07. Esclavismo y feudalismo.

 

         Otro tanto sucedió en la etapa esclavista y feudal, tras la disolución del modo de producción comunista primitivo, socialmente erigido sobre relaciones de parentesco, sistema de vida que desapareció a raíz del desarrollo de las fuerzas productivas y la consecuente generación de excedentes económicos, que dio pábulo a la propiedad privada sobre los medios de producción, especialmente la tierra y sus habitantes, base económica de la más antigua sociedad de clases.

 

         El esclavismo germinó abonado por la conquista de territorios y el sometimiento de sus habitantes a la condición de instrumentos que hablan (instrumentum vocale), un sistema que decayó hasta desaparecer al verse impedido de producir más de lo que costaba mantenerlo. Esto sucedió cuando el Estado romano —que basó su existencia y dominio en el mantenimiento del orden interior y en la protección contra el asedio y ataques de los llamados "bárbaros"— se vio en la necesidad de acrecentar su ejército, cuya base social de reclutamiento eran los fieles y disciplinados campesinos libres, tanto más cuanto más amplias y extensas se iban haciendo las fronteras bajo control del Imperio. 

 

Pero según las continuas luchas de expansión y defensa fueron diezmando sus tropas, al mismo tiempo que mermaba la producción agraria —única base económica imponible sobre la cual se sustentó el Estado esclavista—, la base del ejército debió imperiosamente se sustituida por soldados mercenarios esclavos y bárbaros, en sustitución de la oriunda y mermada población campesina. Así, la contradicción cada vez más insostenible entre el incremento exponencial de los gastos del Estado y la drástica disminución de los campesinos libres tributarios, convirtieron al Imperio romano en una gigantesca y complicada maquinaria de expoliación fiscal de sus cada vez más diezmados súbditos, mediante una presión impositiva más y más insoportable, tanto más ruinosa para la economía campesina de los contribuyentes romanos, cuanto más extensos, onerosos y difíciles de defender, habían llegado a ser los dominios geográficos y poblacionales del decadente imperio. 

 

Para ponerse a salvo de la cada vez más desesperada y violenta exacción por parte de los funcionarios estatales, de los magistrados y de los usureros, los pequeños propietarios romanos libres agobiados a impuestos, fueron forzados al abandono de sus tierras para buscar la protección de poderosos señores entre los bárbaros germanos del norte, a cambio de cederles sinalagmáticamente, el derecho de propiedad de sus antiguas posesiones, convirtiéndoles así en señores feudales, para quienes aquellos pequeños propietarios romanos pasaron a ser siervos, que se vieron obligados a trabajar en ellas por lo mínimo necesario para vivir, tributando al señor ya sea en especie o en servicios. Es ésta una paráfrasis del trabajo de Karl Kautsky titulado: “Los orígenes del cristianismo”

 

         El sistema económico feudal fue, pues, producto de la relación entre señorío y servidumbre legitimado por una mezcla entre el derecho romano y el derecho germánico. Un modo de producción en tránsito histórico del esclavismo al capitalismo, que fue a buscar la justificación de su existencia en la doctrina social de la Iglesia católica, encargada de desvirtuar la justificación aristotélica de la esclavitud basada en el principio del ius utendi et ius abutendi (derecho al uso y abuso de los objetos de propiedad), esgrimiendo el precepto de que todos los seres humanos son iguales ante Dios y demás principios éticos de la filosofía escolástica, como los votos de pobreza y la caridad, el precio justo, la moderación en los beneficios, el interés y la usura, etc., etc., todo ello en medio de un proceso en el que los excedentes económicos en manos de los señores, desarrollaron el comercio que dio pábulo a formación de la burguesía comercial y al tráfico de dinero a interés. Estas condiciones prepararon lo que, en el Libro I capítulo XXIV de “El Capital” Marx ha dado en llamar acumulación originaria del capital, que corrió a cargo de la incipiente burguesía comercial, encargada de disolver la relación feudal de producción, que vinculaba a los productores directos de riqueza con los señores feudales dueños de los medios de producción, proceso que discurrió entre los siglos XIV y XV:

<<La historia de esa expropiación adoptó diversas modalidades en distintos países y, en sucesión diferente, recorrió diversas fases. Solo en Inglaterra —y es por eso que tomamos como ejemplo a este país— dicha expropiación revistió su forma clásica>> (Op. cit.)   

 

         ¿Cuál fue, pues, a la luz de la historia, la categoría socio-económica que las clases dominantes de todas las épocas han ocultado debajo de una supuesta virtud natural y hasta divina? La propiedad privada sobre los medios materiales para producir riqueza, concebida ideológicamente como un atributo distintivo de los propietarios, primero de los amos esclavistas, luego de los señores feudales y, todavía hoy, de los patronos capitalistas, respecto de los esclavos, los siervos y los asalariados respectivamente en cada tipo de sociedad. Cuando la objetividad que subyace a esa falsa distinción, brilla en el hecho incontrovertible de que todos somos seres humanos con la misma identidad de género y potenciales posibilidades. Fijémonos cómo los explotadores han venido justificando su condición distintiva inhumana de carácter clasista, atribuida colectivamente a todos los propietarios que lo fueron en la etapa  esclavista:  

 <<En efecto, el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza>> (Aristóteles: “Política” Libro I 1252a).[1]

         Tal fue el falso presupuesto esgrimido por el Estagirita, sin más fundamento que la mera observación empírica de lo dado inmediatamente a los sentidos en la sociedad esclavista de su tiempo, estructurada antes de él haber nacido, en base a la miseria y consecuente ignorancia de las mayorías esclavizadas por las minorías opulentas, con suficiente tiempo libre para ser instruidas desde la más temprana edad en el “noble”  arte de mandar. Así es como este “señor” pudo afirmarse en el consecuente presupuesto tautológico, lógicamente tan falso como el anterior:

<<El ser humano que no se pertenece a sí mismo, si no a otro, ese es por naturaleza esclavo. Y es hombre de otro, el que, siendo hombre, es una posesión>> (Aristóteles: “Política” Cap. I – 1254a – 1254b)

           

         Como si los antepasados humanos suyos que acabaron de tal modo degradados a la condición de cosas, no hubieran sido hasta el momento de ser sometidos, anatómica, fisiológica y socialmente sujetos pensantes tan potencialmente inteligentes y previsores, como pudieron serlo sus presuntos “superiores” por el hecho de ser propietarios. Una división entre clases que apareció a raíz de cierto desarrollo alcanzado por la fuerza productiva del trabajo, dando pábulo a los excedentes y al establecimiento de la propiedad privada que puso término a la etapa del comunismo primitivo, caracterizada por la solidaridad al interior de las distintas comunidades basadas en los lazos de parentesco.

 

         Parecido proceder al de los esclavistas, caracterizó a la nobleza y el clero en el modo de producción feudal, con el único detalle distintivo hipócritamente “piadoso”, de haber reemplazado la promiscuidad entre los dioses del politeísmo, por la adoración de un solo Dios; y al “ius utendi et ius abutendi” del esclavismo, por el culto al quinto mandamiento del “no matarás”. Y, cómo no, moderando el principio irrenunciable de la opulencia con el recurso al precepto cristiano de la limosna.

 

 

 

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[1] Bajo el capitalismo, también los burgueses en tanto que propietarios del capital, apelaron a sus ideólogos a sueldo para justificar su condición social, inventando el salario de supervisión(wage of labour of superintendence), que varía estadísticamente en relación inversa al salario real de los trabajadores explotados: cuando aumenta uno disminuye el otro. Pero es un “salario” que no depende realmente de lo que a él le cuesta en términos dinerarios su propio desgaste físico y mental, porque está implícito en la ganancia de su capital que extrae de sus explotados:

<<Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero como capitalista, es decir, como explotador de trabajo ajeno. El “salario” que reclama y obtiene por ese trabajo, es exactamente igual a la cantidad de trabajo ajeno que se apropia (sin compensación alguna), y depende directamente del grado de explotación de dicho trabajo, pero no del grado del esfuerzo que a él le cuesta (supervisar) esta explotación, y que puede derivar, a cambio de un módico pago, hacía un director>>. (K. Marx: "El Capital" Libro III cap. XXIII. Lo entre paréntesis es nuestro)