08. Conclusión.
Por lo
tanto, está claro que toda la basura
ideológica con que la intelectualidad burguesa ha venido encubriendo la verdad sobre la realidad del sistema capitalista,
jamás tuvo nada que ver con la noción de objetividad
científica, en tanto que homologación entre cada objeto del pensamiento
y su esencia, de la cual resulta el concepto. Y a propósito de esta palabra,
cabe que Kohan debiera mostrar donde Marx “asoció” el significado de
objetividad con el fetichismo, tal como así lo dio a entender al decir que las
leyes objetivas del capitalismo son máscaras que disfrazan la realidad:
<<Un mundo que se desarrolla según leyes objetivas es un
mundo poblado totalmente por máscaras. Pero si es así, si el fetichismo está
completo, entonces no existe ninguna posibilidad de la auto-emancipación de los
negados, de los oprimidos>>. (Néstor Kohan: Op. cit.)….
Esto es una contradicción en sus propios términos. Porque no hay duda que Marx
presentó su Ley general de la
acumulación capitalista no precisamente como una representación fetichista de la realidad. Es decir, no como lo que determinados sujetos se representan o imaginan de ella,
sino como reflejo teórico-científico.
Una realidad objetivamente
determinada por el resultado de la relación entre explotadores y
explotados, fetichizada, mistificada
y distorsionada por la burguesía para justificar la existencia del
sistema. Ni más ni menos que como hicieron los filósofos de la antigüedad esclavista
y feudal.
Por tanto,
esas leyes descubiertas por Marx son las que permiten des-mistificar la relación
fundamental del capitalismo entre explotadores y explotados, sacando a la
luz las verdaderas causas que subyacen a la praxis social irracional hecha a la medida de esta realidad fetichizada.
Y si
aceptamos que el fetichismo todavía dominante en la conciencia de los
explotados es una realidad, ¿qué significa esto, sino que las leyes objetivas del
capitalismo se cumplen independientemente de los individuos? Se cumplen,
precisamente, porque categorías económicas fundamentales de tal modo
fetichizadas, como el dinero, los precios y la tasa de interés, son las máscaras
que ocultan al conocimiento general la objetividad
científica, la verdad de esa realidad de tal modo fetichizada.
Un
fetiche o “máscara” que la Ley del valor-trabajo ha permitido desmitificar, logrando que resplandezca
en su verdadera dimensión y esencia
como una relación desigual.
¿Dónde están, pues, esas máscaras que a Néstor Kohan se le ha ocurrido ver,
según parece, en las leyes económicas de Marx siguiendo el discurso de John
Holloway? Porque si nos remitimos a lo que Marx y Engels han dejado negro sobre
blanco en “La Ideología alemana”, debemos
aceptar que, por el hecho de ser una falsedad, el fetichismo no deja de ser tan real y objetivo como
la ciencia, aunque nada tenga que ver el fetichismo con la objetividad. La prueba está en
que a la burguesía su fetichismo le continúe siendo rentable y pueda seguir
viviendo del cuento. Como el trilero en la calle con su truco del almendruco:
<<Las representaciones, los
pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí,
como emanación directa de su comportamiento material (según tales
representaciones). Y lo mismo ocurre con
la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la
política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de
un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus
ideas, etc., pero los hombres reales y actuales, tal y como se hallan
condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias.
La conciencia (incluida la falsa) no
puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es
su proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus
relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura, este
fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los
objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida
directamente físico.
Totalmente al contrario de lo que ocurre en
la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende
de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se
representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado
o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se
parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real,
se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de
este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el
cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de
vida, proceso empíricamente registrable y sujeto a condiciones materiales. La
moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de
conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia
sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que
los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material
cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su
pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la
que determina la conciencia
(tanto la falsa como la verdadera). Desde el primer punto de vista, se
parte de la conciencia (enajenada) como
del individuo viviente (realmente enajenado); desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida
real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la conciencia
solamente como su conciencia>>. (K. Marx-F. Engels: “La
ideología alemana” 1845. Lo entre paréntesis y el subrayado
nuestros)
Una
conciencia que todavía está completamente de espaldas a la necesaria tarea de emancipar la realidad social de su propia
enajenación que es, precisamente, de lo que se trata. Y para eso está
la ciencia que desenmascara la
conciencia fetichizada, como primer paso para tal cometido del sujeto revolucionario. Por eso es
que, como dijera Lenin: “Sin teoría
revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”.
Así las
cosas, quién sabe si las máscaras
que Kohan sigue viendo —al parecer de modo un tanto sinuoso en las leyes descubiertas
por Marx—, no sean las que él mismo lleve puestas.
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