares de trabajo; por otra parte, el eje de organización sigue siendo construir el partido, para lo cual hay que desplegar el trabajo en los tres planos que hablaba Engels, la lucha económica reivindicativa, la lucha política y la ideológica. La propaganda por "ganar la cabeza de los trabajadores" para una conciencia anti capitalista, para que dejen de confiar en los programas y líderes burgueses y reformistas, sigue siendo central.

Bibliografía

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RECUADRO:
LA EXPERIENCIA DE ATEN Y LOS ULTRAIZQUIERDISTAS

La discusión sobre el levantamiento del proletariado y la táctica del proletariado encierra enseñanzas de método aplicables a debates que han sacudido a la izquierda argentina en los últimos tiempos. Tomemos el ejemplo de la huelga de los docentes de Neuquén, de 1997.

Durante casi dos meses los docentes de Neuquén realizaron una heroica huelga, por reivindicaciones salariales y contra la Ley Federal de Educación, en medio de un aislamiento casi absoluto; recibieron muy poco apoyo para sostener el fondo de huelga, y llegó un momento en que la dirección y muchos compañeros comenzaron a considerar la necesidad y las formas posibles de llegar a una salida. En esos momentos críticos se produce el levantamiento de los desocupados de Cutral-Có, los cortes de ruta y los enfrentamientos con la Gendarmería, y el asesinato de Teresa Rodríguez. Es entonces que casi toda nuestra izquierda "insurreccionalista" -que por otra parte no tiene capacidad de movilización en ningún lado- le "exige" a la dirección del sindicato docente de Neuquén Capital continuar la huelga para "empalmar" con los fogoneros de Cutral-Có. Para los "tácticos" del espontaneísmo insurreccionalistas, se trataba ahora de que los docentes sumaran las reivindicaciones de los fogoneros y continuaran la lucha, a pesar del desgaste que ya evidenciaban los huelguistas. En sus enfebrecidas cabezas las condiciones "estaban" para arrastrar "al resto del país" a la lucha contra el gobierno, en la perspectiva del levantamiento. Como la dirección de ATEN no hizo esto, la acusaron despiadadamente de "traidora". Las enseñanzas de este asunto son importantes:

En primer lugar, afirmamos que es necesario acabar con estas acusaciones terribles entre revolucionarios cuando no se coincide en la apreciación de fuerzas en determinado momento de la lucha. Como hemos demostrado, grandes revolucionarios discreparon sobre si las condiciones en 1923, en Alemania, estaban maduras o no para la insurrección; de la misma manera, en 1920 Trotsky y Lenin discutieron sobre la conveniencia de lanzar una ofensiva sobre Polonia, sin que por ello se cruzaran acusaciones infamantes. Las discrepancias acerca de la evaluación de fuerzas en lucha, y más en un período de relativo retroceso de la lucha obrera como el que vivimos, son absolutamente normales entre los revolucionarios. En toda huelga algunos compañeros evalúan que se puede continuar -sin ser por ello "provocadores ultraizquierdistas"- y otros que es necesario ceder, para evitar males mayores -sin ser por eso "carneros traidores"-.

Pero en segundo lugar, la propuesta de continuar la lucha -empalmando con cada movimiento que surge- implicaba no ponerle fin a la pelea. Si los docentes neuquinos seguían a sus consejeros izquierdistas, debían hacer una huelga hasta la solución del problema de la desocupación en Cutral-Có. Cuál es el final de esta política? Seguir en huelga hasta lograr la reivindicación de cada movilización que se produzca en la provincia?

Por eso, en este respecto el planteo sí implica una lógica ultraizquierdista, porque llama al enfrentamiento general contra el gobierno, a cargo de un pequeño sector del movimiento obrero. En esto hay desprecio por el examen atento de la correlación de fuerzas general -no olvidemos que en el resto del país "no pasaba nada", incluidos los docentes-; "olvido" del carácter sindical de la lucha, pretendiendo transformarla en punta de lanza de una insurrección antigubernamental; y por último, desconocimiento de que no existe un partido marxista con un mínimo reconocimiento de masas y pretensión de que una dirección sindical, local y minoritaria, lo suplante en ese rol.

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