Los atentados en Paris y la frágil memoria histórica de los súbditos franceses

El Daesh y la coalición imperialista: dos bandos en pugna de una misma clase social

         <<La definición de crimen contra la humanidad o crimen de lesa humanidad, recogida en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, comprende las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, tortura, violación, prostitución forzada, esclavitud sexual, esterilización forzada y encarcelación o persecución por motivos políticos o religiosos, ideológicos, raciales, étnicos, de orientación sexual u otros definidos expresamente: desaparición forzada, secuestro o cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quienes sufren semejante barbarie, causado con pleno conocimiento de las consecuencias que supone dicho ataque.

         “Leso” alude al hecho de ser agraviado, lastimado, ofendido. ¿Cómo calificar, pues, la conducta de adaptarse a las circunstancias impuestas soportando todos los agravios, y bajo tales condiciones que cada cual atienda  exclusivamente a sus intereses personales, según el precepto del sálvese quien pueda?>>. GPM.

 

01.       Introducción

 

          Sí. Los ataques terroristas islámicos en París del pasado viernes 13 de noviembre, deben ser condenados sin paliativos como crímenes de lesa humanidad. Pero limitarse a descargar el oprobio sobre los ejecutores yihadistas que los cometieron, es la más estúpida trampa política en que se pueda caer. Porque los verdaderos culpables directos del terror no son ellos, sino sus mandantes capitalistas en el Cercano y Medio Oriente, que se benefician económicamente de esos hechos criminales aleccionando ideológicamente a sus ignorantes subordinados. Aquí está la trampa de los yihadistas. Y quienes del otro lado de la trinchera montan la trampa, tampoco son los periodistas venales a sueldo en los medios de comunicación de masas, ni los educadores en las escuelas y Universidades de cada país. Son los dueños de las empresas privadas de esos medios de difusión y los altos funcionarios de los aparatos ideológicos del Estado en cada país, quienes chantajean a sus subordinados obligándoles a mentir siguiendo la línea política editorial y los programas educativos de tales aparatos, bajo el chantaje sostenido que les supone quedarse sin trabajo.  

  

          Y el caso es que esos “asesinos” yihadistas, no dejan de ser ignorantes víctimas del mismo engaño que vienen padeciendo las mayorías sociales subalternas asalariadas en todo el mundo, urdido durante más de dos siglos por sus superiores jerárquicos en disputa unos contra otros —ya sean laicos o religiosos— en la escala del poder económico, político, social e institucional, que siguen detentando para los fines de su propio disfrute. Y porque el comportamiento de aquellos y estos mandatarios, se han venido rigiendo por sistemas de leyes económicas objetivas que nadie ha inventado, donde los que ordenan y mandan viven tan enajenados como los que les obedecen, sólo que esa enajenación a los que mandan les hace sentirse muy bien.

          No hay que ignorar, pues, el hecho de que mucho tiempo antes de que por primera vez se hayan podido escuchar los acordes de la “Marsellesa” en julio de 1795, los explotados y oprimidos de todas las latitudes hemos venido siendo gobernados por unos barbaros manipuladores, los mismos que por intereses creados hoy día siguen moviendo los hilos políticos del vigente sistema económico-social de vida, apelando al mismo birlibirloque de los trileros engañabobos, para lograr así seguir pasando, incluso, por ser los salvadores de la humanidad.

          Y para tales fines, echando mano a todo lo que les pueda “justificar” en el presente, han traído ahora una vez más de aquél pasado histórico la misma cantinela cogida de los pelos, esgrimiéndola como un argumento ad nauseam estos últimos días por los medios de comunicación de masas (¡¡ah, los periodistas, esos mensajeros a sueldo y prebendas!!), sin duda como tapadera de los crímenes que sus mandantes han venido cometiendo desde entonces hasta hoy. Por ejemplo, tras los sucesos del otro día, los muertos a manos de los yihadistas en París no pasaron de ser 130. Y los heridos poco más de 350. Nada comparable con los millones desparramados sobre los inmensos territorios —13 millones de Kilómetros cuadrados— colonizados por Francia durante su segundo imperio en 1830, hasta las décadas de los años 20 y 30 del Siglo XIX. ¿Cuántos han sido los millones de muertos a manos del ejército francés imperial en el Norte y Occidente de África, en Argelia, el Congo y África ecuatorial, en Madagascar y en Somalia? ¿Cuantos más en Laos, Camboya y Vietnam sobre ese suelo asiático que se apropiaron en el siglo XX? Estamos hablando del “moderno” capitalismo francés que hizo historia en aquellas horribles plantaciones sobre las cuales escarneció a sus habitantes, y con cuyo trabajo forzoso cimentaron su inmensa fortuna los antecesores de quienes hoy, todavía siguen detentando “democráticamente” el poder político y la riqueza ajena en ese país imperialista.

          Por lo visto y tal como se acaba de comprobar con toda crudeza, la gran burguesía internacional que todavía campa por sus respetos en todo el mundo, ha venido educando a sus súbditos en la estricta disciplina, de que sólo se sientan sinceramente comprometidos con sus compatriotas como en los matrimonios: “tanto en la riqueza y en la pobreza como en la salud y en la enfermedad”; o sea, que a ricos y a pobres en tanto que ciudadanos de una misma patria, se les presupone iguales en el cumplimiento de ese “sagrado precepto”. Tildando de traidores a quienes no respeten esa obligada norma de comportamiento. Tal es el caldo de cultivo en que se han venido cocinando todas las guerras en los últimos doscientos años de historia.

          ¿Qué causas explican, pues, la supuesta “traición” de esa parte minoritaria de la juventud francesa, hoy día abducida por el terrorista Emirato Islámico? Sin duda el paro, la marginación y penuria relativa crecientes al interior de la “patria común”, sumado todo eso en las mujeres, a la prohibición de llevar velo por la calle.

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